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Cómo sobrevive -incluso óptimamente- la democracia liberal en un escenario sociopolítico de orden radical como el que están implantando José Luis Rodriguez Zapatero y el PSOE en España?

La cuestión se plantea cuando se cumple algo más de un año de este «experimento» y una vez que los resultados de las elecciones de Galicia abrieron a finales de junio la posibilidad de un nuevo frente de poder de la izquierda y el nacionalismo gallego.

Esta experiencia gallega y otros casos próximos nos ayudarán a ilustrar cuatro ideas básicas sobre las que se sustenta el modelo radical llamado por sus mentores «nuevo radicalismo», «democracia radical», o por otros, como Zapatero, «nueva izquierda», y cómo se está llevando a cabo su implantación para sustituir de facto a la democracia liberal.

La primera de estas ideas es debilitar el Estado. La segunda, implantar una realidad artificial que niega la existencia de la propia realidad, personal y general, e impone el control y dominio de la «nueva realidad». La tercera es hacer irreversible lo que se quiere imponer, antes de empezar, para que efectivamente el proceso sea considerado por la mayoría como algo imparable. Y la cuarta es la sustitución del principio representativo y de gobierno de la «voluntad de las mayorías» por el de la «suma de minorías».

Estos cuatro ejes-motor son los que actúan simultáneamente en la aplicación del modelo radical. En la campaña electoral gallega los socialistas pusieron una vez más en circulación el mensaje del cambio. ¿Existía realmente una demanda social y política mayoritaria en la dirección que proclamó sin cesar el candidato socialista, Emilio Pérez Touriño?

UN CAMBIO DE PODER, SIN UN CAMBIO SOCIAL SUBYACIENTE

Los resultados de las elecciones demostraron que no. Después de gobernar durante quince años consecutivos el Partido Popular ha vuelto a ser la fuerza con más representación parlamentaria con mucha diferencia (45,2% y 37 escaños). Seguida del PSdeG-PSOE (33,2% y 25 escaños) y del BNG (18,7% y 13 escaños). Los socialistas ni siquiera han llegado a alcanzar su techo de 1989, cuando obtuvieron 28 escaños. Lo que han hecho ha sido recuperar parte de su terreno perdido.

Sin embargo, nada más conocerse los resultados finales, los socialistas volvieron a hablar de su candidato como del «presidente del cambio» (José Blanco) y de «un cambio radical» (Jordi Sevilla). De hecho no hubo un socialista que no repitiese el mismo mensaje. ¿Pero de qué cambio hablaban si no habían ganado y se habían quedado a 12 puntos y 12 escaños de diferencia del primero? Esa es precisamente la forma de imponer su realidad artificial.

El hecho de que el sistema electoral español permita a dos minorías gobernar si tienen un escaño más que el ganador, supone que la suma aritmética de los socialistas y nacionalistas les permite gobernar en alianza. Este cambio de poder lo presentan como un «movimiento por el cambio» de la sociedad y, sin más, lo asocian a sus propios objetivos políticos de un cambio del modelo de Estado y constitucional. Hasta el socio nacionalista (BNG) que ha llegado a perder en estas elecciones cuatro escaños y 35.000 votos con relación a las de 2001, pide un nuevo estatuto en el que Galicia pase a tener categoría de «nación» y 21.000 millones de euros de una teórica «deuda histórica» del Estado con esta comunidad.

Se comprueba así cómo funcionan los cuatro ejes-motor del modelo radical que está implantando Zapatero. Hace realidad un cambio social que no se manifiesta en las urnas; impide que gobiernen los que han ganado por una mayoría amplia sustituyendo la «voluntad de la mayoría» por la «suma de minorías»; y todo ello se asimila a los objetivos de poder el proyecto Zapatero, haciendo ver que ahora es más irreversible que nunca. La debilidad del Estado es una consecuencia de todo lo anterior. El propio jefe del Gobierno de la nación ha admitido que no tiene inconveniente en que las comunidades autonómicas pasen a denominarse nación cada una de ellas.

De esta forma una crisis de diseño como la implantada por la izquierda y los movimientos separatistas y antisistema, en su oposición al último gobierno de Aznar, se convierte en una crisis real.

Todo pasa a ponerse en cuestión. El modelo de Estado, la familia, la lucha antiterrorista, la justicia, la política exterior, la Constitución… El paradigma radical se va imponiendo de manera efectiva en el día a día. Más de la mitad de los medios de comunicación actúan sistemáticamente como una maquinaria con el objetivo de implantar el mensaje radical. El hecho de que algunos no sean conscientes de ello no implica que no participen de esa estrategia, pues el desconocimiento del objetivo último forma parte de los libros y manuales teóricos y prácticos que sirven de guía al movimiento radical.

