Uwe Wittstock: «La democracia siempre ha tenido un problema con los demagogos»

El autor del libro «Febrero de 1933» habla en esta entrevista de cómo fue la llegada al poder de Hitler

Uwe Wittstock
Uwe Wittstock
Ángel Vivas

Uwe Wittstock es periodista y escritor. Ha trabajado como redactor y crítico literario para medios como el Frankfurter Allgemeine Zeitung, Die Welt y Focus. En 1989 ganó el premio Theodor Wolff.

Avance

En Febrero de 1933. El invierno de la literatura (Ladera Norte), Uwe Wittstock hace la tensa crónica, día a día, de las cuatro semanas que les bastaron a Hitler y su partido nacionalsocialista para acabar con la democracia en Alemania. En esta entrevista comenta algunos de los aspectos más destacados de aquel proceso que desembocó en una terrible dictadura, que no afectó solo a Alemania, sino que arrastró a buena parte del mundo a una guerra devastadora: lo que pudo haber sido y no fue, la responsabilidad del presidente Hindenburg, la atracción de los extremos, el incendio del Reichstag, la popularidad de Hitler o los posibles paralelismos con la situación actual en el mundo.

entrevistA

Pregunta. Al final de su libro se refiere a lo exigua que fue la resistencia de las instituciones alemanas. La cuestión es si se pudo hacer más, dada la brutalidad con la que se empleó el régimen desde el primer momento.

Respuesta. Es una pregunta difícil. Políticamente, el punto de partida era complicado por las luchas entre comunistas y socialdemócratas. Por ejemplo, si al llegar Hitler al poder hubiera habido una huelga general promovida por esos dos partidos, igual se hubiera podido conseguir algo, pero eso no se produjo, y quizá también era demasiado tarde. Se hubiera tenido que reforzar la democracia ya a partir de 1928, cuando se sufrían los efectos de la crisis económica.

Uwe Wittstock. Febrero de 1933. El invierno de la literatura. Ladera Norte, 2025. 294 páginas.
Uwe Wittstock. Febrero de 1933. El invierno de la literatura. Ladera Norte, 2025. 294 páginas.

P. ¿Hubiera cambiado algo si se detiene a Hitler como propuso el jefe del Estado Mayor del Ejército?

R. Eso hubiera sido un paso definitivo. Hubiera hecho de Alemania una dictadura militar, ya que en ese momento el Ejército alemán no era demócrata, pero tampoco era fascista. Kurt von Hammerstein, el jefe del Estado Mayor, era un hombre de muy amplias miras, que hablaba con los comunistas; era un liberal.

P. ¿Qué responsabilidad le cabe al presidente Hindenburg en todo aquello?

R. Muy grande. Fue decisión suya hacer canciller a Hitler. Podía haber habido un gobierno militar, gobernar con decretos de urgencia o haber reforzado al Partido Socialdemócrata (SPD) en los años anteriores, algo que Hindenburg no hizo porque los socialdemócratas le caían fatal. Esto a lo que llevó es a que el Estado fuera tan débil; no se hizo una política que reforzara la democracia.

P. La repetición hoy de una dictadura como aquella parece imposible, pero usted mismo señala paralelismos con la actualidad.

R. Me producen miedo esos paralelismos. Se reconocen muchas cosas del pasado que se pensaba que no se iban a repetir y están ocurriendo. Todos tendrían que estar alerta, y aun así… La democracia siempre ha tenido un problema con los demagogos. Ahora se llama populismo, pero es demagogia. Se excitan las emociones de los votantes con falsedades, con fake news. Esa es la gran debilidad de la democracia, el modo es que es atacada por los demagogos.

P. Habla en concreto del «desconcierto del centro burgués a la hora de frenar el ansia de extremismo».

R. Es como un mecanismo extraño que también es intrínseco a la democracia, que los argumentos del centro no despiertan el interés de muchos votantes que se van a los extremos. En el ambiente actual, en el ámbito político se ve cómo las voces radicales tienen más eco y encuentran más apoyo, y no se escucha a los partidarios del compromiso.

