Francisco Umbral: Elegía sin género por el hijo muerto

Se cumplen 50 años de «Mortal y rosa», diario íntimo del escritor ante la muerte de su hijo Pincho, un clásico de la moderna prosa castellana

Umbral y su hijo Pincho. Foto: © España Suárez / Fundación Francisco Umbral
Santos Sanz Villanueva

Francisco Umbral. (1932-2007). Novelista, poeta y columnista. Está considerado uno de los grandes maestros del articulismo, género que cultivó, entre otros, en Diario 16, El País y El Mundo. Autor de una prolífica obra de más de un centenar de títulos (novelas, cuentos, biografías, memorias, diarios, etc.) obtuvo, entre otros, los premios Príncipe de Asturias de las Letras, Miguel de Cervantes y Nadal.

Avance

En julio de 1974 fallecía a los cinco años, víctima de la leucemia, Pincho, hijo único del escritor Francisco Umbral. El shock que este sufrió le dejó con «el eje roto ya para siempre», como le confesó a su amigo y mentor Miguel Delibes. La tragedia alteró el proyecto de un libro sobre el niño en el que estaba trabajando y el resultado final fue Mortal y rosa, la obra más personal de la extensa producción del escritor, que medio siglo después se reimprime, con edición y prólogo del crítico y catedrático de Literatura Santos Sanz Villanueva. Como este señala en el artículo que Nueva Revista publica a continuación, «la literatura se convirtió en tabla de salvación» para Umbral, que se entregó frenéticamente a la escritura, como una terapia.

Mortal y rosa es una elegía sumamente original, un artefacto literario sin sujeción a los géneros convencionales, de los que participa sin atarse a ninguno de ellos. No es, desde luego, novela, pero tiene mucho de «diario, confesiones, libro de y con poemas, monólogo, llanto», como apunta Manuel Llorente; y también de «poema en prosa», «libro poliédrico» según Caballero Bonald; de «ensayo-literario-filosófico intelectual», como ha visto Rafael Chirbes; y por encima de todo de «diario íntimo», como da a entender el propio Umbral al recoger «lo inmediato, el presente exasperado, la confesión no solo sincera sino urgente».

El libro, que toma el título de unos versos de La voz a ti debida de Pedro Salinas («será el retorno / a esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito»), está considerado por la crítica el mejor trabajo de Umbral. Tanto en su aspecto formal, y ahí está la brillantez de metáforas e imágenes, juegos sintácticos y léxicos, y sorprendentes neologismos. Como en el trasfondo, de carácter universal: el duelo por el hijo perdido y la emoción sincera que acierta a transmitir a los lectores, a través de lo que Santos Sanz califica de «atrevida manifestación de literatura pura», que se considera hoy «un clásico de la moderna prosa castellana».

ArtÍculo

Al atardecer del 14 de octubre de 1968 nacía en el domicilio familiar de la calle Félix Boix, en el distrito madrileño de Chamartín, a donde la familia se había trasladado no mucho antes, Francisco Pérez Suárez, hijo unigénito de María España Suárez y Francisco Pérez Martínez. Lo que el niño, a quien cariñosamente llamaban Pincho, Pico o Picarito, significó para el ya conocido periodista Francisco Umbral lo expresó unos pocos años más tarde él mismo en una lapidaria confesión de Mortal y rosa: «Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú». Algo después, en 1979, remachó esa trascendental vivencia en Diario de un escritor burgués: «Sólo he vivido cinco años en mi vida. Los cinco años que vivió mi hijo. Antes y después, todo ha sido caos y crueldad».

