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Ofrecemos a continuación una entrevista a Manuel Lucena después de intervenir en una ponencia en la mesa redonda Vigencia del pasado, del I Congreso Internacional Hispanoamericano.

 

[Transcritas y ligeramente editadas las respuestas de Manuel Lucena son las siguientes]:

Mi aportación sobre la vigencia del pasado ha tenido que ver con eso que llamamos pasado. Este forma parte del tejido del presente y en él existe una contaminación tóxica en torno al concepto de la hispanidad y del mundo hispano. Hay unos estereotipos o verdades cansadas, como las definió George Steiner, que tienen un origen histórico y tienen un comienzo y deberían tener también un final. Dentro de esos estereotipos o verdades cansadas que arrastramos en torno al mundo hispánico, destacaría unas palabras que los designan. Una es el victimismo: la culpa siempre es de otro. Nuestros sistemas políticos, nuestras élites, el votante medio, en una era neopopulista como la que padecemos a escala global, tiende a pensar que la culpa es de otro y que hay algún imperio, en algún momento, al cual echarle la culpa de las cosas que ocurren. El victimismo es un estereotipo y una manera de negar una realidad compleja y de no gestionarla.

Segundo estereotipo, la llamada fracasología: si miramos al pasado solamente es para recalcar que nos espera un futuro terrorífico, porque tenemos una especie de pecado original, una genealogía equivocada, una carencia de modernidad. Todos estas son invenciones de la leyenda negra de un modo u otro, y si miramos al pasado no es para recuperar un sendero de virtud o un protocolo de comunidad política democrática y organizada e institucionalizada, sino para sentirnos peor y sobre todo para desarmar las posibilidades de construir sociedades abiertas hacia el futuro, globales, que hagan las cosas como corresponde y que incrementen, entre otras cosas, el bienestar medio de la población.

Tercer estereotipo, la llamada porno miseria. La palabra porno miseria procede de Colombia en los años 70 y designa una categorización forzosa en la cual si podemos contar lo peor de nosotros mismos por qué quedarnos solo con lo malo. La porno miseria es todo lo que tiene que ver con la narco literatura, con el narco arte, con las teleseries que alimentan que en el mundo hispano todo lo peor está por venir. Hay en eso una lente deformada, estamos torcidos a la hora de definirnos. Alteramos y perdemos nuestra imagen de quiénes somos, la autoimagen y la hetero imagen: el cómo nos vemos y el cómo nos ven. Y al final, resulta que estamos condenados a una periferia de la historia; a ser explicados solo desde el excepcionalismo, la calamidad, el desastre y la falta de instituciones. Todo esto es una ficción. Fue inventada por literatos muy buenos… quizá nos hubiera ido mejor si hubiéramos tenido peores novelistas. Esto se tiene que terminar, tenemos que ponernos en el año 2022, la globalización es una enorme creadora de oportunidades y tenemos que estar a la altura de este reto.


El historiador puede imaginar a partir de las fuentes disponibles, pero no puede inventar nunca. Ese es el abrazo de la muerte del historiador (Manuel Lucena)


Respecto a la memoria y la historia, que hemos tratado en la mesa redonda, hay que decir que, por definición, la memoria es una cosa y la historia es otra. La frase memoria histórica no existe; es un oxímoron desde el punto de vista de un historiador profesional. El historiador está obligado a mostrar la complejidad, a hacer crítica de fuentes, a discriminar la verdad de la mentira. Y ahí están las fuentes, en los archivos, en las bibliotecas o donde haga falta, como parte del aparato de argumentación, de explicación que constituye la narrativa historiográfica. Y, en ese sentido, es letal, es tóxico confundir la memoria con la historia. La memoria es una ficción, es una invención, no está basada en fuentes en el sentido historiográfico del término. Puede utilizar las fuentes, pero yo niego que la posibilidad de utilizar este término desde el punto de vista de la historia profesional.

El historiador puede imaginar a partir de las fuentes disponibles, pero no puede inventar nunca. Ese es el abrazo de la muerte del historiador. Desde el punto de vista de la teoría literaria, la historia pertenece a las disciplinas de no ficción. La antropología, la política, la economía, la historia no pueden contar mentiras, no pueden ser ficciones. Tienen que contar evaluaciones modestas, aproximativas de la realidad a partir de los datos disponibles. Hay que distinguirlo muy bien de lo que es la memoria, que es una fuente más de la historia y del historiador. Hay muchísima historia oral basada en la memoria de los contemporáneos de una batalla por decir algo. Pero la obligación del historiador es discriminar qué de todo aquello le sirve para hacer historia y qué de todo aquello es verdad o no puede ser verdad o sencillamente es mentira. La función de la historiador es discriminar lo que es verdadero y contarlo, y explicarlo a sus contemporáneos. El uso del término memoria histórica simplemente es una moda, incluso legislativa, pero no existe la memoria histórica, para un historiador profesional.

