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Una Convención abierta

El Partido Republicano lleva semanas tratando de elegir al candidato que se enfrentará a Barack Obama el próximo mes de noviembre en las elecciones presidenciales norteamericanas. Aunque algunos presagiaban un proceso rápido, tras la repentina aparición y desaparición de distintos precandidatos, como Herman Cain o Rick Perry, todavía falta tiempo para que se decida quién será su próximo candidato. En el próximo mes el panorama se aclarará un poco, pero no es descartable que el proceso se alargue durante meses, llegando incluso a celebrarse en Tampa Bay (Florida) una convención abierta a la que se llegaría sin el resultado decidido e incluso lo que se denomina una convención «negociada». De darse esta situación —una primera votación sin lograr la mayoría requerida—, los delegados serían «liberados» de su compromiso de voto (por el candidato en representación del que fueron elegidos) y podrían apoyar la candidatura que consideraran más conveniente en las siguientes votaciones, votando incluso a candidatos que no hubieran participado en las primarias, hasta que un candidato consiga la mayoría necesaria.

Sería una situación anómala. En Estados Unidos la última convención de estas características se dio en 1952, cuando el Partido Demócrata eligió a Adlai Stevenson, que no había sido ni siquiera candidato en las primarias, frente a Estes Kefauver que había llegado a la Convención, celebrada en Chicago, con un número de delegados que rozaba la mayoría. Parece que el requisito esencial para que esto se produzca sería que se llegará a la convención con tres candidatos con posibilidades y, a día de hoy, un escenario así sigue pareciendo posible. Aunque no existe acuerdo sobre los números del reparto de delegados, parece claro que el partido sigue abierto, y que tanto Mitt Romney como Rick Santorum y Newt Gringich conservan posibilidades.

Dos caminos, ¿dos almas?

Atrás quedan ya Herman Cain, Michele Bachmann, Rick Perry, Jon Huntsman e incluso Donald Trump. Casi todos ellos tuvieron su semana de gloria pero hoy solo quedan cuatro precandidatos. Ante ellos dos caminos, el de la organización, fruto de un músculo financiero prácticamente inagotable (propio o de sus grupos de apoyo, los polémicos SuperPacs avalados recientemente por el Tribunal Supremo) o el de la energía, consecuencia de un mensaje claro identificado con las bases tradicionales del Partido Republicano. La experiencia de Obama demuestra que este entusiasmo puede terminar traduciéndose en financiación y en una organización competitiva, pero es necesario ir construyendo esa base social con inteligencia y con tiempo, mucho tiempo. Desde ese punto de vista, Romney, favorito desde el inicio, afronta la campaña como una carrera de fondo en la que su objetivo fundamental es aguantar, desgastando a aquellos que amenazan con hacerle sombra y evitando sufrir accidentes por el camino. Sin embargo, Santorum, que entró en campaña de manera dubitativa y se ha convertido en líder por sorpresa, necesita que pase el tiempo para convertir esa ilusión en una auténtica maquinaria electoral que le permita competir con opciones en los más de veinte estados en los que, hasta el mes de junio, se seguirán celebrando primarias.

Algunos han querido ver en la carrera electoral el choque entre las dos almas del Partido Republicano, que, con la aparición del Tea Party, se habrían distanciado todavía más, quizás irreparablemente. No estamos más que ante una situación habitual en un sistema en el que los partidos políticos no ejercen el control organizativo e ideológico al que estamos acostumbrados en España y en el que la diversidad y las posiciones encontradas es la norma habitual, especialmente cuando se encuentran en la oposición.

En uno y otro partido, para ser un candidato con posibilidades, es necesario ser capaz de canalizar todas estas sensibilidades distintas y ofrecerlas de manera atractiva al grupo de votantes independientes, que son los que deciden las elecciones. Enfrentarse a un candidato que genera gran oposición, como fue el caso de George W. Bush, suele ayudar en esta tarea.

Si bien es cierto que gran parte de las bases republicanas más activas, las que sostienen la campaña con su dinero y su voluntariado, se sienten más identificados con aquellos candidatos que defienden una serie de valores, y a los que Romney, como en su momento McCain, no terminan de convencer.

