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Pekka Hämäläinen. Doctor en Historia por la Universidad de Helsinki, es un galardonado investigador especializado en la historia de América del Norte, en concreto en historia indígena, colonial, imperial, ambiental y la frontera. Profesor en la Universidad de Oxford, ha recibido, entre otros, el Premio Bancroft, el Premio Merle Curti y el Premio Caughey.


Avance

Frente al relato que dice que la colonización es un proceso perverso por el que las potencias de la época se abrieron paso a cuchillo en América, África y Asia para expandir sus territorios y aumentar sus riquezas; y su contrario, que cuestiona dichos fines y pone como prueba que, tras la descolonización, ninguna de las potencias colonizadoras sufrió caída alguna, emerge una tercera vía. La desarrolla en este texto Pekka Hämäläinen y vendría a decir que el proceso está mal explicado y que el gran error de los historiadores es la generalización. En buena parte de los casos, se mira el conflicto colonial como una lucha entre dos frentes, colonias occidentales contra indígenas, lo que diluye, borra y minusvalora el papel de los pueblos indígenas, muchos de ellos eliminados así de la historia y el relato. Recuerda algo que parece obvio, pero que no lo es tanto, pues casi nunca se repara en que «cuando había guerras, los indios ganaban con la misma frecuencia que perdían». 

Pekka Hämäläinen: «Continente indígena:
Pekka Hämäläinen: «Continente indígena: la implacable pugna por Norteamérica». Desperta Ferro, 2024

Pero comenzando por el principio, para cientos de miles de indígenas americanos lo que pasó durante muchos siglos tras la llegada de Colón a América fue nada: siguieron viviendo exactamente igual. Norteamérica «siguió siendo abrumadoramente indígena hasta bien entrado el siglo XIX, de modo que, en lugar de una ‘América Colonial’, deberíamos hablar de una ‘América indígena’, que se hizo colonial de una forma muy lenta y desigual». Otra idea que refuta es la de colonización como sinónimo de dominación y masacre. Hubo muchos tipos de colonialismo, sin ser raros los acuerdos, los pactos, las treguas o, incluso, la colaboración, y cita el ejemplo de español Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Al hablar de la dificilísima construcción de los EE. UU. deja un titular: La historia de conquista militar, rápida y feroz es falsa en su mayor parte. En general, la tradicional historia del continente americano cambia diametralmente si la observamos, no tanto desde el prisma occidental, como desde el indígena. Y aquí se desvela el quid del título elegido por Hämäläinen. Él escribe sobre un «continente indígena», puesto que, desde una mirada con perspectiva histórica, el dominio colonial europeo y los modernos Estados que componen América del Norte, son una mera anécdota temporal comparado con los siglos y siglos de dominio y poderío indígena.

Algunas de las cifras que maneja el libro: para 1890 quedaban en América del Norte unos 250.000 indios. Según Hämäläinen, un 70 por ciento de la población indígena fue exterminada. Pese a la masacre, la población nativa del continente americano experimenta un resurgimiento. Según el historiador David Treuer, «América ha conseguido hacerse más india en los últimos 245 años que al contrario». Los 400 años de colonialismo que siguieron a la llegada de Cristóbal Colón no lograron extinguir la soberanía indígena de Norteamérica. Sólo en los últimos 130 años ha sido EE. UU. capaz de someter de manera efectiva a la población y cultura indígena, un breve momento si lo comparamos con la larga historia de la América indígena anterior al contacto con los europeos. Es por esto que la historia del continente, y más concretamente de los Estados Unidos, luce de manera diferente observada desde la perspectiva indígena.


Artículo

En las últimas décadas, en la mayoría de medios de comunicación, series de televisión, películas, literatura, etc. se ha mostrado el proceso de colonización de los distintos continentes por parte de los europeos con una imagen muy clara: un proceso perverso por el cual naciones como España, Francia, Inglaterra y demás potencias de la época, se abrieron paso a golpe de cuchillo y arcabuz, esclavizando, cuando no masacrando, a los habitantes de América, África y Asia con el fin de expandir sus territorios y aumentar sus riquezas. Ese es el relato dominante.

Por otro lado, son cada vez más los autores y libros que tratan de rebatir esta historia, destacando que el proceso de conquista de otros territorios no es, en modo alguno, un hecho aislado llevado a cabo por los europeos, puesto que la colonización se dio en todo el mundo a lo largo de toda la Historia. Más aún, se refutan sus motivaciones primarias —entre las que siempre figura la búsqueda de riqueza— puesto que no se sostienen ante un análisis objetivo de los datos. El oro y la plata de América (donde no tenían valor ninguno para sus habitantes), por ejemplo, no sirvió al desarrollo de ningún país europeo realmente, puesto que lo único que se logró con ello fue crear inflaciones monetarias gigantescas con las que financiar guerras en la propia Europa. Por no mencionar que, tras el proceso de descolonización, ninguna de esas naciones que perdió sus territorios sufrió caída alguna. De hecho, a día de hoy, son muchos los países más ricos de la tierra que nunca tuvieron colonias.

