Premio Nacional de la Crítica y Premio Adonais, Eloy Sánchez Rosillo, poeta en activo desde hace más de cincuenta años, ha plasmado ya su vocación en once poemarios. Hace décadas que su obra se encuentra indefectiblemente en las principales antologías de poesía española contemporánea, lo que habla de uno de sus principales valores poéticos: una sincera vocación fielmente sostenida en medio de una cultura líquida que entiende la evolución como ruptura y olvido de lo ya sido. Hay evolución en la poesía de Eloy Sánchez Rosillo, pero con qué naturalidad reconocemos esas pautas naturales de la existencia que se despliega en la cotidianidad.
Hasta su reciente Quién lo diría, Sánchez Rosillo ha continuado fiel a la poesía como actitud y ejercicio vital, abierto al mundo, a la literatura y a las artes. Poesía de “línea clara” —por utilizar una de las fórmulas ilustrativas de algunos modos de escribir poesía en las últimas décadas— de difícil facilidad, de dicción que no clama, sino que a la vez revela y cela respetuosamente el inagotable ser de lo real. Poesía afincada en el misterio, el asombro, la contemplación y finalmente la celebración y el agradecimiento. (NOTA: Para detalles sobre la entrevista y sobre el currículo del autor, v. abajo)
¿Cómo nació su vocación?
El nacimiento de la vocación es el momento más importante en la vida de un poeta, el más misterioso. Uno ha estado hasta entonces viviendo su vida de adolescente o jovenzuelo y yendo sin una dirección determinada de aquí para allá. Y de pronto oye una voz dentro de sí que le dice: no, no es por allí, ni por el otro lado; es por aquí y para siempre. Si la llamada no resulta tan imperiosa y definitiva como digo, es que en el muchacho que la ha escuchado no hay ni habrá nunca un verdadero poeta, sino sólo un simple aficionado que crecerá y se olvidará de la poesía. Desde los catorce años yo escribía versos en ocasiones, cuando me enamoraba o sucedía algún hecho que calara en mí. Y aunque era una ocupación que me agradaba, nunca pensé en esas tentativas primeras que la poesía iba a ser mi camino.
Sucedió, sin embargo, que a los diecisiete años, de súbito, la vocación poética se apoderó de mí como una fiebre, como un algo maravilloso que yo no podía ni quería quitarme de encima o de dentro. Todo comenzó a ser secundario menos aquella fascinación. Pasaba los días y las noches leyendo y escribiendo. Soñaba con hacer cosas tan hermosas como las que leía, y me desesperaba porque me daba cuenta de que lo que conseguía no se asemejaba en nada a las altísimas obras que me proponía emular. No obstante, también tenía de vez en cuando pequeñas satisfacciones que me hacían continuar en la brecha. Qué momentos tan puros, tan intensos y plenos los del brotar de la vocación.
Nunca he vivido nada igual, nada que iluminara mi interior y el mundo entero con tan vivos fulgores. La vocación ha tirado de mí con idéntica fuerza desde entonces hasta ahora. Jamás me ha abandonado ni he caído en escepticismos. Y ahí sigo, con la misma ilusión por escribir poemas hermosos y verdaderos, y sintiendo cada día que la tarea está aún a medio hacer, que hay que continuar y seguir intentándolo.
¿Cuáles son sus primeras influencias? Me gustaría que explicara un poco su trayectoria literaria.
Fui un lector muy precoz y había leído mucho y muy variado antes del surgimiento de la vocación poética. Después de que ésta se apoderara de mí, el primer poeta que leí por extenso y con fervor muy grande fue Juan Ramón Jiménez. Compré a mis diecisiete años los dos gruesos tomos de la editorial Aguilar (encuadernados en plástico azul) que recogían todos sus libros de poesía y los leí página a página, emocionadísimo. Aún conservo esos volúmenes.
De la mano de Juan Ramón llegué después a la generación del 27; unas lecturas me llevaban a otras con ansiedad, y así he ido leyendo en mi vida mucho de lo que hay que leer de dentro y fuera de nuestra lengua. En cuanto a mi trayectoria literaria, ahí están mis libros. Se hace camino al andar. Fui acatando, sin planificaciones, lo que la vocación y la intuición me indicaban. Escribía lo que oía dentro de mí, sin atenerme a tendencias ni a modas.
