Luis Núñez Ladevéze

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Catedrático en la Facultad de Ciencias de la Información, doctor en Derecho y licenciado en Filosofía

Aventuras y desventuras de los esposos Curie

Sentimientos dispares causa al espectador la historia de esa «singular pareja» que forman, en el teatro Fígaro, Amparo Larrañaga e Iñaki Miramón. Si no hubiera una historia verdadera iras estos dos curiosos y originales ejemplares del género —del género humano, se entiende—, poco o nada habría que objetar al ingenioso diálogo y no menos divertida trama elaborados por Jean Noel Fenwick, autor francés del que. salvo que mi frágil memoria no me juegue una más de sus habituales jugarretas, no conozco obra alguna. En efecto, lo que alienta por detrás del artificio de ¡a escena no es una relación histriónica entre dos científicos de opuesto sexo, a cual más estrafalariamente disparatado. Si eso fuera todo, el espectador asentiría complacido a los enredos de la intriga y a los equívocos del diálogo. Tal vez podría, en su interior, pero muy lejanamente, lamentar la falta de una mayor ambición dramática por parte de un autor que en su derecho está de usar los personajes en la justa medida de sus pretensiones. Realidad y ficción Pero es que no se trata de dos anónimos sabios distraídos cualesquiera, sustraídos por la imaginación para abstraer con sus ocurrencias a un público complaciente. No. Es que tienen nombres propios. Uno se llama Pierre Curie, y ella, ah, ella es Marie Curie, la única persona, y otra vez tengo que apelar a la fragilidad de la memoria por si cometo error u omisión, que ha ganado el Premio Nobel dos veces, una, la primera, en Física, compartido con su marido y el físico Beckerel, y otra en Química y sin compartir, ya después de que hubiera muerto su esposo. A propósito del encuentro en la Universidad de la Sorbona de estos dos asombrosos personajes, Fenwick construye una divertida narración en la que cuenta cómo descubren la radiactividad del uranio primero, y la existencia después, de un nuevo, por hasta entonces desconocido, y más poderosamente radiactivo mineral, el radio, razón por la que se les otorgará el apreciadísimo premio. Como se dice ahora, aunque habría que saber por qué se dice de manera tan horrible, Fenwick ha concebido la representación «en clave de» comedia y no «en clave» dramática. Eso de «en clave de» o de «en clave» resulta un poco hortera a oídos puritanos, pero comienza a ser lugar común en los comentarios cinematográficos y teatrales. Como el lector entiende bien lo que se le quiere decir, aceptamos la expresión no tanto para «darle gusto» como para señalar nuestro disgusto por ceder a ella. Naturalmente, el autor teatral está en su derecho de elegir la «clave» que desee aplicar a su obra. Pero el crítico lo está también para comentar el exceso de dependencias o de servidumbres que esa adopción entraña para quien la acepte de un modo tan incondicional como lo hace Fenwick, es decir, hasta el extremo de subordinar la historia a los efectos cómicos, y desentenderse de la intensidad dramática de los conflictos interiores. Actitud que sin duda provoca la coexistencia del apasionamiento científico con el instinto conyugal...

un gran Benavente

Si se prescinde de Valle Inclán. que es cosa aparte y de excepcional originalidad, puede considerarse que Benavente es el creador del teatro moderno español. Con él se sustituye definitivamente la grandilocuencia romántica por la descripción modernista de ambientes y situaciones, la prosa relega al verso y la psicología sutil y refinada a la acción directa en la escena. Juzgado su teatro con el desapasionamiento que permite la distancia en el tiempo, Benavente tiene el mérito de conservarse actúa!, si no en las soluciones morales a los conflictos sentimentales que plantea, si en el planteamiento de esos conflictos y a las situaciones que genera. Si, como ocurre con Rosas de otoño, la trama de Benavente es conducida por la mano experimentada y sabia de un hombre de teatro de! talento y la altura del malogrado José Luis Alonso, entonces Benavente resulta tan próximo y cordial, tan comedido y escenográfico, y sus personajes tan veraces y naturales, que la obra no puede decepcionar. Es Rosas de otoño una típica comedia benaventina, una descripción moral de las costumbres y hábitos de una burguesía emergente, localista y pagada de sí misma. Con la facilidad literaria y dialogística que caracterizan el teatro benaventino. los personajes de esta comedia, que puede clasificarse como de salón, se mueven con desenvoltura en la escena para descubrir sus conflictos emocionales. El juego del amor, eterno sin duda pero interpretado a través de las peculiaridades sociales de una época y una clase nítidamente retratados, constituye el nervio dramático de la pieza. Pero la trama es a la vez ocasión para exponer con sutileza y hondura un lema más amplio, el de la relación complementaria de los sexos y la distinta manera de afrontar los infortunios y decepciones producidos por el sentimiento amoroso, entre el hombre y la mujer. Una trama de siempre, afrontada a través de la descripción habilidosa de un ambiente convencional de principios de siglo, permite indagar en las inquietas amarguras de la condición femenina y encontrar, bajo los devaneos masculinos de superficie, un fondo de humanidad y sentimiento. No es en la descripción sino en la solución donde Benavente queda alado por las limitaciones convencionales de la época en que escribe. En la escena presenta una misma intriga desdoblada en dos generaciones. La mujer paciente, enamorada, dependiente del esposo y resignada a sufrir en su interior los devaneos de un hombre de éxito demasiado fácil, no puede servir de retrato a una mujer actual, ya emancipada y exigente, que no aceptaría un diferente patrón de conducta masculina que femenina. La diferencia generacional se advierte en la actitud más resuelta y conflictiva que, frente a la misma situación, adopta la hija de los protagonistas. Pero Benavente impone una misma solución a ambos conflictos, basada en la comprensiva mansedumbre de la mujer enamorada, cuya conformidad acaba premiándose con las Rosas de otoño, es decir, el afloramiento en su marido de un amor permanente pero recóndito, que nunca faltó, pero tampoco nunca emergió a la superficie, hasta la etapa en...