Estas dos visiones, diametralmente opuestas, son las opciones principales que cualquier lector puede encontrar de cara al debate e historiografía del proceso colonial que se vienen planteando entre los historiadores en la actualidad.

¿O tal vez no?

Una «tercera vía»

Nos encontramos aquí con una nueva visión del colonialismo, que sería ésta: el proceso en sí está mal explicado y se ha impuesto una forma, una estética del mismo, que no es real en modo alguno.

Dentro de esta tercera vía se encuentra el libro que nos ocupa, Continente indígena, del doctor en historia por la Universidad de Helsinki Pekka Hämäläinen, quien analiza pormenorizadamente la historia de la conquista de Norteamérica, y más concretamente, de los Estados Unidos.

Cuando vemos los viejos mapas de la época, con colorines y demarcaciones, observamos que España, Francia e Inglaterra poseían enormes porciones de territorio en lo que hoy es Estados Unidos, México y Canadá. Y, en nuestra mente, se traslada la idea de que, dentro de esas demarcaciones, las potencias europeas controlaban el territorio del mismo modo que ocurría en sus países. Hämäläinen demuestra a lo largo de estas páginas (editadas por Desperta Ferro Ediciones) que esa concepción dista mucho de ser la real, porque una dominación «política» no conlleva necesariamente una dominación «práctica». El virreinato de Nueva España, por poner un ejemplo, se extendía desde la actual Costa Rica hasta las vastísimas extensiones de la Columbia Británica en el Canadá, incluyendo prácticamente todos los estados que hoy ocupan el centro y oeste del continente norteamericano; pero eso no significaba que a lo largo y ancho de ese gigantesco territorio la gente viviera de manera similar a, por ejemplo, Toledo o Andalucía. Es una ficción, una farsa, una mentira, que se ha promovido a lo largo de los siglos desde los modelos de enseñanza pasando por los medios y, en general, la cultura popular.

Lo que el autor detalla en estas páginas es que, durante muchos siglos tras la llegada de Colón a América, cientos de miles de indígenas americanos siguieron viviendo exactamente igual a como lo habían hecho sus antepasados. Y mantuvieron sus territorios —las denominadas «naciones indias»— con sus lenguas, costumbres, tradiciones y enemistades con otros pueblos. Para Hämäläinen, Norteamérica fue «un mundo que siguió siendo abrumadoramente indígena hasta bien entrado el siglo XIX, de modo que, en lugar de una ‘América Colonial’, deberíamos hablar de una ‘América indígena’, que se hizo colonial de una forma muy lenta y desigual».

El gran error de los historiadores, según el autor, ha sido la caída en la generalización del asunto en cuestión. Pues, en buena parte de los casos, se mira el conflicto colonial como una lucha entre dos frentes, colonias occidentales contra indígenas. Y eso diluye, borra y minusvalora el papel de los pueblos indígenas, muchos de ellos eliminados de la historia y el relato. Y es ahí donde está jugando un papel importante el de los modernos académicos, que están tratando de recuperar para la historia a centenares de pueblos indígenas olvidados que se demostraron como actores fuertes durante el proceso colonial, resistentes ante la invasión, y esto es lo más notable, muchas veces victoriosos ante la misma: «Cuando había guerras, los indios ganaban con la misma frecuencia que perdían».

La variedad del colonialismo

Del mismo modo, el autor niega esa idea uniforme y extendida de la colonización como dominación y masacre. Sí, hubo casos de colonos que odiaban a los indios y trataron de erradicarlos, pero no siempre fue así ni lo fue en todas las épocas. Hubo muchos tipos de colonialismo, sin ser raros los acuerdos, los pactos, las treguas o, incluso, la colaboración. Paradigmático es el caso del español Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que llegó a las costas del sur de Estados Unidos perdiendo la gran mayoría de sus tropas en desastres navales y que consiguió sobrevivir y recorrer los actuales estados del sur (Florida, Louisiana, Alabama, Misisipi y Texas) a base de relacionarse con los indígenas, quienes admiraban los conocimientos médicos y tecnológicos de los españoles (espejos, gafas, joyas, etc.), al tiempo que estos se beneficiaron de su hospitalidad y conocimiento del terreno fruto de siglos de permanencia en esas tierras.

