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Judith N. Shklar. Nacida en Riga, en 1928, pronto abandonó su país para establecerse en Montreal (Canadá). Allí comenzó a estudiar Filosofía, pero su carrera estará ligada a la Universidad estadounidense de Harvard, donde fue la primera mujer en ocupar una cátedra. Convertida ya en una influyente teórica política, en 1989 se convirtió en presidenta de la American Political Science Association. Murió en 1992.


Avance

Cada vez más reivindicada, la figura de Judith N. Shklar es de gran vigencia y utilidad gracias a su reformulación de la tradición política liberal. Su aportación clave es el llamado «liberalismo del miedo». Alejado de máximos imposibles y de la búsqueda del bien supremo, a este liberalismo más modesto y discreto, le basta evitar el mayor de los males en política: la crueldad arbitraria. No es poco. Alicia García Ruiz, profesora en la Carlos III y traductora de Judith Shklar, lo explica así: «La pensadora sitúa su liberalismo político no en una perspectiva cargada de optimismo histórico o imbuida de la promesa de progreso, sino en una que practica una conciencia histórica desengañada, un inventario de los daños y abusos de los que son capaces los sistemas políticos abandonados a su poder».

Este concepto bebe directamente de una concepción de la injusticia y del daño que vienen a enmendar las teorías formales de la justicia. Lo que le preocupa a Shklar es que estas acaben suponiendo un punto débil para la supervivencia de la democracia. ¿Cuál? La incapacidad para percibir y responder a las causas de malestar social. Y, ¿por qué sería esto tan importante? Responde así: «No deberíamos ignorar los costes políticos de una ira organizada», afirma la pensadora, pues «de los marginados de ayer, los vengadores revolucionarios del mañana».

Igualmente novedosa es su concepción de la virtud cívica o pública encarnada en ciudadanos que no vocean ni se exhiben, sino que mantienen a raya los «vicios ordinarios», a los que —a estos sí— dedicó un libro entero. La crueldad, la hipocresía, el esnobismo, la traición y la misantropía pueden tener una dimensión privada, pero también la tienen pública y es decisiva, pues redunda en el gobierno de todos. Así, concluye la autora del texto: «De la misma manera que los vicios privados o los fallos cívicos erosionan cada día los sistemas políticos como la gota que cava la piedra, los diques de contención del mal cotidiano residen, pues, no en héroes morales sino en gente decente, normal y corriente, que no descuida sus deberes cívicos. Se encarnan en ciudadanos de talante liberal y de templado carácter, no en militantes de la virtud ni en libertarios que sólo claman por sus derechos económicos».


Artículo

En la actualidad, la pensadora política estadounidense Judith Shklar (1928-1992) ha pasado a constituir por derecho propio parte muy destacada del elenco más interesante del pensamiento político contemporáneo, como autora de una obra que en su tiempo tuvo una recepción muy circunscrita (aunque muy apreciada) a su campo y contexto intelectuales, pero cuyo valor no cesa de crecer con el paso de los años, ampliando su público y alcance. Entre sus logros, especialmente relevantes si consideramos la situación de la mujer en los contextos académicos de la época, figura haber sido la primera catedrática del Departamento de Ciencia Política de Harvard y posteriormente la primera presidenta de la Asociación Norteamericana de Ciencia Política. Por encima de todo ello, y pese a lo remarcable que pueda ser, hay no obstante un rasgo que marca definitivamente tanto el tipo de pensamiento político de Shklar como su talante intelectual y este es su destacada vocación pedagógica, atestiguada en la huella que ha dejado entre sus antiguos estudiantes en Harvard, teóricos políticos posteriormente muy notables y que han reconocido de modo unánime su duradero magisterio.

