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Ver productosEl pensador de la Monarquía hispánica, la forma política que Velázquez plasmó en sus cuadros
2 de septiembre de 2025 - 10min.
Luis Díez del Corral fue jurista y profesor, historiador de las ideas políticas. Autor de una vasta obra sobre pensamiento político, historia, arte y literatura, en la que destacan títulos como El liberalismo doctrinario o La Monarquía hispánica en el pensamiento político europeo.
Juan Antonio González Márquez ha sido profesor asociado de Filosofía en la Universidad de Huelva. Sus estudios se han centrado en la historia del pensamiento español.
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Quizá poco recordado por los más jóvenes, el historiador de las ideas políticas Luis Díez del Corral (1911-1998) sigue felizmente vigente en lo que a la edición de sus obras se refiere. La muestra más reciente es Mosaico de pensamiento histórico (Urgoiti), antología de textos suyos a cargo de Juan Antonio González Márquez; título que se suma a otras reediciones recientes como La función del mito clásico en la literatura contemporánea, El rapto de Europa o sus Obras completas en 1998. El estudio introductorio de González Márquez presenta la vida y la obra de Díez del Corral, un liberal conservador que dejó una honda huella en varias generaciones de alumnos.
Su temprano trabajo sobre El liberalismo doctrinario supone la ruptura con los ambientes intelectuales falangistas, y su interés por unos políticos liberales –Cánovas, Jovellanos, Martínez de la Rosa…– supone, según el autor del estudio, «una apuesta de vida, hecha con valor, en unos momentos en los que nuestro siglo XIX es un siglo extranjero, o casi un siglo maldito y para olvidar». «Su recuperación de la mejor tradición del liberalismo doctrinario español… tiene una intencionalidad filosófica y política frente a las respuestas totalitarias o autoritarias».
A partir de ahí, su pensamiento se nutrió de referentes europeos como Tocqueville, a quien dedicó una de sus investigaciones más celebradas, y de Velázquez, cuya pintura interpretó como una clave para entender la Monarquía hispánica. Para él, España era una derivación de la cultura europea común. Títulos importantes suyos son El rapto de Europa, calificado de «breviario de paneuropeísmo»; Del Viejo al Nuevo Mundo, mezcla de viaje exterior e interior, presidido por lo que González Márquez llama «socratismo del paisaje»; y La Monarquía hispánica en el pensamiento político europeo, obra cumbre sobre el tema. En su obra, ha dicho Carmen Iglesias, «la historia, el derecho, la ciencia política, la filosofía, el arte, la literatura, se interrelacionan en un entramado potente y riguroso».
Letrado del Consejo de Estado, agregado cultural en París, académico en diversas instituciones, doctor honoris causa por la Sorbona y galardonado con premios como el Príncipe de Asturias o el Menéndez Pelayo, Díez del Corral fue, sobre todo, un profesor admirado por sus alumnos y un liberal siempre abierto al diálogo que apoyó iniciativas en favor de la reconciliación entre los españoles. Una frase suya resulta definitoria: «Lo que más me sorprende de mi país es ver divididos a los hombres en dos bandos: uno, de los que aprecian la moral, la religión y el orden; otro, de los que aman la libertad y la igualdad legal. Me parece anormal y deplorable, pues estoy convencido de que esas cosas que así separamos están unidas a los ojos de Dios».
Está olvidado Luis Díez del Corral? ¿Hace falta explicarle a la mayoría de los lectores quién fue este intelectual y profesor español, historiador de las ideas políticas? Se dice que los escritores, tras su fallecimiento, pasan a una suerte de limbo o purgatorio hasta que, si es el caso, son rescatados para instalarse en el paraíso en el que moran los clásicos. Quienes tuvieron discípulos pueden contar con el recuerdo y la defensa que estos hagan de su obra. A Luis Díez del Corral no le han faltado, lo que ya, de entrada, da una idea de la importancia de su labor. De modo que, si, presumiblemente, no serán pocos entre los jóvenes los que desconozcan su figura, también es cierto que, en los veintisiete años transcurridos desde su fallecimiento, no han faltado los homenajes, reconocimientos y ediciones de sus obras, promovidos justamente por dichos discípulos. Entre ellos, destaca la historiadora Carmen Iglesias, y entre las ediciones, la de sus Obras Completas en 1998 por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (CEPC), siendo Carmen Iglesias directora del Centro y responsable de la edición junto con María Luisa Sánchez-Mejía.
