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Aunque a simple vista pueda resultar sorprendente, lo que haga Barack Obama en Iberoamérica medirá el cambio que va a representar su mandato para el liderazgo occidental.

La política exterior es política de Estado, y su éxito o fracaso depende de su liderazgo en la representación del mundo de cada época. El siglo XXI representa un orden global y de la sociedad de la información, y es en este contexto en el que hay que situar el modelo político de Obama y de las relaciones exteriores de Estados Unidos.

Iberoamérica es la gran baza del presidente Obama para decirle al mundo que su liderazgo supone un cambio del modelo de gobernar. Para hacer realidad lo que ya es real en la sociedad y los negocios: que la política exterior e interior son un mismo todo global. ¿Y por qué Iberoamérica? Porque el mundo hispano es parte íntegra de Estados Unidos. No es por tanto una cuestión de nosotros y ellos, sino de nosotros como un todo común. En casa y como vecinos.

Si Obama consigue que dentro de cuatro años Iberoamérica sea un motor del liderazgo democrático occidental, habrá conseguido un cambio histórico. ¿Se atreverán Obama y su administración con este desafío? Sus primeros pasos no indican ese cambio.

El primer mensaje que ha transmitido la nueva administración estadounidense es que Iberoamérica no es una prioridad de su política exterior. Estados Unidos ha hecho del Pacífico su prioridad. «Hillary Clinton visita primero Asia, reafirmando la prioridad en China», titulaba expresivamente la prensa norteamericana el 12 de febrero, al informar de la agenda de la secretaria de Estado. Obama ha nombrado primero los equipos de política exterior para Asia, Oriente Medio, Irak y Afganistán. En la propia agenda que el presidente Obama publica en su web oficial de la Casa Blanca ni siquiera hace referencia a Iberoamérica en el capítulo de la política exterior.

Este orden de prioridades revela que Obama ha empezado con un modelo de política exterior de escuela clásica y nada innovadora. Un modelo basado en la geoestrategia, y no en un nuevo modelo global. La diferencia es fundamental, porque de la elección de un modelo u otro de gobierno depende el rumbo de todo.

Un modelo geoestratégico es lineal. Aplica a cada parte una doctrina diferente, en función del interés con cada país y región. Lo que lleva a implantar diferentes sistemas y políticas que se contradicen entre sí, neutralizando y debilitando el liderazgo global. El resultado en este caso es la debilidad del liderazgo occidental. El ejemplo práctico lo vemos precisamente comparando la política de Estados Unidos con China e Iberoamérica. Su doctrina oficial en Iberoamérica hace depender todo del fortalecimiento de la democracia, mientras que en la política con China es exactamente lo contrario: las libertades se someten a los intereses económicos y de seguridad.

En un orden global, la política exterior e interior forman parte de un mismo todo, y es en esta doble dimensión donde se encuentra el potencial de un modelo innovador de la política de Estados Unidos con Iberoamérica, que no es sólo una región vecina, sino también una parte integrante dela nación americana. En estos momentos la población hispana representa el 15,1% de los 301 millones de ciudadanos norteamericanos, según el último censo oficial. Es la mayor de las minorías. Los negros se sitúan en tercer lugar con el 12,8% del total de la población.

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Y además el hispano no sólo no responde en Estados Unidos al estereotipo de la sociedad problemática, sino que ha demostrado su potencial cultural y empresarial, representando en estos momentos el 6,8% de los empresarios, por encima de las demás minorías, como los negros (5,2%) y los asiáticos (4,8%). De forma que si Estados Unidos hace de lo hispano e iberoamericano un puntal, potenciará su liderazgo interno y en todo el continente americano, y además potenciará el liderazgo occidental en el mundo. La lengua es un arma potente de ese liderazgo. El español es la segunda lengua de Estados Unidos y del mundo occidental después del inglés.

El liderazgo democrático occidental no se potencia con China, ni con los países asiáticos, ni con los países árabes que son mayoritariamente dictaduras. El reto de la nueva administración de Obama no es la política de apaciguamiento con los regímenes totalitarios como el de Irán o Siria, sino que los regímenes totalitarios de Iberoamérica, como los de Castro, Chávez o Morales, dejen de serlo y de influir, porque son los que limitan el potencial democrático del liderazgo occidental.

