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Ver productosKrauze, Trapiello, Fontaine, Granés y Sainz Borgo destacan el legado del escritor en el homenaje de la Universidad Villanueva y «Letras Libres»
23 de octubre de 2025 - 7min.
Avance
Valiente, liberal, ciudadano de la república de las letras… Así definieron a Mario Vargas Llosa algunos de los expertos que participaron en la primera jornada del encuentro-homenaje La literatura es fuego, organizado por la Universidad Villanueva y la revista Letras Libres.
La rectora Ester Mocholí recordó, en palabras del propio escritor, que la literatura «significa inconformismo y rebelión»; y Enrique Krauze, director de Letras Libres, destacó la vinculación del nobel de literatura con esa revista y de sus precursoras, las publicaciones Plural y Vuelta fundadas por Octavio Paz.
Para el editor y ensayista Andrés Trapiello, Vargas Llosa fue un escritor total y un autor claro y sencillo que busca ser entendido. Coincidió con el filósofo Arturo Fontaine en subrayar la relevancia que La guerra del fin del mundo tiene en su trayectoria, al marcar un antes y un después, y el juego entre utopía y realidad que atraviesa, como un leitmotiv, la obra y los personajes de Vargas Llosa.
«Prefería equivocarse antes que traicionarse a sí mismo», afirmó Carlos Granés, recopilador de su obra. Por eso «no tuvo miedo de ser aguafiestas, de criticar a los suyos, cuando se distanció de la izquierda que elogiaba a Fidel Castro» o cuando tuvo un ajuste de cuentas generacional a propósito de su alejamiento de Sartre.
Y la escritora y periodista Karina Sainz Borgo destacó «la visión intemporal de su obra, que va más allá del boom latinoamericano». Lo cual se debe a la libertad de sus posiciones ideológicas y estéticas.
ArtÍculo
La apuesta por la libertad y la insobornable vocación de escritor fueron dos de los rasgos de Mario Vargas Llosa (1936-2025) que coincidieron en destacar los expertos que se dieron cita en la primera jornada de La literatura es fuego, encuentro cultural organizado por la Universidad Villanueva y la revista Letras Libres.
Durante los días 20 y 21 de octubre destacados escritores, académicos, periodistas y críticos literarios han participado en el encuentro para rendir un homenaje al Premio Nobel de Literatura de 2010, analizando su obra literaria.
Ester Mocholí, rectora de la Universidad Villanueva, inauguró las jornadas enmarcándolas en las ideas expresadas por el escritor cuando recibió el Premio Rómulo Gallegos en 1967: «Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. […] Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales».
Enrique Krauze, director de Letras Libres, intervino en la sesión inaugural, afirmando que «la patria de Vargas Llosa es la literatura», y que el escritor hispano-peruano pertenecía, en realidad, «a la república de las letras, que no es ruidosa, ni altisonante, ni irracional, ni violenta, ni agresiva como la república del poder».
Y recordó la vinculación del nobel de literatura con las revistas de Octavio Paz, Plural y Vuelta, precursoras de Letras Libres, de la que fue «padrino». Propició el nacimiento de la publicación cuando se instaló en Madrid la edición española, en 2001. Y en sus páginas publicó su último cuento, titulado Los vientos.
En la primera mesa redonda, sobre La novela y la historia privada de las naciones, participaron el escritor, poeta y editor, Andrés Trapiello y el filósofo Arturo Fontaine, amigo y confidente de Vargas Llosa, moderados por Daniel Gascón, editor de Letras Libres.
Trapiello calificó a Vargas Llosa como «una persona a la que unir la palabra liberal» aludiendo no tanto a categorías políticas como a la actitud. «Liberal en el sentido cervantino de la palabra, liberal, como una postura de estar en la vida». Recordó, a este respecto, la anécdota de Alejandro Magno que conquistaba tierras para entregárselas a sus generales, por «el gusto de darlas», según recoge el Tesoro (diccionario) de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias.
Destacó su envergadura de escritor total (poesía, ensayo, teatro, novela, cuento, artículo periodístico), su ambición formal, y a la vez su cualidad de «autor claro y sencillo que busca ser entendido y hace un trabajo de cronista con las historias que narra».