Lógicamente, mi poesía ha ido cambiando con el paso de los años (lo que está vivo se mueve). En mi opinión, ha evolucionado de manera natural, sin quiebras ni saltos o piruetas, sin cambios violentos de dirección de la noche a la mañana. No soy un titiritero ni un contorsionista ni un prestidigitador; aspiro a ser un poeta. Después de un paso, otro, y así hasta hoy.
En su obra me parece que hay bastantes elementos autobiográficos más o menos explícitos, ¿podría explicar esto?
Toda poesía verdadera es de algún modo autobiográfica, porque uno escribe de su experiencia de estar en el mundo; no podemos escribir desde fuera de nosotros, con la experiencia de nuestro vecino. Mi poesía es sin duda, y mucho, una autobiografía. Lo que ocurre es que la poesía no puede quedarse en eso, en lo privado y particular, pues entonces nadie podría reconocerse en lo que uno escribiera. No invento nada cuando escribo, desde luego; mis poemas pasan por mí y se tiñen de mí, de mi acontecer, pero (suponiendo que yo sea poeta) los poemas dicen lo que quieren decir, no lo que quiero que digan. La voz que se oye en ellos no es mi voz privada, la que uso a diario cuando no estoy escribiendo.
La poesía habla a través del poeta y se empapa de las circunstancias de éste, aunque habla por sí misma, con universalidad válida para cualquiera. El poeta colabora con la poesía ilusionadamente, oye lo que ésta le dice y la ayuda a ser como ella quiere ser. La que ha de hablar es ella, sin embargo. Si el poeta habla mucho por su cuenta, el poema fracasa.
¿Qué significó para usted obtener el Premio Adonais?
Fue en su momento un acontecimiento importantísimo para mí. Yo vivía en mi provincia y ni siquiera en ella mantenía relación con escritores que ya hubieran publicado. Un par de amigos con mis mismas inquietudes eran mis únicos interlocutores, y pare usted de contar. Ni en mi casa sabían que escribía poemas, porque yo era muy reservado. En Murcia, por otra parte, no había ninguna posibilidad de publicar con cierto alcance.
Llegó un momento en el que tuve necesidad de contrastar con los demás si lo que estaba escribiendo en soledad casi absoluta podía tener algún interés. La única posibilidad que se me ofrecía era la de probar suerte en un concurso nacional que mereciera la pena. Cuando ultimé Maneras de estar solo lo envié al premio Adonais (el más importante de entonces) a ver qué pasaba, sin muchas esperanzas de que la iniciativa me condujera a ningún sitio. Como el envío lo hice unos meses antes de que el premio se fallara, me olvidé incluso de la fecha en la que debía concederse.
Y un buen día de finales de 1977, al atardecer, comenzó a sonar sin descanso el teléfono de mi casa para comunicarme una y otra vez que yo era el ganador. A todos los que llamaban les preguntaba que si estaban seguros de lo que me decían, que si se habían enterado bien. Por más que me reiteraban que sus informaciones eran ciertas, no terminaba de creerme que eso fuera posible, que hubiera sonado la flauta. Pasé unos días malísimos (aunque felices), pues mi temperamento es nervioso en extremo y me desenvolvía pésimamente en el trajín mediático que el premio conllevaba.
En diversas ocasiones he dicho que aquel suceso extraordinario fue fundamental para mí, pues no sólo me hizo poeta ante los demás; también —hasta cierto punto— me confirmó como tal ante mí mismo, que estaba lleno de dudas e inseguridades sobre lo que escribía. A raíz del premio me dije que a lo mejor había en mí algo de poeta. El obtenerlo me responsabilizó al máximo y a partir de entonces me dediqué todavía con más ahínco e ilusión a escribir. Sin el premio mi camino en la poesía habría sido en sus comienzos mucho más difícil. Mi vocación era tal, no obstante, que de ninguna manera creo que hubiera dejado de hacer lo que tenía que hacer.
¿Cómo definiría o explicaría su poesía? ¿Cuáles son sus autores preferidos o que piensa que han influido más en su obra?