Francisco Umbral. «Mortal y rosa». Austral, 2025
Francisco Umbral. «Mortal y rosa». Austral, 2025

El advenimiento del niño no fue, sin embargo, motivo de euforia absoluta para el padre, o este, al menos, no quería darle de puertas afuera el profundísimo sentido que tenía para él, traumatizado por su condición de hijo bastardo. Con desenfado le escribía a su gran amigo y protector Miguel Delibes al comienzo de la gestación y le informaba: «Efectivamente, se ha confirmado que tenemos a la España empreñá de dos o tres meses, de modo que a esperar. Son cosas de la Madre Naturaleza, que es muy sabia». Y le añadía con fingida displicencia: «Yo no me siento nada padre de familia. A mí lo único que me tira es la literatura y la dolce vita esa, pero habrá que cumplir». Todo era un embeleco para mantener la pose de persona fría y tipo duro que tanto le gustaba, y fomentó. Otra música, en cambio, le sonaba por dentro. Les escribía a la fotógrafa María España y al niño, antes incluso de que este llegara al mundo, cartas entrañadas, llenas de cariño y que manifiestan la ternura que el nonato había llevado a su corazón. Véase esta, inédita, dirigida desde la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, a donde había ido a dar unas charlas, a la «triponcilla» y al «pinochito» el verano anterior al alumbramiento del infante: 

Santander

15 de agosto

68

Triponcilla, pinochito:

En el tren hacía un frío que pelaba. Aquí hace un frío que pela. Santander está de clima mucho peor que en julio, aunque quizá esté un poco mejor de ambiente. Me habían reservado una habitación en una casa que me pagarán ya que en Las Llamas no hay sitios libres.

Me abrigo mucho, cuido mis comidas, estoy mejor, aunque no bien del todo. He tenido que explicar a los estudiantes por qué se meten mano las parejas de mi cuento El guateque, parecen tontos, no entienden nada. Luego se han reído mucho. He estado con Pepe Hierro, que tiene también un enfriamiento de caballo. Y eso que él está acostumbrado a este clima. Se nos olvidó el bañador, pero no creo que lo necesite.

Hay un estudiante yanqui a quien le ha dicho su profesor que tiene que aprenderse los modismos españoles —giros, frases hechas— diciendo uno cada cinco minutos. Los coloca en la conversación como puede y nos reímos mucho con él. Por ejemplo, va y dice de pronto: «Yo no voy a meter la pata». Y al poco rato: «Ahora estoy mano sobre mano». Y luego: «Yo no tengo muchos humos».

Creo que enseguida pasaré a la Magdalena. Estoy escribiendo una conferencia y en cuanto la acabe le diré a [Francisco] Ynduráin que cuándo la doy. Por aquí he firmado algún Lorca. Volveré enseguida a Madrid. Dile al niño que no pasee tanto, que ya le llevaremos a pasear a [¿] cuando sea mayor.

¿Qué tal estás? ¿Y la Maruja cómo está de sus mareos?

Adiós, triponcilla, pinochito.

Paco.

O esta otra de julio de 1973 y hasta hace poco desconocida, orlada con una autocaricatura divertida e ilustrada con simpáticos dibujos naif en la que se dirige al niño para darle consejos de padre preocupado y remata con una coda donde le promete legendarias aventuras infantiles:

Madrid

julio. [¿1973?]

Queridos España y Pincho:

ya me ha dicho José Antonio, por teléfono, que estáis bien. Aquí hay grandes tormentas con rayos muy fuertes, Pincho, que asustan mucho a los perros y a los niños. Pincho, amor, no corras demasiado, no te canses, no sudes, come bien y duerme mucho. ¿Juegas con tus primitas y tu primo? Sé bueno con todos y no te enfades. Mira qué cosas te he dibujado y lo que te envío. Espero que me llaméis, me escribáis o algo. Besos a Carolina, a Yolanda, a Mariona, a María José, a todas esas niñas tan guapas y listas. Y cuidado con los patines, que algunas niñas se han caído de los patines y se han roto la vista. A Toñete, que vea el niño con la lengua más larga que él, que va en esta carta.

Contadme cosas. Os quiero. A Resu y José Antonio, muchos abrazos. España, no dejes de concretar el dinero que les debemos. Se lo das tú o se lo giramos desde aquí, pero que no se nieguen, porque entonces les pongo una transferencia de medio millón y no tendrán más remedio que aceptarla.

Abrazos para todos. ¿Está buena la fruta?

Paco

Pincho, creo que hay ahora en Madrid una selva por donde andan los rinocerontes sueltos. Se puede ir a verlos en coche. Tenemos que ir.