Lo demuestra en muchas de sus novelas, desde La ciudad y los perros hasta La fiesta del chivo, pero también en sus ensayos y en su autobiografía, Pez en el agua, decisiva para conocer la personalidad literaria y política de Vargas Llosa.
Por su parte, Arturo Fontaine, amigo personal del escritor, destacó la relevancia que tiene en su trayectoria, La guerra del fin del mundo (1981), novela que recrea el conflicto de Canudos, levantamiento de un movimiento mesiánico en el Brasil de 1896 contra el ejército de la República. Fontaine la considera «una obra maestra»; y sostiene que su interés literario no radica tanto en lo político como en «la reflexión sobre el poder y su capacidad de corrupción».
Para Trapiello, La guerra del fin del mundo supone «un antes y un después» en la trayectoria literaria de Vargas Llosa, logrando esa «conquista de la sencillez» que marcó sus últimos años. Se alejó del barroco y la complejidad, presente en obras como Conversación en la Catedral, y adoptó un estilo más directo y un tratamiento realista de las historias que narraba.
Y le sirvió, además, para plasmar dos mundos contrapuestos: «el de los iluminados y el de los revolucionarios, pero tomando distancia de los dos», considerando que ambas opciones, «reacción y revolución», tienen elementos de locura.
Trapiello y Fontaine coincidieron en señalar el juego entre utopía y realidad que atraviesa, como un leitmotiv, la obra y los personajes de Vargas Llosa. «Necesitamos la utopía, para dar sentido a la vida, pero, a la vez, debemos saber que puede estrellarse contra la realidad y ser autodestructiva» observó Fontaine.
La propia vida de Vargas Llosa, «múltiple, variada, novelesca», estuvo marcada por ese pulso, subrayó Trapiello: Intentó la aventura de la política cuando se presentó a las elecciones presidenciales de Perú, en 1990, pero «enfrentado a los molinos de Fujimori, fue derrotado quijotescamente» y volvió al territorio de la literatura.
En la segunda mesa redonda intervinieron Carlos Granés, editor y recopilador de la obra de Vargas Llosa en Alfaguara y Karina Sainz Borgo, escritora y columnista de ABC, contando como moderadora con Raquel Garzón, editora de la revista Granta.
Carlos Granés destacó en su intervención dos rasgos entrelazados de Vargas Llosa: su compromiso con la libertad y su insobornable vocación de escritor. Fue la suya, indicó, «una voz solitaria, pero valiente» frente a los totalitarismos de izquierda y derecha; también frente a esa tradición de América Latina, «refractaria a la democracia liberal y manifestada, en diverso grado, en el castrismo, el peronismo etc.», así como en «el culto al predicador, al líder mesiánico que conduce al pueblo al paraíso».
En ese sentido, el escritor «no tuvo miedo de ser aguafiestas, de criticar a los suyos, cuando se distanció de la izquierda que elogiaba a Fidel Castro» o cuando tuvo un ajuste de cuentas generacional a propósito de su alejamiento de Sartre.
Lo que no toleraba de ningún sistema era que pusiera límites al escritor, que silenciara a su voz y atentara contra su vocación. Era muy celoso con su independencia, con «la capacidad de elegir». Por eso, «prefería equivocarse antes que traicionarse a sí mismo» subrayó Granés.
Karina Sainz Borgo, por su parte, coincidió en resaltar la apuesta de Vargas Llosa por la libertad, desde «ese alegato contra el militarismo que fue La ciudad y los perros» y su rechazo a las componendas con el poder. «Una postura a contracorriente que, entre otras cosas, le costó el exilio de Perú». Contrasta esta actitud con la de García Márquez, «cuya comodidad con la dictadura me parece incómoda» apostilló.
Finalmente, destacó «la visión intemporal de su obra, que va más allá del boom latinoamericano». Lo cual se debe a la libertad de sus posiciones ideológicas y estéticas. En este sentido, manifestó, «cuando leo a García Márquez veo a un prosista, cuando leo a Vargas Llosa, veo a un arquitecto».
Más información: la crónica sobre la segunda jornada el encuentro – homenaje a Vargas Llosa se puede leer aquí.