La publicación más reciente dedicada a Luis Díez del Corral es Mosaico de pensamiento histórico, una antología de sus escritos a cargo de Juan Antonio González Márquez (ajeno a su magisterio directo, pero sobrino de quien sí fuera alumno suyo, Víctor Márquez Reviriego), aparecida en la colección Historiadores de la prestigiosa y benemérita editorial Urgoiti (un vistazo a su catálogo justifica esos adjetivos).
El volumen de González Márquez cuenta con una valiosa y densa presentación, de más de 160 páginas de biografía personal e intelectual, que presenta a un Díez del Corral, nacido en 1911 (¿generación del 36?), partícipe de los hitos y referencias culturales de su tiempo: el crucero por el Mediterráneo en 1933, en el que compartió camarote, entre otros, con Julián Marías; la beca de la Junta para Ampliación de Estudios (JAE), los maestros de las generaciones precedentes del 98, 14 y 27 (Castillejo, Flores de Lemus, García Morente, Ortega, Zubiri), la tertulia de Revista de Occidente…
En su minuciosa introducción, González Márquez considera a Luis Díez del Corral un liberal conservador que rompe muy pronto, a partir de 1941-1942, con el entorno falangista en que, brevemente, se había desenvuelto hasta ese momento. La tesis de esta temprana ruptura la sostiene con firmeza el autor del estudio introductorio frente a algún colega (Nicolás Sesma) que la pospone a 1954, cuando Díez del Corral publica El rapto de Europa. Dicha ruptura o alejamiento es perceptible en un título primerizo (Mallorca), pero es meridiana cuando decide interesarse por la figura de Cánovas y reivindicar su obra restauradora como modelo para la España de posguerra. Como él mismo explicó en carta a Ramón Carande, el estudio de Cánovas le obligó a retroceder a la primera mitad del siglo XIX y a saltar a Francia para ver las raíces intelectuales de El liberalismo doctrinario, título que acabaría teniendo su trabajo, que constituyó su tesis doctoral y es una de sus grandes obras.
Interesarse por esas figuras liberales le parece a González Márquez «una apuesta de vida, hecha con valor, en unos momentos en los que nuestro siglo XIX es un siglo extranjero, o casi un siglo maldito y para olvidar, y la llamada politiquería de esa centuria era un pecado de lesa patria y no desde luego el camino elegido para salir del enfrentamiento entre españoles». «Su recuperación de la mejor tradición del liberalismo doctrinario español –Jovellanos, Martínez de la Rosa, Javier de Burgos, el primer Donoso– y, sobre todo, de la figura de Cánovas, tiene una intencionalidad filosófica y política frente a las respuestas totalitarias o autoritarias», añade González Márquez.
Por otra parte, considera el autor del estudio, hay ya en El liberalismo doctrinario un germen de lo que Díez del Corral escribirá más adelante; como la llamada a Europa y su pensamiento, el interés por nuestro siglo XIX, la defensa de la pluralidad de culturas católicas y la presencia de Alexis de Tocqueville, «ese pacto intelectual… al que será fiel toda su vida». Tocqueville y Velázquez fueron sus dos grandes pasiones, o, como se ha dicho, por el modo en que le absorbieron, sus «cárceles».
Díez del Corral, en efecto, ve a España como «una declinación más de la común cultura europea» y a nuestros pensadores, hijos del mismo pensamiento europeo. Y si él mismo detectaba en su obra cierta dispersión intelectual, múltiples aficiones y cierto diletantismo, también hay en ella algunos núcleos muy claros. Además de los citados Tocqueville y Velázquez, la Monarquía hispánica. Se puede hablar de Díez del Corral, dice González Márquez, como el filósofo o pensador de la Monarquía de España, sobre cuya estructura característica e íntima la pintura velazqueña es un continuo tratado visual. Una Monarquía hispánica que sufre dos raptos: uno, por sustracción, tras la invasión musulmana; otro, por donación, cuando se vuelca en Europa y América, con el imperio. En cuanto a Tocqueville, el libro que le dedica le parece al autor del estudio introductorio del libro que nos ocupa uno de los mayores logros de la llamada razón biográfica.
