¿Por qué un analista de la realidad internacional, siempre en busca de JL las causas últimas de los acontecimientos, puede acabar cultivando la literatura y, en especial, la novela histórica? ¿Acaso pretende evadirse a través de la ficción de los engaños y desengaños percibidos en los contrastes cotidianos entre la teoría y la realidad? Puede que en ocasiones sea así y algún antiguo corresponsal de guerra se haya lanzado a navegar por las novelas de aventuras y los escenarios exóticos que conformaron la biblioteca de su infancia. En la mayoría de los casos, la vocación tardía por la literatura es sobre todo la consecuencia de la pasión por escribir.
Para un estudioso de la sociedad internacional acaban por resultar insuficientes las estadísticas e informes de comisiones especializadas y adquieren cada vez más importancia las experiencias y sentimientos personales. Se impone el convencimiento de que la literatura siempre triunfa sobre la fugacidad de las crónicas y que una obra novelesca puede transmitir las ideas que el reducido espacio de una columna, muchas veces descriptiva, apenas puede abarcar. Nacen así novelas que ganan el favor de un público ayuno de memoria histórica pero siempre dispuesto a dejarse llevar del placer de leer y a recorrer una multiplicidad de senderos a través del espacio y del tiempo. Lo importante es tener ideas que transmitir, pues de lo contrario sólo saldrán bestsellers seudohistóricos con sus correspondientes dosis de naturalismo conformista y pesimista. Si no es así, la obra literaria será lo más parecido a una novela filosófica en la tradición del XVIII francés y con resonancias del didactismo de Voltaire, Diderot o Rousseau.
Las novelas del libanés Amin Maalouf, antiguo redactor de Jeune Afrique, responden a este planteamiento. La última publicada, El viaje de Baldassare, nos presentaba a un héroe cartesiano del siglo XVII, una especie de contraste para un mundo actual entregado en cuerpo y alma a la seducción de las emociones instantáneas. Maalouf obtuvo el premio Goncourt en 1993, y en 2001 el ganador ha sido el polirólogo Jean Christophe Rufin, médico y ex vicepresidente de Médicos sin Fronteras. Rouge Brésil, la obra galardonada, no es sólo una novela histórica sino, sobre todo, filosófica.
LA SEGURIDAD DEL LIMES Y LA AYUDA HUMANITARIA
Rufin ha conocido personaImene los conflictos de lasarmasy de las mentalidades en Etiopía, Afganistán, Bosnia, Ruanda o Brasil. Como investigador del Instituc Français de Relations Internationa les (IFRI), ha cuestionado muchas veces el orden mundial surgido tras la Guerra Fría, que en el fondo sólo sería una reconstrucción del viejo límes romano para mantener a buen recaudo a los bárbaros -los pueblos del sur-. En El imperio y los nuevos bárbaros (tr. española: 1993) Rufin denunciaba que Occidente tiende a inclinarse por la opción de Marco Aurelio, el emperador humanista representante de la filosofía griega y el derecho romano. Los ideales humanistas se aplicarían únicamente a los pueblos del norte del nuevo limes.
Al leer este libro, se tiene la impresión de que se está negando implícitamente la universalidad de los derechos humanos pese a que se proclame, a bombo y platillo, la victoria mundial de la democracia y el Estado de Derecho. Occidente se aferra a la seguridad simbolizada en Marco Aurelio pero parte inconscientemente de una premisa falsa: los hombres del sur, con su aspecto llamativo y sus extraños peinados, no son iguales a los que viven en el mundo desarrollado. Recuerdo haber mostrado en cierta ocasión a un profesor de filosofía uno de mis artículos sobre Amin Maalouf. En un principio, se resistió a leerlo, pertrechado de las inevitables alusiones a otra tradición u otra cultura. Tras leerlo, cambió de opinión aunque quizá no quedó convencido del todo. Pero también coexiste ahora otra postura contraria, no mencionada en el citado ensayo de Rufin, y está representada por quienes creen que caminamos hacia una nueva humanidad de la mano de la tecnología y del inglés como lingua franca. Esta uniformidad globalizadora hace un apresurado entierro de la historia y minusvalora culturas y tradiciones pero al final se encontrará con que ni siquiera le cuadran sus balances económicos.
Las causas perdidas, la última novela de Rufin editada en España, ha tenido una buena acogida, y previamente había ganado en Francia el Prix Interallié de 1999. En ella se ponen en duda algunas de las actuaciones y motivaciones de los nuevos samaritanos de nuestro tiempo: los cooperantes humanitarios. Los protagonistas del libro son esos hombres y mujeres de la ayuda de urgencia sobre el terreno. Estos distribuidores de alimentos y medicinas representan la reacción instintiva de las sociedades occidentales contra la cascada de imágenes terribles servida habitualmente por los telediarios. El escenario de la historia es la hambruna de la Etiopía de 1985 y allí acuden personas de una generación huérfana de ideologías y que quizás un siglo antes hubieran sido exploradores, soldados o traficantes de marfil. Detrás de muchos de ellos late el deseo de escapar de la rutina diaria, de la monotonía del trabajo que antes realizaban probablemente en la clínica de una barriada distante de una gran ciudad. Enrolarse en el banderín humanitario responde a la aspiración a una vida más plena. Rufin conoce aquello de que habla, pues él estuvo allí en aquella época aunque la narración está dirigida por un anciano comerciante armenio de Eritrea, Hilarión Grigorian, un hombre que sabe combinar sabiduría de la vida, escepticismo y buen corazón. Grigorian certificará el contraste entre el afán altruista de los europeos y la manipulación política que hace de su tarea el Gobierno etíope. Este aprovechará la ocasión para un desplazamiento forzoso de las poblaciones eritreas a zonas del sur prácticamente deshabitadas. Muchos recordarán aún el entusiasmo filantrópico de los jóvenes de 1985 que se movían al son de conciertos de rock multitudinarios y de canciones como We are the world, we are the children y, sin embargo, la realidad sobre el terreno podía ser muy diferente.
