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Se cumple el 8 de junio el 117 aniversario del nacimiento de José Martínez Ruiz, que hizo célebre en las letras españolas el pseudónimo de Azorín. La cosa no tendría nada de particular, al no tratarse ni de un centenario ni de un cincuentenario, ocasiones escogidas habitualmente para las conmemoraciones, si no se hubiese previsto para esa fecha el traslado de los restos mortales del escritor. En efecto, el 8 de junio se desenterraron los restos mortales de Azorín, en la Sacramental de San Isidro, de Madrid, y esa misma noche se embarcaron en un tren con destino a Monóvar, Alicante, lugar de nacimiento del escritor, en cuyo cementerio aguardó listo un mausoleo para darle nueva sepultura.

El entierro multitudinario de Azorín

Azorín había fallecido el 2 de marzo de 1967, en Madrid, lugar en que había fijado su residencia desde el remoto día, exactamente el 25 de noviembre de 1896, en que había llegado a la capital procedente de Valencia. Y allí, en Madrid, aparte de sus comienzos literarios valencianos, se había desarrollado prácticamente toda su carrera de escritor. Por cierto que Azorín, cuando fallece en Madrid en marzo de 1967, es enterrado en loor de multitudes. «Resultó un acontecimiento extraordinario —cuenta García Mercadal, testigo callejero del entierro—. Las calles llenas de gente, los balcones de las casas como los días en que los Reyes acudían al palacio de las Cortes para abrir el periodo parlamentario. El gentío, además de curioso, conmovido.» Pero el pueblo es voluble, y, así, el mismo pueblo que hizo de su entierro un acontecimiento multitudinario asiste ahora impasible e indiferente, ajeno por completo, al desentierro del escritor y a su posterior inhumación en el mausoleo del cementerio de Monóvar.

Se conmemoraba el año pasado el cincuentenario de la muerte de Antonio Machado. La conmemoración dio lugar a un cierto debate sobre el lugar en que debían yacer las cenizas del poeta, si debían seguir reposando en Colliure, o si resultaba urgente trasladarlas a España, y, en cuyo caso, qué lugar de ésta resultaría el más idóneo para recibirlas. El debate careció de la profundidad que nos hubiese gustado que tuviese. Al fin y al cabo, como dice Jünger, las tumbas son el fundamento de nuestro mundo, y, por tanto, el lugar en que yazga un poeta de la envergadura de Antonio Machado no es en ningún caso un tema ni accidental ni secundario. Alguna vez, recorriendo el «Rincón de los Poetas» de la Abadía de Westminster, en Londres, nos hemos permitido soñar con algo semejante para nuestra patria. ¿Por qué en España no puede haber algo parecido, por qué esta desidia frente a sus hombres ilustres, por qué este desapego hacia sus más preclaros poetas, yaciendo desperdigados en el olvido Dios sabe dónde, sin que haya ningún lugar, ningún hospitalario panteón que proteja su recuerdo de las injurias del tiempo? El debate en torno al lugar en que debían reposar los restos mortales de Antonio Machado no fue ni tan intenso ni tan extenso como a nosotros nos habría gustado que fuese, pero, al menos, debate hubo.

Azorín debe permanecer en Madrid

En cambio, ahora, la decisión de trasladar los restos mortales de Azorín ha pasado sin pena ni gloria; se ha gestado en el más indiferente y despectivo silencio. Y, sin embargo, aquí no debería haber habido la más mínima duda. Resulta problemático decidir si Antonio Machado debe seguir en Colliure o si debe volver a España; incluso, si se optase por lo último, qué lugar sería el adecuado para acoger sus cenizas, si Sevilla, Madrid, Soria, Segovia… Pero, en el caso de Azorín, no hay lugar a estas acilaciones. Está fuera de toda duda que Azorín donde debe yacer es donde venía yaciendo hasta ahora, y de donde ahora, amenaza con expulsarlo un desmedido y furibundo localismo. Está fuera de toda duda que el lugar donde deben reposar los restos mortales de Azorín no es ni puede ser otro que Madrid.

En Madrid se desarrolló la práctica totalidad de la carrera literaria de Azorín. En Madrid precisamente José Martínez Ruiz se convirtió en Azorín, llegó a ser Azorín, es decir, uno de los más grandes escritores del siglo XX, uno de los más grandes prosistas de la lengua española de todos los tiempos. Que muchos ahora se empeñan en ignorar estos hechos, que le vuelvan desdeñosamente la espalda, todo este desvío, cuyo último resultado ha sido la decisión de trasladar furtivamente sus restos mortales, no habla contra Azorín y sí que dice mucho en contra de los que lo padecen. No es éste ni el tiempo ni el lugar adecuado para reivindicar la magnitud de la obra literaria de Azorín. Pese a ello, y frente al hostil silencio que parece cernirse sobre el maestro, nos enorgullecemos en proclamar que, desde el remoto tiempo de la adolescencia en que lo descubrimos, y aunque, obviamente, por el tiempo transcurrido, nuestro fervor no pueda seguir siendo el mismo, pero, aun así, sí que hemos permanecido fieles en nuestra devoción azoriniana.

Madrid, cuna de la generación del 98

En Madrid José Martínez Ruiz llegó a ser Azorín, y más todavía, y ahora es el propio Azorín quien nos lo dice «en Madrid se desenvolvió la generación de 1898», sí, no sólo Azorín, sino la generación del 98, en la que tan fundamental papel, en la que tan imprescindible papel desempeñó Azorín, tanto en su generación como incluso en su mera denominación.

Está claro que los restos mortales de Azorín deberían seguir guardándose en Madrid, que no hay pretexto para trasladarlos a ninguna otra parte. Hay amores que matan, y de este género suelen ser en ocasiones los amores locales. Se diría que sus entusiastas paisanos quisieran reducir con su mausoleo la monumental figura del escritor, rebajarlo de la categoría de gran escritor español a la de mera gloria local. Pero, por mucho que se empeñen, no fue ni un gran escritor monovarense ni un gran escritor alicantino. Ni siquiera fue un gran escritor madrileño, aunque dio más motivos para esto que para aquello. Pero, aunque habría más motivos para esta denominación, no es porque lo consideremos un gran escritor madrileño por lo que pensamos que debería continuar reposando en Madrid, sino porque fue, y por más que algunos finjan no enterarse de ello, un gran escritor español. Y, precisamente por esto, a todos los que amamos, seguimos amando a Azorín, no puede sino dolemos que se perturbe el reposo póstumo del inolvidable maestro.