Las estadísticas demuestran el valor de potenciar la democratización de los países en Iberoamérica. No sólo en términos económicos y de seguridad, sino de libertades, confianza y bienestar. Como cultura democrática. No es paradójico que el nuevo presidente de El Salvador, representante de la izquierda más extremista, Mauricio Funes, dijese en su primera declaración tras su victoria en marzo que aspiraba a reforzar los lazos con Estados Unidos. ¿Por qué? Porque su poder depende de ello. El Salvador ha sido el país de todo Iberoamérica que más ha crecido en los últimos años en inversión directa extranjera. Más que Brasil en términos porcentuales. Entre 2006 y 2007, El Salvador creció el 597%, mientras que en el mismo periodo Chile creció el 96% y Brasil el 84%, según los datos oficiales de la Comisión Económica para Latinoamérica. Estas mismas estadísticas demuestran el coste de los regímenes antidemocráticos en Iberoamérica: Venezuela, Ecuador, y Bolivia arrojan unos resultados negativos (de l0 al 41% en el mismo periodo).

CUMBRE DE PUERTO ESPAÑA
El desafío de Obama y de los Estados Unidos, como nación que lidera el mundo libre, no es algo subjetivo. Basta observar el mapa de la libertad en el mundo que ha publicado en 2008 la fundación Freedom House promovida por Roosevelt hace 68 años. De todos los continentes sólo el americano, el europeo occidental y el australiano forman masa democrática, el resto no. Es una foto que revela el potencial de Iberoamérica. Este factor crítico de las relaciones de Estados Unidos con Iberoamérica hay que ponerlo en primer plano si la nueva administración Obama quiere abordar con visión innovadora su política exterior, y que tiene su primer test en la V Cumbre de las Américas en Puerto España, Trinidad, entre los días 17 y 19 de abril de 2009.

Si algo ha demostrado la gran crisis global iniciada en 2008, a la que se llegó tras una secuencia de seis crisis mundiales en menos de doce meses (precios de los alimentos y del petróleo, crisis hipotecaria, financiera, automovilística, económica), es que los dirigentes políticos y económicos todavía no han aceptado lo que significa el salto de una sociedad industrial a la sociedad de la información y lo que representa la globalización en toda su dimensión. La revolución científica y de las tecnologías de la información y comunicación han demostrado que la materia intangible es el principal valor. Lo que en la práctica supone que el valor potencial está en la información porque es lo que materializa los cambios. Los grandes episodios que han marcado este comienzo de siglo son los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos, y la gran crisis actual. En ambos casos el denominador común es el mismo: fracaso en la gestión de la información que controla la seguridad y los servicios financieros.

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Un ejemplo práctico, con consecuencias letales de lo que significa trabajar con un formato que ya no sirve en el nuevo universo de la información, lo puso Alan Greenspan, que fue presidente de la Reserva Federal durante dieciocho años. En octubre de 2008 Greenspan declaró ante el Congreso de los Estados Unidos que su culpabilidad había estado en creer que «el interés de las instituciones de crédito es proteger el capital de sus accionistas». Había aplicado un modelo de gestión basado en su percepción y en su lógica, no en la lógica de un sistema de información que por su propia naraleza es transparente, y por tanto exige una verificación automática. En la sociedad de la información el ordenador no pregunta a los usuarios por su ética o intereses, sino que les obliga a que verifiquen la información de su identidad a través de la contraseña. Y cuando se investigan las sucesivas crisis que han conducido a la gran crisis actual, la constante desde 2002 es la falta de transparencia y de verificación en todo el sistema financiero.

