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Imaginemos un mundo en el que todos sostuviésemos la misma opinión, seguros de su verdad. Todos…, excepto una sola persona. Quizá ésta aparezca como un excéntrico solitario defendiendo precisamente lo contrario. ¿Estaría justificado silenciar su opinión? Si la respuesta fuera afirmativa, pensemos en la situación contraria: si esa persona tuviera un dominio totalitario del poder, ¿estaría justificada para hacer callar al resto de la humanidad? Son preguntas que se plantea John Stuart Mill y que volvió a presentar recientemente Heterodox Academy.

All minus one, de Stuart Mill, editado por Heterodox Academy
All minus one, de Stuart Mill, editado por Heterodox Academy

Un capítulo de un libro de Mill

Con este caso comienza John Stuart Mill All minus one (Todos menos uno), el segundo capítulo de On liberty, en el que desarrolla su argumentación a favor de la libertad de expresión. El libro apareció en Estados Unidos en 1859. Esta situación imaginaria da también inicio –y título– a la edición de ese capítulo que han preparado Richard V. Reeves y Jonathan Haidt, publicada en la web de Heterodox Academy.

Reeves es un experto en Mill. Haidt es psicólogo social. A ellos se une Dave Cicirelli como ilustrador. El texto recoge aproximadamente la mitad del capítulo dos de la obra original de Mill, una quinta parte del libro. Su objetivo es acercar su pensamiento a los lectores contemporáneos y ofrecerles una lectura que lleve menos de una hora y con la que conozcan los principales argumentos del filósofo inglés sobre libertad de expresión.

El debate sobre la libertad de expresión y los conflictos que puede presentar está reapareciendo en muchos ámbitos de la sociedad norteamericana, pero muy especialmente dentro del campus universitario. La sobreprotección de los estudiantes ante opiniones que pueden resultarles hirientes parece estar acabando con la posibilidad de discutir (la discusión, a menudo, se entiende como ataque). El desacuerdo entre ideas, lejos de suponer un incentivo para la búsqueda de la verdad, se ha convertido en un problema a la hora de mantener la estabilidad en el campus. Haidt (junto con Greg Lukianoff) ya abordó el tema en su obra The Coddling of the American Mind (2018)[1]. Tanto este libro como la actual edición de Mill, comparten una misma inquietud: ¿hay razones para discutir o defender cualquier opinión, aun a riesgo de resultar hiriente?

All minus one tiene su origen en la firme creencia de que «los avances intelectuales han progresado a través de la discordia y los desacuerdos, así como que una diversidad de opiniones garantiza que las ideas subsisten porque son correctas, no porque sean populares», como sostuvo en 2010 el juez Alex Kozinski[2].

Del mismo modo que sucede hoy, el principal problema al que se enfrentaba Mill en su época no era la censura del gobierno (a la que atiende la Primera Enmienda de la Constitución de EEUU). El problema estaba en la sociedad, que protegía una cultura en la que cualquier desvío de la opinión políticamente correcta se castigaba con la exclusión social, la destrucción de la reputación, etc… Nada de esto nos resulta especialmente extraño. Pero es hora de detenerse y preguntarse por el origen de este debate. ¿Por qué es importante la libertad de expresión en una democracia liberal moderna?

Primer argumento: ¿Y si la verdad está del lado del otro?

Así dice el primer argumento de Mill: «Es posible que la opinión del otro sea verdadera», por muy controvertida que suene. Negarse a escuchar la opinión del otro, dando por hecho que está en el error, supondría asumir que se tiene la certeza absoluta. En toda discusión silenciada subyace una creencia de infalibilidad. Aunque todos sepamos que somos falibles, muy pocos toman alguna precaución a la hora de sostener sus opiniones y creen estar en lo cierto sobre prácticamente cualquier asunto.

Hay mucha diferencia entre creer que algo es verdadero porque no se ha conseguido refutar y considerar que algo es verdadero por haber prohibido su refutación

Mill es consciente de las posibles objeciones que se plantean a su argumento. Quizá no haya una certeza absoluta, pero sí hay una garantía suficiente respecto de los fines de la vida humana. Es decir, si no obrásemos según nuestras opiniones por miedo a equivocarnos, dejaríamos por completo de actuar. Por tanto, debemos asumir nuestra opinión como verdadera para poder guiar la conducta. Y es precisamente esto lo que hacemos cuando prohibimos a otro difundir opiniones que consideramos falsas o dañinas. El problema, sostiene Mill, es que hay mucha diferencia entre creer que algo es verdadero porque no se ha conseguido refutar y considerar que algo es verdadero por haber prohibido su refutación.