Las tertulias de las vanidades

Cierto día las veleidades cortesanas del conde Lecquio se pusieron de moda en la tertulia madrileña. El nombre de Antonia Dell'Atte pasó de la condición gramatical de nombre propio a la de común de la noche a la mañana. El comentario de este tratamiento informativo quiere pasar de puntillas sobre la anécdota noticiosa para fijarse en la categoría subyacente. No se trata de una noticia ocasional, que se esconda en las secciones más amarillentas de los periódicos ni en las más sonrosadas de los noticiarios. Forma parte de un estilo informativo generalizado que consigue destacar en las portadas de los llamados periódicos de calidad y que es objeto de comentario de los más prestigiosos comentaristas de la actualidad política. No era la primera vez que ocurría algo parecido. Noticia de primera plana fue también la peripecia matrimonial de Chábeli Iglesias. Siempre que se produce una noticia de este estilo se esconde algún resabio de aderezo político. Y si no lo tiene, la prensa soi-disant cualitativa consigue sazonarla con este condimento que permite amparar en sus páginas una valoración proporcionada a la curiosidad que suscitan. El caso es que hace tiempo que Madrid se ha convertido en una gran tertulia deletérea a través de las antenas de la radio, la pantalla de la televisión y de la letra impresa de los rotativos. Se puede asegurar que la tertulia es un invento español de cierta tradición. De las tertulias de Pombo a las del café Gijón, pasando por las charlas de café de don Santiago Ramón y Cajal, se desprenden alicientes que podrían sugerir que se considerase la conversación como un peculiar género literario. Pero hemos pasado de la tertulia de salón y de café a la del medio de comunicación. Y ahí los valores tradicionales languidecen y se metamorfosean en otros insólitos. La moda por la moda En el caso más elemental y exigente, tres o cuatro periodistas se reúnen para comentar la actualidad. Generalmente se habla de política y se dice cualquier cosa, con tal de que tenga interés para una audiencia que carece de tiempo para leer el periódico, pero le sobra para atender lo que pudo leer en menos tiempo que el que dedica a escuchar. En los demás casos, las cosas se complican. El tertuliano o contertulio comparte el micrófono con la vedette del día o de la noche. Cuentan con sillón y micrófonos fijos para emitir un amasijo de juicios sobre los asuntos más variados de la agenda setting elaborada sobre la información de actualidad. Lo que interesa es que alguien de moda hable de algún asunto de moda. La política nacional se confunde con el comentario deportivo, el comentario con la crítica de sociedad, la crítica con el chismorreo, el chismorreo bordea con facilidad el umbral de la injuria y la injuria muy fácilmente se convierte en contumelia. En ese revoltijo se hace cierto el escolio de que "nada es verdad ni mentira" porque, independientemente de cual sea el cristal con que se mira, no hay...

