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-Si el PSOE vuelve a gobernar, tal vez llegue a estar al mando –si no me equivoco- treinta y siete años seguidos. ¿El socialismo andaluz es el verdadero hecho diferencial de su tierra, convertido ya casi en un estilo de vida? ¿Votar PSOE es la manera andaluza de ser conservador? Bromas aparte, ¿qué ha desincentivado el deseo de cambio que suele manifestar toda sociedad?

Sin duda, la continuidad del PSOE en el poder en Andalucía constituye un hecho diferencial dentro del sistema de poder español, aunque no es un caso único en el contexto europeo: recordemos que la CSU lleva más de cincuenta años gobernando Baviera. Claro que Baviera es la región más rica del país más rico de Europa, y Andalucía la región más pobre de España. Por esa razón, con ser cierto que el voto al PSOE en Andalucía sólo puede interpretarse -programas y proclamas aparte- como un acto conservador, no se ve bien, en principio, qué habría que conservar, dado que Andalucía se encuentra a la cola de todas las estadísticas imaginables. Por esa razón, hay que preguntarse las razones por las cuales el deseo de cambio, entendido a la vez como deseo de mejoramiento y como deseo de renovación simbólica, no ha prendido de Andalucía o lo ha hecho en una medida insuficiente para provocar un relevo político en el poder regional. Y, siendo cierto que hay una parte de voto cautivo por razones puramente clientelares, hay que acudir a otros factores para que salgan las cuentas. El principal sólo puede ser de orden psicológico: el miedo a que las cosas cambien. O sea, que cambien a peor. Aquí, a su vez, identificaría dos explicaciones. Una, que el marco que identifica a «la derecha» como el mal absoluto, o como un serio peligro para el bienestarismo, funciona en Andalucía con singular eficacia. Dos, que el andaluz vive bien, o cree vivir bien, y no ve razones para moverse en la dirección de una sociedad más competitiva, o seria, o exigente. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Y a este respecto, nada más dañino que la «calidad de vida» que el andaluz cree disfrutar, cuyos componentes esenciales serían el buen tiempo, la vida social y las comodidades (presuntas) derivadas de la cercanía de la familia extensa. Parafraseando a Lenin, cambio, ¿para qué?

-Las encuestas indican que el auge de Podemos no ha llegado con igual fuerza a Andalucía. ¿A qué se debe? ¿El PSOE ya hace su función? ¿No llega Podemos, experimento urbanita y profesoral, a las grandes bolsas de voto rural?

Podemos es capaz de ganar votantes de IU, propios de la tradición jornalera, pero ahí acaba su aventura en el mundo rural; la mayor parte de sus votantes provienen de las ciudades y dos son los grupos de donde provienen: intelectuales de izquierda urbana y votantes nuevos, jóvenes que de otro modo se habrían abstenido. La dificultad para dañar de manera sustancial al PSOE, como sugieres, se debe a que su populismo no puede competir con el populismo del propio PSOE, que durante el mandato de Susana Díaz ha adquirido tintes peronistas que sorprenderían al propio Ernesto Laclau.

-El PP, según todos los vaticinios, tenía que haber ganado –de hecho, ganó, pero sin mayoría de gobierno- en 2012. Era su momento. ¿Qué resortes se activaron entonces para evitar una victoria que parecía cantada? Y, más allá, ¿qué error de fondo ha provocado que el PP tope una y otra vez con la misma frustración en Andalucía? ¿Error de personas? ¿Indefinición de un mensaje que se quiere conservadurismo compasivo pero se lee como sacudida neoliberal? ¿En qué se han deslegitimado sus ideas para que cobre tanto auge Ciudadanos?

Si el PP no ganó en 2012, se debió a la fragilidad de una parte de su voto previsto, que se vino abajo cuando -tras la astuta maniobra del PSOE de celebrar las elecciones, por una vez, después de las generales- la ilusión de todos los españoles de que el acceso del PP al poder daría lugar a una superación mágica e indolora de la crisis dio paso a la realidad de que una crisis sólo puede afrontarse mediante la adopción de medidas impopulares (algo parecido sucede en Francia una y otra vez), lo que retrajo a una parte de los votantes que se decían dispuestos a votar al PP. Eran votos prestados contra Zapatero, no votos contra el PSOE andaluz. Dicho esto, el PP no sabe qué decir en Andalucía para convencer a un número suficiente de sus ciudadanos de que el cambio político sería beneficioso. Hay, al fin y al cabo, muchas Andalucías: la litoral y la interior, la oriental y la occidental, la urbana y la rural, la avejentada y la joven. ¿Qué decir, a quién? Una tentación es desarrollar un proyecto intelectual firme, caiga quien caiga; pero ni siquiera eso sería garantía de ninguna clase, porque parece demostrado que hace falta un líder carismático y conocido o capaz de darse a conocer, siendo por otro lado las características de ese líder hipotético capacitado para la victoria completamente desconocidas. No bastan la sociología ni el márketing electoral; se hace necesario echar mano de un psicólogo. Pese a ello, como he sugerido antes, si la idea del cambio, resorte poderosísimo en la retórica política, no funciona en Andalucía, sólo puede ser porque tiene más fuerza el miedo al cambio, que es el único resorte más poderoso que el anterior.

-Andalucía, siempre con la tan mencionada vocación de ser la California de Europa, fue clave en la configuración de nuestro Estado autonómico. Tras numerosas transferencias de renta, tanto de Europa como del Estado central, parece claro que algún postulado no ha funcionado como se pensaba, toda vez que la brecha no se ha reducido. ¿Hay algo de “excepción andaluza” en esto, o bien es un simple espejo privilegiado de nuestros males?

Yo veo lo andaluz como una intensificación de lo español, no como algo separado del resto del país por una invisible barrera antropológica. En ese sentido, Andalucía es un espejo aumentado de los males nacionales – un espejo, añadiría, muy conveniente para la creación de sentimientos de superioridad por parte de otras comunidades, que gustan de pintar Andalucía, a la manera de viajeros románticos del XIX, como un parque temático del subdesarrollo y el pintoresquismo. Algo de eso hay, pero hace unos días escuché un quinteto de viento de Schönberg y nadie dejó la sala antes de tiempo. Por otro lado, el PP gobernó Galicia durante décadas y la alternancia socialista duró apenas una legislatura, de manera que tampoco hay que exagerar el valor de la alternancia per se, si no es consecuencia de un cambio de hábitos y preferencias sociales sino el resultado temporal de la mera suspensión de los hábitos y preferencias habituales. De alguna manera, la facilidad hipotética con la que una democracia hace posible el cambio político nos lleva a sobrestimar, una y otra vez, la medida en que ese cambio político reflejaría un más amplio cambio social.

Habitual como firma de periodismo literario, opinión política y dos áreas de su especial interés, la literatura y la cocina, ha publicado sus trabajos en los grandes medios españoles. Ha sido director de la edición digital de Nueva Revista, jefe del proyecto de opinión online de The Objective y articulista en diversos medios. En julio de 2017 fue nombrado director del Instituto Cervantes de Londres. Ha publicado "Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa" (2014) y "La vista desde aquí. Una conversación con Valentí Puig" (2017). Traductor y prologuista de obras de Evelyn Waugh, Louis Auchincloss, J. K. Huysmans, Rudyard Kipling, Valle-Inclán o Augusto Assía, entre otros. Su último libro es "Ya sentarás cabeza".