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Hace poco más de dos décadas España y la Unión Europea formalizaron una relación que ha pasado ahora de la juventud a la madurez y que fue ansiadamente buscada durante mucho tiempo por la sociedad española para la que los países de la Comunidad eran la expresión de dos atractivas imágenes: prosperidad y democracia. La transición política facilitó el camino de esa relación y la consolidación de la democracia plasmada en la Constitución hizo el resto. Desde entonces los españoles, con variaciones escasamente significativas, manifiestan un alto grado de europeismo según todos los indicadores que evalúan periódicamente la afección y la satisfacción con la Unión Europea.


Durante estos veinte años España ha recibido un importante apoyo de la Europa comunitaria, lo que ha tenido un impacto indiscutible en su desarrollo económico y social, en especial por lo que se refiere al determinante capítulo de las infraestructuras. Para los españoles «los resultados de Europa», parafraseando a Mariano Rajoy en la entrevista que ha publicado recientemente Nueva Revista, han sido altamente favorables y no es por ello de extrañar su satisfacción.


Han sido muchos los años en los que la relación de España y la UE tenían más de juventud que de madurez. Nos encontramos ahora con una relación que ha dejado de ser básicamente de tutela, apadrinamiento y apoyo económico, por más que todavía sean importantes los fondos estructurales y de cohesión que reciben determinadas comunidades, y ha adquirido una madurez plena. Una nueva situación en la que la posición de España y su futuro dentro de la Unión depende de su capacidad para contribuir con iniciativas rigurosas a los problemas comunes y para competir con éxito en un mercado integrado. Probablemente si hubiera que simbolizar en un logro la adquisición de la madurez de España en su relación con la Unión Europea, ése sería el cumplimiento de los requisitos de convergencia para la entrada en la zona euro; consiguiendo un objetivo que parecía inalcanzable España demostró cuál era su capacidad, lo que le hizo acreedora de una gran confianza y crédito.


España tiene en esta nueva fase de su relación con la Unión Europea dos grandes áreas de actuación. El primero viene definido por todos los asuntos que requieren ser abordados desde posiciones, actuaciones y, eventualmente, una regulación común; y el segundo depende en manera mucho más exclusiva de las políticas nacionales. La posición y el prestigio de España están determinados por los resultados de su actuación en esos ámbitos. ¿Cuál es la situación hoy de nuestro país según las dos dimensiones? Veamos algunos datos básicos, empezando por materias que requieren, sin discusión, de posiciones y actuaciones comunes.


La lucha contra el terrorismo ha impulsado durante una serie de años el liderazgo de España, tanto en el Consejo como en el Parlamento Europeo, en materia de seguridad, justicia y libertades en las que las posiciones españolas han sido un referente, claramente así ocurrió con los Gobiernos de José Ma Aznar. Esa posición ha quedado truncada por la ruptura del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo y, por tanto, por la ausencia de unidad entre las dos grandes fuerzas políticas nacionales, lo que debilita la posición de España y hace que en los otros Estados miembros se nos perciba con escepticismo.


eylue_img1.jpgOtro ámbito común de actuación de primer orden es la inmigración. Por el intenso desarrollo que ése fenómeno ha tenido en España en los últimos años, el crecimiento más elevado de la Unión Europea, y por constituir la puerta geográfica más cercana a los grandes focos de inmigración de África, deberíamos de ser líderes en las políticas comunitarias en esta materia. Sin embargo, contrariamente a ello, un conjunto de decisiones unilaterales por parte del Gobierno socialista, pero con consecuencias que traspasan nuestras fronteras, ha convertido a España en el blanco de aceradas críticas por parte de Gobiernos de tanto peso como Alemania y Francia, y también otros, arrinconándonos en una posición de descrédito.


La otra perspectiva para abordar la situación de un país en la Unión Europea es su capacidad para competir en un mercado progresivamente único, aun cuando sectores esenciales como el de los servicios todavía estén en el prólogo de la integración. Este es un terreno que depende de las políticas nacionales y que presenta un balance extraordinariamente preocupante pero sobre el que las hojas de un crecimiento económico superior al de la media comunitaria no permiten ver con toda rotundidad un bosque cada vez más depauperado y con menos recursos competitivos.


Se puede afirmar que no hay día en el que datos, estudios, análisis de toda clase y de fuentes académicas, empresariales, institucionales nacionales e internacionales, incluyendo la Comisión Europea, no hagan una radiografía tipo de la situación de la economía española como la siguiente: una inflación superior a la media comunitaria; unas tasas de crecimiento de la productividad que sólo alcanzan la mitad de la media de la zona euro; un empleo que sólo crece en sectores de baja formación; la innovación no solamente tiene un desarrollo escaso sino que la posición de España está retrocediendo (dato alarmante correspondiente al año 2005 de la Carta de tendencias de la innovación en Europa, compuesto por un conjunto de 26 indicadores); las exportaciones son mayoritariamente de productos con un bajo valor añadido tecnológico, lo que incide directamente en el elevado déficit comercial. Pocas veces se pueden encontrar menos fisuras en la descripción de una realidad y a la vez menos preocupación por parte de un Gobierno sobre una situación que, insisto, tanto cubre la espesa veladura de un crecimiento económico que pivota sobre arenas movedizas.


El prestigio ganado por España en la Unión Europea por muchas razones y desde hace mucho tiempo es grande, aunque nadie podrá discutir el impulso de confianza, de seriedad y de credibilidad que supusieron las políticas que nos condujeron al ingreso en el euro, pero la creciente posición periférica en la que se encuentra el Gobierno de Rodríguez Zapatero respecto de los grandes temas comunitarios, combinado con la progresiva pérdida de capacidad competitiva de la economía española, dibujan una realidad que hace necesaria una corrección a fondo y urgente del rumbo de los intereses españoles en la Unión Europea.

Eurodiputada