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A lo largo de estas páginas intentaremos mostrar un panorama preciso, aunque de futuro incierto, acerca del sector teatral en el conjunto del Estado español. Resulta ya una obviedad destacar que, en estos momentos dominados por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación —tecnologías que aúnan una dimensión espectacularizante junto a otra que promueve la participación—, las artes de la escena han experimentado en los últimos un considerable incremento de su presencia. Parece que cuanto más se generaliza la comunicación digital, más necesario aparece el contacto con los cuerpos y las voces, compartiendo público y artistas un mismo tiempo y un mismo espacio. Sin embargo, toda realidad es susceptible de varias interpretaciones y, si en España —país de dinámicas pendulares donde los haya— pasamos de la eterna crisis del teatro a la euforia de mediados de la primera década del siglo XX, intentaremos en estas páginas dar alguna pista para matizar tal euforia y, a partir de tales pistas, esbozar al menos los grandes rasgos del futuro inmediato que espera a las artes escénicas.

El teatro y la sociedad española

El teatro, para aquellos que nos dedicamos al análisis económico y sociológico del sector cultural y artístico, aparece como una disciplina compleja, que presenta atributos característicos de aquellas artes tradicionalmente consideradas como elevadas pero también presenta características de otras manifestaciones culturales de mayor arraigo popular. No podía ser de otra manera, pues teatro es el Rey León y el trabajo de Lina Morgan, los musicales sobre Mecano y Sabina y las obras de Rodrigo García, Angélica Liddell o Sanchis Sinisterra. Al menos desde un punto de vista estadístico. Punto de vista este que supone una reducción de la realidad pero que nos aporta una información bastante rica para poder conocer las dinámicas sociales respecto al teatro. Así, si observamos las cifras procedentes de los principales estudios sobre hábitos y prácticas de consumo cultural, veremos que la asistencia al teatro, en cuanto a porcentaje de la sociedad española que acude, se sitúa en lugares intermedios entre la danza o la música clásica y los conciertos de música popular. En concreto, atendiendo al último estudio disponible con información del conjunto del Estado español (1), el 19% de los ciudadanos españoles acudieron al menos una vez al año a alguna manifestación teatral. El 6,1% asistieron a algún espectáculo de danza, el 2,6% acudieron a alguna representación de ópera y el 7,7% fueron a algún concierto de música clásica. Sin embargo, un 49,1% fueron al menos una vez al año al cine y el 25,9% acudieron a algún concierto de música popular. Aquí tenemos, pues, uno de los primeros datos relevantes: casi uno de cada cinco ciudadanos acudió durante el año anterior a la realización de la encuesta al menos una vez al teatro. Ahora debemos hacernos otra pregunta. Esto, ¿ha sido siempre así? Lamentablemente, los sistemas de información estadística no nos permiten un análisis histórico de largo recorrido retrospectivo, pero al menos podemos afirmar —con ciertas cautelas, por supuesto— que desde 1990 sí disponemos de estudios que comparten metodología y objetivos y que, insistimos, con ciertas cautelas técnicas, permiten la comparabilidad de los mismos en diferentes momentos del tiempo. Pues bien, acorde a tales estudios (2) podríamos afirmar que la participación de la sociedad respecto al teatro se ha visto incrementada, ya que en el año 1990 el porcentaje de personas en España que acudían al menos una vez al año al teatro fue del 13,5%. Este porcentaje creció en la siguiente encuesta, y así, con datos de 1998, se situaba ya en valores prácticamente idénticos al dato actual: el 18,9%. El dato correspondiente a 2002/2003 supone el máximo histórico: el 23,4%. Sin duda, fueron los primeros años de la década inicial del siglo XXI en los que coincidieron varios factores, algunos más tangibles que otros. Por un lado, la saturación inicial con las nuevas tecnologías (aún no hablábamos de la web 2.0) y por otro ciertas mejorías en los indicadores económicos, así como el desarrollo de los musicales como formato de éxito masivo, pueden contribuir a explicar este dato, dato que, insistimos, es el máximo en la reciente historia de España respecto a la asistencia al teatro. Lamentablemente, este indicador mostró descensos en los siguientes estudios, bajando hasta el 19,1% en el año 2006/2007 hasta llegar al dato, muy similar, que ya mencionamos, del 19% en 2010/2011.

Más adelante analizaremos cuáles son los principales factores que influyen en la demanda de teatro y artes escénicas, pero, a continuación, y para completar la información que acabamos de mostrar, comentaremos algunos datos acerca de la evolución del sector en el conjunto del Estado español.