Reproducción de la carta de Umbral a su esposa y su hijo. Foto: © Fundación Francisco Umbral

El propio Pincho fue motivo de atención literaria de aquel escritor todoterreno que convirtió a sí mismo y todo lo privado y lo público que le rodeaba en asunto literario. Se percató de que el hijo era un motivo literario de gran envergadura, como enfatizó a su estudioso Eduardo Martínez Rico, y, en efecto, se puso a hacer un libro sobre el niño, «cuando él todavía tenía salud». No avanzó, que sepamos, en esa empresa, pero sí escribió un cuento, La mecedora, publicado en Revista de Occidente en el verano de 1971, rebosante de juegos y aliteraciones infantiles, de rimas de canciones de cuna, las que le canta el padre hechizado con la duermevela del retoño cuando se dispone a acunarlo al llegar a casa tras los muchos afanes del día: «dormir al niño, dormir al niño en la mecedora, ea, ea mi niño, ea», «ea, mi niño, ea»…

No solo le dedicó el arrullo cálido de esta nana. También le destinó meses después un artículo, rotulado con una brillante sinestesia, Estoy oyendo crecer a mi hijo, en el último número de la revista Jano de 1971. También en tono de cuento popular encarna en este artículo la esperanza en un futuro paradisíaco: «quisiera que los hombres, hijo, hubiesen dejado de matar niños, que los niños hubiesen dejado de pensar en matar hombres el día de mañana, que hubiera en el mundo más justicia y más libertad».

El porvenir astillado

Nada de este porvenir risueño pudo ser. Le fue vedada a Umbral la paz luisiana y el idílico futuro ensoñado. Fue imposible que se completara el presagio de «el niño que entonces era niño: promesa, raudal, posibilidad, vida total, carne sagrada, hijo» presentido en La mecedora. Umbral se encontró frente a la terrible realidad de un mañana astillado. Mediados de 1973, Pincho cayó enfermo. Tuvo alguna mejoría, pero al año siguiente sufrió una recaída. Y el 24 de julio de 1974 Picarito moría en la Clínica de la Concepción de la madrileña Fundación Jiménez Díaz víctima de una leucemia que los desvelos infatigables y exasperados de los padres no pudieron evitar. Picarito no había llegado a cumplir los seis años.

La muerte del niño supuso para los padres un golpe terrible. Umbral quedó anonadado. Amigos y colegas de entonces lo recuerdan perdido, desubicado, en completo estado de shock. Nos ha dejado diversos testimonios de su situación. Tiene la vida «con el eje roto ya para siempre», le escribe a Miguel Delibes, tanto que llega a pensar en la más radical solución, aunque solo «por cobardía o por pura exigencia moral, decide uno seguir viviendo». «Hoy, desde hace mucho tiempo, soy la prolongación oficiosa de una vida que ya no tiene sentido», confiesa en Mortal y rosa.

Encontró, sin embargo, un paliativo al trauma. Halló una alternativa en la literatura. La literatura se convirtió en tabla de salvación. Para sobrevivir practicó una entrega frenética, incluso para quien siempre fue un escritor torrencial e incontenido, a las letras. Todavía en 1981, en Los ángeles custodios, declara de forma tajante: «Noches enteras escribiendo. […] La salvación en la escritura, cuando ya no queda nada que salvar». Como sea, en los años inmediatos sucesivos a la muerte de Pincho lanza un amplio número de nuevos libros de variada filiación e incluso gana el Premio Nadal de 1975 con Las ninfas, aparecida a comienzos del año siguiente.

Una elegía sin género establecido

Unos meses antes de un Nadal que codiciaba desde antaño, en mayo de 1975, se publicaba Mortal y rosa. No es un libro producto de la repentización, ni del brillante facilismo en que Umbral incurría más veces de las debidas. Su escritura se extendió entre 1972 y 1974 y lo remató a finales de este año. Con este inusualmente largo tiempo de gestación en un escritor expeditivo tuvieron que ver un par de factores, un cambio radical en el asunto y la incertidumbre de la forma.

El libro, que en principio iba a titularse Estoy oyendo crecer a mi hijo, aunque después aprovechó los versos finales del poemario La voz a ti debida de Pedro Salinas («será el retorno / a esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito»), tendría que haber sido, según el plan anterior, una celebración de la vida, del milagro existencial del hijo. Las dramáticas circunstancias del niño le hicieron cambiar por completo el rumbo. Pasó entonces a convertirse en una elegía, la clásica composición que lamenta la desaparición de una persona.