Es evidente que nunca será suficiente la propia opinión para dirigirse correctamente. El ser humano necesita de la experiencia y de la discusión, puesto que sus opiniones no siempre son las más acertadas para los fines que busca. «Las opiniones y costumbres falsas ceden ante los hechos y los argumentos», afirma Mill. La discusión es necesaria para descubrir cómo interpretar la experiencia. Los hechos no suelen decir nada por sí mismos, hay que comentarlos para sacar a la luz su sentido. El único modo de hacer crecer el conocimiento humano respecto de cualquier asunto es escuchar los diferentes puntos de vista.

Muchas opiniones que hoy son aceptadas por la mayoría serán refutadas en el futuro. Y no sólo consideradas falsas, sino absurdas, como ha sucedido en épocas anteriores. Mill recalca lo irracional que resulta tomar como cierto aquello que todo el mundo defiende, considerando mundo como esa pequeña parte del espacio y el tiempo a la que nosotros pertenecemos, y sin tener en cuenta que estamos en esta parte concreta del mundo por casualidad: si hubiéramos nacido en otra seguramente defenderíamos una opinión bastante distinta.

El hombre sabio, lejos de evitar las objeciones y dificultades, las busca. Y sólo una vez conocidas y refutadas tiene derecho a pensar que su opinión es de más valor que la de cualquier otra persona que no haya hecho lo mismo.

Sin embargo, pese a que el sabio sostenga una opinión verdadera, quienes defienden la contraria pueden silenciarle si se lo proponen. Mill considera totalmente falsa la creencia de que la verdad triunfa por encima de cualquier persecución. «Los hombres no son más celosos de la verdad que del error, y con una intervención suficiente de la ley o mediante castigos sociales, generalmente, consiguen extinguir la propagación de ambos. (…) Se puede ver constantemente a lo largo de la historia, la verdad reducida al silencio por la persecución; y, cuando no se ha logrado suprimirla de modo absoluto, al menos ha sido retardada muchos siglos.»

«Nuestra intolerancia no mata a nadie pero induce a los hombres a ocultar sus opiniones o abstenerse de hacer cualquier esfuerzo por propagarlas»

En nuestra época, y en la de Mill, no se castiga con pena de muerte a quien disiente de la opinión políticamente correcta. «Nuestra intolerancia no mata a nadie, no extirpa los modos de pensar diferentes, pero induce a los hombres a ocultar sus opiniones o abstenerse de hacer cualquier esfuerzo por propagarlas». Las opiniones heréticas, por miedo al estigma social, se reducen a los pequeños círculos donde nacieron. Y así, pudiendo surgir grandes inteligencias, hombres francos y valientes, sólo podemos esperar puros esclavos del lugar común:

«El precio pagado por esta clase de pacificación (refiriéndose a silenciar la opinión contraria por medio de la presión social), es el sacrificio de todo el coraje moral del espíritu humano. Un estado de cosas en el que la mayoría de los espíritus activos e investigadores consideran que es prudente guardar para sí mismos los verdaderos fundamentos y principios de sus convicciones, y esforzarse, cuando hablan en público, por adaptar todo lo posible su manera de pensar a unas premisas que han rechazado interiormente, no puede dar lugar a esas personalidades abiertas y valientes y a las inteligencias lógicas y consistentes que alguna vez adornaron el mundo del pensamiento. La clase de hombres que se puede esperar bajo semejante régimen son meros esclavos del lugar común, o servidores ocasionales de la verdad, cuyos argumentos sobre las grandes cuestiones están condicionados por las características de su auditorio, y no son precisamente aquellos que les convencen.»

Pero esto no perjudica sólo a los disidentes. Los primeros dañados son aquellos que creen estar en la verdad defendiendo la ortodoxia, pues su desarrollo intelectual se detiene y su razón queda sometida por el temor a la herejía:

«Nadie puede ser un gran pensador si no reconoce que, como pensador, su primer deber es seguir a su inteligencia allá dónde le lleven los razonamientos». Afirma, por tanto Mill, que «gana más la verdad con los errores de un hombre que, después de estudio y preparación, piensa por sí mismo, que con las opiniones verdaderas de quienes las profesan sin haber hecho el esfuerzo de pensar por ellos mismos». Pueden aparecer, y aparecerán, grandes pensadores en épocas de esclavitud mental (piénsese en Epicteto, Primo Levi, Frankl… distintas figuras disidentes), pero, sostiene Mill, nunca ha existido, ni existirá, un pueblo intelectualmente activo allí dónde se da por concluida la discusión sobre los grandes problemas de la humanidad.

Segundo argumento: ¿Es verdadero conocimiento conocer sólo mi parte del argumento?

El segundo argumento propuesto por Stuart Mill dice así: «Aquel que conoce solo su parte del caso, conoce muy poco». Y lo desarrolla de este modo: aunque nuestra opinión sea la correcta, si no ha sido discutida por completo, con frecuencia y sin miedo, la sostendremos como un dogma muerto y no como una verdad viva. La lucha entre la verdad y el error es indispensable para lograr una comprensión clara y profunda de cualquier asunto.