Las dos preguntas enlazadas que ahora me hace son de imposible respuesta; si uno intenta contestarlas no hará en el fondo más que hablar por hablar. Nadie puede definir la poesía. Eso es como si te dicen que definas la vida o que definas el mundo. Y menos aún puede definir uno la poesía que él hace, aunque parezca una definición más pequeña, ni puede saber a ciencia cierta qué autores le han influido más. No obstante, como no quiero dejarlo a usted desairado, le contestaré un poco a tientas (y ojalá que no al tuntún).
Mi poesía es el modo más íntimo y hondo que tengo de ser y de estar en el mundo; a través de ella trato de acercarme a la realidad no para explicármela o desentrañarla (como hacen el filósofo o el científico), sino para sentir y escuchar su misterioso latir y para participar a los demás de la manera más hermosa posible lo que he tenido el privilegio de percibir. No le parecerá muy buena ni muy completa mi respuesta, ¿verdad? Pues a mí tampoco, pero otra mejor no puedo ofrecerle.
Resultaría asimismo complicadísimo contestar a la segunda parte de su pregunta. Mis autores preferidos no son dos ni tres; son todos los que desde que existe la literatura han logrado milagrosamente en cualquier lugar de este planeta obras hermosas y emocionantes. Me he acercado con entusiasmo a la mayoría de los que han llegado a mi conocimiento, y todos ellos deben de haber influido más o menos en mí. Uno va alcanzando y definiendo su propia voz con la frecuentación de quienes antes que él han logrado con plenitud lo que él mismo intenta conseguir.
Las obras que a lo largo del tiempo nos han conmovido han dejado su poso en nosotros, han ido transformándonos y haciéndonos llegar a ser esto que somos. Sería bonito poder decir que en uno han influido mucho los mejores y nada los malos. Vaya usted a saber. Además, en un poeta no sólo influyen los poetas. Marcan en él también su impronta los demás tipos de artistas (músicos, pintores, etc.) y en general todo lo auténtico y vivo, aunque no pertenezca a la esfera de las artes.
Usted empezó siendo un poeta elegíaco; de pronto, como a consecuencia de una revelación, empezó a ser el poeta de la luzoída y respirada y a tener más “éxito” con su poesía, ¿a qué se debe ese cambio? ¿Fue una conversión interior? ¿Cómo se produjo, si es que realmente podemos hablar de algo así?
No, en mi caso no hubo ninguna caída súbita del caballo. Nada ocurrió de la noche a la mañana. Mi poesía ha ido cambiando y transformándose de forma natural y paulatina.
Uno no es el mismo desde que empieza su camino hasta que acaba de recorrerlo. Las distintas edades por las que pasa el poeta y las circunstancias que le afectan (el modo en el que la vida lo haya ido tratando) dan lugar a cambios en su poesía. Incluso cuando predominaba en mí la elegía, los poemas que escribía tenían mucho que ver con la luz. Nunca he escrito una poesía negra o desesperanzada. Como buen mediterráneo, soy por fortuna hijo de la luz, no de las tinieblas. La elegía es en el fondo una celebración póstuma o retardada, una celebración melancólica de lo que tuvimos y creemos haber perdido para siempre.
Pero no nos desviemos ahora por ahí y vayamos a tu pregunta. Lo que ha ocurrido en mi caso —el pasar poco a poco del lamento a la celebración— no me parece nada extraño. El joven le pide absolutos a la vida y piensa que ésta se los regatea y le impide ser a tiempo completo el rey del mundo, que es a lo que él de verdad aspira en su inexperiencia y su egocentrismo de muchacho. Como consecuencia de pensar que la vida es cicatera con él, caerá en la melancolía, en el desánimo y, si es poeta, en la elegía. Yo tenía de joven una concepción lineal del tiempo: presente fugacísimo, pasado en el que las cosas que una vez fueron nuestras se desdibujan y terminan por desaparecer, futuro inconsistente e incierto que no es más que humo. Y todo transcurriendo a una velocidad increíble, como la corriente imparable de un río vertiginoso. Ya digo que esta visión de la realidad me llevaba a la melancolía y a la evocación emocionada de lo vivido y perdido sin remedio.
