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La contraportada de esta obra ya nos da pistas suficientes acerca de su contenido, una reflexión filosófica profunda y sutil sobre la mutua interrelación entre memoria y escritura. Su autor retrata a través de una serie de textos temáticamente autónomos pero interrelacionados entre sí la trascendencia de las palabras en el tiempo. En cada uno de los capítulos, presentados como «figuras» del calidoscopio, aparecen distintas perspectivas de la conexión entre la existencia, el relato que hacemos de ella a través del lenguaje y el tiempo. Perspectivas que se van yuxtaponiendo y complementando, sin caer en ningún momento en una visión atomizada sin unidad temática. Esta última se puede resumir en que todo lo esencial de lo humano y de nuestra vida lo han captado las palabras, reflejo de la existencia de los seres humanos, con la idea de interpretar lo vivido y de no morir del todo. Es el valor de la memoria que pervive mediante el lenguaje como representación y proyección de la existencia humana.

La obra de M. Sánchez Cuesta es conceptualmente precisa y certera para acceder a una visión humana, esencial y filosófica de la escritura, un texto lleno de claves que abre vías de comprensión honda de la poesía humana y metafísica esencialmente universal y abstracta, más cerca de la concepción del lenguaje como sustancia lingüística conformada que como un análisis formal, una perspectiva sociohistórica o un estudio inmanente del texto. Este calidoscopio permite acercarse directamente a la poética del relato más desde el plano del contenido que del de la expresión. Y es que la definición y descripción esencial de los conceptos abstractos relevantes más recurrentes del texto (palabra, existencia, finitud, vida, muerte, yo…) nos acerca a esta concepción sustancial del lenguaje y marca la jerarquía axiológica de la obra.

En un estilo sintético, depurado de todo adorno superfluo, el relato está visto aquí como una búsqueda de los universales del lenguaje humano en el tiempo. Estilísticamente no hay artificios retóricos. Es una expresión directa y rigurosa al servicio del conocimiento. Mediante el análisis de la trascendencia del relato como espejo de la memoria, Sánchez Cuesta nos muestra la proyección de la vida en el discurso.

Sin embargo, pese a ser un libro abstracto y concienzudo donde no abundan las alusiones contextuales, no deja de ser ameno, por estar provisto de ese didactismo y esa claridad que son «la cortesía del filósofo». Aborda las diferentes perspectivas de la relación entre memoria y escritura fuera de las coordenadas concretas del tiempo y el espacio para situarse en un terreno más universal. No hay casi erudición ni referencias históricas, excepto algunas citas ilustrativas, como Auschwitz o los clásicos griegos, que adquieren más el valor de símbolo atemporal que el de pretender un análisis discursivo de determinados textos en particular.

Por eso, una de las categorías esenciales del libro de Sánchez Cuesta es el tiempo en la narración, dentro del cual destaca el propio sujeto de quien narra, «Nuestro yo es siempre resultado» (pág. 103), «Donde hay yo hay una historia» (pág. 103). Pero en esta reflexión teórica sobre la memoria narrada, sin negar la esencialidad del presente, todo relato trascendente y humano, expresa «La sombra alargada de la finitud» (pág. 103), la angustia existencial, la imposible inmortalidad. El ser en el tiempo, la conciencia de estar hechos de temporalidad nos sitúa ante el autoengaño de que es posible un instante eterno. El relato busca en el tiempo un sentido vital, una razón vital.

Otro eje temático lo constituye la relación entre la palabra y la memoria: «Si no hubiera palabras, nuestra amnesia sería absoluta» (pág. 35). La palabra se convierte así en inmortalidad, pues la escritura después de la muerte es otra forma de existir, una lucha contra el olvido.

Por eso el lenguaje como reliquia del existir es la trascendencia más allá de la vida, lo que nos acerca a la definición machadiana de la poesía de palabra esencial en el tiempo. El lenguaje articula nuestro recuerdo, nuestros pensamientos y nuestra visión del mundo. Nos queda la palabra, nos quedará la palabra. La trascendencia de nuestra vida —individual y colectiva— no será posible sin la palabra escrita que permanece.

Estamos, pues, ante una visión calidoscópica del análisis del discurso y del relato, de la vida y mito (al fin y al cabo, mito es originariamente palabra). El relato es el espacio temporal más aferrado al tiempo o a la palabra esencial. El lenguaje, como uno de los ejes de la vida en el tiempo, es un elemento central de este libro.

Pero no estamos ante una teoría del relato esencialmente literaria ni lingüística, sino sobre todo existencial. Así, el relato cuenta con un final previsto, conocido. No es cualquier relato, es el relato de nuestra vida, lo cual explica el sentido de la escritura, que devuelve la vida a nuestra biografía, por lo que el autor va en busca de sí mismo, más de su yo profundo que de su yo exterior. Como subrayaba Camilo José Cela en su teoría de la novela, la vida no tiene trama. El relato es una reconstrucción del sentido de la vida. En la narración se funden existencia, memoria y vida, se trata de una interpretación de lo vivido. La escritura da cuenta de fragmentos de vida, pero ya no es la vida. La memoria es lo que queda, la memoria persigue y a veces logra «blindar su recuerdo a la escritura en el tiempo» (pág. 85). De ahí que en esta obra se aborde la cuestión de la percepción, las perspectivas y visiones del relato, donde «No existe un ver puro» (pág. 119), «Ningún ver es neutral» (pág. 121).

Podemos de esta forma hacer una reconstrucción de los componentes del relato, en el que destacan la figura del narrador, el punto de vista y la distancia, personas y personajes, el héroe del relato, un sentimiento y una filosofía de la vida, el sentido de la vida, que conecta realidad y ficción, los sueños, nuestros sueños, con la verdad; relato individual y colectivo.

Cabe destacar finalmente que el valor fundamental de la obra de M. Sánchez Cuesta son los aforismos o tesis sintéticas que se van desgranando en las distintas figuras, tesis rigurosamente argumentadas.

Nos quedamos al finalizar la lectura con una teoría general sobre el valor de la escritura como trasunto de la vida, no entendida como una mera narración biográfica, sino interpretada a la luz de la filosofía. Pasa la vida. La memoria es lo que queda tras ese final.

La visión perspectivista y esencial sobre la relación entre la memoria y el relato que proporciona el libro que reseñamos enriquece nuestro entendimiento de la trascendencia del lenguaje como resultado de la vida humana, por lo que recomendamos su lectura a quienes estén interesados en entender en un plano teórico y filosófico el valor de la palabra en el tiempo.

Mariano del Mazo de Unamuno

Doctor en Filosofía. Profesor asociado de Didáctica de la Lengua en el Master de Formación del Profesorado. UCM