Tiempo de lectura: 3 min.

G. K. Chesterton visitó Irlanda en 1918 con el objetivo de convencer a los irlandeses para que se enrolaran en el ejército de los países aliados en la Gran Guerra contra Prusia. Al tiempo que daba conferencias, participaba en debates y hablaba con infinidad de personas, recogía sus impresiones en una serie de artículos que enviaba a The New Witness, la revista fundada por su hermano Cecil, y que él dirigía desde 1916. La visita tenía así un objetivo político con respecto a los irlandeses, y otro periodístico con respecto a los ingleses, y tanto lo uno como lo otro exigían situarse en el marco del problema anglo-irlandés, e inevitablemente conceptualizar de un modo determinado el mismo problema. La posición de Chesterton podría resumirse así: Inglaterra debería reconocer y facilitar la independencia de Irlanda para no caer en la hipocresía de conducirse afirmando un credo liberal, universalista y moderno, y al mismo tiempo actuar imperialistamente sobre otras naciones (especialmente si el gobierno británico contaba con Irlanda para hacer frente al enemigo prusiano en el continente); y sobre todo debía reconocer el milagro social y económico irlandés, conseguido bajo el estatuto de autonomía del Home Rule, y que se palpaba en un amplio tejido vivo y denso de pequeños propietarios de la tierra que venían a encarnar la teoría del bien común del distributismo frente a la impersonalidad y deshumanización progresiva de la sociedad occidental.

Por las páginas de Impresiones irlandesas desfilan los diversos actores del problema anglo-irlandés, como los partidarios del Sinn Fein —con sus peligrosas simpatías hacia Prusia—, los unionistas del Ulster, los liberales gladstonianos en el Parlamento británico, artistas e intelectuales, poetas muertos y vivos, reyes de antaño en estatuas ecuestres, gente del pueblo y del pub que hacen confidencias sobre lo que ven y lo que desean… La mirada de Chesterton queda como un valioso testimonio de aquellos momentos y problemas, un relato comprometido y lúcido que el lector podrá contrastar con otros sobre aquel tiempo convulso y complejo. Pero quizás el elemento diferenciador sea la trascendencia de la mirada del autor, su impenitente hábito de mirar las cosas desde la dimensión última, sin ceder a pragmatismos de corto plazo, que conecta lo concreto con la eternidad, tal como la presenta el catolicismo. Es especialmente reveladora y útil la introducción del profesor Dermot Quinn, por su plausible e iluminadora síntesis de las dimensiones políticas, históricas y religiosas de este libro de Chesterton.

La mirada de Chesterton queda como un valioso testimonio de aquellos momentos y problemas

Impresiones irlandesas, traducido por primera vez al castellano en la cuidada edición de la joven Ediciones More, no defraudará a los lectores de Chesterton. Comparece de nuevo el gran publicitario de ideas y causas nobles, el ingenioso persuasor persuadido por la verdad antropológica, ética, religiosa, que se sirve artísticamente de los recursos del lenguaje para que el interés del lector no decaiga. Chesterton no pretende la estupefacción de lector para colarle de rondón vaguedades conceptuales, sino que las licencias del fair-play verbal, que incluyen ocurrentes etimologías y maridajes lingüísticos que pueden provocar algún “¡Anda ya!”, son apreciados en su justa eficacia al servicio de conceptos nítidamente definidos e intencionalmente profundos. Así, nuestro autor puede comenzar un capítulo lanzando una breve frase, redonda, concisa y paradójica, que nos deja gustando estos condimentos estéticos mientras preguntamos ya expectantes el desarrollo racional y razonable que viene a continuación; o puede ir hilando un vibrante razonamiento, sazonado de especias, para conducirnos a una brillante frase, a menudo una imagen, habitualmente al final de un párrafo o de un capítulo, que hay que saborear y digerir sobre el silencio del blanco de la página. Si su apetito por la multiplicidad diversa de la realidad podría hacer parecer a Chesterton un juguetón precursor de la posmodernidad, su fidelidad insobornable a unas pocas convicciones metafísicas y concretas desbarata esa asociación: lo segundo precisamente impulsa y legitima lo primero, y sitúa a nuestro autor en una antigua tradición que arranca del primer capítulo del Génesis, donde la diversidad y multiplicidad de lo real quedan sancionadas como buenas, muy buenas, en aquel cósmico juicio estético de los inicios.

Doctor en Filología Inglesa (Universitat de València) con una tesis sobre la obra poética y ensayística de T. S. Eliot. Ha sido profesor de español en la University of Wales, College of Cardiff, y profesor visitante en las universidades de Tampere (Finlandia), Florencia y Lund (Suecia). En la actualidad pertenece al Departamento de Literaturas Hispánicas de la Universidad Complutense de Madrid y da clases de escritura creativa en el Máster Universitario en Escritura Creativa de la UCM.