Con el paso de los años, la vida nos va domando y quizá nos hace un poco más lúcidos, menos ambiciosos y desmesurados en nuestras exigencias. No le pedimos ya a la vida ser sin interrupción los reyes del mundo. Nos conformamos con tener el privilegio inmenso de estar vivos y somos conscientes de que esa es la mayor riqueza, de que no hay don superior al de respirar. Con el pecho lleno de gratitud, advertimos entonces que la vida nos da mucho más de lo que somos capaces de recibir, a pesar de que existan el dolor e incluso lo terrible. El tiempo es ahora tiempo entero, un instante inmenso e indivisible en el que todo se nos da simultáneamente y en el que latimos al unísono con las cosas del mundo. La vida no transcurre; la vida es.
Mi visión del tiempo y del vivir, pues, fue poco a poco modificándose, hasta llegar a una completa transformación que puede entenderse como la antítesis de la que antaño tuve. Esto se observa muy a las claras en mi poesía a partir de La certeza, un libro de transición, y se va pronunciando cada vez con más intensidad en los libros posteriores.
Publicar en Tusquets es publicar en una de las grandes editoriales literarias de nuestro país, ¿en qué medida ha contribuido esa editorial a su lanzamiento como poeta de primer orden?
Las editoriales no hacen mejores ni peores a los poetas, claro está, pero son la plataforma desde la que sus voces pueden llegar con mayor o menor alcance a los lectores. Si una editorial tiene prestigio y eficiente distribución, como es el caso de la veterana Tusquets, será una bendición para cualquier poeta publicar en ella. He tenido la suerte de contar con el apoyo de Tusquets desde hace más de veinte años. Esto ha hecho que mi poesía consiga una difusión (dentro de los límites reducidos de la poesía) que no habría tenido de otra manera. He sido muy afortunado en este sentido y le estoy agradecidísimo a la editorial y a quienes en ella se han ocupado más de mis asuntos, Antoni Marí y Juan Cerezo.
Usted forma parte de diversos jurados, ¿qué le supone estar en el del Premio Adonais, dirigido a promocionar y dar a conocer a poetas jóvenes? El Premio Adonais se le ha concedido a muchos de los grandes poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX, cuando eran muy jóvenes y aún desconocidos: José Hierro, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, Francisco Brines y muchos otros, ¿considera que las nuevas generaciones de poetas jóvenes están a la altura de aquellos? ¿Cómo ve el futuro de la literatura y de la poesía en particular?
“La poesía de la tierra nunca muere”, decía John Keats; cuando deja de cantar el pájaro mañanero, comienza con la fuerza del día a cantar la cigarra, y cuando ésta calla le llega su momento al grillo nocturno. Pero todo es canto. La poesía no puede faltarnos ni nos faltará. El hombre no podría vivir ni un solo día sin ella, sin la poesía no escrita que hay en el mundo y que incluso al más desgraciado le da fuerza y esperanza para seguir adelante.
Hay que distinguir entre la poesía del mundo, no formulada en palabras, y la poesía hecha con palabras que podemos leer en los libros de poesía. Cada poema escrito es sólo un ejemplo concreto, una cristalización, de la poesía más amplia y sin palabras que existe en el mundo. Tal ejemplo llega al papel a través del poeta, que es como el hilo conductor de la poesía. Por lo que respecta a la poesía escrita, hay épocas mejores y peores en los distintos países. La poesía de los libros es guadianesca en sus manifestaciones, aparece y desaparece. A veces se oculta un largo tiempo, como ocurrió en España durante dos siglos, desde la muerte de Quevedo hasta el advenimiento de Bécquer. Menos mal que cuando no brota en un sitio florece en otro.
Así que el futuro de la literatura y de la poesía están a salvo. Ocurre que no debemos comparar épocas pretéritas y brillantes de nuestra poesía con la actualidad poética más inmediata, que está aún amasándose. El tiempo va cribando lo lejano y separando el polvo de la paja, pero aún no ha actuado sobre el acontecer poético de ahora mismo. Cuando pasen los años veremos si en este momento que estamos viviendo hubo en España poetas de más o menos talla. Aún no es muy posible saberlo, porque estamos condicionados por las modas, por los grupos de poder, por el ruido de los medios, por los tirios y por los troyanos.
