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Solo un genio puede tener la capacidad para convertir una inicial en todo un mundo. Es lo que ocurre con K. Se ha visto en K un reflejo del propio Kafka, pero también la fisonomía del hombre contemporáneo, atrapado en las fauces de un sistema burocrático que es tan funcional como surrealista e inhumano. Y el acierto de Kafka ha sido acercar precisamente lo irracional e instalarlo como un elemento más a tener en cuenta en nuestras vidas. Por eso, sus relatos son tan estremecedores: en ellos todo parece cotidiano y trivial, descubrimos nuestro día a día en esta descripción y en aquella atmósfera, hay muebles como los nuestros y hombres que se nos parecen y de repente aparece e irrumpe, por decirlo de una forma expresiva, lo kafkiano.

K es un agrimensor que acude a un castillo que ha reclamado sus servicios, pero resulta que es tan impenetrable la fortaleza como desconocido su cometido. La historia se complica con personajes y aparece la confusión: en realidad, como informan al protagonista, su llamada obedece a un error y no le reclamaban. A partir de ahí K vivirá en lo inconcebible.

El castillo representa la burocracia moderna y K al individuo que nada conoce de ella y que no puede defenderse. La crítica de Kafka se dirige contra el carácter impersonal y pétreo del funcionariado pero también se enfrenta a la dinámica de un complejo burocrático que, como en sus relatos, ha perdido su finalidad. Eso es lo desesperante de todas las historias de Kafka: cómo la puesta en marcha de ciertos mecanismos acaban en reduplicaciones sin sentido.

Las obras de Kafka resultan tan desasosegantes como veraces; de ahí su éxito y su capacidad por seguir diciéndonos, al cabo del tiempo, tantas cosas. Muchos expertos en su obra han ofrecido diversas interpretaciones para todas y cada una de sus obras. A decir verdad, no sabremos nunca lo que en realidad quiso decir Kafka con este relato, susceptible de tantas lecturas y de tantos sentidos. Se ha dicho asimismo que en él comparecen la soledad del hombre de hoy, la búsqueda de la salvación individual, la necesidad de encontrar un sentido al dolor… Y se han llegado a proponer diversas significaciones sexuales.

En este sentido, y para entender mejor a Kafka, no está de más recordar lo que R. Safranski ha dicho sobre el misterioso autor checo. A juicio del pensador alemán, Kafka quiso en sus obras escenificar literariamente una lucha interna: exponer, en definitiva, la lucha entre su verdad y la verdad común y aceptada. Por eso fue, sin lugar a dudas, un genio. Con una vida de burgués aparente, dedicado celosamente a su trabajo, guardaba una interioridad confusa que chocaba con su día a día. No se sentía bien con su vida normal. La lucha que emprendió con sus fantasmas, la violencia a la que le condujo su callada inadaptación es tal vez la de todos, pero él tuvo la valentía de expresarla de un modo único y genial.

Profesor de Filosofía del Derecho. (Universidad Complutense de Madrid).