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Con el final de la guerra fría, algunos se apresuraron a anunciar que la Alianza Atlántica había quedado obsoleta. En Estados Unidos, se acuñó la expresión «dividendo de la paz» para reclamar un menor compromiso de su país con la defensa occidental. Las voces aislacionistas reaparecieron en la política americana. De hecho, la elección de Clinton en 1992 fue un signo de que los ciudadanos querían que se atendiese de forma prioritaria los asuntos domésticos. En Europa Occidental, un cierto chauvinismo llevó a ciertas voces a afirmar que la Comunidad Europea prefiguraba una nueva superpotência, también en lo militar.

Sin embargo, en muy poco tiempo quedó claro que la Alianza Atlántica debía seguir teniendo un papel principal en la defensa de los países occidentales; eso sí, después de una profunda reforma interna y una valiente ampliación al Este. En la nueva situación mundial había nuevos riesgos, tensiones e incertidumbres. La opinión generalizada era que Rusia no se convertiría en un país estable y pacífico en menos de una generación. Además, entre los miembros de la nueva Unión Europea no había una voluntad clara de organizar y financiar una defensa europea digna de ese nombre fuera de la Alianza. Al fin y al cabo, la Alianza había sido una organización enormemente exitosa y existía una verdadera comunidad de valores atlántica, uno de cuyos elementos nada desdeñables era la generosidad de los contribuyentes americanos a la hora de pagar gran parte de la defensa occidental.

En los últimos años hemos asistido a una negociación entre los países de la Alianza Atlántica para ponerla al día, redefinir sus misiones y acordar su ampliación al Este. En junio del pasado año, la Alianza sentó las bases para que en su seno se pudiera desarrollar la llamada «Identidad Europea de Seguridad y Defensa». Francia y España anunciaron su decisión de negociar su inclusión en la nueva Estructura de Mandos. Al poco tiempo, Estados Unidos decidió dar un gran impulso al proyecto de ampliación y el Presidente Clinton anunció que en 1999, cuando se cumple el 50 aniversario de la firma del Tratado de Washington, la Alianza recibirá como nuevos miembros a varias de las nuevas democracias de Europa Oriental. Estos países entienden la integración en la Alianza como una garantía de seguridad, pero también como parte de su camino de modernización y homologación con los países más adelantados de Europa.

Los próximos 8 y 9 de julio tendrá lugar en Madrid una de las cumbres más históricas de la Alianza, en la que se concluirán buena parte de los trabajos de reforma interna y se anunciará con qué países se negociará su integración en la Alianza antes de fin de siglo. Son 12 los países que han solicitado su adhesión al Tratado de Washington. En esta primera ampliación tras el final de la guerra fría, la mayor parte de los analistas dan como seguras las candidaturas de Chequia, Polonia y Hungría y, como posibles, las de Eslovénia y Rumania. Además, coinciden en que debe haber nuevas ampliaciones tras esta primera ampliación y esperan que, con el tiempo, disminuyan las dificultades para integrar a algunos de los distintos países que formaron parte del antiguo territorio de la Unión Soviética.

La Alianza ha emprendido una negociación con Rusia, previa a la ampliación, para establecer una relación permanente a través de consultas y medidas de confianza, y conseguir así que la ampliación no refuerce la línea dura en Moscú. La ampliación de la OTAN crea un problema a los políticos rusos, aunque también les ofrece la garantía de una frontera oeste estable. A estas alturas, está claro que Rusia no goza de un derecho de veto sobre la ampliación y que su nueva relación con la Alianza no debilitará la defensa occidental, ni conducirá a compensaciones militares o económicas desproporcionadas.

Otro problema al que se enfrenta el proceso de ampliación es el de quién paga la factura, estimada en aproximadamente 35.000 millones de dólares. Por ahora, Estados Unidos espera que sean los países europeos los que hagan la mayor contribución a la nueva Alianza Atlántica. Pero los países del Este candidatos a la adhesión no se encuentran en disposición de hacerlo y los miembros de la Unión Europea están embarcados en la consolidación de una nueva cultura presupuestaria de austeridad, animada por las exigencias de la convergencia económica, que continuarán después de la creación de la moneda única en 1999. Por otra parte, tanto en Europa como en los EE.UU., es difícil persuadir a la población de la necesidad de gastar más en defensa para financiar la ampliación de la Alianza. Ya no existeuna percepción extendida de una permanente amenaza exterior, comosucedía en los viejos tiempos de la guerra fría.

José M. de Areilza es Licenciado en Derecho con Premio Extraordinario de Licenciatura por la Universidad Complutense de Madrid, Doctor en Derecho y Master en Derecho por la Universidad de Harvard y Master en Relaciones Internacionales por The Fletcher School of Law and Diplomacy. Actualmente es profesor ordinario en el Departamento de Derecho y en el Departamento de Dirección General y Estrategia de ESADE. Asimismo, desde 2013 es titular de la Cátedra Jean Monnet en ESADE, otorgada por la Comisión Europea. Secretario General de Aspen Institute España.