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MIGUEL ÁNGEL ALARIO
FACULTAD DE CIENCIAS QUÍMICAS, UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

Es necesario referirse a una comunidad hispanohablante de cerca de cuatrocientos millones de individuos, cuya contribución a la ciencia no ha sido hasta ahora enorme, pero que posee un importante potencial. México, Brasil -donde el español avanza- y Argentina, por ejemplo, son países con unas posibilidades científicas importantes.

Respecto a la comunicación de esa ciencia, española o hispanohablante, cabe distinguir dos niveles. De una parte, la pura comunicación científica seguirá haciéndose en inglés, mientras los Estados Unidos sean la potencia científica líder. Sin embargo, en lo que se refiere a la divulgación científica, es obvio que a esos cuatrocientos millones de hispanohablantes hay que transmitirles los conocimientos científicos de manera asequible y en su lengua propia.

El siglo XXI será el siglo de la ciencia, en línea con lo que comenzó ya en el XX. Los males que nos aquejan: calentamiento global, desertificación, agujero de ozono, lluvia ácida aún persistente, la evolución de El Niño y La Niña, los terremotos, enfermedades como el sida o la ECJ, por no citar más que unos pocos ejemplos, son problemas que sólo puede resolver la ciencia y que hay que dar a conocer a la sociedad, lo que únicamente podrá lograrse empleando el medio de expresión que conoce la gente. Pero no sólo las catástrofes, también los -pocos- grandes proyectos de este siglo, como la Estación Espacial Internacional, la exploración del sistema solar o el conocimiento del genoma, tendrán que ser explicados en la lengua española común, nuestra língua franca. En este aspecto, el futuro es más esperanzador que el presente.

CARLOS BELMONTE
DIRECTOR DEL INSTITUTO DE NEUROCIENCIAS, UNIVERSIDAD MIGUEL HERNÁNDEZ, CSIC

Si por ciencia en español entendemos la cultivada por la comunidad de países iberoamericanos, hay que empezar diciendo que las diferencias en producción científica entre éstos son tan marcadas que resulta impropio hablar unitariamente de «ciencia en español». España, por ejemplo, produjo el año pasado el mismo número de publicaciones biomédicas que el total de los restantes países iberoamericanos.

Debemos admitir además que, a pesar de constituir un conjunto muy amplio de países con una lengua común, nuestra presencia en el panorama científico internacional como unidad cultural y lingüística es muy limitada y está mal definida. El español no es hoy una lengua científica y se da la paradoja de que incluso las revistas de investigación de nuestros países se editan en inglés para lograr no sólo difusión, sino el prestigio vinculado hoy a esa lengua como vehículo de comunicación internacional en ciencia. El inglés ha monopolizado la comunicación entre científicos y desplazado, a mi juicio irreversiblemente, al español, al igual que ha hecho con tantas otras lenguas, ligadas a una cultura científica mas sólida que la nuestra, que tradicionalmente se ha orientado más a las humanidades.

Desgraciadamente, el inglés contamina además de manera progresiva el español con barbarismos científicos. En nuestra mano está evitarlo. «Corrientes aguas, puras, cristalinas», dice un verso de Garcilaso. Una lengua capaz de transmitir emoción estética, simplemente por el modo en que se ordena un puñado de palabras sencillas, no merece ser arrinconada, ni descartada a la hora de servir para expresar un producto tan valioso de la razón humana como lo es la ciencia.

JOSÉ ELGUERO
INSTITUTO DE QUÍMICA MÉDICA, CSIC

En Química, el presente del español es malo y el futuro incierto. Podríamos decir de él lo contrario de lo que se comentaba de Austria en el periodo de entreguerras: «desesperado pero no sin esperanza». Ahora es malo, porque la revista en español Anales de Química, por ejemplo, ha desaparecido; porque la red esta hecha para el inglés (sin acentos ni letras nacionales), porque incluso los congresos entre latinos se desarrollan en inglés.

