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Ocho actores, cinco músicos y un coro de ocho voces dan vida a un rico universo creado más que probablemente por Miguel de Cervantes. El texto, concebido originalmente en cuatro jornadas, ayuda mucho a pautar el ritmo con el que contamos, representamos y cantamos la historia militar, religiosa y humana de un conflicto que desgarró Europa y Oriente Próximo hace un milenio. Nuestra propuesta escénica se asemejaría mucho a la de un oratorio representado con elementos como el uso de un coro, solistas que en este caso también interpretan, un conjunto musical varios personajes protagonistas, una temática trascendente «bañada de cuestiones religiosas» o la alternancia de coros y partes dramatizadas.

La función consta de ocho partes resultantes de la adición de intervenciones corales entre cada una de las cuatro jornadas en las que se divide la obra: alternando las partes recitadas de los actores con las musicales encomendadas al conjunto de ministriles de La Danserye y al coro Capella Prolationum. La música de Francisco Guerrero, de Juan del Enzina y de Mateo Flecha se funde con la palabra contemporánea cervantina. La secuencia textual de la comedia en ocasiones se acompaña de música instrumental incidental (musulmana y cristiana) que en gran parte resulta de una lectura de las acotaciones musicales de la obra. El viaje hacia el pasado se hace mejor con el perfume vívido de la música y de la palabra. El espectáculo despega en su viaje iniciático y se transforma en un placer para los sentidos.

Los actores encarnan múltiples personajes que desfilan por el rico y variado panorama de la obra, interpretando algunos de ellos varios personajes del reparto, como en la época en la que se escribió el texto. Alternan sus roles a lo largo de la obra: figura alegórica, cristiano o musulmán, cambiando su indumentaria y caracterización interpretativa, sin que el público pueda advertirlo. La belleza y versatilidad de los figurines de Pepe Corzo y las transiciones musicales en directo facilitan el prodigio de «la multiplicación de los actores». La presencia de coro y músicos sobre el escenario —actuando como una masa compacta de soldados cruzados que permanecen expectantes antes los muros de la Ciudad Santa— enriquece notablemente el espectáculo y dota al mismo de la magnitud de un ejército.

La Ciudad Santa de Jerusalén, diseñada escenográficamente por mi socio Miguel Ángel Coso, se presenta como un precioso castillo medieval de forma circular, alejado del naturalismo y de la proporción racionalista y más próximo al simbolismo del miniado medieval: un gran objeto de deseo rodante, precioso y simple en sí mismo, como un cofre que guarda en su interior las riquezas de un tesoro deseado históricamente por las tres religiones; un tótem amurallado, imagen de la Jerusalén Celestial.

El variado abanico métrico del texto, a cargo de los maestros Emilio Gutiérrez Caba y Ana Martín Puigpelat, fluye musicalmente atrapando a los espectadores en este espectáculo de arte total.

Al final del espectáculo, tras la escena de la toma de Jerusalén y mientras el coro interpreta Ierusalem convertere ad Dominum Deum tuum, que pone de manifiesto la misericordia de Dios hacia la Ciudad Santa, los actores dejan de interpretar su roles… La obra teatral ha finalizado. Ahora son seres humanos ajenos al juego de la guerra. Avanzan en silencio hacia el auditorio, mirándose las manos ensangrentadas. Es la única y humilde aportación que hacemos en la puesta en escena sobre la rabiosa actualidad del conflicto de tintes religiosos que sufre nuestro mundo desde hace siglos.

¿El resto? La elocuencia de un insospechado texto que se pone de manifiesto bajo la firma de Miguel de Cervantes… ¿o no?

Director de escena