Corea del Sur: la cultura como estrategia para conquistar la escena global

De la música a la comida, pasando por la literatura y la moda, el país asiático lleva años en la cumbre, y no parece que su protagonismo vaya a decaer

BTS Casa Blanca
Los miembros de BTS en una conferencia de prensa en la Casa Blanca / The White House via Wikimedia Commons
Nueva Revista

Avance

Han Kang, Parásitos, BTS, Byung-Chul Han, El juego del calamar, kimchi, Blackpink… son muchas las realidades y personalidades surcoreanas que en los últimos años han captado la atención mundial. La presencia cultural del país asiático se hace notar cada vez más en todas las partes del globo en ámbitos como la música, el cine, las series, la literatura, la gastronomía, la belleza y la moda. Este movimiento, conocido como ola coreana —hallyu en coreano—, comenzó en los años 90 en la propia Asia, especialmente en Japón. Aunque ya a principios del siglo XXI dio el salto a Occidente, según los expertos la entrada definitiva no llegó hasta 2012, cuando el cantante PSY estrenó Gangam Style. Su videoclip se convirtió en un auténtico éxito viral en YouTube, alcanzando, por primera vez en la historia de la plataforma, los mil millones de visualizaciones.

El interés occidental por lo asiático no es algo nuevo. En las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX Japón influyó especialmente en el arte y la moda entre las élites intelectuales de Europa. En épocas más recientes, durante los 80 y 90, encontramos importantes huellas en la cultura pop como el anime, las películas de Jackie Chan o juegos como Pokémon. Sin embargo, en la actualidad asistimos a algo distinto. Por un lado, la influencia no proviene de gigantes como China o Japón, sino de un país que, hasta hace unas décadas, estaba sumido en la crisis de la posguerra y en un gobierno dictatorial. Por otro lado, la influencia ahora no se circunscribe a un conjunto de elementos, sino que conforma todo un estilo de vida que están adoptando muchos occidentales. La «coreanización» no solo se deja notar en la gastronomía, la música o el cine, sino también en el creciente número de estudiantes de coreano, el aumento de los universitarios que cursan grados de estudios asiáticos o las cifras de turistas que eligen Corea del Sur como su destino de vacaciones.

Partiendo de varios artículos que The Guardian y otros medios han publicado en los últimos años, ofrecemos un análisis de cómo Corea del Sur se ha convertido en una potencia cultural.

ANÁLISIS

Podría parecer que esta ola coreana en algún momento tiene que llegar a su fin, pero, si es así, este no está cerca. El reciente Nobel de Literatura a Han Kang, la apuesta de Netflix por albergar más contenido coreano o el desembarco del kimchi en restaurantes de todo el mundo demuestran que aún no se ha agotado lo que Corea del Sur tiene para ofrecer. El país asiático se ha convertido en un superpoder cultural. Ha desbancado a Estados Unidos como el lugar del que se espera algo nuevo y rompedor y son muchos quienes lo consideran como el centro de la creatividad mundial actual. Como afirma Inkyu Kang, profesor de periodismo digital en Pennsylvania State University, esto se ha convertido en una fuente de orgullo y confianza para el pueblo surcoreano.

Las claves del éxito

Son varios los factores que explican el protagonismo que Corea del Sur ha adquirido en la cultura global. Sin lugar a duda, uno de ellos es internet y la interconexión que ha traído consigo, haciendo accesible la cultura de todos los rincones del mundo. En ese sentido, el aumento en el consumo de entretenimiento online que se produjo durante los años de la pandemia de COVID fue decisivo para que muchas personas abrieran la puerta a la oferta surcoreana. Pero las nuevas generaciones no solo cuentan con más medios para conectar con otras culturas, sino que, además, tienen interés en ello. La cultura se está volviendo cada vez más multipolar y, por eso, lo distinto tiene cada vez más posibilidades de triunfar.

