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Durante mucho tiempo, más de tres décadas, Jean-Paul Sartre no fue Jean-Paul Sartre. No tal y como lo conocemos, lo recordamos o como pasaría a la historia. En Ser único ‒el último libro de Rüdiger Safranski publicado por Tusquets‒ el reconocido ensayista recoge la perspectiva inédita de un primer Sartre que solo después de su experiencia personal y su participación en la Segunda Guerra Mundial quiso dejar de ser «aire» y lanzarse al barro del compromiso y la refriega política.

Hay que empezar por la escena final del capítulo donde Safranski traza el retrato de la pareja: Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre se reencuentran después de la participación de este en la Segunda Guerra Mundial y ella «apenas le reconoce», escribe Safranski. No le llamaba la atención la vehemencia, sello personal de Sartre, pero sí el nuevo alcance de sus normas, de su «moralismo», como lo llama Beauvoir. Dice esta: «Sartre había afirmado siempre imperiosamente sus ideas sus rechazos sus preferencias a la vez en sus palabras y en sus conductas, pero nunca las expresaba bajo forma de máximas universales (…). Aquella primera noche me sorprendió también de otra manera: si había vuelto a París no era para gozar de las dulzuras de la libertad, sino para actuar. ¿Cómo?, le pregunté atónita: ¡estábamos tan aislados, éramos tan impotentes! Justamente, me dijo, había que romper ese aislamiento, unirse, organizar la resistencia».

Rüdiger Safranski: «Ser único». Tusquets. 2022. 368 págs. Traducción: Raúl Gabás. 22 € (papel) / 10,99 € (digital).

El ensimismamiento filosófico

Aislamiento es la palabra que menciona Sartre y se refiere a la política. Ensimismamiento es la palabra, cuando hablamos en término filosóficos. Durante su juventud, en la primera etapa de su formación, Sartre «se ocupaba de la política en la medida en que esta le afectaba directamente; cultivaba también sus simpatías de izquierdas, en concreto por el frente popular, o por los republicanos de la Guerra Civil española; sin embargo, todo aquello apenas influía en sus escritos literarios o políticos», escribe Safranski en Ser único.

En los años 30, Sartre andaba flipando con la fenomenología de Husserl. Fue su entonces amigo, y luego enemigo ‒una operación que se repetiría con bastante frecuencia en la vida de Sartre‒ Raymon Aaron, quien se la presentó: le habló de «experiencias fenomenológicas, que le habían electrizado. Por fin había una filosofía, dijo, que nos permite pensar sobre todo, sobre la taza, la cuchara que muevo en ella, la silla, el camarero, que viene veloz cuando hago un gesto. La promesa de la fenomenología, la de poder alcanzar de nuevo la riqueza de la percepción inmediata, llevó a Sartre en 1933 a Berlín, para estudiar allí a Husserl y Heidegger. Poco más tarde, sin duda entusiasmado por la fenomenología, escribe: ‘Desde hace siglos no se ha visto en la filosofía semejante corriente realista. Los fenomenólogos han sumergido de nuevo a los hombres en el mundo’».

Sartre escribe: «Desde hace siglos no se ha visto en la filosofía semejante corriente realista. Los fenomenólogos han sumergido de nuevo a los hombres en el mundo»

Puede que le entusiasmara la corriente realista de la fenomenología, pero justo en este punto Sartre pinchaba de lo lindo. Ensimismado por la teoría y enfrascado en su estudio apenas reparaba en lo que estaba pasando en las calles, en esa ciudad y en ese momento. Y qué ciudad y qué momento: era Berlín, 1933, y la época nacionalsocialista no había hecho más que empezar.

Un poco de contexto: existencia y contingencia

La fenomenología era la novedad, porque en la Francia de los años 20 los términos que predominaban en el panoramana filosófico eran ‘existencia’ y’ contingencia’. Safranski explica así el binomio: «En primer lugar, la idea de existencia, entendida como un ser corporal, finito, disperso, desgajado de todo fundamento que lo sostenga. Ha desaparecido el gran recogimiento del ser que lo envuelve todo. El hombre está de nuevo arrojado a sí mismo y ha de escoger él mismo su camino y su fin. La idea de existencia pone punto final a las fantasías sobre el panlogismo del mundo.

Esta idea de existencia iba unida con la de contingencia ‒prosigue Safranski‒. El hombre particular se entiende como encarnación de la casualidad en sentido literal. Le ha tocado en suerte un determinado cuerpo y, con ello, un determinado lugar en el espacio y en el tiempo. No dispone sobre estas circunstancias y, en consecuencia, no dispone sobre la mayoría de las cosas. Sin que pueda hacer algo distinto, ha empezado con su cuerpo, antes de poder empezar algo consigo mismo. Contingencia significa: lo que se da, podría no darse. El ser humano ya no puede estar seguro de ninguna intención superior.

La idea de existencia contingente está unida a una comprensión radical de la libertad. Para la comprensión cristiana de la existencia, esta libertad significa poderse decidir libremente por Dios y el absoluto. Pero en Sartre, libertad significa estar arrojado a un vacío. Eso puede percibirse como alentador, y a veces también como una insoportable levedad del ser».

Safranski sobre la contingencia: significa que «lo que se da, podría no darse. El ser humano ya no puede estar seguro de ninguna intención superior»

Sobre las relaciones entre fenomenología y existencialismo, Safranski extrae las siguientes conclusiones: «Si el existencialismo rechaza un sentido coherente de la vida humana previamente dado, y con ello un sentido basado en la trascendencia, el método fenomenológico ofrece una especie de atención beatificante a las cosas dispares de la vida. La fenomenología se acredita como el arte de extraer un placer de la atención misma, la cual nos indemniza por el daño de que se haya derrumbado un todo con sentido. La fenomenología permite la dicha del conocimiento incluso en un mundo absurdo».

