La caída en desgracia de las estatuas, según Bertrand Tillier

El ensayo «La disgrâce des statues» reflexiona sobre las actitudes de rechazo hacia los monumentos públicos a lo largo de los últimos 230 años

Derribo de la estatua de Napoleón, en 1871. CC Wikimedia Commons
Alberto Cañas de Pablos

Bertrand Tillier. Profesor de Historia del Arte en Université París 1 Panthéon-Sorbonne, y director de Éditions de la Sorbonne, Autor de Dérégler l’art moderne. De la caricature au caricatural au XIXe siècle (2021) ; Caricaturesque. La caricature en France, toute une histoire… (2016) y Vues d’atelier, une image de l’artiste, de la Renaissance à nos jours (2014).


Avance

Lejos de ser objetos inmutables, las estatuas encarnan y proyectan batallas vivas sobre temas tan socialmente candentes como identidad, poder y memoria colectiva, tres factores interrelacionados y con consecuencias directas en la política y la sociedad actuales. Por si fuera poco, la mayor parte de ellas se halla en el espacio público, por lo que se trata sin duda de los objetos políticos, si es que decidimos encuadrarlos en tal categoría, que gozan de mayor visibilidad global. Están literalmente a la vista de todos.

Sus repercusiones políticas son de tal profundidad que, aunque creamos que son entes inmóviles, no son extraños los casos en los que el emplazamiento de una estatua sufre idas y venidas dentro de la misma ciudad. Sin ir más lejos, el conjunto escultórico La Defensa de Zaragoza, de José Álvarez Cubero, se halla actualmente en el Museo del Prado. No obstante, y sin salir de Madrid, comenzó en dicha pinacoteca para trasladarse al parque del Retiro, de ahí a la Biblioteca Nacional de España, para moverse a la calle Felipe IV primero y de vuelta al Prado después. Se trasladó de nuevo al Retiro antes de su último retorno a su emplazamiento actual, en la zona de exposiciones temporales del museo. También en la capital, la obra en recuerdo al pueblo durante el 2 de mayo, realizada por el escultor segoviano Aniceto Marinas, se inauguró en la zona de San Bernardo, para pasar a la glorieta de Quevedo. Se movió dos veces más: la primera hasta el parque del Oeste y la segunda y última, a la plaza de España, donde se encuentra hoy en día. Son dos de los abundantes casos de traslados y desplazamientos de estas piezas pétreas, que se deben tanto a cuestiones de mera conservación como a prioridades de naturaleza política. La roca tallada parece inocua, pero no lo es. Es en ese proceso complejo donde se adentra Bertrand Tillier.

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Sin duda en conexión con las recientes transformaciones en cuanto a sensibilidades y culturas políticas, durante los últimos años se ha producido un importante impulso en los ensayos historiográficos en torno a la historia pública y a las cuestiones de memoria monumental y cotidiana. Estos trabajos, producidos tanto en España como fuera de ella, han gozado por lo general de gran aceptación académica y pública.

Entre ellos pueden destacarse nombres tan variados como los de Robert Bevan (Mentiras monumentales. La guerra cultural sobre el pasado, Barlin, 2023), Rafael Zurita (dir.) (La Guerra de la Independencia Española. Memoria, paisajes e historia digital, Comares, 2022) o, en el caso de los objetos políticos memoriales propiamente dichos, Carlotta Sorba y Enrico Francia (Political Objects in the Age of Revolutions, Viella, 2021).

Estos trabajos muestran cómo desde la investigación se aborda la cuestión a partir de escuelas y perspectivas notablemente diversas. A pesar de esta riqueza de enfoques, unas y otras obras se complementan para construir una visión completa de un fenómeno que conjuga lo monumental, lo artístico, lo memorial y las manifestaciones del poder.

