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Ver productos¿Es el cine un vehículo adecuado para reflexionar sobre la existencia de Dios, el misterio del mal, la culpa, la redención o el sentido de la vida?
12 de junio de 2025 - 10min.
Eduardo Torres-Dulce. Licenciado en Derecho, fiscal de sala, exfiscal general del Estado (2011-2014), profesor de Derecho Penal. Una de las figuras más reconocidas de la crítica de cine en España. Colaborador habitual sobre cine en prensa, radio y televisión. Autor, entre otros libros, de El salario del miedo, Jinetes en el cielo y Armas, mujeres y relojes suizos.
Avance
El cine es un formidable entretenimiento (That’s Entertainment) y una Scherezade que sacia la sed de historias que tiene el hombre. La pregunta es si, además, puede ser vehículo de la trascendencia, capaz de reflexionar sobre la existencia de Dios, el misterio del mal, la culpa, la redención o el sentido o sinsentido de la vida. Nadie más adecuado que Eduardo Torres-Dulce para responder a estas preguntas.
En primer lugar por su conocimiento de la materia, con una dilatada trayectoria como crítico y escritor de cine, y una fructífera relación con directores, guionistas, y actores. En segundo lugar, porque se formó como crítico y cinéfilo en los cineclubs y cinefórum que surgieron en los años 60 y 70, siguiendo el consejo del papa Pío XII de que el cristianismo tuviera presencia en la primera línea del debate cultural. Y finalmente, porque ha escrito el prólogo del libro El silencio de Dios en el cine, del filósofo Pablo Alzola. A partir de ese texto, reproducido en Nueva Revista, Torres-Dulce reflexionó sobre la relación entre cine y trascendencia, en una sesión del Foro Nueva Revista celebrada el pasado 4 de junio en la Universidad Villanueva, en la que no faltaron referencias a cineastas como Dreyer, Tarkovski, Scorsese, Hitchcock y Truffaut.
El cine es entretenimiento… That’s Entertainment, rezaba el logo de las películas de la Metro Goldwyn Mayer», comenzó diciendo Eduardo Torres-Dulce. Y nace de «la necesidad que tiene el hombre de que le cuenten historias, pulsión a la que se refiere Walter Benjamin en su ensayo El narrador». La religión tiene mucho que ver con esto, porque también es «contar una historia, cómo te relacionas con alguien que está fuera de tu vida inicialmente».
Ahora bien, ¿es el cine vehículo adecuado para reflejar el misterio de la trascendencia? El ponente recordó la provocadora frase de Orson Welles: «Hay dos cosas que no se pueden hacer en el cine, que es mostrar cómo se reza y cómo se hace el amor», y apostilló que el director se equivocó respecto a lo segundo, porque casi «no hay otra cosa en las películas últimamente». Más complicado es mostrar, en efecto, lo sobrenatural. Y, sin embargo, ahí está Ordet (1955) de Carl Theodor Dreyer, que narra un hecho sobrenatural: «Se ve en la pantalla un milagro: la resurrección de un muerto»; y «esa secuencia maravillosa desmiente a Orson Welles». Vio la película un millón largo de espectadores cuando se pasó por TVE y es que «es difícil ver Ordet y no conmoverse».
En el siguiente vídeo, se puede ver un resumen de la intervención de Eduardo Torres Dulce en el Foro Nueva Revista.
El jurista fue desgranando otros ejemplos de cine y trascendencia. Lo espiritual baña las imágenes de otra obra de Dreyer, como La pasión de Juana de Arco; un milagro afecta al matrimonio en crisis encarnado por Ingrid Bergman y George Sanders en Viaggio in Italia (Te querré siempre), de Roberto Rossellini; José Luis Garci tiene dos películas de gran reflexión sobre el hecho religioso, La herida luminosa y Canción de cuna; así como Leo McCarey, con Siguiendo mi camino y Tú y yo, —esta última «tiene mucho que ver con la caridad, el sacrificio y la comprensión»—; y Sacrificio, de Andrei Tarkovski, que «probablemente sea la película más metafísica acerca de la Eucaristía».
Por no hablar de Hitchcock —educado en los jesuitas—, «cuyo cine tiene que ver con el pecado original, con la culpa y cómo lidias con esa culpa en la vida». Y ahí tenemos el ejemplo de Yo confieso, sobre el sigilo sacramental, ahora de actualidad, porque autoridades de EE.UU. y Reino Unido se han llegado a plantear que los sacerdotes lo rompan.