Nuevas preguntas para los nuevos tiempos

Si decimos esto es porque, como cualquiera que se acerque a la figura de Shklar puede comprobar de inmediato, su capacidad para enseñar abriendo nuevas perspectivas es enorme, no sólo debido a su amplísima erudición sino también a la sugerente originalidad con la que se mueve por la historia del pensamiento político. En Shklar no encontramos simplemente una labor reconstructiva de la historia de las ideas, necesaria para delinear con rigor la genealogía de las tradiciones de pensamiento, sino además una verdadera habilidad para construir nuevas preguntas políticas a partir de la misma, es decir, para traerlas al presente de modo que dicha historia pueda ayudar a responder a desafíos actuales. Shklar, quien en su texto autobiográfico A life of learning [1] se definía sencillamente como un «ratón de biblioteca», era en realidad una poderosa lectora capaz de interpretar a pensadores tan dispares como Cicerón, San Agustín, Montaigne, Rousseau, Hegel o Paine, por citar algunos con los que más ha dialogado en sus obras, dirigiéndoles preguntas certeras nacidas de un diagnóstico perspicaz sobre problemas de las sociedades contemporáneas: qué implica afirmar que algo es una injusticia, qué razones hay para obedecer las normas políticas, qué vicios son tolerables e intolerables en la vida pública, en qué consisten y dónde pueden fallar las llamadas virtudes cívicas y un largo etcétera de asuntos que hoy ocupan gran parte del debate en la esfera pública. En las propias palabras de la autora, leer con sus estudiantes a esos clásicos del pensamiento era enseñar teoría política «como si fuera un precioso regalo que das a cada nueva generación de estudiantes, con la voluntad de releerlos una y otra vez, porque en cada lectura se revelan nuevas posibilidades, nuevas percepciones e ideas inesperadas».

No es de extrañar, por tanto, que alguien con esa capacidad y libertad de pensamiento para generar lecturas inéditas de aspectos menos evidentes o incluso desatendidos en grandes autores clásicos, haya probado ser una filósofa de tantísima utilidad, como mostraremos, para una reformulación útil y productiva de la tradición política liberal, el principal aspecto por el que hoy día su figura está siendo muy reivindicada. La fecundidad de la aproximación de Shklar ha sido remarcada en varias ocasiones no sólo por pensadores liberales actuales tan destacados como Timothy Garton Ash sino también por pensadores de otras latitudes teóricas sólo aparentemente contrapuestas como Axel Honneth, todo lo cual nos da la idea de la versatilidad e interés de la obra teórica de la autora. Pero quien quizás ha resumido con mayor precisión su aportación ha sido Bernard Yack en su condición de antiguo alumno de Shklar, señalando cómo la figura de la pensadora emerge en el momento y tiempo oportuno en el que «nuevas circunstancias políticas estaban desafiando a los teóricos liberales a la hora de pensar creativamente sobre un conjunto de problemas asociados con la identidad, el pluralismo o la comunidad nacional que sus predecesores ignoraron o dieron por sentado».

Veinticinco años después de que estos problemas fueran señalados por Yack como aspectos clave del pensamiento de Shklar, comprobamos cómo no sólo seguimos debatiendo acerca de ellos (véanse las polémicas relativas a las políticas sobre la identidad versus las políticas que hacen énfasis en la ciudadanía, o el retorno de los nacionalismos fundamentalistas). También comprobamos cómo la personal interpretación del liberalismo político que ofrece Shklar, en tanto tradición fuertemente democrática, nos permite confrontar estas amargas polémicas con muchos mejores recursos, además de otros problemas más graves, como la peligrosa pretensión de autócratas como Orban, Bolsonaro y similares de que existen unas supuestas «democracias iliberales», de corte involutivo pero vendidas a las audiencias como regímenes políticos «rebeldes» que pretenden ser democráticos después de erosionar o incluso intentar deshacerse de instituciones políticas básicas surgidas históricamente a partir del impulso político liberal. Si ya Norberto Bobbio [2], con su sólida posición socioliberal articulada en El futuro de la democracia, trazó un útil criterio de demarcación entre autocracias y democracias, el pensamiento de Shklar es una ayuda inestimable en esta decisiva tarea, permitiendo concretar problemas como los mencionados mediante puntos de reflexión de gran especificidad y realismo político, en el sentido más digno de este último término.

Detectar la injusticia, preparar la justicia

Para constatar lo comentado basta con examinar las consecuencias democráticas que atribuye la autora a un concepto fundamental en su obra, el de injusticia, tal como es expuesto en uno de sus libros más emblemáticos: Los rostros de la injusticia. Si Shklar presenta una potente enmienda a las teorías formales de la justicia, tan importantes para el pensamiento político de la segunda mitad del siglo XX, es precisamente porque lo que le preocupa es que estas presenten un flanco débil para la supervivencia de la democracia, a saber, una incapacidad para percibir y responder a las causas de malestar social que, de no ser adecuadamente atendidas, conducen a procesos de des-democratización. La expresión pública del malestar social plantea a las instituciones políticas un formidable desafío, que no es otro que el de desarrollar una capacidad institucional de escuchar el daño. «No deberíamos ignorar los costes políticos de una ira organizada», afirma Shklar, pues «de los marginados de ayer, los vengadores revolucionarios del mañana»[3]. No es este solamente un consejo utilitario para evitar una posible conflictividad social: hacia donde está apuntando es al corazón mismo de la justicia, al que sólo podemos llegar educando nuestro sentido cívico para percibir el dolor ajeno, nuestra sensibilidad moral y empática; en definitiva, desarrollando un auténtico sentido de la injusticia. Lo que realiza de este modo Shklar es una imprescindible reconsideración sobre los límites y el alcance del concepto de justicia en la teoría política y moral, en el sentido del imperativo de detectar las circunstancias prácticas del hecho social de las injusticias como saber preparatorio necesario para iluminar las condiciones teóricas del ideal político de justicia.