Otros títulos destacados suyos son El rapto de Europa, su segunda gran obra y su más grande reto filosófico, definido por Ramón Carande como «breviario de paneuropeísmo»; Del Viejo al Nuevo Mundo, libro sui generis de viaje (exterior e interior a la vez), en el que el autor se muestra abierto a lo que le circunda en un «socratismo del paisaje», término acuñado por un González Márquez que considera el libro gozne y bisagra entre sus obras anteriores y posteriores sobre la Monarquía; y La Monarquía hispánica en el pensamiento político europeo. De Maquiavelo a Humboldt, obra cumbre de la historia de las ideas y el pensamiento político.
Tras el plausible estudio introductorio, el volumen se completa con una antología (ese es su subtítulo) de textos «que ofrecen al lector una panorámica del quehacer historiográfico de Luis Díez del Corral». Junto a los que versan sobre los grandes temas referidos, destacan en dicha antología dos escritos de homenaje a sus maestros Zubiri y Ortega. El conjunto es un incitante aperitivo para acercarse a una obra en la que «la historia, el derecho, la ciencia política, la filosofía, el arte, la literatura, se interrelacionan en un entramado potente y riguroso» (Carmen Iglesias). El menú completo lo encontrará el lector interesado en los cuatro voluminosos tomos de sus citadas Obras completas.
No, no está olvidado, felizmente, Luis Díez del Corral. A lo señalado hasta aquí puede añadirse la relativamente reciente edición por la Fundación Telefónica de su libro La función del mito clásico en la literatura contemporánea, en una colección significativamente titulada Pensadores del futuro.
Jalones de la trayectoria profesional de este pensador vigente y con futuro son el ingreso por oposición, en 1936, en el Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado; la pertenencia, desde su fundación, al Instituto de Estudios Políticos (actual CEPC); el cargo de agregado cultural en la embajada en Francia entre 1948 y 1950; el ingreso en las academias de Ciencias Morales y Políticas (de la que fue presidente), de la Historia y de Bellas Artes; el doctorado «honoris causa» por la Sorbona (en 1980, apoyado por Fernand Braudel y Marcel Bataillon); los premios Príncipe de Asturias y Menéndez Pelayo; la Encomienda de número de la Orden de Isabel la Católica en 1949 y las grandes cruces de Alfonso X el Sabio (1979) y del Mérito Civil (1991), y –quizá lo más importante– su desempeño como catedrático de «Historia de las Ideas y de las Formas políticas» en la Complutense, desde 1947 hasta su jubilación.
En este último apartado se ganó el respeto y el aprecio de sus alumnos. Su elegancia es algo que destacan varios de ellos, como Víctor Márquez Reviriego, José Álvarez Junco, Carmen Iglesias o Ignacio Romero de Solís. Raúl Morodo, que no fue alumno, le recordaba en los años 60 como una institución en la Facultad de Políticas, «un arquetipo de hombre conservador ilustrado», instalado en «una apacible neutralidad», no fácil en aquellos años y en una facultad como aquella, neutralidad que no le impedía ofrecer cobijo intelectual en su cátedra a jóvenes de izquierdas. La actitud dialogante, el «pensar dialogador» y liberal, la «apuesta decidida por la mediación el compromiso», que destaca González Márquez, fueron señas de identidad de Diez del Corral. Y a fuer de liberal, no rehuyó participar en aquella actividad tan recurrente y característica a partir de la década de los cincuenta que eran las cartas de intelectuales («los abajo firmantes»), dirigidas al gobierno con peticiones diversas, y normalmente promovidas por el partido comunista, lo que se ha llamado «insurrección firmada» o «lucha firmada». El nombre de Díez del Corral aparece en cartas dirigidas a los ministros correspondientes (Educación y Justicia), solicitando medidas de gracia para los estudiantes encarcelados por los sucesos de febrero de 1956, la amnistía y el retorno de los exiliados en 1959, o defendiendo en 1960 a un Tierno Galván (del que era poco amigo, al decir de Morodo) sometido a la sazón a un expediente por motivos políticos.
Ligado al catolicismo más vivo intelectualmente, Díez del Corral participó en las conversaciones de Gredos y en los encuentros entre intelectuales cristianos y marxistas. A este respecto, pocas frases suyas tan elocuentes como esta, recordada por un periodista en los años 60: «Lo que más me sorprende de mi país es ver divididos a los hombres en dos bandos: uno, de los que aprecian, la moral, la religión y el orden; otro, de los que aman la libertad y la igualdad legal. Me parece anormal y deplorable, pues estoy convencido de que esas cosas que así separamos están unidas a los ojos de Dios».
Ortega, cuyo magisterio es importante para entender la obra de Luis Díez del Corral, definió a este como «un auténtico tesoro de España».
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