Ser jurado del Premio Adonais me satisface mucho por ser éste un galardón destinado a los poetas jóvenes, para los que obtenerlo puede ser un estímulo muy importante, como lo fue para mí cuando se me concedió.
De verdad cree que, como usted ha afirmado, ¿todos los días son un milagro?
Por supuesto. Si abre bien los ojos no tendrá más remedio que reconocer la verdad absoluta de mi afirmación. Todos los días amanece y anochece, hay sol y luna, estrellas, ríos y mares, muchachas, árboles y lluvia. Si la costumbre no nos desgasta y nos anula cuanto le digo, no podremos negar que vivimos en un mundo prodigioso, a pesar de que en él estén asimismo el dolor y el mal. El mundo es una maravilla indiscutible. Otra historia es lo que el hombre en sociedad ha hecho con el mundo. El grupo humano socialmente organizado ha sido siempre un mal sueño.
Con una poesía tan luminosa como la suya, ¿no se podría mejorar de alguna manera el mundo?
La poesía verdadera (y no digo que la mía lo sea, si bien lo procuro con todo mi ser) podría acaso mejorar en algún sentido el mundo a largo plazo, tanto si es luminosa como si no lo es, pues la poesía tiene muchos registros. El contacto frecuente con la verdad y la belleza mejora y transforma, sin duda. Pero la sociedad global que hemos ido creando conspira a cada instante contra lo verdadero y lo hermoso, lo puro y lo inocente, ya que está basada en falsos “valores”, en la exaltación de lo material, en la superficialidad y en la mentira.
La sociedad tendría que cambiar de arriba abajo para que la poesía y las demás artes pudieran actuar sobre el hombre. Tal y como están las cosas, por desgracia, el afinamiento del espíritu que la poesía proporciona sólo alcanza a los pocos que se le acercan a título individual. Pienso, por lo demás, que ni en el mejor de los mundos ocurriría de manera muy distinta. La poesía no es un instrumento de transformación social o de masas. Lo que quizá sí podría conseguirse es que llegara a un número mayor de individuos.
En Quién lo diría, afirma que un olor de la infancia, un vaso de agua o la claridad se transforman en un instante mágico, cargado de sentido, plenitud y belleza. ¿cómo se acerca usted al dolor de los demás? ¿cabe en su poesía?
Desde luego. Que yo tienda a lo luminoso no quiere decir que ignore el dolor ajeno o que en mi vida no haya ningún dolor. Quien no conoce el dolor no conoce la alegría. La sombra es el contraste de la luz. De la parte oscura de la vida no se libra nadie. En mis libros hay poemas sobre el dolor, aunque nunca me he recreado en él y he huido de cualquier patetismo. La forma más eficiente de acercarnos al dolor de los demás es ofrecerles lo mejor nuestro. La poesía no sana ni puede librar del dolor a nadie, pero sí puede acompañar y consolar. Quizá a ciertos lectores mi poesía haya podido servirles de consuelo en ocasiones. Ojalá, pues eso significaría que hay algo verdadero en ella.
¿Cómo comienza un poema y cómo lo elabora? ¿Hay una inspiración primera? ¿Lo corrige mucho?
Cada poema tiene su propia dinámica, sus peculiaridades. No existen fórmulas para hacerlos. Si existieran, no habría aventura en escribirlos, y un poema que no le haya supuesto al poeta una aventura semejante a la de ir a la Luna o a Marte sin escafandra y regresar indemne a su casa no podrá nunca ser un poema auténtico. Por supuesto que para que un poema llegue a ser tiene que producirse dentro de uno un chispazo inicial, que es como el aviso de que algo va a ocurrir, una revelación en principio confusa y balbuciente. Si el chispazo primero existe, hacer un poema será en el fondo muy fácil (por más que resulte tan difícil), pues el poema en realidad se hace a sí mismo. El poeta está presente en el acto de su nacimiento para ayudarlo con ilusión y esfuerzo a venir al mundo y para recibirlo con asombro. Suelo hacer los poemas de un tirón, en una sesión única de un rato o de unas horas.