UNA CRISIS CRÓNICA

El proceso de implantación de un modelo radical hace que el escenario esté marcado por una crisis crónica. Es una consecuencia lógica de tratar de imponer un modelo incompatible con lo que representa una democracia liberal en su concepción, valores y funcionamiento del sistema. Pero quienes dirigen un proyecto radical tienen en el escenario de crisis su medio favorable. Son ellos quienes utilizan el divide y vencerás, el todo vale, el saltarse las reglas.

Así, las minorías, que en su representación parlamentaria no llegan a superar el dígito, tienen más poder que una oposición que representa a casi diez millones de votantes y el 38%. El Tribunal Supremo condena al presidente del Parlamento vasco, pero la sentencia nunca se ejecuta. El Gobierno y el fiscal General del Estado no instan a los jueces a la investigación e ilegalización de un partido sobre el que las fuerzas de seguridad informan a Zapatero de ser una sucursal de la banda terrorista ETA.

Hace algo más de un año analizaba en estas mismas páginas los efectos derivados de la masacre terrorista del 11-M en Madrid (192 muertos y más de 1.500 heridos) con el objetivo político de influir en el resultado electoral y sustituir al gobierno popular por otro de izquierdas y radical: Los que diseñaron el atentado consiguieron su objetivo de debilitar a España en su política exterior e interior.

Si aquello fue un atentado contra el gobierno del Partido Popular, no es casualidad que quienes se beneficiaron políticamente del mismo hayan llegado a unas conclusiones en sus investigaciones parlamentarias de que el culpable fue el PP. A Zapatero y sus socios no les ha interesado descubrir quién fue el cerebro de los atentados y otros vericuetos -porque han cerrado la comisión-, sino culpar al PP. Esto forma parte de la estrategia de implantar una realidad artificial: se atribuye al otro lo que no se quiere que descubran en uno mismo.

En todo esto hay mucha sofisticación y ciencia. En la psicología política está muy estudiada la eficacia de representar dos modelos para manipular las conciencias y sentimientos. Uno es el modelo simpático y que cae bien a primera vista; y el otro el que produce antipatía y rechazo (en las prácticas suelen utilizar animales, pero seguro que a la hora de pensar en la política actual al lector le resultará fácil poner rostros conocidos que representan los dos casos). La opinión pública reacciona mayoritariamente en relación con estos dos modelos. Por eso el modelo radical identifica enseguida el hombre a destruir. Convierte su imagen en algo antipático, malo, detestable.

Días antes de escribir este artículo acudí con mi esposa a una tienda de alimentos después de dejar la oficina, y la dependienta nos informó que no podíamos adquirir la botella de vino que deseábamos comprar. Una amable señorita nos informó que desde que se implantó la «ley Aznar» no se podían adquirir bebidas alcohólicas a partir de una hora. Al decirle que no sabía que existiera tal ley, me comentó que es «como la conocen los jóvenes». En realidad, según pude descubrir, Aznar nada tenía que ver con unas medidas que habían sido adoptadas por algunas comunidades para frenar el abuso masivo de bebidas alcohólicas entre los jóvenes, pero sus enemigos han conseguido que muchos jóvenes le culpabilicen de ello, gracias a su campaña sistemática, larga, y bien pagada, para destruir su figura (hasta el diario El País le llegó a comparar en un editorial con el terrorista más buscado del mundo, Bin Laden).

Es el mundo de lo radical. En él, el terrorismo es parte del «juego». Es utilizado como fuerza de intimidación y mediatización del sistema y de la población. El País Vasco es un caso muy ilustrativo de cómo un modelo radical utiliza el terrorismo e implanta un poder antidemocrático dentro de un sistema constitucional y democrático. De tal forma que un 50% de la representación política ejerce el poder del 100%, con capacidad para influir en la política nacional de una manera decisiva.

En ese mundo radical, el proyecto de Zapatero hoy se considera una avanzadilla. Hace unos meses unos portavoces de Batasuna (organización ilegalizada por terrorismo) habían declarado en una rueda de prensa que Zapatero suponía una oportunidad, porque era una referencia en el mundo radical y de los movimientos antiimperialistas. Arnaldo Otegi, en el momento de ser acusado por el juez de ser un dirigente de la banda terrorista ETA, se identificó como interlocutor de Zapatero y su gobierno.

El resultado de este proceso es que Zapatero rompió su pacto de Estado con el PP por las libertades y contra el terrorismo, y al mismo tiempo aprobó con sus socios comunistas y separatistas una resolución en el Parlamento que abría la posibilidad al diálogo con la banda terrorista ETA. La primera exigencia de ETA y de los movimientos comunistas y separatistas es romper con el PP, porque es la única fuerza política, junto a lo que representa socialmente, que no se ha doblegado a sus objetivos rupturistas. Al contrario, cuando cayó el PP del gobierno, los terroristas estaban en fase terminal, gracias a la ofensiva desplegada por el Estado en todos los frentes, internos y exterior.