El hecho monumental supone un campo de estudio en el que la historia se imbrica con la actualidad social y política en diversos contextos nacionales, por lo que genera un interés mayor que otras áreas. El éxito de obras de corte más divulgativo, como el más que correcto Sobre el pedestal. La construcción de la memoria y sus monumentos (Cipriano García-Hidalgo, Akal, 2025), prueba el auge actual de esta clase de títulos. Asimismo, los ejemplos de memoria reflejados en construcciones monumentales y en objetos diarios se encuentran más próximos mental y físicamente al ciudadano promedio que otras cuestiones históricas más abstractas o remotas.

Bertrand Tillier. «La disgrâce des statues» Payot, 2022.

Es en esa corriente donde se inserta la obra (aún no traducida) de Bertrand Tillier, La disgrâce des statues. Essai sur les conflits de mémoire, de la Révolution Française à Black Lives Matter, (La caída en desgracia de las estatuas. Ensayo sobre los conflictos de la memoria, desde la Revolución Francesa hasta Black Lives Matter).

El profesor de la Université París 1 Panthéon-Sorbonne publicó en 2022 este completo estudio dedicado a una de las tres temporalidades que caracterizan al patrimonio: la relativa a la forma en que el transcurso de los años afecta a la percepción pública y política de una obra de memoria concreta. En este caso, a la percepción negativa, es decir, el fenómeno de la contestación visual y simbólica contra diferentes figuras monumentales alrededor del mundo.

En caso de que el lector no esté familiarizado con esta multiplicidad temporal, sirva como contextualización indicar que los otros dos enfoques temporales se refieren al momento en que se desarrolla el proceso de construcción de un monumento, por un lado, y al episodio histórico concreto que se conmemora en piedra, por otro.

Si en estas corrientes monumentales influye insistentemente el Zeit [tiempo], lo mismo hace el Raum [espacio]. El factor geográfico y territorial se vierte igualmente sobre las obras de memoria, con clústeres, pero también con vacíos memoriales. En ello intervienen las casualidades históricas, esto es, dónde sucedieron los hechos pretéritos que se destacan, pero también estrictas decisiones políticas que facilitan y obstruyen la erección de estas muestras de voluntad conmemorativa.

El artefacto político que siempre estuvo ahí

Para la elaboración de su estudio, Tillier toma un intervalo temporal verdaderamente amplio, que abarca desde la Revolución Francesa de 1789 hasta los movimientos relacionados con la muerte de George Floyd y el racismo en Estados Unidos ya en la década de 2020. Esa anchura de miras no se aplica solo a lo cronológico, sino también a lo geográfico. Son muchos y diversos los espacios políticos físicos que aparecen en el libro, si bien destaca un grupo de países europeos y Norteamérica, aunque no de forma exclusiva.

Esa decisión de investigación es audaz por el posible riesgo de perder la concisión y profundidad necesarias en el análisis, pero el autor lo resuelve con una soltura que no sorprende dado su bagaje investigador.

De hecho, Bertrand Tillier se adentra en la cuestión desde múltiples puntos de vista, analizando en profundidad fenómenos clásicos como la iconoclasia aplicada a la estatuaria (por ejemplo, el derribo de la escultura de Napoleón en la Columna Vendôme durante la Comuna de París en 1871, o la icónica destrucción de la estatua de Sadam Hussein en Bagdad en 2003) con otros más recientes como el llamado iconoclash, en su día introducido por el investigador Bruno Latour y consistente en intervenciones rayanas en lo vandálico sobre esculturas y lápidas que no se limitan a su mera destrucción, sino que contienen un elemento performativo mucho más profundo. Un ejemplo de esta última clase de movimientos serían las pintadas realizadas durante los últimos años sobre la estatua ecuestre del general confederado Robert Lee en Richmond, Estados Unidos.

Los actos de protesta y rechazo hacia estas «antenas de memoria» también evolucionan, al igual que los formatos monumentales en sí mismos. Sin embargo, se observa cómo factores como religión, raza o nación continúan ejerciendo como algunos de los factores persistentes en el sustrato de esta clase de fenómenos. La influencia de estas posiciones no para de crecer.