Indicadores de la evolución del teatro en España

En los últimos diez años las artes escénicas en su conjunto y muy especialmente el teatro, en todas sus expresiones, han visto evolucionar muy positivamente indicadores básicos como número de representaciones, espectadores (entradas) o recaudación en taquilla. Así, en lo que se refiere al número de representaciones de teatro, observamos cómo estas crecen de las 48.022 representaciones llevadas a cabo en el año 2002 a las 62.560 en 2010 (3), último año del que en el momento de cerrar la redacción de este artículo disponemos. Si analizamos el número de espectadores (en realidad se trata de «entradas», no de espectadores con DNI distinto, es decir, que una misma persona puede haber acudido varias veces en el año), vemos cómo este evoluciona de los 13,5 millones en 2002 a los 16,9 millones en 2010. El indicador que muestra un mayor crecimiento es el de la recaudación en taquilla, que pasa de los 163,9 millones de euros recaudados en 2002 a los 252,7 millones en 2010. En todos los casos nos encontramos con una variación positiva. Sin embargo, debemos añadir que las cifras de 2010 son menores que las de años procedentes, encontrándonos el máximo de espectadores en el año 2008 (19,6 millones de espectadores) y el máximo de recaudación (266,8 millones de euros) en 2009. En otras palabras, la tendencia de crecimiento experimentada a lo largo de toda la primera década del siglo XXI (y que seguía la estela de los datos disponibles de los últimos años del siglo pasado) se ve interrumpida en los años recientes. Parece que la crisis económica y social que está sufriendo España también está afectando al teatro. Pero antes, analicemos cuáles son los factores que influyen en la demanda de teatro (disculpen ustedes los términos económicos utilizados a lo largo del artículo pero confiamos en que, tras la lectura del mismo, puedan valorar positivamente ciertos enfoques procedentes de la teoría económica acerca del teatro). Solo de esta manera podremos comprender mejor los verdaderos efectos de la crisis y las perspectivas para un futuro próximo.

Los factores que influyen en la demanda del teatro

Desde los años sesenta del pasado siglo, la teoría económica ha estudiado con detalle los sectores culturales, dado que presentan características económicas que los hacen muy diferentes de otros sectores. Son precisamente las artes escénicas las que generan, en los comienzos, un mayor volumen de estudios y trabajos. Fruto del desarrollo de los mismos a lo largo de varias décadas por un número creciente de economistas a nivel internacional (economistas que nos reunimos cada dos años en los congresos internacionales de la Asociación Internacional de Economía de la Cultura y que convoca, según los años, a más de 500 expertos) son los estudios específicos sobre los factores que influyen en la demanda de teatro y cómo estos son muy diferentes a los que explican el consumo de otros bienes. La teoría económica presenta cuatro elementos fundamentales de los que depende la demanda de los bienes. En primer lugar, su precio. En segundo lugar, la renta, la riqueza del individuo o de la sociedad. En tercer lugar el precio de los bienes relacionados con el bien o servicio que estemos estudiando. En cuarto y último, el gusto, entendido no desde una perspectiva jerárquica (buen gusto frente a mal gusto) sino como competencia para obtener utilidad del bien consumido. Pues bien, en grandes rasgos, podemos afirmar que la asistencia al teatro es inelástica respecto al precio (variaciones en el precio conllevan variaciones menores en la demanda), que en cierto modo es inelástica respecto a la renta, que depende del precio de otros servicios culturales como el resto de las artes escénicas y otras alternativas de ocio pero que, principalmente, depende del gusto (4). Es decir, cuanto más se conoce y más se disfruta más se demanda. La demanda futura depende de la demanda pasada y eso, al fin y al cabo, no es más que un bucle, una pescadilla que se muerde la cola, muy difícil de alterar. Reducciones de precio de la entradas tendrán solo efecto para aquellos que ya acuden o para aquellos espectáculos que tienen una fuerte dimensión popular. El problema es cómo conseguir que aquellos que no tengan gusto por el teatro, que carezcan de interés por él, lo obtengan. Es aquí donde entran las políticas culturales de demanda, políticas que, desgraciadamente, han estado ausentes de las estrategias de los principales agentes culturales a lo largo de las últimas tres décadas, en las que los esfuerzos se han inclinado hacia las políticas de oferta (creación de infraestructuras, ayuda a la producción), sin duda necesarias en un primer momento, pero cuyo equilibrio con políticas de demanda que, a medio plazo, legitimarían el gasto público en teatro, hubiese sido más que deseable.

