Ignacio Marina Grimau

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Periodista

Tras el bicentenario de Adam Smith

Aunque la figura del autor de La riqueza de las naciones haya sido distorsionada por buena parte de la historiografía marxista presentándole como el insensible padre teórico de la explotación capitalista decimonónica, algunos de los históricos hechos que tuvieron lugar a lo largo de! año pasado —bicentenario de la muerte de Adam Smith (1723- 1790)— confirman lo acertado de los estudios de este escocés universal que acuñó un concepto tan lúcido como el de «Gran Sociedad», retomado siglos después por el pensador liberal Kari Popper con los términos de «Sociedad abierta». Sin duda, las aparentemente inconmovibles estructuras del poder socialista en ¡os países del Este se han quebrado, entre otras razones, por el ansia de libertad de sus sociedades, que se querían abiertas y no totalitariamente cerradas —y encerradas— en una doctrina que, albergando preciosas aspiraciones utópicas, disminuía en todos los órdenes las posibilidades del ser humano. Recuperar e incluso rehabilitar frente a los tópicos la figura de Smith en sus justos términos (y esto significa recordarle como autor de la Teoría de los sentimientos morales y no sólo de la Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones) representa, pues, una feliz empresa. La biografía de Edwin G. West, profesor de la Carleton University of Otawa, se encuadra en esa tarea de justicia intelectual. La influencia de Smith fue en su época muy amplia, tanto que veinte años después de su muerte un estudiante alemán, Alexander von der Marwitz, escribía a un amigo acerca del pensador británico: «Después de Napoleón, es el monarca más poderoso de Europa». Más tarde había de serlo también al otro lado del Atlántico, pues la lucha de Jefferson por la libertad política en América fue acompañada por los argumentos de Adam Smith a favor de la libertad comercial, resumida en su crítica —entonces verdaderamente revolucionaria— del mercantilismo, que es tanto como decir del proteccionismo contrario al comercio libre y competitivo. En un siglo, el XVIII, en el que el comercio, las actividades de compra-venta y el préstamo de dinero eran revestidas con el prejuicio de lo pecaminoso, Smith afirmó por vez primera que la persecución del interés personal no es intrínsecamente mala, ya que frecuentemente el individuo promueve de manera inconsciente los intereses de, citando la Teoría de los sentimientos morales, ese «gran tablero de la sociedad humana» en el que «cada pieza posee su propio impulso». Quizá en la defensa smithiana del libre comercio influyera e! hecho de que su pueblo natal, KirckaJdy —a pocos kilómetros a! norte de Edinburgo—, debía en parte su prosperidad como puerto marítimo al desarrollo del comercio. «Marineros, mineros. fabricantes de clavos, contrabandistas —todos ellos fueron conocidos por Smith en su infancia, y todos habrían de figurar en La riqueza de las naciones». asegura West. El autor se detiene también en los estudios de Adam Smith en Glasgow y Oxford, no en vano en la primera universidad había de recibir la poderosa influencia de Francis Hutcheson, profesor de Filosofía Moral. En Oxford encontró, sin embargo, «un...

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