Kendal Nezan

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Una cruz sobre los kurdos

Sin duda alguna, Sadam Husein habrá sido el último dirigente del siglo XX en intentar unificar por la fuerza una parte del mundo árabe. Su estruendoso fracaso acaba con el panarabismo, al menos en su variante más agresiva y militante: el baasismo. Esta ideología fue el motor original de la actuación política del amo de Bagdad. Todos sus actos criminales —ya se trate del linchamiento colectivo de judíos en 1969, de la masacre de los kurdos, de la guerra contra Irán o de la invasión de Kuwait— derivan, en último término, de esta su concepción nacional-socialista del mundo. En sus grandes líneas eran previsibles, incluso fueron predichas por el mismo Sadam Husein; no han sorprendido a los que analizaban de cerca sus dichos y sus gestos, como los lectores atentos de Mein Kampf no se extrañaron de ver cómo Hitler aplicaba, hasta el final, sus ideas. Pero, en uno como en otro caso, no se ha querido creerles ni tomar al pie de la letra sus declaraciones. El anuncio a los kurdos Un día los historiadores podrán contar con precisión la génesis del pensamiento de Sadam Husein; hacer un inventario de los métodos que utilizó para hacerse con el poder e instaurar su dictadura; describir sus métodos de gobierno y explicar el porqué y el cómo de sus alianzas secretas o públicas, con frecuencia cambiantes, dentro y fuera del país. A la espera se puede ya trazar el Itinerario de este dictador para comprender mejor su conducta reciente, la naturaleza de su régimen y la situación actual de Irak. Para empezar, he aquí un testimonio que pudimos recoger de fuentes de primera mano. Tres días después del golpe de estado baasista del 17 de julio de 1968, el hombre fuerte del nuevo régimen, Sadam Husein, recibiendo a una delegación de la resistencia kurda, declaró de entrada: «Sabed que esta vez estaremos en el poder por mucho tiempo, al menos hasta fin del siglo. Contamos con los medios humanos y materiales de nuestra política panárabe. La sangre puede manar a raudales, arrastrar como un torrente cientos de millares de cuerpos; nada, ninguna fuerza interior, ninguna potencia extranjera, nos hará desviarnos de nuestro camino. ¡Meteos bien esto en la cabeza y actuad en consecuencia! Será mejor para todos». Erróneamente, los dirigentes kurdos debieron creer que estas palabras brutales del joven vicepresidente iraqui eran una fanfarronada más, en una región acostumbrada a las declaraciones demagógicas y a la verborrea belicosa. Resumían empero las líneas maestras del gran designio del que, al cabo de los años, se iba a convertir en el amo de Irak y aspirante a líder de todo el mundo árabe. Hombre poco instruido, de convicciones rotundas pero hábil táctico, más astuto que inteligente, determinado, sin escrúpulos ni piedad, la versión árabe de Hitler o de Stalin, Husein se creía sin duda investido de esta misión histórica: realizar por la fuerza la unidad del mundo árabe, del Golfo Pérsico al Atlántico. Hombre realista, se dedicó desde el principio a forjar el núcleo de su poder sobre...