Susanna Lim, profesora de estudios asiáticos en la Universidad de Oregón, explica que el creciente éxito de la cultura asiática en Occidente se debe especialmente a dos factores. Por un lado, es lo suficientemente exótica para que el público occidental sienta que se está acercando a algo distinto, cubriendo así su creciente demanda de diversidad. A la vez, por otro lado, tras décadas de hegemonía cultural estadounidense, la cultura pop asiática está totalmente permeada de sus influencias, por lo que contiene la suficiente dosis de familiaridad que facilita al individuo occidental la conexión con ella.

Otro elemento que propicia la acogida de estas expresiones culturales es el hecho de que muchas de ellas están imbuidas de estética kawaii, término japonés que significa «tierno», «mono». Esto convierte los productos en elementos amables, que actúan como una suerte de bálsamo en la sociedad alterada y polarizada en la que vivimos.

Ciertamente, la influencia cultural surcoreana va más allá de lo kawaii y de la cultura del entretenimiento, como demuestran éxitos como Parásitos, las novelas de Han Kang o los ensayos de Byung-Chul Han. No obstante, su cultura pop es la más extendida en Occidente hoy en día y, muy probablemente, la que ha abierto la puerta al resto de manifestaciones culturales que se producen en el país.

Un gobierno pop

Un elemento decisivo de todo este fenómeno es el papel que el gobierno desempeña en él. La conquista del panorama cultural por parte de Corea del Sur en los últimos años no es sino un ejercicio maestro de soft power o poder blando, término acuñado por el politólogo Joseph Nye para «describir la capacidad de obtener lo que uno quiere a través de la atracción o la persuasión en lugar de la coerción».

La trayectoria de Corea en el siglo XX fue todo menos sencilla: invadida por Japón a principios del siglo, fue ocupada por las fuerzas aliadas después de la Segunda Guerra Mundial, siendo dividida entre el Norte, bajo el control de la URSS, y el Sur, controlado por Estados Unidos. La guerra civil entre ambas partes, sucedida entre 1950 y 1953, terminó por asentar esa división y sumió los dos países en la pobreza y la hambruna. En las décadas de los 60, 70 y 80 se sucedieron en Corea del Sur distintas dictaduras y, cuando se estableció la democracia, el país fue sacudido por una fuerte crisis económica.

Con este recorrido nacional a sus espaldas, cuando en 1998 Kim Dae-jung llegó al poder decidió llevar a cabo un replanteamiento político para relanzar el país. Inspirado en las ganancias que el cine reportaba en Estados Unidos, consideró el impulso de la industria de la cultura pop surcoreana como una de las nuevas líneas maestras de gobierno. Con ello no solo buscaba el desarrollo económico del país, sino también mantenerse firme ante los vecinos y forjar su proyección exterior. Eran años de importación masiva de productos culturales japoneses, lo que espoleaba la necesidad de una producción cultural patria que hiciera frente a una nueva, aunque distinta, invasión japonesa. Además, la compleja situación geopolítica de Corea del Sur, compartiendo frontera con uno de los peores regímenes dictatoriales del planeta, hacía recomendable explorar otras vías de fortalecimiento nacional más allá de las propias del poder duro.

Fue así como despegó la ambiciosa política cultural surcoreana. Partiendo de una generosa financiación público-privada, el Ministerio de Cultura impulsa diversos proyectos a través de instituciones como la Korea Creative Content Agency, la Korea Foundation for International Cultural Exchange o el Korea Film Council. «Apoyar sin interferir» podría ser el lema de esta inversión pública, que no pretende controlar la creatividad, sino impulsarla a través de beneficios económicos. Aunque no faltan quienes denuncian que el gobierno retira su apoyo a aquellos artistas cuyos perfiles resultan molestos.

A día de hoy, la clase política surcoreana sigue apostando decididamente por el poder blando, movimiento que, hasta el momento, se ha demostrado muy inteligente. El poder blando ha sido elegido para crear marca de país, explicar lo que es Corea del Sur y exportarla al resto del mundo. Y en los distintos rincones del globo la cultura y el estilo de vida coreanos han sido acogidos y asumidos, aupando al país asiático a la cumbre de la cultura pop mundial.