Esto no quiere decir que después no pueda haber correcciones de más o menos calado. Que una criatura (y el poema es una criatura) tarde seis meses o un año en nacer parece un poco raro. Un advenimiento tan largo estaría justificado si el poema en cuestión tuviera las dimensiones de la Ilíada. Tengo la costumbre de revisar mis poemas al día siguiente de haberlos escrito, por la mañana temprano. Esa hora es muy buena, porque para corregirlo, como Juan Ramón decía, hay que pillar al poema desprevenido. En las primeras horas del día, cuando el poema menos se lo espera, es cuando uno se encuentra más despierto para ver lo que le sobra y lo que le falta (con frecuencia, más bien lo primero). A veces las correcciones son fáciles y uno las ve enseguida. En otras ocasiones cambiar dos palabras puede costarte días.
Usted es profesor universitario: ¿ha influido su tarea docente en su obra?
Pienso que por fortuna no. He estado constantemente muy en guardia contra lo académico, pues para un artista esto es lo más nefasto. Siempre he sido profesor, pero una cosa es la ocupación con la que uno se ha de ganar la vida y otra muy distinta la vocación honda que nos hace sentirnos vivos. He tratado de realizar mi labor de profesor a lo largo de tantos años con dignidad y honradez, y es una tarea que no me desagrada. Creo que por lo que a mí respecta el profesor universitario no le ha añadido ni aportado nada al poeta. La poesía no se enseña ni se aprende. En todo caso habrá sido al revés: puede que el poeta que acaso soy le haya enseñado al profesor que he tenido que ser a huir de la pedantería, del envaramiento y de la altanería tan frecuentes por parte de los profesores en el trato con los alumnos.
¿Qué proyectos tiene en marcha? ¿Para cuándo el Premio Princesa de Asturias o alguno de los premios que se dan a trayectorias ya consolidadas, de calidad, como la suya? ¿Con qué palabras le gustaría que lo recordaran?
No tengo proyectos, porque en poesía, como en la vida, no se puede proyectar nada. Lo que sí tengo, intacta, es la ilusión indesmayable de seguir haciendo poemas. Cada vez me parece más un sueño maravilloso el escribirlos, el intentar que las palabras al mismo tiempo digan y canten. De los premios a los que usted se refiere, en el caso improbable de que alguno me llegara, le diré que a nadie le amarga un dulce. Pero el verdadero premio para un poeta son sus poemas. No aspiro a ningún otro, pues no hay ninguno mejor. Y las palabras con las que me gustaría que me recordaran podrían ser las siguientes: “Fue alguien que hizo lo que pudo en poesía y que se sentía dichoso y orgulloso de haber entregado su vida entera a un afán tan alto”.
(SOBRE ESTA ENTREVISTA: Esta entrevista tuvo lugar en la VIII Conferencia de las Artes “San Josemaría Escrivá de Balaguer”, celebrada en el Colegio Mayor Moncloa (Madrid). En anteriores convocatorias de esta Conferencia han intervenido escritores como Carlos Pujol, Medardo Fraile o Julio Martínez Mesanza).
(CV ELOY SÁNCHEZ ROSILLO. Nace en Murcia, 1948. Licenciado en Filología Románica en la Facultad de Filosofía y Letras de Murcia, obteniendo el Premio Extraordinario de su promoción. Profesor de Literatura española en la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia. Premio Adonais en 1977 con su libro Maneras de estar solo. Después de diversas estancias de estudios en Florencia, traduce a Leopardi. Doctor en la Facultad de Letras en 1989. Publica los libros de poemas Páginas de un diario (1981), Elegías (1984), Autorretratos (1989),La fuerza del destino (1992),La vida (1996, décima ed. 2008), La certeza (2005), Oír la luz (2008), Sueño de origen (2011), Antes del nombre (2013), Quién lo diría (2015). Ha publicado el ensayo La fuerza del destino (1992), una Antología poética de Giacomo Leopardi (2004, 2ª ed), y la antología poética y prólogo de la obra de Andrés Trapiello, con el título de El volador de cometas (2006). Su poesía completa se ha publicado hasta la fecha en tres ocasiones. Sus libros de poemas se han publicado en varias antologías y traducido a varios idiomas. Colabora en varias revistas literarias. Premio Nacional de la Crítica en 2005).