Tiempo de lectura: 6 min.

Para Marías, el gran peligro de la convivencia es la politización excesiva, que pretende invadir a toda la sociedad, y esto es uno de los rasgos de los totalitarismos de todo signo. De ahí que el filósofo afirme que no puede haber concordia sin cordialidad.

Julián Marías. La concordia sin acuerdo. Gota a gota. 2021. 320 págs. 16,62 € (papel) / 8,46 € (digital).

El recuerdo del filósofo Julián Marías (1914-2005), un incansable luchador por la libertad que para él siempre iba unida a la verdad, es ejercicio recomendable en la España de nuestros días, con la clase política más polarizada de los últimos años y con una sociedad necesitada de ilusión y de esperanzas. De ahí el interés de la biografía de Julián Marías (ed. Gota a Gota), que lleva el adecuado subtítulo de La concordia sin acuerdo, escrita por el filósofo Ernesto Baltar.

En esta biografía conviven el hombre y el pensador, sin que sea fácil separar a uno de otro, pues Baltar se ha documentado no solo en los libros y archivos sino también en los testimonios de su familia

En esta biografía conviven el hombre y el pensador, sin que sea fácil separar a uno de otro, pues Baltar se ha documentado no solo en los libros y archivos sino también en los testimonios de su familia. El resultado es un libro que invita a profundizar en la obra de Marías, cuya trascendencia va mucho más allá de los escenarios sociales y políticos en que fuera escrita.

Este filósofo, uno de los mejores discípulos de Ortega, conoció la Segunda República, la Guerra Civil, el franquismo, la transición y los gobiernos socialistas y populares que siguieron. Con todo, a lo largo de las décadas de una intensa y profunda vida personal e intelectual, Marías no se acomodó a las situaciones porque bien sabía que eran efímeras, con  independencia de su duración. Lo que más le interesaba era lo permanente: España y los españoles, su presente y su futuro, pero también su pasado que muchos ignoran o simplemente desprecian.

Baltar resalta el afán de curiosidad de Marías, descubridor del mundo desde su infancia, amante apasionado de la lectura más que de los estudios reglados. Llamativo es el deseo del niño Julián Marías de explorar las calles de Madrid, el buscar el más allá y el porqué de las cosas, y todo ello acompañado de lecturas de los grandes novelistas españoles y franceses del siglo XIX y principios del XX, junto con una incipiente afición, mantenida a lo largo de su vida, por el cine y el teatro.

La curiosidad del sabio siempre repara en los pequeños detalles de los acontecimientos históricos, y da lugar a intuiciones confirmadas por los acontecimientos. Basta citar dos ejemplos de la década de 1930. El primero parte de la alegre y bulliciosa proclamación de la Segunda República en la Puerta del Sol el 14 de abril, pero enseguida le seguirá la chabacanería del “hombre masa”, al que se refería Ortega, la que derriba estatuas de reyes en la Plaza de Oriente e incendia iglesias y colegios religiosos. El segundo ejemplo es aterrador: la mirada de odio del conductor de tranvía a una mujer guapa y elegantemente vestida que sube al vehículo en la Ciudad Universitaria. Es la primavera de 1936, y Marías se preocupa por el hecho de que la ideología impere sobre las hormonas.

De la Guerra Civil dirá Marías que “no era ni inevitable ni necesaria”

De la Guerra Civil dirá Marías que “no era ni inevitable ni necesaria”. La vida cotidiana seguía siendo normal, agradable y ajena a la política, pero al final se impuso la voluntad de no convivir y de considerar al otro como “inaceptable, intolerable e insoportable”. El régimen republicano era formalmente una democracia, pero, según Marías, se caracterizaba por la ausencia de verdaderos demócratas, entre otras cosas, porque no siempre se aceptaba el resultado de las urnas. Se pasó enseguida a calificar al otro como el enemigo, y esto siempre supone, en opinión de Marías, el triunfo de la incondicionalidad, que define como la completa aceptación de todo lo que favorezca al propio bando, “aunque fuera injusto, inmoral o monstruoso”.  Un discípulo de Ortega, como él, no podía sentirse cómodo en ninguna de las dos Españas, aunque él estuviera con el bando republicano y simpatizara con el socialista moderado Julián Besteiro. Sin ir más lejos, recuerda un detalle a veces olvidado: la mayoría de los intelectuales de prestigio abandonaron España en 1936 al inicio de la guerra, y no esperaron a su conclusión en 1939.