Diario de guerra: apuntes sobre el dinero

Y hablando de absurdos, merece la pena detenerse en la participación de Sartre en la guerra. Alejando del frente, pertenece a un grupo encargado de hacer mediciones climáticas: lanzan globos aerostáticos, miran al cielo, examinan la dirección del viento… Como escribe Safranski: «No son libres, pero tienen un montón de tiempo libre» que el siempre inquieto Sartre aprovecha para escribir intempestivamente. Safranski da el dato: mil quinientas páginas entre septiembre del 39 y mayo del 40.

En su particular diario de guerra, Sartre se pasa revista a sí mismo y se autoexamina pormenorizadamente. En Ser único, Safranski toma, por ejemplo, la particular relación del filósofo con el dinero y la relaciona con sus conceptos ‘ser en sí’ y ‘ser para sí’. Veamos.

«Necesito gastar. No para comprar algo, sino para hacer estallar esa energía monetaria, para liberarme de ella y lanzarla fuera de mí como una granada de mano», escribe Sartre. Legendarias son sus abundantes propinas. Sartre siempre va con un buen fajo de billetes, que no duda en entregar. Parece que le quemara… «Los demás interpretan esta actitud como una forma de magnanimidad, lo que no es del todo cierto, pues ello no le supone ningún esfuerzo. Simplemente, es incapaz de atesorar nada, ahorrar, o retener nada. Siente horror de que algo se coagule, se solidifique. Hay que ponerlo en movimiento, para que se extienda entre la gente, ha de pasar y escurrirse a través de los seres humanos. Esto, traducido a su terminología filosófica, significa: propiedad es el ‘para sí’ petrificado en el ‘en sí’. Es la vida, la propiedad lo que se petrifica». Safranski echa mano aquí de dos términos básicos en la terminología sartreana, que quizá sea menester explicar. ‘Ser en sí’, rudamente hablando, es lo que hay, la realidad plana, tal cual se da. El ‘ser para sí’ es lo que puede llegar a ser, la transformación de un vacío, de la nada que puede llenarse, crearse, inventarse a cada paso mediante el ejercicio de la libertad y la toma de decisiones.

«Es incapaz de atesorar nada, ahorrar, o retener nada». Safranski habla de Sartre y el dinero, pero también podría hablar de conocimiento o de sus relaciones

Como señala Safranski, «se rechaza la propiedad, pero no la apropiación […]. Sin embargo, esa apropiación no aspira precisamente a la posesión». Ha empezado hablando de dinero, pero esa distinción radical entre apropiación y posesión será válida igualmente para campos como el conocimiento, el amor o de belleza. Todos ellos estarán presididos y guiados, mejor dicho, por una búsqueda incesante, por el movimiento, la sucesión o los cambios. Y también por la huida o el rechazo del estancamiento, la parálisis, la esclerotización que para Sartre es lo que significa posesión.

Historicidad y autenticidad

Sartre lo reconoce expresamente: estos dos términos los toma de Heidegger. Safranski explica así el primero: «Historicidad no es todavía la historia interpretada en el sentido marxista, como sucede en el Sartre tardío; más bien, historicidad, en el sentido de Heidegger, designa el hecho de que nos encontramos siempre en una situación que nos penetra y convierte la propia conducta en un comportamiento de respuesta, intencionadamente o no». La historicidad de Sartre en 1939 es la de un ser arrojado a la guerra que no había visto venir, sin saber bien qué hacía allí mirando al cielo y escribiendo como un descosido. En medio de ese mundo «soldadesco», afirma Safranski, «se conformó con un ‘estoicismo’ que lo blindaba frente a la realidad político-social y le permitía cultivar su individualidad».

Más tarde Sartre haría autocrítica de este hecho y de esta historicidad. El Sartre que vendría y que sería uno de los más vivos ejemplares del compromiso intelectual, enrolándose, actuando y tomando partido en todos los aconteceres de su tiempo iba a defender que había que ser uno con la época ya que, de alguna manera, uno es responsable de la misma y debe hacerse cargo. Lo contrario es excusa, mala fe, falta de autenticidad. Safranski la explica así: «En la falta de autenticidad me comporto conmigo mismo como si fuera un acontecer objetivo (…). Si atendemos a la propia iniciativa, lo posterior no es sin más una consecuencia causal, continua, de lo anterior, sino que está determinado a subir por esa iniciativa discontinua. Y esto es lo que la mala fe no quiere tener por verdadero. Por lo menos en los casos desfavorables, queremos ser como una piedra que cae».

Sartre da su gran salto en el momento en que abraza la historicidad no para aislarse o defenderse de la misma, sino para ser uno con ella. De ese modo se hace «auténtico», dejará de ser «planta aérea» y decidirá bajar al terreno y pisar todos los charcos. En las páginas finales del capítulo, recoge Safranski esta reveladora cita de Sartre: «He entendido que la libertad (…) presupone una profunda radicación en el mundo. Pero esto es más fácil de decir que de hacer cuando uno tiene treinta y cuatro años, cuando estás desconectado de todo y eres una planta aérea. Todo lo que puedo hacer en el presente instante es criticar esta libertad en el aire, que me he proporcionado persistentemente, y atenerme con firmeza el principio de que es necesario estar radicado (…). Hay que ser de barro y yo soy de aire».

El giro de Sartre lo describe así en sus Diarios: «He entendido que la libertad (…) presupone una profunda radicación en el mundo».

A partir del capítulo «El giro de Jean-Paul Sartre en la guerra. Del existencialismo individual al comprometido», del libro de Rüdiger Safranski Ser único. Un desafío existencial. Barcelona, Tusquets, 2022

Periodista cultural y escritora