Ciencia y doctrina social de la Iglesia

Que las encíclicas de Juan Pablo II sean objeto de un estudio constante por los istas en doctrina eclesiástica es asunto tan gremial que no tendría sentido reparar en ello. Pero, desde hace algún tiempo, y coincidiendo, además, con el cambio de orientación que se ha producido en la actitud adoptada por quienes se dedican a la producción del alimento del espíritu, la obra de Juan Pablo II viene llamando cada vez más poderosamente la atención de los estudiosos, intelectuales y especialistas de las diversas ramas científicas. Hago énfasis en el "cambio de orientación" porque, efectivamente, el interés que desde hace algunos años suscita la doctrina social de la Iglesia, coincide con la toma de conciencia de que los cauces previstos en el debate por los cultivadores de las ciencias humanas han conducido a la encalladura del navío y ya no basta con desencallarlo. Es necesario explorar en otras direcciones para encontrar un nuevo rumbo. Con el característico lenguaje propio de la argumentación doctrinal, distinto del de la racionalidad teórica y científica, el magisterio papal había anunciado, hace ya más de un siglo, que algunas de las actitudes características del proceso ilustrado impedían que el propio esfuerzo especulativo llegara a producir los frutos que cabría esperar del progreso humano. Lo cierto es que la tarea doctrinal de la Iglesia sigue produciendo sus frutos orientadores e indicativos de hacia donde dirigir el esfuerzo del espíritu, mientras que los productos de la razón expresan su zozobra por la evidencia de haber perdido el sentido de la orientación. Especialistas, científicos, pensadores atienden cada vez con más asiduidad a esas manifestaciones razonadas del magisterio. No se trata, pues, sólo de la atención de los expertos en doctrina eclesiástica sino de la inquietud de muchos especialistas que, tras haber verificado que la ciencia abandonada a sí misma no es un criterio autosuficiente para responder a las preguntas que el propio proceso científico suscita al espíritu humano, vuelve su mirada a los productos del magisterio, tras haber captado que, contra las previsiones de un laicismo fanático, en esos productos hay indicaciones que permiten comprenderse como respuestas concretas para entender los grandes acontecimientos de los últimos años. Mucho tiene que ver con esta creciente curiosidad por la doctrina papal el que los más avisados de los estudiosos, científicos y de los responsables políticos, anticiparan con sus argumentos o con su intuición, que el proyecto de construir una sociedad socialista estaba destinado al fracaso. No otra cosa venía diciendo la doctrina social de la Iglesia ab initio cuando no sólo no era tan fácil sino que ni siquiera era previsible el desenlace y, por tanto, era más arriesgado el diagnóstico. La doctrina nunca tuvo temor de las desautorizaciones guiadas por la moda o por el fanatismo. Este es el punto de vista que ha aglutinado a un conjunto de estudiosos de las ciencias del espíritu, de la sociología, la economía y la historia, principalmente, a publicar unos Estudios sobre la Encíclica "Centesimus Annus"1 Se trata de un trabajo profundo...
Nueva Revista

La modificación inexorable de los hábitos de socialización infantil

  La rivalidad por ganar audiencia es la causa principal del cambio de mentalidad que se está produciendo en la industria televisiva espaLñola, un proceso conocido pero de efectos equívocos. Porque, si por un lado, la competencia entre las cadenas ha contribuido a aumentar la oferta, reforzar la industria audiovisual y vigorizar la producción, se trata, por otro, de una oferta tan homogénea y anodina, incapaz de ofrecer apenas variaciones. Los programas son miméticos, sus fórmulas se repiten como variantes de un único patrón, las series se copian unas a otras, los concursos devienen en espectáculos amorfos y reiterativos.  El triunfo de esa variedad televisiva que podría denominarse prefabricación de la realidad, y cuyo primer éxito importante -toda una innovación en temporadas pasadas- fue Gran Hermano, ha quedado ya arrinconado por el de Operación Triunfo, que ha sabido dar una nueva dimensión a la fórmula. Hay que investigar por qué este género de programas atraen obsesivamente la curiosidad de tanta gente, y por qué resultan luego sin embargo fácilmente desplazados al producirse una alteración en ellos, que la audiencia recibe sorpresivamente como más atractiva. Los productores y programadores no siempre conocen bien, por intuición o por costumbre, esas actitudes que caracterizan a lo que se ha llamado el público objetivo de la televisión.  Otro tanto cabe decir de esas tertulias preelaboradas dedicadas a la exhibición de la intimidad, tales como Tómbola, que siguen ganando audiencia en televisiones públicas, autonómicas y privadas. Al extenderse su difusión y consolidarse la industria de producción, la televisión se convierte en una fábrica de realidades preelaboradas, en las que la apariencia de ficción se confunde con la apariencia de realidad, y el comentario más insustancial sobre circunstancias de la vida particular de personas populares en motivo de atracción para millones de telespectadores. CUALIDAD O CANTIDAD   Como quiera que sea, la televisión sigue siendo el gran fenómeno social del entretenimiento masivo. Para estudiar las motivaciones y gustos de la audiencia ha florecido una industria de la medición, sobre cuyas posibilidades y limitaciones quiere versar este comentario.  No está de más retener los datos globales sobre la evolución del consumo de televisión. En los últimos veinticinco años se ha producido un aumento paulatino del mismo, hasta llegar a estancarse en el último quinquenio. Antes de la aparición de la televisión privada, en 1978, el 90% de los españoles que veían entonces la televisión le dedicaban algo más de dos horas y media. En 1990 había ascendido a tres horas y cuarto. Actualmente es algo mayor, aunque todo parece indicar que se ha estabilizado definitivamente. El promedio ha pasado a tres horas y algo más de veinticinco minutos, aunque el informe del último Anuario GECA ofrece un descenso del año 2000 y una pequeña variación en 2001 y en 2002.  Pero el planteamiento de estos informes audimétricos es resultado de una actitud positivista y acrítica. Por positivismo entiendo aquí algo bastante elemental: que se acepte como único criterio de calidad o de idealidad la propia respuesta de la audiencia, es decir,...