En términos más actuales, lo que Mill propone es una revitalización completa del método del pensamiento crítico

«Asumir que se tiene la opinión verdadera, pero sosteniéndola como un prejuicio o creencia sin fundamentar, separada de sus argumentos, no es el modo en que un ser racional debería defender la verdad.» Que las opiniones sean verdaderas no implica que quien las sostiene conozca realmente esa verdad. Para ello es necesario ser capaz de defenderlas, dar razón de estas opiniones y argumentar contra las objeciones que se le plantean. De hecho, si no se conoce la opinión del contrario, no hay razón alguna para decir que se prefiere una a la otra. En términos más actuales, lo que Mill propone es una revitalización completa del método del pensamiento crítico. Esto supone la necesidad de enfrentarse a los propios prejuicios y la necesidad de aplicar la deducción racional en la defensa de nuestros puntos de vista, antes que los argumentos de autoridad o las imposiciones dogmáticas.

Para cumplir ese objetivo no basta con escuchar los argumentos contrarios en la boca de nuestros maestros. Para que el espíritu entre verdaderamente en juego, es necesario escuchar a aquellos que defienden firmemente esas opiniones, en su versión más convincente, «sentir toda la fuerza del problema con el que la verdad se ha de encontrar y hacerle frente; de otro modo, nunca poseerán esa parte de la verdad». Dialogar con los oponentes, ir a los textos, a los autores. El argumento es una defensa de la discusión serena y el debate como necesidad para el avance del conocimiento y como herramientas clave para el desarrollo de la inteligencia.

De nuevo, Mill se dispondrá a analizar los argumentos contrarios a su afirmación. Se dice que hay mentes sencillas que carecen de la ciencia y el talento necesarios para resolver discusiones difíciles, a los que les basta conocer la evidencia de los fundamentos de la verdad y que haya alguien, en cuya autoridad confíen, que responda y refute los argumentos en contra de esa verdad. Sin embargo, esto no debilita los derechos del hombre a la libre discusión. De hecho, para que esos conductores de la humanidad sean competentes en todo lo que deben saber, es necesaria la entera libertad para discutir, escribir y publicar sobre cualquier tema desde cualquier punto de vista.

La ausencia de discusión no sólo hace olvidar los fundamentos que tiene una opinión verdadera, sino el sentido de la misma. Se transforma en frases retenidas por rutina, que expresan una porción muy pequeña de lo que originariamente comunicaban, perdiendo la esencia de la cuestión. Recuerda Mill que «la tendencia fatal de la especie humana a dejar de lado las cosas de las que ya no tiene dudas, ha causado la mitad de sus errores».

Es cierto que algunas opiniones hoy aceptadas ya no tienen oponentes. Hay verdades que en la actualidad no son discutidas por nadie pero un día tuvieron sus disidentes. Por esta razón, allí donde una verdad fuese aceptada y desapareciese la ventaja de poder discutirla para fortalecerla, dice Mill, «confieso que me gustaría ver a los profesores esforzándose por encontrar un sustituto a ésta; algún tipo de artificio para hacer tan presentes a la conciencia de los alumnos las dificultades de la cuestión como si estuviese presionando sobre ellos un oponente, deseoso de su conversación».

Para Mill es superior la pericia socrática que la medieval, aunque «la mentalidad moderna debe a ambas mucho más de lo que en general quiere admitir»

Mill recuerda cómo la dialéctica socrática fue uno de los grandes medios para la comprensión viva e inteligente de la verdad. Funcionaba por medio de diálogos que consistían en una discusión negativa de las grandes cuestiones de la filosofía y de la vida, mostrando a los hombres que no habían hecho más que aceptar lugares comunes. Algo parecido sucedía durante las diputatio de las escuelas medievales. «Las escuelas de discusión de la Edad Media tenían un objeto similar [al socrático]. En ellas se buscaba asegurar que el alumno entendía su propia opinión y (por correlación necesaria) la opinión opuesta a la suya, y que eran capaces de reforzar los fundamentos de la primera y de confutar los de las segundas». Y eso, aunque algunos de los argumentos que aquí se presentaban fuesen argumentos de autoridad y no solo de razón. Para Mill es superior la pericia socrática que la medieval, aunque «la mentalidad moderna debe a ambas mucho más de lo que en general quiere admitir».

Tercer argumento: Dos opiniones opuestas pueden ser verdaderas

En su tercer argumento en defensa de la ventaja que supone la diversidad de opiniones y la discusión, Mill sostiene que «las doctrinas conflictivas comparten la verdad que hay entre ellas». La mayoría de las opiniones sobre aquello que no se puede tocar ni medir tienen una parte de verdad, aunque esa parte se exagere o distorsione, sea más pequeña o más grande, o deba ir acompañada de otras verdades para limitarla y complementarla.