Hämäläinen se hace eco también de otro hecho que suele pasar desapercibido, como es la dificilísima construcción de lo que hoy denominamos Estados Unidos: «En 1887, cuando las guerras indígenas llegaron a su fin, EE. UU. era una nación imperial, pero también exhausta. Desde su fundación en 1776, había librado más de 1.600 choques militares con los nativos americanos, y mientras combatía a los indios, se sumió en una agotadora y desmoralizante contienda civil que se cobró la vida de al menos 750.000 norteamericanos. Cuando por fin llegó la paz, EE. UU. se embarcó en completar no una, sino dos reconstrucciones: la del sur y la del oeste indígena». El país había sufrido más de cien años de ausencia de verdadera autoridad y fue en ese momento cuando trató de reafirmar, por fin, su hegemonía. Claro que esta no se llevó a cabo de igual manera: si en el sur hubo elementos conciliatorios y de reconstrucción, en el oeste indígena se optó por una lucha dura y vengativa. ¿Y por qué ocurrió esto? En opinión del autor, la magnitud de la venganza no tiene otra explicación que el éxito indígena en los siglos anteriores, que fueron capaces de defender su posición contra el colono blanco con efectividad y fortaleza. Baste un dato: el apogeo del poder indígena en los EE. UU. no se dio en los primeros compases de la llegada de los europeos, sino en pleno siglo XIX, concretamente entre mediados y finales, algo que resulta chocante a tenor del relato dominante.

La historia de conquista militar, rápida y feroz es, por lo tanto, falsa en su mayor parte. La realidad es que, ante el avance estadounidense, las naciones indias se reinventaron y tuvieron períodos, en ese tira y afloja por el poder, de verdadero éxito. Los Comanches forjaron un imperio con todas las letras en México, convertido en su personal «Hinterland extractivo», dominando y asumiendo una posición dominante sobre dicho territorio. Los Lakotas, por su parte, fueron capaces, gracias a su movilidad y dotes diplomáticas, de crear una amplia red de alianzas que les permitieron durante setenta años frustrar una y otra vez la expansión de los estadounidenses, al tiempo que protegieron a decenas de naciones nativas más pequeñas y vulnerables. Como explica el autor del libro: «La enorme variedad de las naciones nativas y la profundidad y multiplicidad de la resistencia frustraba, cuando no mataba, a los colonizadores. Las naciones y confederaciones indígenas más poderosas (las seis naciones de la Confederación Iroquesa, La Confederación India, los Wyandots, Lakotas, Comanches, los Muscoguis, Cheroquis y Seminolas) derrotaron en batalla a los colonos en repetidas ocasiones y controlaron las negociaciones diplomáticas subsiguientes».

De este modo, podemos observar que la tradicional historia del continente americano cambia diametralmente si la observamos, no tanto desde el prisma occidental, como desde el indígena. Es por esto que Hämäläinen habla de un «continente indígena», puesto que, desde una mirada con perspectiva histórica, el dominio colonial europeo y los modernos estados que componen América del Norte, son una mera anécdota temporal comparado con los siglos y siglos de dominio y poderío indígena.

Resurgimiento

Según las cifras que se manejan en el libro, para 1890 quedaban en América del Norte unos 250.000 indios. Una cifra bajísima, que revela la enormidad del genocidio indígena que se perpetró en el territorio. Según Hämäläinen, un 70 por ciento de la población indígena fue exterminada.

No obstante, tal masacre no parece haber conseguido evitar el paulatino resurgimiento de la población nativa del continente americano. «Hoy la población de numerosas naciones y comunidades crece con rapidez». América está hoy salpicado con centenares de naciones nativas que tratan de preservar su soberanía, nacionalidad y forma de vida indígena. «Los pueblos nativos mantienen hoy el legado de su larga historia de resistencia. Los nativos americanos llevan combatiendo el colonialismo desde hace más de cinco siglos, oponiéndose y frustrando numerosos designios imperiales y manteniendo indígena el continente durante el siglo XX y XXI», se lee en la obra.

Según David Treuer (otro historiador citado por Hämäläinen), «América ha conseguido hacerse más india en los últimos 245 años que al contrario». Los 400 años de colonialismo que siguieron a la llegada de Cristóbal Colón no lograron extinguir la soberanía indígena de Norteamérica. Sólo en los últimos 130 años ha sido EE. UU. capaz de someter de manera efectiva a la población y cultura indígena, un breve momento si lo comparamos con la larga historia de la América indígena anterior al contacto con los europeos. Es por esto que la historia del continente, y más concretamente de los Estados Unidos, luce de manera diferente observada desde la perspectiva indígena. Una tradición, no por ello exenta de polémica, que es la que el lector podrá conocer en profundidad en este libro de Desperta Ferro Ediciones.


Foto: El artista guerrero Swift Dog (Hunkpapa Lakota) se representa a sí mismo con la cara pintada y atacando al enemigo con su tomahawk. Este se agacha sobre el cuello de su caballo para evitar el golpe. Es probable que Swift Dog (Perro Veloz) hiciera circular este dibujo mientras contaba la historia de esta lucha. La obra data de 1880. El archivo se encuentra en Open Access en el MET Museum y se pude consultar aquí.