Y mucho tiene, en efecto, de elegía, solo que no se trata de un escrito estrictamente lírico sino de un texto poliforme sin sujeción ni atadura alguna a los géneros convencionales establecidos. Al revés, participa de varios de ellos y al final resulta un libro libre; un libro de extremada y absoluta originalidad. Esto puede producir, sin duda, perplejidad en el lector, quien no sabe qué clase de obra está leyendo. Y no será solo un déficit de atención o de perspicacia del destinatario porque el propio Umbral resulta contradictorio al respecto. Se quejaba de quienes se referían a la obra como una novela, pero él mismo la califica así. Desde luego, de ninguna manera puede entenderse Mortal y rosa como novela si pensamos en un texto con personajes, ambientación y trama articulada.

Semejante indefinición formal ha dado lugar a otras explicaciones. El poeta y periodista Manuel Llorente lo describe con muy certera flexibilidad: «Diario, confesiones, libro de y con poemas, monólogo, llanto». Redonda síntesis que apostilla con un apunte que da en la diana de la auténtica personalidad del libro: «No importa cómo intentar definir Mortal y rosa, se trata de dejarse llevar por el caudal lento y vertiginoso de unas páginas en las que cabe el mundo, el autorretrato y la minucia del niño enfermo, de cómo va perdiendo su lustre, su color». Por su parte, el novelista Rafael Chirbes sitúa el libro dentro de un género que concilia el ensayo-literario-filosófico intelectual. En fin, otros cualificados lectores han emparentado la narración elegíaca con el diario.

La cualidad de Mortal y rosa como diario la ha encarecido el poeta, narrador y memorialista José Manuel Caballero Bonald en su prólogo al libro en la edición de Austral después de señalar otras expresiones como «novela lírica» o «poema en prosa», «profusamente usadas para designar a la novela que va más allá del canon narrativo tradicional y que conecta con determinado lirismo expresivo o a la poesía que no obedece a las pautas estróficas más convencionales». Para el escritor jerezano, esta obra de Umbral «es antes que nada un diario íntimo, ese `presente exasperado´ que ocupa, a ráfagas acumulativas, todo el espacio de la narración poética o del poema narrado».

El propio Umbral ha atribuido la condición de diario a su elegía. Hay que reconocer, sin embargo, que no lo es en un sentido literal y recto. Mortal y rosa no está fechado, no indica los días de las respectivas anotaciones y, además, se producen en él saltos temporales. Pero al mismo Umbral le debemos alguna matización que nos conduce con mayor seguridad al tipo de obra a la que pertenece el singular texto. Un diario, expone Umbral, siempre implica alguna falsificación, no es la verdad pura y desnuda de la literatura. Existe, en cambio, una variante que sí sortea esa artificiosidad. Se trata del diario íntimo. En este, el autor se despoja de todo convencionalismo y de cualquier clase de servidumbre. En el «diario íntimo» el escritor busca «la sencillez última, [huye] de ese artificio que en último extremo suponen todos los géneros literarios». El «diario íntimo», concluye, es «lo inmediato, el presente exasperado, la confesión no solo sincera sino urgente».

Poema en prosa o literatura pura

En efecto, por esto último podemos tomar Mortal y rosa, por una confesión sincera y urgente, escrita con la disposición del poema en prosa. Digámoslo de otra manera: el «libro poliédrico» —calificativo de Caballero Bonald— Mortal y rosa es una manifestación radical de literatura pura. Y ¿qué abarca texto tan peculiar?

Mortal y rosa acoge, en esencia, la memoria lacerante del hijo. Pero no solo habla del hijo, incluso el hijo tarda a aparecer en el discurso porque en primer lugar encontramos un largo autorretrato del padre. Solo más tarde vendrá la circunstancia tremenda indicada. Entonces encontramos al padre en esa dura situación: «La silla de ruedas. Llevo al niño en una silla de ruedas». Y por fin llega el fatal desenlace, ese «apagarse de luz en la luz», ese vivenciar la ausencia irreparable en contraste con los supervivientes: «Y nosotros aquí, ensordecidos de tragedia, heridos de blancura, mortalmente vivos, diciéndote».