Torres-Dulce relacionó la película De dioses y hombres, sobre los monjes martirizados en Argelia, con Francisco, juglar de Dios, de Roberto Rossellini, y con los Hechos de los apóstoles, en el pasaje en el que se cuenta que, después de ser azotados, salieron tan contentos porque habían podido dar testimonio de su fe e imitar a Jesús.
Indicó que un cineasta muy interesado por la trascendencia, el italoamericano —y católico— Martin Scorsese mantiene una larga conversación sobre el tema con monseñor Antonio Spadaro en el libro Diálogos sobre la fe. Y que tiene en su haber dos filmes como La última tentación de Cristo, «que a mí me gusta poco», y Silencio, «que me impresiona extraordinariamente; y que, al abordar el silencio de Dios, es una película deliberadamente religiosa».
Es consciente de que no a todos los espectadores católicos les gustó la película, basada en la novela del mismo título del japonés Shusaku Endo, sobre dos misioneros jesuitas, uno apóstata y otro mártir, porque, además, «es una película densa, con una zona central oscura, que hacia el tercer acto se ilumina». «¿Me encuentro cómodo en Silencio? Sí, ¿hay algunas cosas que no comprendo de Silencio?, por supuesto que sí», afirma. Pero, añade, «prefiero ver Silencio antes que El milagro de Fátima; creo que es mejor película. Aunque también creo que Siguiendo mi camino, de Leo McCarey, es aún mejor película que Silencio».
Pero las fronteras entre lo que es cine religioso y no lo es resultan difusas para Torres-Dulce, que se declara poco amigo de poner etiquetas. «La misión, por ejemplo ¿es cine religioso? Lo dudo», señala. «Es la historia de unos padres jesuitas que se enfrentan a una situación de prohibición política. Cuando se estrenó en Cannes, se llegó a decir que si aludía a la Teología de la Liberación… ¿Es cine religioso La última tentación de Cristo, basada en la novela de Nikos Kazantzakis? Pues hombre, es muy herético lo que nos cuentan». ¿Y lo es Blade runner, de Ridley Scott? «Para mí, es profundamente religiosa: hay un creador que está creando una nueva especie. Uno de los grandes gurús de la inteligencia artificial se retiró de la carrera y dijo: “Esta va a ser la última creación de la especie humana”».
Lo cierto es que se puede abordar el tema de Dios a través de la duda, el conflicto, el sufrimiento, afirmó. «El hombre siempre está buscando, desde que sale del seno materno y dice: ¿Dónde estoy?, y a lo largo de la vida se hace siempre preguntas: ¿A qué obedece esto?, ¿cuáles son las reglas?, ¿quién lo gobierna todo?, ¿de qué manera me relaciono con otros?» Antes o después, «se topa con la trascendencia, sea para aceptarla o para ignorarla, negarla o combatirla, como dice Pedro Cuartango en El enigma de Dios, un libro espléndido sobre el tema».
Siempre, matiza el jurista, que esa aceptación o confrontación de la transcendencia se haga con «una actitud de lealtad con uno mismo y no con fanatismo, como, por ejemplo, el que está presente en esas comunidades tan cerradas, como la Escandinavia luterana, que refleja Dreyer en Dies Irae». El polo opuesto sería, por cierto, El festín de Babette, basado en una novela de Isak Dinesen. Es otro filme que transcurre en «una pequeña comunidad nórdica, luterana, calvinista, que se va reduciendo poco a poco, donde hay muchas tensiones y muchos reproches. Pero entonces llega una chica de París, antigua chef, huyendo de la revolución tras la caída de Napoleón III, gana la lotería y se gasta íntegro el premio en darle una comida maravillosa a esa comunidad que la ha acogido. Y esa comida transforma a todos, gracias a ese acto de amor, de caridad, también de sí misma, de poder sentirse a sí misma, para lo que se ha preparado toda la vida, que es ser chef».
La relación entre cine y trascendencia, explícita o implícita, estuvo muy viva en Europa a partir de los años 50, explicó Torres-Dulce, cuando «el papa Pío XII [Eugenio Pacelli] consideró que los cristianos no podían estar fuera del mundo de la cultura y del cine, y pidió que organizaciones como los propagandistas o Acción Católica, en el caso de España, se implicaran en utilizar la pantalla como un elemento de debates sobre valores, derechos humanos y el hecho religioso».