Las elecciones de 2008 son un buen termómetro para comprender lo que se dilucida en este proceso de primarias. McCain, conocido como Maverick por sus posiciones independientes dentro del GOP, trató de apelar con poco éxito a esa base social movilizada que había dado el triunfo a George W. Bush en 2004 y 2008. De poco sirvieron guiños como la elección de Sarah Palin. Siempre queda la duda de saber si, de haber sido fiel a su espíritu libre desde el inicio del proceso, hubiera podido arrebatar a Barack Obama el apoyo de los independientes (aunque probablemente nunca hubiera superado el proceso de primarias). Sea como sea, la lección es clara, en la sociedad de la in-formación el cambio de posición es más difícil que nunca y deja millones de votos por el camino.

El más presidenciable

Aunque no siempre es así, las primarias deberían suponer la elección del más presidenciable, del que mayor posibilidades tiene de desalojar a Barack Obama de la Casa Blanca. Las encuestas nacionales siguen señalando a Mitt Romney como el que más posibilidades ofrece para la victoria final, pero el precedente de 2008 y el sistema de elección, en el que mayoritariamente participan personas que se identifican como republicanos, hace que la cuestión no esté resuelta. Romney tiene un apoyo muy débil entre los grupos de votantes más importantes en el Partido Republicano como evangélicos, miembros del Tea Party, habitantes de zonas rurales o personas con ingresos inferiores a 50.000 dólares. Su apoyo procede, más bien, de distritos con una renta per cápita alta y cuyo voto en las generales no es, ni mucho menos, decisivo. De ahí que, desde hace semanas, haya empezado a reforzar su imagen, humanizándola y dando más contenido a su conocido pasado como gobernador de Massachusetts y millonario, «el hombre que arreglará la economía», con una apelación a las bases, su labor solidaria, en contacto con los más necesitados, como misionero mormón, su éxito como organizador de los juegos olímpicos de invierno en Salt Lake City en 1992, e incluso una historia, ya utilizada en la campaña de 2008, de cómo Romney rescató a una joven de 14 años de un secuestro. Al problema, que arrastra desde la campaña de 2008, su incapacidad de entusiasmar, de «carisma» diría-mos en España, se ha unido durante la campaña una serie de revelaciones derivadas de su condición de millonario y la gestión de su fortuna, especialmente en lo que afecta a la gestión fiscal y a su preferencia por los paraísos fiscales, que en la situación actual genera un gran rechazo entre aquellos que lo están pasando tan mal. Aunque de momento no se ha convertido en tema de campaña, sigue en el aire la duda sobre cómo podría afectarle electoral-mente su condición de mormón practicante.

Santorum es casi antagónico a Romney, nieto de minero e hijo de inmigrante italiano, profundamente católico, miembro de la Orden de Malta y padre de siete hijos. Su coherente visión iusnaturalista del mundo, a través de la cual afronta todas las cuestiones públicas con las que se ha enfrentado en su vida política, le permite ser un parlamentario que defiende con solvencia sus planteamientos, hasta el punto de haberse enfrentado con éxito a míticos senadores norteamericanos como Patrick Moynihan o Ted Kennedy. Quizás también por eso, además de hombre solvente, se ha grajeado una cierta fama de arrogante y obstinado en la férrea defensa de sus postulados conservadores.

Identificado con las posturas más tradicionales dentro del partido Republicano, y cercano al Tea Party, su gran reto es ser capaz de hacer valer su gran experiencia política y, desde una base sólida y amplia, lograr articular un apoyo mayoritario en los Estados que definirán la elección presidencial. Romney ha centrado sus ataques contra él en su falta de experiencia ejecutiva y su excesiva vinculación con la política de Washington, comparándole con Barack Obama, pero eso no le debería inquietar. Su principal objetivo es abandonar la imagen que le identifica con un político que solo ofrece una agenda social conservadora, en temas como el aborto, anticonceptivos o el matrimonio homosexual, basada en la moral natural con raíces en la filosofía de santo Tomás de Aquino, y hacer valer sus años de trabajo en el Congreso y el Senado, donde ha sido capaz de liderar una lista de temas amplia y diversa: negociación de los sistemas de protección social en la época del presidente Clinton, apoyo a la sociedad civil (CARE act), lucha contra la corrupción, asuntos internacionales como Irán, Siria o la guerra de Irak. Aunque partía de una situación de inferioridad, retirado de la vida política, Santorum ha sabido posicionarse como un candidato fiable, y hoy resulta más atractivo y genera menos rechazo en las bases republicanas que su oponente. Su falta de recursos, donde el tiempo juega a su favor, y la dificultad de presentarse como presidenciable en un enfrentamiento con Barack Obama son sus tareas pendientes.

