Tiempo de lectura: 4 min.

Un millón trescientos mil votos, fieles o cautivos según las diferentes y opuestas apreciaciones, han ratificado por duodécima vez el predominio socialista en Andalucía. Está ocurriendo así desde el comienzo de la democracia. En los primeros comicios, cuando existía la UCD y los comunistas sacaban más del 10 por 100 de los votos, el PSOE fue lo que se suele llamar «minoría mayoritaria». Pero desde que en el año 1979, el apoyo comunista les facilitó los gobiernos municipales, los socialistas se han movido en torno al 50 por 100 de los votos emitidos en cada confrontación, rebasándolo con holgura cuando los inconstantes votantes del PC quedaban por debajo del 10 por 100. Ahora mismo, el 23 de junio, el PSOE no ha llegado a la mitad de los votos efectivos y válidos al tiempo que los comunistas, a pesar de su manifiesto retroceso, han obtenido la asistencia del 12 por 100 de los sufragios.

La asunción del poder municipal por el PSOE en la mayor parte de las localidades andaluzas en 1979 ha sido una de las vías más efectivas para su implantación en la región. Baste con recordar que, tras las elecciones locales de 1983, de los 8.608 concejales de Andalucía más de la mitad —4.408— eran socialistas. Ningún otro partido llegaba a un tercio de esta cifra. Cuatro mil quinientos apoderados, interventores o agentes electorales orgánicamente vinculados al partido y a la administración, para un censo de cinco millones (o sea, para un electorado potencial de menos de cuatro), constituyen una red que para sí quisieran los partidos mejor establecidos del continente europeo. Los populares, y también los otros minoritarios de Andalucía, si quieren ganar algún día o romper el techo que los ahoga, han de empezar por atender a las elecciones municipales del 91, con preferencia a cualquier otro cuidado partidista o general: personas, programas y proyectos, pueblo a pueblo, comarca a comarca, provincia por provincia.

También ha podido ayudar al PSOE, en este caso de ahora, la elevadísima abstención, que ha llegado a 700.000 votantes menos que en el 86, dado que ha sido mucho más urbana que rural y, como se dice por allí, «en los pueblos vota todo el mundo» y en ellos tiene el PSOE la clientela más adicta. En Andalucía importan mucho las localidades grandes, que no son capitales ni propiamente ciudades, pero que superan los 10 o 15.000 habitantes, y que aunque tengan industria y comercio, automóviles y buenas calles, pertenecen más a la cultura rural que a la urbana. Hay que saber que en ellas vive una tercera parte de la población total del territorio.

No obstante, las consideraciones sobre la abstención son tan fáciles de inventar como imposibles de comprobar. En Andalucía ahora, comparando las cifras que se poseen con las de otros comicios, se tiene la impresión que, salvo la desviación que puede representar ese predominio de la procedente del medio rural sobre la urbana, la abstención ha afectado proporcionalmente a todos los partidos. Quizá los socialistas sabían o sospechaban que ellos corrían menos riesgo de perder votos si era grande, y por eso eligieron el sábado, que como se ha demostrado es el día de la semana más propicio para que la gente tienda a dejar las urnas vacías.

Junto a la nueva mayoría socialista, el más significativo de los otros datos andaluces es el mantenimiento de los populares, que tiene tanto de alentador como de preocupante. Por una parte es cierto que el PP renovado se consolida a pesar de las feas maniobras y los «dirty tricks» de sus adversarios, pero por otra se ratifica que aún no posee en la mitad sur de España la cuota de apoyo necesaria para alcanzar la condición de «alternativa» a todas luces, sobre todo cuando en populosos territorios de la mitad norte tiene dentro de su propio espacio cultural la competencia de nacionalismos bien arraigados y estables. Los populares desde ahora ya, tendrán que volcar todo el esfuerzo en la preparación de sus equipos municipales, particularmente cuando vayan a jugar partidos en el terreno del adversario.

Los otros partidos que han obtenido lugares en la cámara andaluza son, en principio, menos estables que socialistas y populares. Los andalucistas, en el momento más brillante de su historia, han alcanzado escaños en cinco de las ocho provincias, y han duplicado sus votos del 86: pero de esos ciento y pico mil votos más de esta vez, no se sabe cuántos provienen de la convicción y cuántos del descontento o del deseo de votar otra cosa.

Respecto de «Izquierda Unida», o los comunistas con algún antiguo «fellow traveller», hay que decir que lo que sorprende es que haya perdido tan pocos votos y conserve 11 de los 19 asientos que tenía en la Cámara regional. Eso prueba que los comunistas todavía mantienen en Andalucía una cierta infraestructura, que cuentan con unos miles de «camaradas» y que sus candidaturas son acogidas, vía Comisiones o SOC, por sectores radicales del electorado. Pero algún día esas estructuras se vendrán abajo como pasó en Berlín con el muro.

Hay que hablar de Europa, o sea de España

En el segundo semestre de 1990, que es de presidencia italiana, en las Comunidades Europeas, va a ser también el de la búsqueda de nuevos equilibrios políticos, económicos y humanos en el continente. La incorporación a la República Federal de los 17 millones de alemanes del Este es un hecho llamado a tener más repercusiones que la ampliación de 10 a 12 de las propias Comunidades. Alguien, particularmente autorizado por su experiencia, ha dicho que hay que repensar Europa. La ventaja sobre la situación de 30 años atrás es que no se parte de cero y que existen unas instituciones e incluso un hábito de cooperación y de respeto a las decisiones comunitarias transnacionales.

En Estados que todavía son relativamente nuevos en los foros continentales como España, es preciso que los políticos y los partidos se esmeren en hacer muy buena letra. Del mismo modo que hubo amplio debate y se lograron consensos bastante generales para el ingreso en las Comunidades, es necesario ahora un nuevo esfuerzo colectivo para conocer, asumir y afrontar las nuevas situaciones que se vayan produciendo y que han de afectar a nuestro país.

Ahora tenemos por delante un año en que no hay más elecciones que las autonómicas vascas, lo cual es raro en nuestro revuelto sistema electoral, pero puede permitir cierta tregua en las controversias menores, que permita que los responsables de las principales formaciones, y los economistas y politólogos —los historiadores también—, reflexionen, incluso juntos y sin tirarse los trastos a la cabeza, sobre cuestiones que nos van a afectar, como cultura y como Estado, más que el llamado Mercado Único del 92, aparte de que repercutirán también sobre los acontecimientos de ese mitificado año.

Fundador de Nueva Revista