La obra de Beethoven que mayor popularidad alcanzó en vida de su autor, el Septimino, nunca fue considerada muy en serio por él. Ya desde su estreno en 1800 tuvo una acogida tan calurosa que eclipsó el interés muy superior de otras obras como la Primera Sinfonía que se dio a conocer en aquella misma ocasión.
Su fama continuó aumentando tras la publicación y se convirtió pronto en la partitura más celebrada de Beethoven, pero mientras el interés del público aumentaba, disminuía el del compositor. Convertido en el autor del Septimino, según contaba su alumno Karl Czerny, cualquier mención a esa obra le enfurecía y podía soportar aún menos su audición.
Para Beethoven era una obra muy tradicional y poco innovadora y no poseía tanto valor artístico como algunos Cuartetos, Sonatas o Conciertos de piano de mayor profundidad y hondura musical. Pero el público no era capaz de entenderlas, mientras que el Septimino, tan ligero, alegre y tan clásico en su forma, resultaba con sus preciosas melodías sencillamente encantador.
Diez años separan la composición del Septimino de Beethoven del Quinteto para clarinete Op. 34 de Cari María von Weber, que está concebido para un grupo similar de cuerda y viento. Mientras la obra beethoveniana pertenece a la tradición de la Serenata clásica en varios movimientos, la de Weber ya se enmarca en la estética del romanticismo, con el clarinete en la voz solista y un grupo de cuerda que se limita al papel de acompañante.
El Quinteto de Weber fue escrito para su amigo Heinrich Bármann, un virtuoso clarinetista que fue el destinatario de otras obras de Weber. La partitura manifiesta claramente que la intención del compositor era poner de relieve las grandes dotes de su amigo Bärmann como solista, más que componer una obra de estilo concertante en la tradición del Quinteto para clarinete de Mozart.
Pero tampoco es una obra de circunstancias escrita a toda prisa, a juzgar por los cuatro años que tardó en componerla. Algo apresurado en el último momento, pues al día siguiente de terminar el Rondó, se estrenó en la Corte de Viena, por cierto, con éxito.
Dos deliciosas obras se reúnen en este disco, similares en su instrumentación y proporciones, pero bien distintas en su estilo. A la jovialidad y ligereza del estilo concertante del Septimino, tan agradable de escuchar, se opone el Quinteto de Weber con su aliento romántico y resonancias casi operísticas en las melodías cantabile encomendadas al clarinete.
The Academy of Ancient Music con instrumentos de la época, recrea con fidelidad estas preciosas partituras consiguiendo un disco delicioso para el amante de la música de cámara.