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Escribir de don Antonio Fontán y para don Antonio Fontán en este número de su Nueva Revista con motivo de su LXXX cumpleaños es un honor y un motivo de alegría.

Es un honor porque don Antonio es una de las personalidades más importantes, interesantes y decisivas de nuestra época; y como un honor considero tener la oportunidad de dejar mis palabras en una publicación de reconocimiento y de admiración hacia su persona, su obra y su ejemplo. Y es un motivo de alegría porque haber conocido a don Antonio, tratarle, y tenerle por amigo y por consejero siempre lo he considerado como un auténtico regalo que me ha entregado el destino.

Son muchas las facetas de la biografía de Antonio Fontán y en todas ellas ha alcanzado un altísimo nivel de protagonismo y de excelencia. En su vida, don Antonio ha acometido muchas empresas y ha impulsado muchos proyectos y siempre se ha esforzado, con éxito, para hacerlo todo muy bien. Hoy, en esta hora del homenaje por sus primeros ochenta años, creo que a él como a pocos puede aplicársele la sentencia de Eugenio d’Ors de que «una sola cosa te será contada y es la obra bien hecha». Hoy, en la hora del homenaje, son muchas las cosas que le pueden ser contadas a don Antonio porque han sido muchas las cosas que ha hecho bien y son muchas las razones para que todos los españoles, y más los que tenemos la suerte de ser sus amigos, le estemos agradecidos.

En estas líneas de mi homenaje a Fontán quiero fijarme y recordar dos de esas cosas que ha hecho muy bien y que han tenido que ver directamente con mi actividad política: una es la de ser maestro de liberales y la otra la de haberme precedido en la presidencia del Senado.

En España, a pesar de que Cádiz fue la cuna de la palábra «liberal», siempre ha sido difícil que se consoliden partidos y actitudes políticas inspiradas en el liberalismo. Por eso creo que tiene especial importancia y mérito excepcional la trayectoria política de Antonio Fontán, quien, a pesar de las suspicacias que esa palabra «liberal» ha levantado en la historia de los últimos setenta años en nuestro país, ha sabido mantener siempre una actitud profundamente liberal y, lo que aún es más importante, ha sabido aglutinar a su alrededor a todos los que, como yo, creemos que en el liberalismo se encuentran las mejores soluciones para los problemas que plantea la vida en sociedad. Con toda propiedad puede decirse que es el maestro del liberalismo español contemporáneo, y eso es ya una buena razón para que todos le estemos agradecidos.

He tenido el honor de ocupar la presidencia del Senado y, así, el de suceder en ese puesto a don Antonio Fontán. El fue el presidente de la transición y su labor en la Cámara Alta hay que calificarla de excepcional. No hay que olvidar que fue allí, en el palacio de la plaza de la Marina Española, donde se acabó de perfilar el texto de nuestra Constitución de 1978 y allí fue, sin duda alguna, donde se alcanzaron algunos de los consensos más trascendentales sobre los que está edificada nuestra Constitución. La Constitución que más años de libertad, de progreso y de prosperidad nos ha proporcionado a los españoles en toda nuestra historia lleva el sello de don Antonio Fontán, que, desde la presidencia del Senado, supo aunar voluntades y limar diferencias. Allí, en el Senado de España, tuve el honor de ofrecerle a don Antonio el homenaje que se merecía cuando fue proclamado por el Instituto de Prensa Internacional «héroe de la libertad de prensa», en un acto en el que todas las tendencias políticas y todas las periodísticas estuvieron representadas.

Estas forzosamente cortas palabras están dictadas, por mi más sincera admiración y mi más profundo agradecimiento hacia el Fontán latinista, catedrático, periodista, profesor, hombre de empresa, político, humanista, maestro de liberales y, por encima de todo, amigo y consejero excepcional.

Presidenta de la Comunidad de Madrid