La cátedra del Español y la Hispanidad de las universidades de la Comunidad de Madrid en la Fundación Madri+d, tiene como objetivo fundamental poner en valor la experiencia de comunidad compartida que nos da el tener el segundo idioma global y el primer idioma global latino, que es el español. El proyecto fundamentalmente se dirige a valorar los esfuerzos de las universidades, a buscar horizontes prospectivos globales, y, por qué no decirlo, a contribuir en la creación de una autoestima del uso del hablante y de los tejidos innovadores asociados al valor del español. Y, en segundo término, tiene una vertiente histórica: que la historia no sea un componente negativo o negacionista de la existencia cívica de nuestras sociedades que comparten el español como herramienta, como protocolo de comunicación global.

Queremos acercarnos a los problemas y retos de la experiencia compartida, con una mirada global que entienda que hay un vaso medio lleno, además de un vaso medio vacío; y no solamente hablar del vaso medio vacío. Con mucha modestia y con muchas ganas de escuchar, la cátedra pretende poner en valor lo que las universidades de la Comunidad de Madrid hacen. E insisto, entender que somos globales porque hablamos español, nada menos pero tampoco nada más.


La historia cuenta cosas, la historia es una disciplina de no ficción y por lo tanto, cuanto mejor escribe un historiador, mejor será capaz de contar lo complejo que fue el pasado humano (Manuel Lucena)


La historia tiene dos componentes cruciales es una ciencia y es un arte. Es una ciencia en el sentido en el que no hay historia sin fuentes, no hay historia sin cronología; es una flecha en el tiempo, es decir todo lo que tiene que ver con la evaluación científica de los hechos del pasado, con el acercamiento a las fuentes que son capaces de aportar información. Todo lo que la arqueología puede evidenciar de un paisaje cultural mediante una excavación; todo lo que nos puede contar un naufragio, un pecio, en el caso del patrimonio subacuático. Leer el pasado se tiene que hacer a partir de lo que la ciencia de aproximación al pasado permite calibrar.

Pero la historia es también una narrativa. La historia cuenta cosas, es una disciplina de no ficción y por lo tanto, cuanto mejor escribe un historiador, mejor será capaz de contar lo complejo que fue el pasado humano. Así que hay una correlación entre escribir bien y ser buen historiador, como me enseñó mi querido maestro John Elliott, y toda la escuela británica es muy tajante a la hora de educarte en la importancia de la narrativa. Un historiador es un escritor profesional. Es un contador de historias, en el sentido en que la historia es también una narrativa de interpretación de lo que ha ocurrido en el pasado.


La aproximación a la historia forma parte de la educación cívica en nuestras sociedades democráticas y, por lo tanto, la historia es lo que cada uno quiere interpretar en su intento por entender el mundo y por desarrollarse como ciudadano (Manuel Lucena)


Hay una vieja aproximación alrededor de la idea de que la historia la escriben los vencedores, pero también la escriben los vencidos. La historia oficial de lo que ocurrió en la América hispana en el siglo XIX la han acabado escribiendo más los vencidos que los vencedores. La historia de los vencedores está arrinconada a la historia de los patricios. La llamada historia oficial de la fundación de la república, la historia de los padres fundadores de las repúblicas hispanoamericanas actuales.

Creo que esto es una frase repetida muy del mayo del 68, pero la historia no la escriben los vencedores, es mentira, porque la escriben los historiadores y desde su perspectiva se ha recuperado la historia de un molinero del norte de Italia, como hizo Carlo Ginzburg [autor de El queso y los gusanos: el cosmos de un molinero del siglo XVI], o un soldado que está en una batalla, o también lo que piensa un general. Y en ese sentido, creo que el impacto de todo lo vinculado con la narrativa visual, ha ayudado mucho a que la historia adquiera perspectivismo. La historia de una batalla ya no se puede contar solo desde el punto de vista de un general, sino que hay contarla también desde el punto de vista de un soldado. Y ese perspectivismo ha diluido algo que (insisto, creo que nunca existió) y es la idea de que la historia la escriben los vencedores… la historia la escribe la sociedad civil.

La aproximación a la historia forma parte de la educación cívica en nuestras sociedades democráticas y, por lo tanto, la historia es lo que cada uno quiere interpretar en su intento por entender el mundo y por desarrollarse como ciudadano. Hay una correlación entre la ambición de entender las sociedades humanas y la capacidad de la historia para aportar ahí elementos cruciales.