Pero tengo la esperanza de que Iberoamérica hará por nosotros lo que los Estados Unidos han hecho por el Reino Unido: que salve el español. Hay revistas en nuestro idioma en México, Argentina, Chile y Venezuela, entre otros países. Y, naturalmente, entre nosotros «chateamos» en español. Debe quedar claro que no existe ninguna dificultad en expresarse científicamente en nuestro idioma, aunque no debemos llegar a decir, como el gran teórico francés Raymond Daudel, que uno sólo puede pensar en su propio idioma.

ANTONIO FERNÁNDEZ-RAÑADA
CATEDRÁTICO DE ELECTROMAGNETISMO, UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

Es cierto que el inglés es la lengua básica para la investigación y la comunicación internacional, pero eso no significa en modo alguno que las otras lenguas, y el español en particular, no tengan papel alguno en la ciencia. Todas son importantísimas. Hay varios ámbitos en los que la lengua propia es imprescindible: en la enseñanza, la divulgación, el periodismo y el análisis de consecuencias sociales de las nuevas ideas o de las políticas científicas. Todas las lenguas son necesarias para la ciencia de un país, pues una comunidad científica no puede alcanzar su madurez si no es capaz de hablar de ciencia por encima de las especialidades y con los demás sectores sociales. Por eso creo que despreocuparse del español científico es un error, cargado a menudo de esnobismo. Los científicos españoles debemos esforzarnos por hablar y escribir un buen español, procurando contribuir a mantenerlo activo como lengua de debate científico.

JOSÉ LUIS HUERTAS
DIRECTOR DEL INSTITUTO DE MICROELECTRÓNICA DE SEVILLA

Actualmente la ciencia de calidad sólo existe en inglés. Esto no significa que no haya buenos científicos ni centros de investigación de excelencia en el mundo de habla hispana -o en el ámbito de otras lenguas-, pero desde luego la comunicación científica se hace mayoritaria y casi exclusivamente en inglés.

Esta situación tiene su origen en la necesidad de buscar un soporte universal y homogéneo para compartir y así hacer progresar la ciencia. Descartadas las lenguas orientales y abandonado el latín hace mucho tiempo como lengua común, los diferentes idiomas europeos han peleado por sustituirlo. El español, debido sin duda a una historia de espaldas al mundo científico, apenas contó en una contienda en la que el inglés se ha impuesto al francés y al alemán. Desde luego, aspectos políticos tan importantes como el alto desarrollo científico, tecnológico y económico de Estados Unidos han jugado un papel decisivo en esta competencia, especialmente después de concluir la Segunda Guerra Mundial.

Pero además de esas razones políticas, entre las causas por las que el inglés ha logrado afirmarse se cuenta, en primer lugar, su implantación universal, que hace de ella la lengua hablada en mayor número de países, bien como lengua oficial o bien como lengua aprendida.

En segundo lugar está su plasticidad y creatividad para la incorporación rápida de nuevos términos científicos; más recientemente, de acrónimos para representar conceptos científicos.

La tercera causa estriba en la existencia de un potente mecanismo de edición en lengua inglesa, representado por las editoriales británicas y norteamericanas.

Una cuarta razón, vinculada a la anterior, está relacionada con la aparición y universalización de mecanismos de valoración de la actividad científica basados en la consulta y referencia del material bibliográfico en inglés -los tan traídos y llevados índices de impacto-.

¿Quiere esto decir que hemos de renunciar a una ciencia en español en el futuro? Probablemente -y desafortunadamente desde la perspectiva de nuestra hermosa lengua- la respuesta a corto plazo es que sí. No tiene sentido para el mundo de la ciencia un cambio de la actual situación sin razones de peso. Sería difícil desbancar al inglés sin más motivo que la defensa del acerbo cultural de cualquier otra lengua.