¿Cómo sobreviven entonces la democracia liberal y sus ciudadanos en este escenario hostil? La experiencia conocida no deja lugar a dudas: la batalla de la democracia frente al radicalismo de la izquierda y los nacionalismos se gana con más democracia. Dando la batalla ideológica y de la comunicación por los valores democráticos, éticos, y morales, en todos los órdenes y momentos.

La clave de esta batalla no radica en la fortaleza del modelo radical sino en la del sistema liberal y de quienes lo defienden (defendemos).

POTENCIAR LA SOCIEDAD CRITICA

La manipulación de los conceptos, de las conciencias y de los sentimientos forma parte de la estrategia radical, y Zapatero ha envuelto sus negociaciones con el mundo de ETA en un lenguaje pacifista. De esta forma «compra» la teoría etarra de que están en guerra contra España, algo que como es natural el Estado no ha reconocido nunca a los delincuentes por terrorismo, y al mismo tiempo trata de hacer creer a la opinión pública que el fin del terrorismo no llegará con el PP sino dialogando con los terroristas.

La respuesta de la mayoría social fue clara, cuando cientos de miles de personas se manifestaron el 4 de junio en las calles de Madrid contra ese propósito de Zapatero. El presidente del Gobierno tuvo que escuchar más tarde la respuesta a su teoría pacifista de la portavoz de una fundación de víctimas del terrorismo: «Las víctimas del terrorismo no queremos ser víctimas de la paz».

La democracia liberal no se gana con la mera gestión de las instituciones y del poder, se gana movilizando la libertad y dando la máxima transparencia a cualquier proceso. Si hay transparencia y los ciudadanos saben que detrás de las exigencias para tener más autonomía e independencia se esconde implantar un nuevo sistema de privilegios y control partidista del poder, con perjuicio para la mayoría, ésta estará en contra.

Para defender la democracia hay que exigir a los partidos políticos que sometan sus propuestas al electorado. Los radicales no lo hacen nunca, porque saben que pierden. En la campaña electoral gallega se volvió a dar el caso. Los socialistas y BNG sabían de antemano que no ganarían y su única posibilidad sería gobernar juntos. Pero no presentaron un proyecto común a los electores. Los nacionalistas se presentaron de nacionalistas y radicales, y como hemos visto descendieron de forma significativa.

Nada de lo que están desarrollando Zapatero y sus socios en esta legislatura les fue propuesto a los electores, a pesar de que representa un cambio del modelo constitucional y del Estado autonómico. Sin embargo, antes de ser sometido a la aprobación del Parlamento autonómico catalán se diagnosticaron hasta veintisiete casos de inconstitucionalidad en el nuevo proyecto de Estatuto. La estrategia radical de la izquierda y los separatistas consiste en hacer campaña «contra la derecha» para conseguir los votos, y una vez en el poder utilizarlos para cambiar el sistema político de forma unilateral y partidista. Es una estrategia de ocultación y hechos consumados.

Uno de los datos más significativos para entender la batalla ideológica del liberalismo contra el radicalismo es que el desarrollo y la fortaleza de la democracia liberal es coincidente con los países o espacios en donde más se ha desarrollado lo que conocemos como sociedad del conocimiento (consecuencia de la sociedad de la información). La razón es sencilla, el conocimiento potencia una sociedad crítica, que es exactamente la que rechaza un modelo radical.

El poder radical busca dominar el pensamiento débil, sabiendo que es fácilmente manipulable y que en la mayoría de los casos ni percibe que lo es, con lo cual no reacciona en contra. Los rasgos de su personalidad coinciden con frecuencia con lo que filosóficamente ha sido definido como «personalidad autoritaria». Personas conformistas y sumisas hacia el poder, que tienden a la resignación y el desestimiento. Con predisposición al mismo tiempo a la agresividad con aquellos que «deben» ser atacados, y que en este caso suelen coincidir con los líderes y políticos rivales que son objeto de campañas de acoso y derribo por parte de los radicales.

Una sociedad crítica trasciende las fronteras partidistas y las barreras psicológicas más primarias, para defender los fundamentos y valores democráticos del sistema, porque sabe que en ello descansa su propia libertad, bienestar, seguridad, y capacidad de desarrollo. Una sociedad crítica es fuerte y defiende un Estado fuerte.

George W. Bush y Tony Blair lideran partidos de ideología diferente, pero han conseguido sucesivas victorias electorales con la mayoría de los medios en contra. ¿Por qué? Porque tienen el respaldo de la sociedad crítica, que es algo más de ser de derechas y de izquierdas.