Presente y futuro. Diagnóstico y perspectivas

Para finalizar el artículo haremos un breve diagnóstico sobre el presente de las artes escénicas, centrándonos en los efectos de la crisis sobre el sector. Como los datos evidencian, se ha producido un descenso en los últimos años, pero este descenso tiene varias causas. En primer lugar, se ha reducido la demanda, la asistencia, porque se ha reducido la oferta. Así, mientras que en 2009 hubo 65.472 funciones, en 2010 este número se contrajo hasta 62.560, continuando una tendencia comenzada en 2008. Las causas de reducción de la oferta se pueden encontrar en el descenso de los presupuestos públicos. Con la casi excepción de Madrid y Barcelona, resulta difícil encontrar en el resto del Estado español oferta teatral de carácter privado que, de una u otra manera, no esté vinculada a presupuestos públicos. Este descenso en la oferta llega en un momento en el que la demanda era creciente y en el que la presencia del teatro, en sus múltiples manifestaciones, era muy alta. El gusto por el teatro (por algunas formas de teatro más que por otras, por supuesto) estaba creciendo. Un problema importante es que este crecimiento no fue mayor y que apenas se aprovecharon los años del supuesto crecimiento económico para realizar políticas activas de desarrollo de audiencias y de democratización del acceso a la cultura que complementen a las políticas educativas (políticas sobre las que, además, se cierne un fuerte amenaza derivada del descenso de presupuestos públicos y de las últimas reformas que afectan a la educación pública). Pese a esta falta de estrategia, el sector se encontraba en un momento de desarrollo, razón por la cual los descensos de la demanda, pese a ser importantes, son menores de lo que se podría pensar. Pero además de la reducción de la oferta, también se está reduciendo la demanda. Este descenso ha sido más lento que otros sectores, ya que en las primeras oleadas de la crisis, cuando esta se concentraba en la capas sociales más desfavorecidas, apenas tenía efecto ya que, lamentablemente, estas capas sociales no eran público teatral. Sin embargo, la extensión de la crisis está afectando también a la demanda. Lentamente, pero afectando. Desde el punto de vista de la oferta nos encontramos con compañías que cada vez tienen menos contrataciones, que sufren impagos o retrasos insoportables en los pagos, con teatros pequeños y salas alternativas que se ven obligados a cerrar debido al descenso de apoyos públicos y de reducción del público mientras que los recursos, tal vez quiméricos, procedentes del sector privado a través de una política decidida de estimulación del patrocinio no terminan de llegar. Muchos teatros públicos de carácter municipal se quedan vacíos de contenidos y, en muchos casos, se está considerando la privatización de la gestión como única solución. Sin embargo, esa privatización, de no hacerse en función de unos contrato-programas rigurosos y claros, que respondan a las prioridades políticas de las instituciones titulares, traerían consigo un traslado de la actividad al ámbito del mercado. Mientras tanto, los grandes teatros de carácter comercial siguen convocando a cantidades importantes de espectadores, para lo que tienen que recurrir a montajes cada vez más «espectaculares» (valga la redundancia) y/o a nombres televisivos que sirvan de referencia a una buena parte del público atraído por este tipo de ofertas.

Mientras esto sucede, muchos de nuestros dramaturgos/as cosechan éxitos internacionales, tanto aquellos que trabajan en ámbitos más comerciales como aquellos que lo hacen en otros más innovadores; algunas compañías desarrollan trabajos que, junto al de muchos dramaturgos/as llaman la atención del público internacional; algunos teatros alternativos, resistiendo a las condiciones económicas cada vez más duras, son capaces de atraer audiencias jóvenes —y no tan jóvenes— interesadas por las formas más innovadoras de entender la escena; pequeños festivales, de presupuesto muy limitado, agotan sus localidades con una gran antelación, etc.

El futuro del sector teatral dependerá de varios factores. Por supuesto, de cómo los ciudadanos del Estado español seamos capaces de superar la crisis económica y social que nos acecha. Debemos, como sociedad, acordar cuáles deben ser nuestras prioridades y si queremos o no promover entre todos las artes escénicas. El teatro, con la excepción de aquellas manifestaciones más comerciales, tiene serias dificultades para sobrevivir en un entorno de mercado. No salen las cuentas. Y, para que salgan, habría que subir muchísimo los precios, lo que resulta incompatible con los objetivos de democratización de acceso a la cultura. También resulta fundamental que las instituciones, los teatros, las compañías, los profesionales del sector en su conjunto se comprometan con la realización de políticas de desarrollo de audiencias, que extiendan el gusto por el teatro a colectivos que, hasta el momento, no lo tenían, legitimando de esta manera el gasto público en cultura, contribuyendo así al desarrollo de la sociedad y la cohesión social. Políticas de participación y de transparencia en la gestión resultan en estos momentos más importantes que nunca. Los objetivos de los proyectos culturales y cómo afectan a la sociedad deben ser ahora más claros de lo que han sido hasta el momento, alejándose así de políticas espectaculares y acercándose a políticas dirigidas a la participación y al desarrollo cultural y social. En definitiva, no será fácil, pero el desarrollo del teatro en las próximas décadas en España no es imposible. Depende, fundamentalmente, de nuestras voluntades.

NOTAS

(1) Ministerio de Cultura (2011), Encuesta de hábitos y prácticas culturales en España 2010-2011.

(2) Ministerio de Cultura, Equipamientos, prácticas y consumos culturales de los españoles, 1993; Fundación Autor/SGAE, Informe SGAE sobre hábitos de consumo cultural, 2000; Ministerio de Cultura/Fundación Autor, Encuesta de hábitos y prácticas culturales en España, 2005; Ministerio de Cultura, Encuesta de hábitos y prácticas culturales en España, 2007.

(3) Fundación Autor. Varios años. Anuario SGAE de las Artes Escénicas, Musicales y Audiovisuales.

(4) A modo de introducción, recomendamos la lectura de este trabajo clásico: Throsby, David & Glen Withers (1993), The Economics of the Performing Arts, Gregg Revivals, Hampshire, 1993.

Coordinador del Área de Estudios de la Fundación Autor