A largo plazo, sin embargo, las cosas pueden ser diferentes. En este momento la publicación y difusión de resultados científicos está en trance de sufrir una revolución debido a la presión de Internet y, en general, al uso masivo de las tecnologías de la información. Un elemento nuevo es la posibilidad de traducción instantánea de textos a múltiples lenguas, por medio de programas informáticos.

Para ello sería necesario trabajar en la universalización del aprendizaje del español en el ámbito científico. Se precisarían, además, mecanismos de publicación -y de valoración- de resultados en nuestra lengua, que tuvieran los mismos filtros de calidad que han servido para prestigiar los medios anglosajones. Finalmente, sería imprescindible dotarnos de procedimientos que pudieran facilitar la adopción y creación de nuevos términos de forma rápida y unívoca.

En definitiva, el posible cambio va a depender de las capacidades que el español ofrezca y del grado de compromiso que políticos, investigadores y Academias de la Lengua adquieran en promoverlo.

CÉSAR NOMBELA CANO
CATEDRÁTICO DE MICROBIOLOGÍA, UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

La internacionalización de la ciencia ha impuesto el inglés como lengua franca, entre otras razones por el enorme peso de la ciencia norteamericana (el 35% de la producción científica mundial de relevancia procede de ese país). Hay, sin embargo, a mi juicio, un hueco para la producción científica en español, sobre todo si sabe beneficiarse de las nuevas tecnologías. Es preciso reforzar la cohesión de la comunidad científica hispanohablante, una tarea que deben liderar las instituciones y apoyar los Gobiernos, especialmente el español. Hace falta desarrollar con precisión el léxico científico-técnico, adaptándolo a los nuevos avances en función de las capacidades de nuestra lengua, en línea con la iniciativa de la Real Academia de Ciencias.

Finalmente hay que aprovechar las posibilidades de difusión electrónica para informes científicos y trabajos originales. Continuará la tradicional publicación de trabajos originales en revistas avaladas por un comité editorial, pero la creación de bases de datos y resultados de libre acceso jugará, sin duda, un papel creciente para la comunicación inicial de cualquier hallazgo. La ciencia desarrollada en español podría encontrar de esta forma también un sencillo cauce de comunicación y debate, con ventaja para quienes la manejan que, en cualquier caso, también leerán y publicarán en inglés.

Todo ello puede contribuir a que la ciencia se encarne más en nuestra cultura y por tanto en nuestras inquietudes de futuro y no sea un simple apéndice ortopédico. Hay aquí retos importantes para instituciones como las universidades y el CSIC, lo mismo que para los Gobiernos.

ISIDORO RASINES
INSTITUTO DE CIENCIA DE LOS MATERIALES, CSIC

En el mundo de lengua española se produce hoy mucha más ciencia que hace 50 años, pero en español se escribe muy poca ciencia nueva -menos aún que entonces-. Ahora hemos de publicar casi todo en la lingua franca de la ciencia, que no es el español. Los Anales de la Real Sociedad Española de Física y Química, por ejemplo, contenían en 1950 la mayor parte de la Química que se producía en España; hoy, en cambio, Anales de Química sólo publica artículos de divulgación para químicos.

Porque pienso que el futuro depende de los científicos, me interesa, más que adivinar el porvenir, tratar de orientarlo. Intento que apreciemos más el tesoro que supone el español y nos esforcemos por conservarlo y enriquecerlo; deseo que lo utilicemos más correctamente, tanto al transmitir a la gente joven la ciencia heredada, como para comunicarnos entre nosotros; y me presto siempre a colaborar en la elección de los vocablos que mejor designen en español los nuevos conceptos y técnicas.

Cuando el maestro valora la riqueza que significa nuestro idioma, la gente joven que tiene a su alrededor acaba por compartir su opinión. Por eso el futuro de la ciencia en español depende de los maestros. Ellos tienen la palabra: el principio.