Seleccionando tres de los elementos presentes en esta aproximación de Shklar a la cuestión de la injusticia, podremos fácilmente captar desde qué ángulo teórico construye su perspectiva teórica sobre el liberalismo y la interpretación cívica de la libertad que se necesita en nuestros días, entendiendo así por qué resulta de tanta relevancia y utilidad para el presente. Estos tres elementos son, en primer lugar, la insistencia en fijar la mirada teórica sobre las circunstancias prácticas cotidianas que escapan a los modelos normales de justicia y en las que se producen daños concretos sobre individuos o grupos concretos. En segundo lugar, la identificación de algo que no por evidente ha de ser pasado por alto, esto es, para que haya una mirada debe de haber alguien capaz de tenerla. En este caso, se trata de ciudadanos que han desarrollar una doble habilidad como espectadores morales, por usar la metáfora kantiana: ver el mundo de las injusticias cotidianas y no mirar para otro lado cuando las perciben. En tercer y último lugar, estos ciudadanos deben mantener una relación cívica para ser tales ciudadanos, lo cual implica que han de existir unas instituciones en las que desarrollen su vida política, a veces amparados por ellas y otras enfrentándose a ellas cuando estas no cumplen con su papel, es decir, cuando los dejan desamparados. El fallo cívico, para entendernos, no sólo se situaría en un lado o en otro, en la parte de los gobernantes o de los gobernados, sino que puede recaer en unos u otros —o ambos— dependiendo del caso particular.

Liberalismo del miedo: el mal bajo la lupa

Judith Shklar
Judith Shklar: El liberalismo del miedo. Herder, 2018.

Desde estos elementos, el modo en el que Shklar interpreta el liberalismo político a partir de una original lectura, a veces a contrapelo, de su propia tradición liberal, se despliega en toda su potencia revulsiva y renovadora. El título con el que bautiza su aproximación, «liberalismo del miedo», es bastante expresivo a este respecto. Tal como expone en el libro así denominado[4], el liberalismo que le interesa no es uno basado en ideal alguno de progreso, optimismo histórico o virtud ética. Shklar sitúa muy acertadamente el acento sobre los rasgos más genuinamente políticos del liberalismo frente a una interpretación excesivamente economicista del mismo, que a su juicio ha extraviado la herencia política liberal. Asimismo, e igual de acertadamente, de modo análogo a su propuesta en la cuestión de la justicia de mirar no los ideales, sino las realidades donde estos fallan, la pensadora sitúa su liberalismo político no en una perspectiva cargada de optimismo histórico o imbuida de la promesa de progreso sino en una que practica una conciencia histórica desengañada, un inventario de los daños y abusos de los que son capaces los sistemas políticos abandonados a su poder. En otras palabras, su enfoque liberal renuncia a esbozar una versión más del summum bonum de las grandes teorías ético-políticas para, en cambio, abordar una labor más modesta pero crucial: vigilar el constante peligro del summum malum que acecha, como rasgo intrínseco, al ejercicio de todo poder, un mal supremo que sitúa en la crueldad arbitraria.

Ahora bien, esta vigilancia del mal no se refiere a ninguna visión trascendente del mismo, a ningún mal radical. Lo interesante es que fija su atención en las manifestaciones aparentemente más insignificantes del mal en política, pues la perdición de la vida política, su erosión continua, no sólo procede de los gobernantes corruptos, sino también de ciudadanos indolentes que abandonan cotidianamente sus deberes como tales. Así pues, no encontraremos ninguna reivindicación de virtud cívica alguna, sino más bien la denuncia de los fallos cívicos diarios en los que todos podemos incurrir, igual que denunció Cicerón ante sus contemporáneos, hastiado de ver cómo se desmoronaba piedra a piedra la antigua concepción de la República romana. Caben aquí, por tanto, desde sus perspicaces reflexiones sobre la pobreza y la exclusión como fuentes de abuso de poder que en la época actual se ejercen como una violencia cuasi-institucionalizada, hasta una denuncia de la autocomplacencia del sueño de que vivimos regímenes igualitarios y libres garantizados por el dilatado idilio (o matrimonio de conveniencia, en palabras de la autora) entre la democracia moderna y el liberalismo político clásico. Un idilio del que estamos empezando a despertar bruscamente, no sólo por los estallidos de malestar dentro de las sociedades liberales occidentales, sino también por el impacto geopolítico de países que no han seguido ni sostienen este desarrollo histórico.

