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Víctor Gómez Pin (Barcelona, 1944), catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona, está considerado uno de los filósofos más interesantes, profundos y brillantes que están actualmente en activo, tanto por la hondura de sus ideas y la diversidad de los temas que aborda como por la sugerente manera de expresar su pensamiento.


Víctor Gómez Pin: El honor de los filósofos. Acantilado, 2020


Señalemos sólo, a modo de preámbulo ilustrativo, tres hitos concretos de su obra que nos parecen especialmente destacables:

  • El hombre, un animal singular (2005): en este libro Gómez Pin alertó de los peligros que puede conllevar la defensa de los derechos de los animales en tanto que repudio de la dignidad humana, de nuestro valor intrínseco y especial como seres de razón y de palabra.
  • Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen (2008): aquí elaboró una introducción a los problemas fundamentales que aborda la filosofía y señaló los conocimientos científicos básicos que todo filósofo del presente debe atesorar.
  • Tras la Física. Arranque jónico y renacer cuántico de la filosofía (2019): aquí explicó con detalle por qué tanto los pensadores de la physis en Jonia del siglo VI a.C. como los físicos cuánticos del siglo XX se vieron obligados a transitar de la física a la metafísica y, en consecuencia, de la interrogación inmediata sobre la naturaleza a la pregunta por el ser mismo que interroga.

Gómez Pin utiliza aquí el término “filósofo” en un sentido muy amplio, designando una “disposición de espíritu” que se orienta a interrogarse por el ser de las cosas y el ser del hombre

En el reciente El honor de los filósofos Gómez Pin reúne más de treinta casos históricos de filósofos –Sócrates, Aristóteles, Boecio, Galileo, Giordano Bruno, Miguel Servet, Tomás Moro, Spinoza, Leibniz, Simone Weil, etc– que por distintos motivos sufrieron la animadversión de sus contemporáneos o la condena de los poderes establecidos pero que siempre se mantuvieron fieles a las exigencias del pensamiento, al mandato de la lucidez (“tener abiertos los ojos”, bajo cualquier circunstancia), demostrando una entereza moral y una firmeza insobornables. Cada capítulo del libro nos explica en detalle el contexto histórico e ideológico del momento, las circunstancias personales del protagonista, el contenido de sus ideas y los problemas a los que tuvieron que enfrentarse. Todos ellos son ejemplos notorios de la nobleza de espíritu, que les llevó a alzarse contra el gesto que atentaba contra su dignidad (y, en el fondo, por tanto, contra la de todos los hombres).

En muchas ocasiones el motivo de la disputa fue el choque con la ortodoxia en materia moral o de costumbres de la época, así como el rechazo de ciertos postulados religiosos, políticos o científicos que contradecían el uso recto del juicio y a los que estos filósofos se oponían sin tener en cuenta la autoridad o la instancia de poder que los sostenía. Las consecuencias para estos héroes del espíritu podían ser de todo tipo: desde la marginación, el rechazo social o el exilio, hasta la prisión o incluso la pena de muerte. Todos estos pensadores “parecieron sentir que, si el pensar puede llevar a la hoguera, el no pensar quizá supone una amenaza mayor”, pues significaría renunciar a nuestra condición humana, arrojando la toalla “ante la dificultad que presenta estar a la altura de lo que esencialmente somos los seres humanos” (p. 12).

Pese a las circunstancias adversas, que les invitaban a hacer dejación de su obligación de pensar, estos filósofos quisieron ser fieles a su condición humana y supieron perseverar en el combate contra las inercias del tiempo y de los propios hábitos o intereses personales, ahondando en la simbolización y el conocimiento que nos definen como especie.

Tal y como se explica en la introducción, Gómez Pin utiliza aquí el término “filósofo” en un sentido muy amplio, designando una “disposición de espíritu” que se orienta a interrogarse por el ser de las cosas y el ser del hombre y que, por tanto, puede darse también en científicos y escritores de otras disciplinas. En definitiva, filósofo es aquel que, heredero de quienes intentaron hacer inteligible la naturaleza, se ve confrontado a interrogantes de distinto tipo: “unos relativos a la esencia misma del conocimiento (gnosis, gnoseología, y en particular epistemología); otros concernientes a la cuestión de si el ser que pretende conocer está determinado o no en su comportamiento (ethos, ética); unos terceros relativos al modo como el entorno es percibido por nuestros sentidos singulares (aisthesis, estética)” (p. 19); por último, interrogantes relativos al funcionamiento de la palabra o verbo (logos, lógica, desde los Analíticos de Aristóteles hasta las “lógicas borrosas” del presente, pasando por la Ciencia de la lógica de Hegel).

Los filósofos recogidos en el libro siempre se mantuvieron fieles a las exigencias del pensamiento, al mandato de la lucidez (“tener abiertos los ojos”, bajo cualquier circunstancia), demostrando su entereza moral

La filosofía es, por tanto, la cristalización de todo el esfuerzo humano, que incluye tanto el conocimiento de la naturaleza como la poesía, la ciencia o el arte. La fidelidad al pensamiento, entendido como amor a los símbolos, a los juicios, a los recursos literarios, a las fórmulas, a las figuras geométricas y, en definitiva, a cualquier fruto de las ideas, es patrimonio impar de la humanidad. Ya decía Aristóteles al comienzo de su Metafísica que todos los hombres por naturaleza desean conocer.

Mediante la articulación de datos y el relato de acontecimientos, Gómez Pin nos informa del contexto en el que se abre camino la vocación teorética de cada uno de los protagonistas, su apuesta radical a favor del pensamiento, sin detenerse ante las amenazas de persecución o muerte de las que eran objeto. También nos proporciona una exposición adecuada de sus ideas y del marco general de problemas filosóficos en que se mueven sus respectivos pensamientos. Gracias a todo ello, podemos entender –por ejemplo– la soledad radical que tiene que afrontar Leibniz en la etapa final de su vida, acusado injustamente de plagio por los newtonianos e inmerso en el obsesivo problema filosófico del infinito; la muerte de Miguel Servet en la hoguera, por mantenerse firme en su defensa de la teoría de la circulación de la sangre pese a las amenazas de Calvino; las condenas a Copérnico y Giordano Bruno, por negar el geocentrismo; la acusación de infidelidad a Tomás Moro, por no subordinar la causa del papado a los intereses de su monarca y protector; las contradicciones que laminan el proyecto emancipador de la Revolución francesa, acusando de traición a Condorcet y llevando al cadalso a Olympe de Gouges; el repudio de los restos de Descartes por parte de la Iglesia; la muerte por inanición de Simone Weil; etc. Los nombres que aparecen recogidos en este libro merecen ser honrados por haber demostrado el alto valor de virtudes como el rigor, la firmeza, la prudencia, la autoestima o la andreia.

Como explica Gómez Pin, “si bien la libertad es efectivamente el horizonte al que aspira todo proyecto humano, no hay sin embargo que esperar a que la libertad sea efectiva para reivindicar las facultades que hacen la especificidad de nuestra condición en el orden animal, y esforzarse en darles alimento” (p. 13). Ya decía Julián Marías que la libertad es algo que el ser humano se toma. De lo que se trata es de alcanzar grados cada vez mayores de enriquecimiento del espíritu, en una especie de creación continua de la humanidad, alimentando la capacidad de lucidez y no abandonándose nunca a la comodidad, la abulia, la pereza o el nihilismo.

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y profesor en la Universidad Rey Juan Carlos.