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Se cumplirán, en este 1990, los 15 años de la muerte de Antonio Bienvenida, sin que su memoria se haya borrado del recuerdo de los aficionados. Ha sido un curioso fenómeno que desborda los estrictos márgenes de la pura afición taurina, para adentrarse en el terrero del señorío y la hombría de bien, como cualidades encarnadas por ese «maestro» singular dentro y fuera de las plazas.

La casta de los Bienvenida

Esta biografía acomete la tarea de presentar la figura de Antonio Bienvenida como ser humano, miembro de una dinastía de toreros, que vivió dedicado por entero a su profesión desde antes de tener el uso de razón, hasta el momento mismo de su muerte.

El autor, junto a la documentación que permite seguir el acontecer familiar y profesional del diestro, lo presenta como protagonista de episodios capaces de definir por sí mismos su carácter y sentido vital. Se refiere a tantos «gestos» y «gestas» que delimitan su trayectoria, contribuyendo a trazar los perfiles de su recia personalidad, envuelta en una sonrisa amable, que tenía la virtud de convertir en juego sencillo la ejecución de las más arriesgadas suertes.

Antoñito y «el pase cambiado»

U n a de ellas, tal vez la más espectacular de su repertorio, fue la del famoso «pase cambiado» que tuvo en Antonio genial intérprete. La había aprendido —como todo en su vida torera— de su padre, el Papa Negro, quien, a su vez, la recibió directamente del primer Bienvenida y de Antonio Carmona «El Gordito», diestro popular y artista de finales del siglo XIX. El autor nos describe minuciosamente la técnica del «pase cambiado» y el momento en que Antonio la puso en práctica ante los asombrados espectadores de Las Ventas, un 18 de septiembre de 1941. Era el quinto novillo de la tarde, «Naranjito» de nombre, y mostraba excelentes condiciones de bravura y nobleza. Al iniciar la faena, citó al toro desde lejos, con la muleta plegada en la mano izquierda y el estoque en la derecha. Su voz resonó en el silencio de la plaza:

—«¡Jé, toro! ¡Arráncate, bonito!»

Y el toro, obediente, se arrancó… «rápido, fuerte, confiado…» «Antonio aguantó a que el novillo casi le rozara, y cuando lo tuvo en la cintura, todavía con la muleta plegada en la mano, dio un giro con el cuerpo, los pies firmes en el suelo y desplazando la pierna derecha, pudo cargar la suerte » y sacar al toro por el lado contrario al que le marcó…» «El novillo, engañado casi a cuerpo limpio, siguió su carrera unos cuantos metros, para revolverse con rapidez, dispuesto a acometer al torero. Entonces, Antonio, que ya ha desplegado la muleta, con la misma mano izquierda, lo recibe con un natural de ensueño, que empalma con una serie de tres.»

Repite el mismo pase cambiado por tres veces, aumentando la emoción, al mismo tiempo que el peligro. El público enloquece. Al terminar la corrida, le sacan en hombros, por la puerta grande y así le llevan, calle de Alcalá arriba, hasta su domicilio, entonces, calle de General Mola, 3. Se ha escrito una página de oro en los anales de la plaza madrileña de Las Ventas. La «gesta» de Antonio quedará escrita para siempre en el recuerdo de los aficionados.

Una alternativa con Miuras

Tampoco faltan los «gestos» inolvidables. Estamos ahora en 1942, año de la alternativa de Antonio. Por expreso deseo de él, se organiza la corrida con toros de la ganadería de Miura, arriesgada empresa para un torero el día del «doctorado». Todo está preparado en vísperas del domingo día 5 de abril de 1942, fecha de la alternativa, que le será otorgada por su hermano Pepote. En casa de los Bienvenida cunde el nerviosismo. De la plaza, comunican que dos toros de Miura, dañados en las patas, han sido declarados no aptos para la lidia. Serán sustituidos por otros dos de la también prestigiosa ganadería de Terrones. Pero Antonio se encrespa: no está dispuesto a engañar al público, toreando una corrida incompleta. Su postura es tajante: o los seis toros son de Miura, o no habrá corrida. La tensión crece. Pepote intenta resolver las cosas, en vano. Regresa a casa el domingo por la mañana, con malas noticias. Los dos toros de Miura han sido rechazados definitivamente. Informa sobre la situación:

—No nos queda otra: o nos vestimos de torero, o nos vamos a la cárcel. ¿Tú que dices, Antonio?

—No he cambiado de idea —respondió—. Respeto a la autoridad, pero me respeto más a mí mismo. Así que, vamos. ¡Andando!

Pepe y Antonio Bienvenida, acompañados por su padre, ingresaron esa tarde en la Prisión Provincial, donde permanecieron los tres días reglamentarios. Por fin, completada la corrida con los toros de Miura, salieron de la cárcel el día 8 de abril, y el 9 se celebró la soñada alternativa de Antonio Bienvenida. Otro gran «gesto» para la historia.

Mientras le aguanten las piernas

Madrid, 17 de mayo de 1958. Torea Antonio Bienvenida con Jaime Ostos y Gregorio Sánchez, con ganado de don Juan Cobaleda. Se enfrenta Antonio a un manso de solemnidad, que rehúye el castigo y se duele, buscando la salida. Es condenado a banderillas negras. Ante el asombro del público, Antonio lo domina y obliga a embestir. Cuando el milagro está casi rematado, el manso prende al diestro y lo derriba. En el suelo, le tira varios hachazos y le infiere una profunda herida en el cuello. Se niega a abandonar la arena. Pide el estoque y la muleta y se va hacia el toro, dispuesto a matar. Cobra un pinchazo, sin éxito. Por fin, se le doblan las piernas y cae, inerte. Sólo entonces, cuando ya no le sostienen las piernas, aguanta que se lo lleven a la enfermería. Así concibe él su vocación de torero. Una vocación sólo interrumpida con la muerte, increíble, cuando una érala, a traición, lo engancha en un tentadero y lo lanza al suelo, resultando con heridas tan graves en las vértebras, que muere pocas horas después. Antonio, tantas veces burlador de la muerte, cae en accidente imprevisible, cuando nadie lo esperaba. Sonriendo hasta el final, supo aceptar su destino con la misma naturalidad con que lidiaba los toros más difíciles en sus tardes de gloria.

Abogado y Periodista