Dichos vectores, a los que recientemente se ha añadido la cuestión (anti)colonial, se manifiestan de formas muy diversas en función del lugar y el momento, evidentemente. No obstante, el autor es capaz de profundizar en las continuidades y discontinuidades que se han producido, viendo correlaciones y causalidades en ello.

El trabajo de Tillier no se limita a las reflexiones hacia cómo se han desarrollado los conflictos de memoria en el pasado, sino que también establece proyecciones en torno al «devenir de las estatuas» y los cambios de paradigma a los que se enfrentan estas piezas. Asimismo, llega a teorizar de forma bastante razonable sobre la musealización de aquellas obras memorísticas más cargadas de polémica como posible solución para la preservación de las mismas.

Esta opción las apartaría del espacio público, pero no las condenaría a una ocultación total ni a caer en negacionismos históricos, como muestran los «campos/parques de estatuas» comunistas instalados en ciudades de Europa central y oriental como Budapest (Hungría) o Sofía (Bulgaria) tras la retirada de dichas piezas de la vía pública en la década de 1990. El cambio en el zeitgeist era evidente y esa oleada de transformaciones alcanzó a las obras de memoria construidas durante el medio siglo anterior.

Un pasado que nos mira y que se proyecta hacia el futuro

Como puede verse, la investigación acerca de los procesos históricos de aceptación y desaprobación que atraviesan los monumentos públicos alcanza unas dimensiones prácticamente inabarcables en todas direcciones. Puede partir de principios y objetivos muy diversos, pero se trata de un fenómeno ecuménico sobre el que cualquier persona puede sentirse interpelada de un modo u otro, puesto que la memoria individual engarza en mayor o menor medida con el recuerdo colectivo.

Al mismo tiempo, la selección y configuración de las estatuas públicas contiene sólidas intencionalidades políticas proyectadas desde el poder establecido. La creación y asunción de identidades no puede disociarse de las políticas monumentales contemporáneas. Qué y cómo se conmemora tiene un simbolismo con la misma potencia que la destrucción de las obras de memoria.

Regresando al libro y a sus aspectos más técnicos, las fuentes bibliográficas empleadas por el autor son amplísimas en cuanto a campo concreto de estudio, pero también respecto a sus escuelas de procedencia. Por si fuera poco, en el listado final las referencias aparecen ordenadas temáticamente; de forma general en un primer momento (iconoclastia, teoría de la imagen, memoria y memoriales, entre otras categorías) y geográficamente después (Francia, Estados Unidos, Italia, España, Alemania y Europa del Este son los contextos con la entidad suficiente como para contar con un apartado en dicha sección).

Cabe mencionar también las ilustraciones, que superan la treintena y abarcan prácticamente cada aspecto del libro. No obstante, dada la mencionada amplitud de temas, personajes y espacios geográficos tratados, se echan en falta un índice onomástico y otro toponímico que agilicen la búsqueda de información específica.

Puede parecer una cuestión menor a la hora de analizar un libro como este, pero esa clase de detalles marcan profundamente la experiencia de aproximación al mismo, ya sea como lectura de ocio o bien como fuente de investigaciones científicas.

Así pues, este título de Tillier constituye una referencia de primer nivel para los estudios relativos a la memoria pública patente, tangible, que merece sin duda ser traducida al castellano para que tenga una mayor difusión fuera de Francia.

Este ensayo tan ambicioso resultará una lectura imprescindible tanto para quienes deseen un primer contacto con el tema como para aquellas personas con un bagaje previo que busquen un enfoque más detallado o específico. Sus reflexiones suponen una aportación relevante sobre cómo las sociedades se enfrentan y buscan equilibrios entre las ideas de memoria, simbolismo y patrimonio material (y público).


Imagen de cabecera: Derribo de la escultura de Napoleón en la Columna Vendôme durante la Comuna de París en 1871. Foto de André Disdéri. El archivo de Wikimedia Commons se puede consultar aquí.