Tiempo de lectura: 4 min.

«Un gran animal salvaje se eleva sobre la literatura: El Gatopardo». Así tituló Louis Aragon un artículo, en Les Lettres Françaisesen diciembre de 1959, sobre la colosal novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, publicada en 1958. La afir- mación de Aragon fue profética. Han pasado los años y El Gatopardo sigue considerada por los críticos una de las más grandes y sutiles creaciones literarias de todos los tiempos.

No siempre fue así. Su autor, el príncipe de Lampedusa y duque de Palma di Montechiaro (Palermo, 1896-Roma, 1957), murió con la amargura de no ver su novela publicada. En realidad, tuvo que soportar, antes de su muerte, el rechazo de dos grandes editoriales italianas: Mondadori y Einaudi. El alcance de la novela no fue comprendido por algunos editores, entonces afines al experimentalismo de finales de los años cincuenta.

El Gatopardo, 328 págs.

 

La nueva edición de El Gatopardo que presenta Anagrama, con revisión del hijo adoptivo de Lampedusa, Gioacchino Lanza Tomasi, y posfacio de Carlo Feltrinelli, viene a poner en claro el asunto de los distintos manuscritos que se manejaron después de la muerte del autor. Gioacchino Lanza, siciliano y heredero literario de Lampedusa, muestra, con la correspondencia privada del autor de El Gatopardola seguridad del escritor sobre su obra y su insistencia para que fuera publicada tras su muerte.

Un año después del fallecimiento de Lampedusa, el texto llegó, a través de la hija de Benedetto Croce, a la editorial Feltrinelli, donde el escritor Giorgio Bassani era editor y consejero. Convencido de estar ante una obra maestra, el libro se publicó en el otoño de 1958. Inmediatamente, se convirtió en un éxito de ventas en Italia y obtuvo el prestigioso Premio Strega en 1959.

El Gatopardo fue, y sigue siendo, una isla aparte. Una novela suspendida en el tiempo y por tanto más allá del tiempo real, elevándose sobre todas las épocas

El Gatopardo fue, y sigue siendo, una isla aparte. Una novela suspendida en el tiempo y por tanto más allá del tiempo real, elevándose sobre todas las épocas. Vargas Llosa incluye a Lampedusa entre los narradores barrocos, como Lezama Lima y Proust, y considera que El Gatopardo tiene la sensualidad de Paradiso y la elegancia de Los pasos perdidosLa intención de Lampedusa, aunque todo quede envuelto en refinamiento estilístico, era mostrar desde dentro a un noble siciliano, Fabrizio, príncipe de Salina, en un momento de desintegración por los cambios políticos y sociales de 1860, y verificar la decadencia de su familia, hasta el declive total.

El anacronismo estético de Giuseppe di Lampedusa, y el retrato de la Sicilia aristocrática del último tercio del siglo XIX, no gustó a los medios literarios de izquierda; como escribe Vargas Llosa en La verdad de las mentiras«mal educados por Gramsci y Sartre, creíamos que el genio era también una elección ideológica». El intelectual y editor de Einaudi, Elio Vittorini, que había rechazado la novela, la tachó de reaccionaria. Dijo que el libro era anticuado, vechiottoLos detractores de El Gatopardo creyeron que su autor negaba el progreso y las posibilidades de cambios sociales en Sicilia, basándose en la famosa declaración de Tancredi, el seductor ambicioso, sobrino del protagonista: «Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie».

Pero en la novela, el patriarca de los Salina, el príncipe Fabrizio, vislumbra con un distanciamiento penetrante y desengañado la llegada de Garibaldi y de los advenedizos que crecen por todas partes con los nuevos tiempos. Su propio sobrino, Tancredi, afiliado a la revolución garibaldina, sueña con prosperar, al igual que los terratenientes: la bella hija del alcalde oportunista, prometida de Tancredi; el fiel mayordomo de la casa Salina; los clérigos de la región y hasta el campanero cazador, amigo de don Fabrizio. El orden social se tambalea, y la decadencia de la aristocracia está narrada con una riqueza de detalles descriptivos, sensuales y emocionales que los detractores de Lampedusa no dudaron en creer que se trataba del canto del cisne de las clases poderosas de Sicilia.

Una lectura más atenta nos hace ver que nadie se salva de ser desenmascarado en esta sinfonía donde ricos y pobres están dispuestos a sacar tajada. El asombro, en cierto modo admirativo, de Fabrizio de Salina al ver a su sobrino Tancredi, con títulos pero sin dinero, moverse como pez en el agua en la nueva sociedad, es un malabarismo del autor que está poniendo al público ante la perspectiva de aceptar o condenar el arribismo.

El príncipe De Salina conoce la falta de escrúpulos de los seres humanos: en su larga vida ha visto ya demasiadas cosas, le asquean los nuevos tiempos, pero con un cinismo práctico ayuda a su sobrino a alcanzar sus metas, aunque ello suponga la desaparición inevitable de una nobleza ya bastante apolillada. Como afirma Carlo Feltrinelli en el posfacio, «conceptualmente, el príncipe está dispuesto a acoger las transformaciones, pero existencialmente no se adhiere a ellas».

Es cierto que Giuseppe Tomasi di Lampedusa fue un escritor singular. Tan singular que escribió su única novela cerca ya de los sesenta años. Era sobre todo un gran lector, hombre cultísimo, profesor de literatura para un puñado de amigos, amante de las librerías y de los largos paseos; se casó con la psicoanalista Alessandra Wolf Somersee y no frecuentó los círculos literarios. El modelo para crear el personaje del príncipe De Salina de El Gatopardofue, punto por punto, un antepasado suyo, Giulio Maria Fabrizio, príncipe de Lampedusa, matemático y astrónomo, dedicado a descubrir estrellas, la misma afición que le servirá al Gatopardo para evadirse de las circunstancias terrenas que le interesan cada vez menos.

Las críticas ideológicas negativas de El Gatopardo fueron superadas por la historia mucho antes que la propia novela, que sigue tan viva hoy como hace sesenta años, cuando se publicó. Como afirma Carlo Feltrinelli, la obra de Lampedusa es la novela más importante y más leída del siglo XX italiano. Sin duda, la película de Luchino Visconti, de 1963, contribuyó a que el público imaginase los paisajes sicilianos, la pereza de la isla requemada, los bailes en los palacios, los chispazos de la revolución y la reflexiva personalidad del príncipe.

El final de El Gatopardocon las hijas de don Fabrizio sumidas en una triste soledad, y el perro del príncipe, Bendicó, convertido en un guiñapo disecado y lleno de polvo, es una advertencia para recordar cómo el paso del tiempo vence y acaba con todas las vanidades de este mundo. Con esta admirable ficción el tiempo ha sido benévolo, porque todo lo que en ella sucede, esa colectividad siciliana sometida a los cambios, está lleno de la intensidad de la vida.

Crítica, ensayista y novelista. Doctora en Literatura por la Universidad de Pau.