Nunca tomará el camino del exilio ni el de la clandestinidad, pues consideraba que España era un país tan suyo como el de otros que no compartían sus ideas

Los años de la posguerra serán duros para Julián Marías. Privado de la posibilidad de una carrera universitaria, se dedicará, sobre todo, a escribir y traducir libros, al tiempo que colabora con Ortega tras su regreso a España. Pese a las adversidades y a la hostilidad de una España oficial que le ve con sospecha, Marías seguirá siendo un hombre inteligente, culto y optimista. Nunca tomará el camino del exilio ni el de la clandestinidad, pues consideraba que España era un país tan suyo como el de otros que no compartían sus ideas. Pese a todo, en la década de 1950 “descubrirá” América, tanto los Estados Unidos como los países de habla hispana, donde imparte cursos universitarios y conferencias. Allí encontrará el reconocimiento como filósofo que se le niega en su patria. En la década de 1960 viaja a menudo por la geografía española, tratando de conocer más sus paisajes y sus gentes, y esto se plasma en obras dedicadas a Cataluña y Andalucía.

Con la llegada de la democracia, Julián Marías será designado senador real y participará en los debates sobre la Constitución de 1978. Quien en su juventud fuera republicano, acepta ahora la nueva legitimidad fundamentada en una  monarquía parlamentaria. Posiblemente los años de la Transición fueron los más satisfactorios de la vida de Marías, un hombre lleno de ilusiones y convencido de que España no era una excepcionalidad en Europa. Era un país de Europa Occidental, con sus peculiaridades. Ni que decir tiene que Marías participaba de la idea orteguiana de la integración de España en Europa. Sin embargo, en los últimos años de su vida empezó a preocuparse por el hecho de que, a pesar de ser España una democracia, el papel del Estado no paraba de crecer en detrimento de la libertad individual. Como buen liberal desconfiaba de ello, aunque esto le acarreara la difusión de una falsa imagen de filósofo conservador y chapado a la antigua. Se refugió en su trabajo de escritor y no le faltaron reconocimientos académicos, al tiempo que proseguía sus viajes al extranjero con el fin de seguir incrementando sus saberes y reflexiones. Con todo, se podría decir que casi al final de su existencia, Marías volvía una vez más a convertirse en un disidente, como lo había sido en los períodos republicano y franquista.

En el libro de Baltar predominan las páginas dedicadas a la vida de Marías, que se confunde con un recorrido por la agitada historia de España en el siglo XX, aunque a la vez se da noticia de las obras que el filósofo va escribiendo a lo largo de los años. En la segunda parte de la obra, El oficio de pensar, se proporciona una visión de conjunto de sus aportaciones intelectuales. En plena posguerra, cuando el ambiente político-social no es nada dado a actitudes de conciliación, Marías buscará compaginar el pensamiento de Ortega con el de Unamuno, probablemente porque siempre se opuso a la dicotomía entre idealismo y realismo, a la oposición entre la razón y la vida. Más que ser realista, nuestro autor buscaba conocer de primera mano la realidad. No concebía la filosofía como unas complejas teorías alejadas de la vida. De hecho, le gustaba utilizar el término “antropología metafísica”. El pensamiento no podía separarse de la existencia, porque, si no es así, la filosofía se reduce a los juegos dialécticos de los sofistas, aunque Marías reprocha incluso a Aristóteles que su filosofía se ha centrado demasiado en las cosas. En el siglo XX habrá autores que reduzcan la filosofía al análisis lingüístico. En contraste, Marías no duda con asociarla con los géneros literarios. El incisivo estilo de Unamuno o de Ortega es prueba de ello, y el propio Marías demostrará en su producción un gran interés por la literatura, en particular la española.

En Marías, definir a un liberal tiene una claridad meridiana: es aquel que es capaz de entenderse con el que piensa de otro modo

El nombre de Julián Marías suele asociarse con el calificativo de liberal, pero con el paso del tiempo, este término se ha hecho confuso y poco preciso, al menos en España. En Marías, definir a un liberal tiene una claridad meridiana: es aquel que es capaz de entenderse con el que piensa de otro modo. El problema, para nuestro autor, es que el liberalismo clásico, como el de Locke, ha puesto demasiado el acento en la libertad política y económica, pero ha descuidado la libertad humana. Nos recuerda además una frase de Gregorio Marañón, olvidada por muchos: “El fin nunca justifica los medios”. Además, en Marías la libertad va asociada a la concordia, una concordia que no es sinónimo de acuerdo. Cicerón, en su Tratado sobre la convivencia, ya se refería a la concordia sin acuerdo. En una sociedad hay que buscar los elementos comunes que la unen y no resignarse a una mera coexistencia. Para Marías, el gran peligro de la convivencia es la politización excesiva, que pretende invadir a toda la sociedad, y esto es uno de los rasgos de los totalitarismos de todo signo. De ahí que el filósofo afirme que no puede haber concordia sin cordialidad.

UN FILÓSOFO NECESARIO PARA NUESTRO TIEMPO

Estamos ante un libro que sirve de introducción, inevitablemente incompleta, a la vida y la obra de Julián Marías, un filósofo necesario para nuestro tiempo, un hombre que exhorta a la lucidez de “abrir los ojos y no volverse de espaldas a la realidad”, tal y como les ha ocurrido, con frecuencia, a España y a los españoles en los últimos siglos de nuestra historia.

Analista de política internacional, escritor y profesor de política comparada.