Proliferaron en los años 50, 60 y 70 cineclubs y cinefórum, así como revistas de cine, caso de Film Ideal o Cinestudio en España, de inspiración cristiana, siguiendo la recomendación del papa Pacelli. El planteamiento era el siguiente: «No se puede dejar la cultura en manos de una izquierda cercana al marxismo, muy activa por aquella época, y los cristianos deben aportar sus valores y su bagaje en ese ámbito». Ese interés por el cine se refleja incluso en «una obra monumental, Literatura del siglo XX y cristianismo, de Charles Moeller, teólogo y catedrático de Lovaina, en la que dedica un capítulo a Ingmar Bergman, y otro a Graham Greene, que además de escritor fue crítico de cine», añadió Torres-Dulce.
Los cinefórum han decaído en los últimos tiempos. Una excepción fue la tertulia Qué grande es el cine, (1995-2005) que dirigía José Luis Garci en La 2 de TVE, y en la que el propio Torres-Dulce participaba. «Era una mezcla de los cinefórum de siempre, con los que hemos crecido, y de la moviola de Estudio Estadio», como dijo Jordi García Candau, director general de RTVE por aquella época. Torres-Dulce señaló que aquel espacio, que veían semanalmente dos millones de espectadores, resucitó los cinefórum y sirvió para que mucha gente joven aprendiera a ver cine y a debatir sobre diversos temas, a partir de las historias de ficción de la pantalla.
Aunque el cine «nació discapacitado: mudo y en blanco y negro, desarrolló un lenguaje propio que transmitía intuiciones poéticas al espectador; y esa potencia estética puede abrir puertas que van más allá», afirmó el jurista ante la pregunta de un asistente. Y puso el ejemplo de François Truffaut, con una infancia terrible, que no conoció a su padre hasta los 40 años, abocado a la delincuencia juvenil, al que salvó un hombre de cine, el crítico André Bazin. A través de la pantalla, «el joven Truffaut tuvo su educación sentimental, creció como persona, llenó su ansia por saber. No tenía la menor idea de quién era Mozart, pero llegó a saberlo todo de él, al descubrir en la ficha técnica de un filme que esa música que había oído en la película que acababa de ver era de un concierto de Mozart. Y compraba y leía compulsivamente libros sobre él. Y así se hizo autodidacta».
Una de las asistentes parafraseó al cineasta Andrei Tarkovski, con su idea de que «el arte puede preparar al hombre para la muerte», para preguntar sobre el papel que puede jugar el cine en esos momentos. A lo que el ponente respondió que «el cine es una vida de repuesto, como dice José Luis Garci»; y recordó que el filósofo Eugenio Trías pidió ver Vértigo, de Hitchcock, sobre la que había escrito un libro estupendo; y que el cineasta Peter Bogdanovitch, con un Parkinson galopante, quería ver al final de su vida comedias clásicas de Hollywood. «Por mi parte, —apostilló Torres-Dulce— me encantaría despedirme de la vida viendo La fiera de mi niña, de Howard Hawks, o cualquier western. Garci siempre dice que él cree en Dios porque espera que en el Cielo solo haya partidos de fútbol y películas».
Finalmente, y ante la pregunta sobre qué escenas de películas le pondría a un alienígena para explicarle qué es el cine, Eduardo Torres-Dulce respondió: «Lo que no le pondría es E.T., porque se iba a reír de nosotros». Lo que sí le mostraría es «una película de Chaplin, para que viera lo que significa la belleza del cine, la belleza humana del cine».
Y le pondría «El hombre tranquilo, de John Ford, para que viera cómo el hombre es feliz, ha podido ser feliz». Y también le proyectaría «cualquier película en la que un actor mira a una actriz, una actriz a un actor, y sencillamente en esas miradas está presente el alma de esos dos personajes».
Eduardo Torres-Dulce sostiene que siguen haciendo películas como las de antes, lo que pasa es que «ya no se hacen tantas películas buenas». Para el crítico, el periodo de oro va, en el cine de Hollywood, desde los años 30 hasta los años 70, aproximadamente. Y en Europa desde los años 40 hasta los 60 y tantos.
Por otro lado, la gente ha perdido el hábito de ir al cine. Sin embargo, sigue habiendo películas interesantes. Torres-Dulce recomienda estas, todas ellas recientes y algunas actualmente en cartelera:
–La trama fenicia, de Wes Anderson. «Una mezcla de cómic, de cine publicitario, de Ionesco, de Chaplin, de Fellini».
–Una quinta portuguesa, de Avelina Prat.
–Bienvenidos a la montaña, de Riccardo Milani, con Antonio Albanese.
–La buena letra, de Celia Rico Clavellino, sobre la dureza de la vida de las mujeres, basada en una novela de Rafael Chirbes.