Newt Gringich también tuvo su semana de gloria, pero liderar las encuestas le ha costado muy caro. Este veterano político, pieza clave del movimiento que logró una mayoría republicana en el congreso, después de más de treinta años de predominio demócrata, y que destacó por su papel protagonista en el impechment al presidente Clinton por el caso Lewinsky, no ha perdido su tirón entre los más conservadores de su partido. El problema es que tiene demasiada historia, especialmente en lo personal, con una agitada vida matrimonial, con dos divorcios conflictivos, especialmente el último, en el que engañaba a su mujer mientras esta estaba enferma de cáncer. Inteligente y muy trabajador, desde su retirada ha ido construyendo una plataforma electoral alrededor de iniciativas de corte intelectual (think tanks), que le han permitido construir un programa en campos tan diversos como la energía, la inmigración o la educación. Tras su breve liderazgo en las encuesta ha sufrido una tremenda campaña negativa, lanzada por Mitt Romney. Desde entonces no ha hecho más que perder apoyos. Su afán por mantenerse en la carrera, solo se explica por el generoso apoyo del SuperPac liderado por Sheldon Adelson (el multimillonario que quiere poner una ciudad del juego en Madrid), por su confianza en obtener buenos resultados en los Estados del Sur y, sobre todo, por la posibilidad de una Convención abierta en la que pudiera ser decisivo.

Al fondo queda Ron Paul, que no sueña con ser el candidato republicano, pero que llevará su campaña hasta la Convención. Ya en 2008 comenzó a construir un auténtico movimiento social, con capacidad de incidir en los debates del Partido Republicano, a nivel nacional, una especie de Tea Party con ideas distintas. Además, seguir en la carrera le garantiza la popularidad y la financiación necesaria para asegurarse su reelección como congresista por el Estado de Texas. Para ello cuenta con el respeto de Romney, que de cara a su posible nominación y enfrentamiento con Barack Obama, lo ve como un aliado.

Un futuro incierto

Habrá que estar atentos. Quizás estamos ante una de las primarias más largas de los últimos años, lo que, pese al desgaste económico que supone, proporcionará al ganador una visibilidad que de otra forma sería difícil de mantener. Aunque es probable que estemos ante la campaña más negativa de la historia (más de la mitad de los anuncios emitidos sirven para atacar a algún precandidato rival), a nadie se le oculta que está funcionando como un filtro que, como ocurrió con Obama en 2008, evita sorpresas de última hora y, en cierto modo, inmuniza al ganador durante la campaña presidencial.

Mientras, algunos esperan la entrada tardía de un nuevo candidato de consenso, que pudiera optar a conseguir los delegados restantes (más del 60 %), lo que requeriría organizar en tiempo récord la mastodóntica maquinaría electoral necesaria. Otros no descartan la posibilidad de intentar fundir estas dos almas en una candidatura conjunta, en la que Romney garantice la solvencia económica y Santorum apele a las bases. Aunque el precedente inmediato, con la elección de Sarah Palin para apelar a esas bases, fue un auténtico fracaso, esta vez la personalidad de los dos candidatos y los índices de aprobación/rechazo que suscita Barack Obama puedan servir para una unión que complemente, sin desanimar al electorado. Quizás todo sea en vano y la recuperación económica norteamericana sea el más contundente argumento de Barack Obama, un presidente que apunta firmemente a la reelección, contra la oferta de cualquier candidato republicano.

Profesor de Derecho Constitucional de la UCM. Subdirector de Estudios e Investigación del Centro de Estudios Constitucionales y Políticos. Asesor en el área de comunicación política.