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El culto a la incompetencia
Émile Faguet
Edición y traducción de Jon Rouco
Edición del editor, 2017
160 páginas. Precio: 9 €

Faguet (1847-1916), profesor en la Sorbona, miembro de la Academia francesa, escribió este ensayo de rabiosa actualidad en 1910. Nuestros igualitarismo, total partidismo, corrección política, adoctrinamiento educativo y hasta la aparición de los jueces estrella son profetizados como la conclusión (casi) irremediable de una concepción absoluta de la democracia. Tan profético resulta Émile Faguet que sufre una perenne maldición de Casandra, y no se le da el crédito que merece. Su libro sólo ha sido traducido al español (¡con la falta que nos hace!) recientemente y gracias a los esfuerzos quijotescos de Jon Rouco, traductor y editor (del libro) y editor (del volumen).

Émile Faguet se adelanta sesenta años al best-seller que Laurence J. Peter publicó en 1969. El principio de Peter, basado en el estudio de las jerarquías en las empresas, explicaba la promoción en cadena de las personas hasta su nivel perfecto de incompetencia. Faguet lo detectó antes, de forma más sistémica y, lo que es peor, aplicado a todo el sistema político y social. Lo bueno es que no se contenta con analizar las causas de la incompetencia ubicua y con desarrollarlas con lógica implacable hasta sus actuales consecuencias, sino que propone soluciones (muy aristotélicas). Entre ellas, la vuelta a una aristocracia real, esto es, a la auténtica meritocracia, que hoy por hoy brilla por su ausencia.

Dice, por ejemplo:

Igual que el obispo del chiste, que se dirige a un pierna de venado diciendo: “Yo te bautizo carpa”, el pueblo le dice a sus representantes “Yo os bautizo jurisconsultos, os bautizo estadistas, os bautizo sociólogos…”

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Para que la ley corrija las costumbres, debería elegirse a legisladores que contrarrestasen la moral actual. Sería muy curioso que se llevase alguna vez a cabo dicha elección, y no es sólo que no ocurra nunca, sino que sucede invariablemente lo contrario.

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¿Qué es un político? Es un hombre que, en cuanto a opiniones personales, es una nulidad.

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Todo concurre para que el representante de la voluntad popular sea tan incompetente como omnipotente. (…) un hombre orquesta, un metomentodo, tan ocupado que no puede centrarse en nada. No puede estudiar, pensar, o investigar o, para ser precisos, formarse juicio alguno.

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Proudhon: “Sueño con una república tan liberal que en ella me guillotinasen por reaccionario”. [¿Arquetipo del progresista?]

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Aristóteles: “La ventaja de cambiar las leyes será menor que el riesgo que corremos de contraer el hábito de desobedecer la ley”. [¿Arquetipo del conservador?]

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El sentido común es como el ingenio; sirve para todo, pero no es suficiente para nada.

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El teatro, como ya sabemos, es una imitación de la vida. La vida también es, quizá incluso en mayor medida, una imitación del teatro. Del mismo modo que la ley surge de la moral, la moral surge también, o acaso más aún, de las leyes.

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Entre la escuela que contrarresta la influencia de los padres y el hogar que contrarresta la influencia de la escuela, el niño se convierte en un personaje que no recibe educación alguna.

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La cortesía es una señal de respeto y una promesa de devoción. (…) No se limita a reconocer una superioridad, sino que en efecto la crea. (…) Parece dar a entender que, si la desigualdad no existiera, habría que inventarla. Y ello equivale a proclamar que nunca hay suficiente aristocracia.

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Un defecto es la inferioridad de un hombre con respecto a otro, va implícito (…) pero ‘todos los hombres son iguales’ y por tanto, razona el demócrata, yo no tengo defectos (…) Los así denominados defectos son características naturales de gran interés.

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[El clero] Pese a ser maestros en dogmas y misterios, ahora sólo enseñan moral (…) El resultado es que el pueblo se dice a sí mismo: “¿Qué necesidad tenemos de sacerdotes, si nos basta con filósofos morales?” (…) Hay legiones de ellos.

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[El sistema educativo] El lugar donde debería proceder el antídoto es el origen de la intoxicación.

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Un elemento democrático es una necesidad elemental para un pueblo; lo mismo ocurre con un elemento aristocrático. Es necesario que la aptitud técnica, intelectual y moral desempeñe algún papel, que se limite la soberanía del pueblo y que se acote el principio de igualdad.

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[Propone soluciones, pero sin optimismo] Al final, todas nuestras opiniones se reducirán a una y estaremos todos de acuerdo.


Entregas anteriores:

Poeta, crítico literario y traductor.