Retrocede en España la afición al teatro

De cómo la afición al teatro en España ha quedado relegada a un ámbito de gusto más especializado debido a sus dos grandes rivales: el cine y la televisión.

El problema de la regulación de los contenidos televisivos

El gravísimo deterioro de los contenidos de los programas de televisión ha actualizado el debate sobre la necesidad de legislar una autoridad administrativa independiente que proteja aquellos derechos fundamentales que están siendo vulnerados por las distintas cadenas. El problema de fondo consiste en determinar cómo regular tal institución.

Nueva Revista

El malestar en la TV

¿Son los contenidos televisivos productos de consumo o productos culturales? Las estrategias comerciales que los programas de televisión emplean para llegar a mayores audiencias permite afirmar que éstos han dejado de ser vehículos de expresión intelectual o artística para convertirse en productoscomerciales elaborados en serie. De ahí que sea necesario debatir si, por tanto, deben ser sometidos al régimen general de toda producción mercantil y a su respectivo procedimiento de"control de calidad".

Nueva Revista

The time is money

A un lector sin prejuicios, más ávido de conocer que de juzgar, de razonar que de conjeturar, la lectura de este libro del profesor de la Universidad de Turín, Vittorio Mathieu, le producirá sensaciones contradictorias. Tal vez sea más útil empezar con los sentimientos negativos. Al lector interesado en la objetividad del razonamiento le embargará la desazón mientras saborea esta Filosofía del dinero, cuyo título reactualiza la reflexión de Simmel. ¿Cómo no sentirse turbado cuando se comprueba que hay personas que escriben con claridad, que analizan a fondo los asuntos que tocan, que exponen con rigor el resultado de las observaciones sobre el comportamiento económico, pero cuya labor apenas si es atendida? Al igual que hay una propensión a la liquidez, ¿no habrá también una irresistible propensión a negarse a entender cuanto más clara es la explicación? Si ésta es una tendencia general, se agudiza especialmente cuando se discute de materias económicas, y más todavía cuando alguien deletrea la palabra «dinero». El desaliento acerca de la generalizada propensión a no querer entender se torna en delectación cuando, prescindiendocde la recepción que las buenas ideas puedan tener entre los promotores de ideologías, el lector se desentiende del mundanal ruido y se limita a seguir los sutiles y, a la vez, diáfanos pasos discursivos del profesor Mathieu. Esta Filosofía del dinero transpira lucidez, capacidad crítica, ironía y profundidad. Muy bien pudiera haberse llamado también «filosofía de la economía» o bien, «introducción en la economía al profano o al ideólogo». Se trata, en suma, de una dilucidación de la actividad económica como especie discernible de las actividades humanas. Pero llegar a esa separación no es fácil. La dificultad no procede de la complejidad misma del asunto, sino de los torrentes de literatura preconcebida que han contribuido a ocultar lo elemental. Crítica a Keynes y Marx Del libro de Mathieu se desprende que los dos principales enturbiadores del concepto de economía han sido Karl Marx y Lord Keynes. Su condición «enturbiadora» no quita que hayan contribuido a agitar las aguas con singular inteligencia. Mathieu estima que el principal error de Marx fue el de haber confundido el concepto de «producción física» de la mercancía con el de   producción económica». Error que interpreta como un caso de «falacia naturalista»: tomar lo que «es» por lo que «debe ser», o viceversa. Curiosamente esa confusiónse produce a causa del «fetichismo de la mercancía», al cual Marx tanto más se entrega cuanto más pretendió desenmascararlo.Para Mathieu, como para los economistas clásicos, como para los nuevos economistas, economía y mercado son la misma cosa. No existe, pues, más que una sola economía, la del mercado, aunque se puedan distinguir distintos sistemas de organización de la producción, algunos de los cuales serán más económicos que otros. El sistema mixto de producción es, en este aspecto, más económico que el sistema socialista. El libro es de reciente aparición en castellano, y de su lectura se desprende que también debe serlo la versión italiana. Pero no es anterior a la crisis de la perestroika. Conviene advertirlo porque tiene más valor la afirmación que puede ser contrastada en el futuro que la expuesta tras conocer el desenlace.La idea, añadida, pero en el libro, inicial, de...