Por esta razón, toda opinión que exprese algo omitido en la opinión comúnmente aceptada, o políticamente correcta, debe considerarse una opinión valiosa. Mill presenta como ejemplo el sano impacto que produjeron las paradojas de Rousseau, ante una sociedad completamente admirada por la civilización, las maravillas de la ciencia moderna y el progreso, deshaciendo la masa compacta de opinión-única y obligando a recombinar los elementos incluyendo nuevos ingredientes. «La verdad, en las grandes inquietudes prácticas de la vida, es ante todo una cuestión de combinación y de conciliación de extremos» afirma. El ser humano sólo puede alcanzar la verdad completa a través de la diversidad de opiniones, «aunque ni la más libre discusión impide la tendencia de las opiniones a convertirse en sectarias».

Por tanto, «el verdadero mal no es el conflicto entre las partes de la verdad, sino la silenciosa supresión de una parte; siempre hay esperanza cuando las personas están forzadas a escuchar las dos partes. Pero cuando se atiende sólo a una de ellas los errores se fortalecen convirtiéndose en prejuicios, y la misma verdad deja de tener efecto de verdad por ser exagerada hasta la falsedad.»

Para terminar, el pensador concede atención a aquellos que afirman la importancia de una libre expresión del pensamiento, siempre y cuando esta expresión se haga de manera moderada y no traspase ciertos límites. ¿Cuáles son esos límites?, ¿quién los fija? Piensa Mill que el criterio no puede ser que alguien se sienta ofendido, pues es muy posible que esto suceda cuando el ataque en la discusión es poderoso, fuerte y difícil de responder.

El modo en el que se sostiene una opinión, independientemente de su verdad o falsedad, puede ser objetable y ofensivo. Pero entre las ofensas que suelen darse en la discusión pública, Mill considera como las más graves «el argumentar sofísticamente, omitir hechos o argumentos, tergiversar los elementos del caso o deformar la opnión del oponente.» Aunque a menudo se llevan a cabo de manera inconsciente.

La peor ofensa que se puede hacer en una discusión es «estigmatizar a quienes defienden la opinión contraria como personas peligrosas e inmorales»

Sin embargo, la peor ofensa de este tipo que se puede hacer en una discusión es «estigmatizar a quienes defienden la opinión contraria como personas peligrosas e inmorales. A este tipo de calumnia suelen estar expuestos quienes sostienen opiniones poco populares o que nunca han sido defendidas, ya que suelen ser poco influyentes y nadie tiene intención de hacerles justicia.» Por esta razón, en interés de la verdad y la justicia es muy importante restringir el lenguaje violento y es necesario proteger las opiniones heterodoxas, por el valor de estas en orden al conocimiento y por su situación de desigualdad frente a la opinión más común.

Mill cierra el capítulo defendiendo que «la verdadera moralidad de la discusión pública consiste en ver y reconocer lo que realmente son los oponentes y aquello que representan sus opiniones, sin exagerar o tergiversar nada de lo que pueda perjudicarles y sin ocultar aquello que pueda favorecerles».

Una pregunta final: Por qué es Stuart Mill más oportuno que nunca

Podemos terminar con una sencilla pregunta: ¿por qué motivo Heterodox Academy, una asociación que defiende la posibilidad de disenso dentro de la universidad y que lucha por la libertad de expresión de los profesores, ha visto necesario publicar una edición abreviada de este capítulo de On Liberty, obra de sobra conocida?

Precisamente por la alarma que levanta la situación de los campus en EEUU: retirar las invitaciones realizadas a aquellos ponentes que pueden decir cosas contra el gusto de la mayoría (desinvitation, de–platform); miedo a la libre expresión (de la que muchos parecen querer liberarse y, de paso, prohibirla a los demás); avisos de peligro  (trigger warnings) por lecturas en las que se tratan temas que se supone que podrían causar trauma u ofender a alguien (se elige no enfrentar los motivos que provocan ansiedad, aunque este sería precisamente un consejo contrario al de cualquier psiquiatra); temáticas de las que no se puede hablar porque ya hay una ortodoxia ‘oficial’ u oficiosa o porque alguna ley llega incluso a prohibir su cuestionamiento, etc.

Heterodox Academy ha resucitado este texto para devolver a los universitarios (profesores y alumnos) un argumentario que les anime a exigir su derecho a pensar por sí mismos, a ejercer la crítica y a evitar por todos los medios un paternalismo que mataría por completo la misión de la universidad.

[1] Sobre la obra de Haidt y Lukianoff,  artículo en Nueva Revista.

[2] All minus one, Introducción.