La virtud cívica siempre es discreta

Judith Shklar: Los vicios ordinarios. Página Indómita, 2022

Pese a todo lo anterior, conviene señalar que el hecho de que Shklar no haga reivindicación explícita de la virtud cívica, hasta el punto incluso de que haya dedicado un libro a los vicios privados, parafraseando a Mandeville, y no a las virtudes públicas, no quiere decir que en ella no encontremos posibles modelos de virtud cívica, que nunca, eso sí, serán planteados como tales. Lo que significa es que si encontramos tales modelos tendrán, una vez más, la apariencia de lo que nos pasa desapercibido, los encontraremos allá donde no pensábamos, en lo más inadvertido del día a día. De la misma manera que los vicios privados o los fallos cívicos erosionan cada día los sistemas políticos como la gota que cava la piedra en el famoso dictum latino, los diques de contención del mal cotidiano residen, pues, no en héroes morales sino en gente decente, normal y corriente, que no descuida sus deberes cívicos. Se encarnan en ciudadanos de talante liberal y de templado carácter, no en militantes de la virtud ni en libertarios que sólo claman por sus derechos económicos.

La gran trasformación: de la libertad negativa a la positiva

Terminamos esta aproximación a las ideas de Shklar precisamente con esta perspectiva sobre el compromiso cívico que caracteriza a su juicio al verdadero liberal. Tal compromiso deriva de su concepción positiva de la libertad, propia del discreto pero firme temperamento liberal, tan alejado de las concepciones individualistas y egoístas con las que se lo retrata a menudo. Esta caracterización de la libertad, tan necesaria hoy día, está formulada en su modo más acabado en su última obra, dedicada a la obligación política. Sobre la obligación política[5], su último libro, se dedica a la relación irrenunciable, fuente tanto de derechos como de deberes, que mantienen los ciudadanos liberales con la ley, las instituciones políticas y el Estado. Sus lecciones son de gran valor histórico pero también de gran utilidad para el presente. Frente a interpretaciones meramente negativas de la libertad, como ausencia de interferencia, Shklar esgrime una enérgica vindicación: para que la libertad negativa, esencialmente individualista, adquiera un sentido cívico, ha de convertirse en libertad positiva, en una libertad de todos, de carácter colectivo. Es un tipo de libertad, por tanto, que demanda e implica la liberación de los demás. Por esta razón, el ciudadano liberal que retrata la autora carece de resabios antiestatalistas, pese a ser capaz de confrontar a las instituciones políticas cuando estas oprimen al ciudadano. La causa de que pueda hacer ambas cosas es que su concepción del Estado no es sólo como aparato político de dominación sino como un Estado social activo en la promoción de las libertades democráticas a través del combate contra la desigualdad y la pobreza. Como expresó el poeta persa Yalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī: «No eres sólo una gota en el océano, eres el océano en una gota». El ciudadano liberal que propone Shklar querría para todos las mismas oportunidades de vida digna que quiere para sí, empezando por su libertad. No es mala lección para los tiempos oscuros que se aproximan.

BIBLIOGRAFÍA

[1] Shklar, J., «A Life of Learning» en Yack, B (ed) Liberalism without Illusions: Essays on Liberal Theory and the Political Vision of Judith N. Shklar. Chicago, University of Chicago Press, 1996.

[2] Bobbio, N., El futuro de la democracia. México, FCE, 1986.

[3] Shklar, J., Los rostros de la injusticia. Barcelona, Herder, 2010.

[4] Shklar, J., El liberalismo del miedo. Barcelona, Herder, 2018.

[5] Shklar, J., Sobre la obligación política. Barcelona, Herder, 2021.

Profesora visitante de Filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid, es asimismo profesora en el Master de Teoría y Crítica de la Cultura, en ese mismo centro. Ha realizado varias traducciones de Judith Shklar y, como autora, firma el libro «Impedir que el mundo se deshaga. Por una emancipación ilustrada», en Catarata.