Yo creo que existe una mirada al mundo hispana, particular; y los apologistas de cierto cine de Hollywood lo llaman el ser latino, el comportarnos como latinos. Eso es una identificación con unos elementos de conducta estereotípica previstos. Yo creo que sí existe esa mirada particular. La globalización tiene que ver con los imperios, y el imperio español, que fue la matriz de la primera globalización, definió elementos como el apego a la familia extensa; la comunicación emocional; la dificultad para crear instituciones perdurables, y la facilidad, en cambio, para crear redes sociales. Somos muy amigueros (utilizando una palabra del español americano), pero somos muy malos haciendo instituciones. Queremos enseguida empezar desde cero con otra Constitución, que es otra utopía imposible de cumplir, como si eso fuera a servir de algo. Y por supuesto, la matriz de comportamiento vinculada con el idioma, porque el idioma es una visión del mundo. Y la religión católica, el providencialismo cristiano y católico forma parte de la manera compartida de ver el mundo en el cual nos hemos formado.

Es cierto que los tópicos de la ficción distorsionan la imagen de Hispanoamérica. Las películas de Hollywood están llenas de mentiras, las teleseries sobre narcotraficantes están llenas de mentiras y la visión de la leyenda negra que nos convierte a los malos de la película por obligación, es mentira. En la creación de tramas y en la industria cultural de la ficción, para que haya un bueno tiene que haber un malo, para que haya luz tiene que haber oscuridad. En ese contexto, a un habitante del Medio Oeste de EE.UU.  o a un señor del sur de Alemania le viene fenomenal pensar que en España somos gente malísima, gente que no paga las multas, gente que no va a votar y que somos Estados fracasados, porque así se siente mucho mejor. Es una operación de creación del exotismo. Y allí seguimos condenados porque no somos capaces de creernos que somos otra cosa y que estos son ficciones. Tendríamos que empezar por distinguir la mentira de la verdad, la ficción de la no ficción. No tenemos que ser reactivos en exceso, pero sí tenemos que ser capaces de contar nuestra propia versión. Las guerras culturales no se pueden perder por incomparecencia; hay que comparecer y contar nuestra versión de lo que ocurrió y en eso es en lo que estamos.


Me permito recomendar Delirio americano del colombiano Carlos Granés como una gran sugerencia para acercarnos al día de hoy a la América hispana actual. (Manuel Lucena)


Respecto a libros que reflejen la realidad de Hispanoamérica, yo diría que si usted va a viajar a Colombia, no lea Cien años de soledad para preparar su viaje y hacer buenos negocios. Si quiere venir a España, no lea la Carmen de Mérimée pensando que esto es Andalucía… ya vale de que somos el país del abanico y la siesta, aquí se trabaja mucho. Hay que huir de las atmósferas tóxicas para preparar los escenarios.

Me permito recomendar Delirio americano del colombiano Carlos Granés. Es una historia cultural y política de los siglos XIX y XX en la América hispana, que actualiza muy bien los viejos problemas de lo utópico, del providencialismo, de la manía de hacer una revolución para empezar desde cero, que ya sabemos que es el camino directo al fracaso. Me permito recomendarlo como una gran sugerencia para acercarnos al día de hoy a la América hispana actual.


[Manuel Lucena Giraldo es doctor en Historia de América, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y profesor asociado del Instituto de Empresa/IE University y ESCP Business School Europe. Recientemente ha sido nombrado director de la Cátedra del español y la Hispanidad. Ha sido profesor visitante en la Universidad de Harvard, Lecturer BOSP en Stanford University e investigador y profesor visitante en Tufts University (Boston), Pontificia Universidad Javeriana (Colombia), IVIC (Venezuela), Universidad de los Andes (Chile y Colombia), Colegio de México y St. Antony’s College de la Universidad de Oxford.

Ha sido agregado de educación en la Embajada de España en Colombia y desempeñó cargos de gestión de educación superior. Es miembro de los consejos de redacción de Culture & History y Revista de Occidente. Forma parte del consejo asesor de National Geographic en historia global. Es miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, de la Academia Colombiana de la Historia, y del comité de sección de la Academia Europea. Ha sido condecorado con la cruz de oficial de la orden del mérito civil y la cruz de plata de la orden del mérito de la Guardia civil.

Autor, entre otras obras, de Francisco de Miranda: el precursor de la independencia de Venezuela (1989); A los cuatro vientos. Las ciudades de la América Hispánica (2006); Ruptura y reconciliación: España y el reconocimiento de las independencias latinoamericanas (2012) y editor científico de Atlas of Spanish Exploration and Discovery (2017)]