La información y las comunicaciones hacen la realidad global en la que todo afecta a todo. Cualquier información puede afectar al conjunto. Si lo situamos en la dimensión humana, cualquier información genética y externa altera la vida del ser humano desde el momento de su concepción. Esto implica la necesidad de un nuevo modelo de gestión y liderazgo. Los modelos de equilibrio de poderes entre las grandes potencias, el bipolar de las superpotencias durante la guerra fría, y el multipolar de la «comunidad internacional» que le ha seguido, no son representativos de una realidad global en la que hay que gestionar algo más sofisticado como es la diversidad. En la sociedad global y de la información los nuevos modelos necesitan ciencia, inspiración, y humanismo. El ser personal no puede ser diferente al ser nacional, porque entonces deja de ser persona y nación. Personas libres, y naciones libres.

En una realidad global lo innovador es desarrollar el potencial, porque es lo que beneficia a la parte y al conjunto. Generar desarrollo, bienestar y seguridad potencia la libertad, la convivencia y reduce los riesgos. En realidades la principal arma de una potencia y de un liderazgo del mundo libre como el que representa Estados Unidos. La potencia es más potencia si basa su política no sólo en el potencial propio sino también en el de los demás. Si se analizan uno por uno todos los temas que Estados Unidos considera hoy prioritarios en sus relaciones con los países iberoamericanos, todos dependen del potencial: democratización, lucha contra el tráfico y el crimen organizado, cooperación y desarrollo comercial. Los cubanos llevan tiempo demostrando el potencial de la lucha por las libertades y su contribución al desarrollo económico. Han sido un potencial defendiendo la libertad frente a la dictadura castrista, lo son internamente en Estados Unidos como creadores de riqueza y desarrollo, y lo son como futuro porque son un referente de la conquista de las libertades frente al totalitarismo comunista y de la izquierda.

Desarrollar el potencial del continente americano y del liderazgo occidental es potenciar la cooperación y acuerdos de las democracias iberoamericanas con todo el mundo. Como los que tiene Argentina con Sudáfricaen biotecnología, alimentación, sanidad y otros ámbitos, incluido el desarrollo de la lengua española, en el marco de una comisión binacional. Hacer del conjunto de acuerdos e intereses cruzados de Iberoamérica y Estados Unidos un modelo global de desarrollo representa el principal potencial para el liderazgo norteamericano y occidental.

UN NUEVO PROGRAMA DE LIDERAZGO GLOBAL
La nueva administración Obama tiene la gran oportunidad de introducir un nuevo programa como modelo y catalizador de todo el potencial que pueda contener Iberoamérica. Un programa-guía que marque la diferencia de lo que representa Iberoamérica para Estados Unidos y para el conjunto del mundo occidental y que parte de un mismo todo: pluralidad y diversidad enmarcadas dentro de un mismo modelo de vida y de sociedad libre.

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Obama tiene a su favor la iniciativa norteamericana de crear planes y programas que generan dinámicas de liderazgo de cambio. El Plan Marshall y el Programa Fulbright son ejemplos con resultados prácticos. En este último hay más de treinta premios Nobel, y en conjunto hay miles de dirigentes en todo el mundo occidental que dirigen universidades, gobiernos, medios de comunicación, empresas y otros estamentos sociales. Esta puede ser la hora de crear un programa específico para el mundo iberoamericano que lidere y catalice lo mejor de ese mundo para potenciar el liderazgo democrático de Occidente en todas sus manifestaciones. Es una obra propia de los laboratorios de pensamiento y estrategia con capacidad e inteligencia para desarrollar este tipo de iniciativas.

La población de habla hispana en California es más del doble (36,2%) que la media nacional, un hecho que refleja los dos conceptos, diversidad e integración. «De Baja California a Vancouver», se titulaba la exposición que visité en el Museo de Arte de Seattle en 2003. Una colección de obra contemporánea muy atractiva porque hacía de la diversidad de ideas, tendencias, y formas de vida, un todo, potenciando el valor de lo diverso, en conjunto y en cada una de sus partes. En esa diversidad quedaba expuesta la integración de lo hispano como parte de la costa oeste norteamericana que mira al Pacífico, desde México. Pero al mismo tiempo era una expresión ideológica de lo que representa la diversidad como un todo que tiene su valor en lo diferente, frente a la teoría multicultural como hegemonía. Todo ello es parte del ser americano y si Estados Unidos sabe emplearlo bien puede convertirse en el nuevo motor del liderazgo occidental.