Un largo recorrido, sin duda, que da lugar a la presencia de un repertorio de asuntos tan prolongado como diverso. En las páginas de la elegía aparecen la memoria de la infancia y juventud del escritor, el recuerdo de su madre, el reconocimiento público, la fama, la popularidad y la gloria vanas y engañosas; se habla del tiempo implacable en su transcurso; se razona sobre el amor y el sexo; se interpolan discusiones filosóficas. Y, claro es, tratándose del diario de quien ha hecho de la literatura su meta vital, se habla bastante de literatura: se hacen caprichosos comentarios literarios, y se discurre sobre la escritura y sobre el género por excelencia cultivado por Umbral, el artículo.

El niño adquiere presencia acentuada a partir de la mitad del libro. Con ello cobra entidad el gran motivo de la obra, su asunto mayúsculo, la muerte. El hijo será, en palabras del autor, el «pequeño pivote» en torno al cual gira el libro. Por eso, se añaden más recuerdos de la convivencia del padre y del hijo, se agrega más dolor aportado por la memoria de lo que fue y ya no será. Así, la vida conjunta de padre e hijo dará paso a la imaginería terrible que empareja a padre e hijo en la muerte con un resultado de nihilismo aplastante. Lo sustancia Umbral con una frase tremenda: «Soy el único cadáver que ha escrito un libro en la historia de todos los tiempos». Semejante vivencia de un existir conjunto perdurará como gran leitmotiv en el sentimiento del escritor. En 1997, con ocasión de la salida de la obra en el popular Círculo de Lectores, manuscribió una cuartilla, que transcribo, que lo evidencia:

El hijo y yo. Prendemos fuegos, hogueras, como dos vagabundos solitarios por los vertederos de la ciudad, y pisamos la llama alegremente, desesperadamente, él con su pie sin peso, dulcísimo, yo con mi pie enorme, cansado, negro. Somos lo muy grande y lo muy pequeño, extremos mortales de la vida. No conseguimos entre los dos el término medio salvador. El niño coge una piña y se la guarda.

No existe en Mortal y rosa hilo argumental alguno. Se parece a un puzle cuyas múltiples piezas no terminan de componer una imagen entera y única. El diario encadena súbitos destellos mentales de aparición un tanto aleatoria, bastante caprichosa. No carece, sin embargo, de una estructura general básica. Recupera Umbral el cuento La mecedora y con él clausura el texto. De este modo el cierre remite al tiempo feliz del niño sano y el texto entero adopta la estructura de una composición circular.

La falta de narratividad explícita —insisto: la obra no se propone contar una historia al modo novelesco convencional— y la materia dispersa y diversa se acompañan de una presentación del todo singular. El libro no tiene capítulos. Por sus páginas se encadenan secuencias en general breves. A veces una sola oración ocupa la página entera. Ocurre con la que acoge el inspirado «Estoy oyendo crecer a mi hijo». Nada más se lee en ella, en la cabecera, y el resto del espacio queda en blanco.

Es obvio que no se trata de una escritura narrativa. En el supuesto relato Umbral integra varios poemas o camufla los versos en la prosa. Y la prosa, tan cercana a la poesía, acoge numerosas figuras retóricas de pensamiento y de dicción. El estilo brillante de Umbral —que lo es siempre, aunque él protestara del calificativo— se muestra en su apogeo. Usa con profusión metáforas e imágenes, juegos sintácticos y léxicos e inventa cuantioso número de sorprendentes neologismos.

Con esta disposición de artista y de creador verbal convirtió Umbral la memoria punzante de la muerte del hijo en un texto inclasificable y trasmutó el sentimiento elegíaco un poema en prosa. Esta atrevida manifestación de literatura pura se considera hoy un clásico de la moderna prosa castellana, una de sus cimas de cualquier tiempo.


La foto de cabecera, de España Suárez, y la carta del escritor que aparece en el texto han sido reproducidas con la autorización de la Fundación Francisco Umbral.