JULIO RODRÍGUEZ VILLANUEVA
VICEPRESIDENTE DEL CONSEJO CIENTÍFICO DE LA FUNDACIÓN RAMÓN ARECES

Acabo de participar en una interesante reunión de las principales Fundaciones Científicas Europeas en Estrasburgo, convocada por la European Science Foundation y allí sólo se ha hablado en inglés. Los científicos de campos avanzados publican y se manejan casi exclusivamente en ese idioma. Las publicaciones en español, cuando se realizan, encuentran serias dificultades para alcanzar difusión internacional y apenas son leídas por los científicos. Personalmente me gustaría poder decir otra cosa, pero tengo que expresar lo que siento y los que se aprecia en el mundo científico. La verdad es que, ante esta situación, no veo en el próximo futuro muchas posibilidades para el progreso de la ciencia en español.

JOSÉ MARÍA SEGOVIA ARANA
CATEDRÁTICO DE MEDICINA INTERNA, UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID

El futuro de la ciencia en español es prometedor, pues el presente cuenta ya con un nivel aceptable, que incluso es excelente en determinados sectores, Al menos así parece concluirse de la comparación con la situación de años anteriores en la que, excepción hecha del trabajo de Cajal y de algunos pocos más, el panorama era muy pobre.

Hay que añadir, sin embargo, que, en la actualidad, el conjunto de la ciencia en España es inferior al que debería corresponder al progreso social, económico y político que está experimentando aceleradamente la sociedad española. Es de esperar que nuestra investigación científica alcance pronto los niveles europeos de inversión económica, hasta llegar a duplicar las cifras actuales.

La calidad de nuestros investigadores, además, es grande y reconocida por todos, pero hay que aumentar su número, crear más puestos de trabajo, hacer que sean más respetados socialmente y retribuirlos mejor. La ciencia en nuestro país estará entonces impulsada y consolidada por investigadores españoles, que sentirán y pensarán en español, aunque escriban sus trabajos en inglés en las grandes revistas científicas internacionales. Lo importante es que, como país moderno, contribuyamos al progreso de la ciencia, una tarea para la que estamos plenamente cualificados.

FRANCISCO J. YNDURÁIN
MIEMBRO FUNDADOR DE LA SOCIEDAD EUROPEA DE FÍSICA

Permítanme hacer dos puntualizaciones, antes de responder a la pregunta que me plantean. En primer lugar, el 99% de las publicaciones científicas relevantes para la investigación se publican en inglés. Esto no es una desventaja, sino una importante oportunidad. Es cierto que reclama un cierto trabajo extra, pues hemos de escribir en un idioma que no es el materno; pero el conocimiento de un solo idioma extranjero nos permite comunicarnos con todo el mundo.

Hay que especificar asimismo que, por lo que se refiere al futuro del español como lengua científica, éste no tiene ninguno. El inglés seguirá probablemente siendo la lengua de las publicaciones y los congresos.

Dicho esto, hay que tener en cuenta dos niveles en los que el español puede ser relevante para la ciencia. Por lo que se refiere a los textos de enseñanza media y universitaria, éstos serán redactados en castellano y, si son buenos, podrán ser traducidos al inglés o al francés. Tengo experiencia personal a este respecto. Mis trabajos de investigación o un libro sobre quarks están escritos en inglés; pero cuando he escrito libros sobre mecánica cuántica, para alumnos de tercero o cuarto de carrera, lo he hecho en español. Esta es la lengua que he utilizado también para todos mis trabajos y libros de divulgación.

En un nivel superior, el español podría alcanzar un cierto prestigio si hacemos ciencia de calidad, de modo que los científicos de otros países tengan que venir aquí a especializarse. En este caso, el idioma de las publicaciones seguiría siendo el inglés, pero el español podría mantenerse como una importante segunda lengua. Pero el nivel decisivo es el de la tecnología. Si producimos tecnología de calidad, el idioma sobrevirá como lengua científica. En caso contrario, seremos cada vez más una colonia del inglés.