El incendio del Reichstag y su sombra

P. El incendio del Reichstag sigue teniendo sombras, aunque haya indicios de la autoría nazi.

R. No se sabe exactamente lo que pasó y ya no se pueden encontrar pruebas, pero hay expertos que dicen que es imposible que una sola persona pudiera incendiarlo todo. Hay dos cosas seguras: que los comunistas fueron los últimos en salir del edificio, y que Göring, que era el presidente del Reichstag, y cuya oficina se comunicaba por un túnel subterráneo con el edificio, fue el primero en aparecer al producirse el incendio.

P. Hubo quien pensó que el incendio del Reichstag hizo las veces del falso atentado contra Hitler que los propios nazis planeaban para usarlo de excusa para tomar el poder.

R. Ese falso atentado contra Hitler no está comprobado, son especulaciones. Pero ahora mismo, en Estados Unidos hay politólogos que dicen que lo que más temen es un hecho parecido en su país, un incendio del Capitolio que hiciera que Trump permaneciera en el poder. El incendio del Reichstag es lo que le permitió a Hitler concentrar el poder en poco tiempo. En todo caso, hay una historia previa al incendio. A partir de 1932 hay un ambiente de guerra civil en el que las luchas callejeras están a la orden del día.

P. Lo que tampoco se puede olvidar es la popularidad que llegó a tener Hitler.

R. Mayoría real de votos nunca tuvo. Lo que pasa es que, tras llegar al poder, sí obtuvo algunos logros en materia económica, como la bajada del paro, o en política exterior. Y es verdad que, dados estos éxitos, en las Olimpiadas de 1936 había una amplia mayoría de alemanes que estaban a favor del régimen. Y también es verdad que, en 1940, cuando se invade Francia y se acumulan las victorias, hubo gente que pensó que Hitler podría llegar a dominar el mundo. En esos momentos, sí contaba Hitler con la mayoría. Antes, no; igual que, al final, muchos alemanes estuvieron en su contra.

P. En su libro Viajeros en el Tercer Reich, Julia Boyd cuenta las impresiones de numerosos viajeros en los primeros años del nazismo; y, junto a algunas negativas, hay muchas favorables. 

R. Hay una novela muy buena de Anna Seghers, La séptima cruz, basada en la evasión real de siete prisioneros de un campo de concentración en 1937. Uno de ellos, el único que sobrevivirá, en su huida y entre otros medios de transporte, hace autoestop. Y hay una escena muy particular, en que un norteamericano le para, y en el tramo que viajan juntos este americano comenta que le parece que el fascismo está funcionando muy bien. Yo he leído el diario de un norteamericano, al que usted conoce perfectamente, que describe una escena casi igual: él recoge a un autoestopista y este le dice que el fascismo es una dictadura. El americano es John F. Kennedy, que hizo un viaje por Alemania y otros países europeos en 1937, cuando era estudiante. Anna Seghers, que era judía y comunista, vivía en París cuando escribió la novela y allí le llegaba mucha información de Alemania. Es una especulación, pero es una coincidencia notable.

P. Más allá de los decretos o de cualquier otra medida, lo cierto es que los nazis se impusieron en buena parte por la pura fuerza bruta.

R. Sí, esa fue una de las grandes bazas de los nazis: la fuerza bruta, la violencia extrema que intimidó y aplastó a la gente.

P. Entre la amplia nómina de personajes que aparecen en el libro, no falta el oscuro Willi Münzenberg.

R. Sale en el libro como gran organizador. Era un populista de izquierdas. Estaba en Fráncfort cuando el incendio del Reichstag y tuvo la suerte de no ser detenido. Era muy talentoso. Puso todo su dinero y su talento al servicio de la Komintern y en contra de Hitler. Luego se situó en contra de Stalin y murió en circunstancias extrañas, no quedó claro si fue muerte natural, suicidio o fue asesinado por agentes de Stalin.


La foto que ilustra la entrevista ha sido cedida por la editorial Ladera Norte.