Grégoire, otro de los protagonistas de la aventura humanitaria de Las causas perdidas, terminará por ser expulsado de Etiopía y volverá a Francia sin haber encontrado «una razón para morir». Su trayectoria existencial no queda cerrada con el fin del libro y es fácil adivinar que su vida seguirá siendo una perpetua búsqueda, pues él mismo reconoce que no le convencen las razones en forma de coches, casas, buenos empleos y distinciones que esgrimen para vivir sus amigos y compañeros.
Tras leer Las causas perdidas, me pregunto si el mundo occidental no estará sustituyendo el humanismo por el humanitarismo, la cooperación al desarrollo social y económico de los pueblos por voluntaristas ayudas de urgencias ante catástrofes provocadas o naturales. Detrás de este altruismo, ¿no se oculta la lógica implacable de la teoría y práctica de un limes para los pueblos del sur?
BUENOS SALVAJES Y HUMANISMO
Rouge Brésil, novela ganadora del Premio Goncourt, nos sitúa ante un hecho histórico poco conocido: el de la expedición francesa a Brasil en 1555 que establecería una colonia en una isla deshabitada de la bahía de Guanabara, frente a la actual Río de Janeiro. Poco importaba que entonces Francia estuviera en paz con Portugal, pues Enrique II de Francia compartía las ideas de su padre, Francisco I, de no someter las ambiciones territoriales galas a las disposiciones de bulas o tratados que beneficiaran a los Estados ibéricos. La política, la economía y la teología van unidas en la aventura brasileña de Nicolás de Villegagnon, un caballero de Malta que demuestra ser un utopista de la civilización. Su tripulación de panaderos, viñadores y ebanistas naufragará ante los embates de las controversias teológicas promovidas por sus compañeros calvinistas, anticipadoras con pocos años de diferencia los horrores de las guerras de religión en Francia. El eje conductor del relato son Just y Colombe, dos gemelos de pocos años que fueron llevados forzosamente en la expedición para que aprendieran el lenguaje de los indígenas y sirvieran de intérpretes. Just tomará al final partido por los colonizadores pero su hermana Colombe lo hará por los indios. ¿Toma partido también Rufin por el buen salvaje, puro e inocente, frente a los bárbaros civilizados? Seguramente hubiera suscrito los versos de Ronsard que invitaban a los colonizadores de su época a dejar en paz a aquellas gentes supuestamente felices, sin aparentes penas ni preocupaciones, e incluso el propio poeta se mostraba envidioso de su idílica condición.
Más allá de las impresiones aparentes de un libro a caballo entre la novela filosófica del XVIII y Julio Verne, no hay que olvidar que Rufin es de los que afirman que la naturaleza humana es capaz tanto de lo mejor como de lo peor. El autor tiene sobrada experiencia de que las buenas intenciones nunca son suficientes ni garantizan de por sí los resultados. Las buenas intenciones del quijotesca caballero civilizador francés se dan por descontadas pero también es real el aluvión de violencias, cobardías y traiciones que llevará a los hombres de la expedición a matarse entre ellos.
Rufin ha señalado que en Rouge Brésil se enfrenta a Calvino contra Montaigne. Fue el filósofo de Burdeos e! que puso en circulación el mito del buen salvaje y sembró dudas sobre quiénes eran en realidad los bárbaros y caníbales. Todavía resultan atractivos en el mundo de hoy los paraísos perdidos y la ausencia de culpas originarias pero ya advirtió Azorín hace un siglo en La voluntad que ese Montaigne tranquilo, solitario y de amable esceptiocismo puede desembocar en un vioinstintiva», que hombres y mujeres se lancen o la aventuro de convertirse en coopelento nihilismo. Rufin admira, sin duda, la flexibilidad de Montaigne ante la vida y su rechazo de concepciones absolutas y abstractas que sacrifiquen a los seres humanos. No me parece que comparta, en cambio, esa indolencia, disfrazadora de la inacción, que se respira en algunos de los escritos del filósofo francés. Rufin es mucho más humanista que Montaigne, pues su experiencia como Agregado Cultural en el noreste de Brasil le hace apreciar la coexistencia de culturas y el crisol en las diferencias. Ha superado el humanitarismo para hacerse humanista, pues en su labor de escritor e investigador ha desechado maniqueísmos y egoísmos disfrazados para presentar simplemente al hombre.
JEAN CHRISTOPHE RUFIN Nacido el 28 de junio de 1952 en Bourges, Doctor en Medicina (especialidades de Neurología y Psiquiatría). Diplomado por l’Institut d’Etudes Politiques (París), vicepresidente de Médecins sans Frontières (MSF) entre 1991 y 1993, profesor de l’Institut d’Etudes Politiques (1991-1995), asesor del Ministro de Defensa francés (1993-1994), administrador de la Cruz Roja Francesa (1995). Actualmente es director de investigación en el IFRI (Institut Françáis de Relations Internationales) y administrador de la asociación humanitaria Première Urgence. Premios literarios: Prix Interallié 1999 (Les Causes Pendues) y Prix Goncourt 2001 (Rouge Brésil). |
OBRAS DE JEAN CHRISTOPHE RUFIN El Imperio y los nuevos bárbaros (ensayo) Rialp, Madrid, 1993 |