El éxito de esta estrategia se demuestra también en el hecho de que el crecimiento cultural ha generado una mayor confianza global en Corea del Sur. Así, el interés por el país se ha contagiado también a su industria tecnológica, que desde los últimos años es vista cada vez con mejores ojos. Lee Soo-man, expresidente de SM Entertainment, compañía de productos de entretenimiento que lideró la ola coreana, afirma que, si en el pasado el poder blando llegaba tras la consolidación de imperios económicos, ahora Corea del Sur ha invertido el proceso. «El modelo coreano, por el contrario, era “cultura primero, economía después”: exportar la idea de “lo cool coreano” y ver cómo Samsung, LG, Hyundai y Kia cosechaban los beneficios».

En 2021 las exportaciones de contenido cultural surcoreano alcanzaron los 12,400 millones de dólares, una cifra superior a la generada por productos tecnológicos. Se calcula que el grupo musical BTS constituye el 0,3% del PIB del país, lo que le convierte en un decisivo actor económico. Se espera que el conjunto se reúna de nuevo en la segunda mitad de 2025, después del parón que los integrantes han realizado para llevar a cabo su servicio militar obligatorio. No solo las hordas de ARMY —nombre con el que se conoce a los fans del grupo— ansían este retorno, también los sectores financieros del país, ya que se prevé que este acontecimiento suponga una nueva inyección para la economía surcoreana.

Éxito a pesar de las sombras

A esta narrativa de éxito no le falta el lado oscuro. Son frecuentes las noticias de suicidios entre celebridades del k-pop o los k-dramas, lo que desvela la presión a la que son sometidas, con sus vidas monitorizadas desde el momento en que entran como aspirantes a estrellas en las academias dedicadas a crear futuros ídolos. No faltan tampoco las noticias de escándalos y abusos sexuales y a nadie se le escapa que la imagen de la mujer que transmite la k-culture, especialmente a través de las bandas femeninas de k-pop, está fuertemente sexualizada y cosificada.

Pero, a pesar de estas sombras, no parece que la ola coreana esté menguando. De hecho, su éxito se confirma cada vez en más ámbitos. Los análisis que hablaban del hallyu hace tan solo tres años apenas mencionaban la literatura. Hoy, después del Nobel de Kang, está claro que es un escenario en el que la fiebre coreana ha desembarcado. La gastronomía es también otra dimensión que cada vez está adquiriendo mayor relevancia.

Aunque pueda parecer que el panorama mundial no se mueve por un nuevo tipo de perrito caliente —como es el corn dog coreano que arrasa en Estados Unidos— o el último hit de Spotify, lo cierto es que, como argumenta The Guardian en un editorial, el poder blando no es una simple promoción del entretenimiento, sino toda una estrategia que puede ser clave para fortalecer aquellas naciones que ven lejanas sus posibilidades de escalar en el poder duro. «Corea del Sur todavía se considera a sí misma una potencia media. Pero en economía, tecnología y, especialmente en cultura, ahora es una potencia mundial».

Gestionar el poder blando no es tan sencillo, como evidencia el, hasta ahora, fracaso chino. No es cuestión de medios o estrategias, sino de un baile entre el apoyo del gobierno y el espacio a la creatividad. Corea ha tenido éxito porque ha entendido que el poder blando pertenece a las naciones, no a los gobiernos. China, por el contrario, parece no haber comprendido esto aún. Según Nye, el tono nacionalista y patriótico de sus producciones culturales, así como el control autoritario que coarta la creatividad, son los principales obstáculos para su éxito. No obstante, nadie descarta la posibilidad de que tome nota de los logros del vecino y decida, a su manera, enfilar esa senda.


La entrada ha sido elaborada por Cristina Erquiaga a partir de varios artículos de The Guardian y de otros medios, enlazados a lo largo del texto. La foto de la cabecera es de domino público, tomada por la Casa Blanca y registrada en Wikimedia Commons. Puede consultarse aquí.