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[Texto procedente del número impreso de Nueva Revista 181; lo ofrecemos en PDF al final del artículo].

Unos días después de que Rubén Darío había nacido en Metapa en enero de 1867, apareció en La Gaceta, el diario oficial, la noticia de que un águila real había sido hallada en alguna cumbre de las montañas del norte de Nicaragua: «Bastantemente fornida, su cabeza pequeña, viva, inteligente, adornada por un círculo de plumas negras en su extremidad, formándole una corona… hasta hoy no se creía que en Nicaragua hubiese águilas, y mucho menos águilas reales», dice La Gaceta.

El águila fue presentada como obsequio al general Tomás Martínez, quien terminaba su segundo período presidencial, electo tras la expulsión de los filibusteros del aventurero sureño William Walker en 1857; y da la casualidad de que el mismo año del nacimiento de Darío, aquel general presidente mandó levantar un censo, igual que lo hizo el emperador Augusto en Palestina, cuando el nacimiento de Cristo.

De este censo resultó que la población total de Nicaragua llegaba apenas a 150.000 habitantes. El presidente, preocupado de que los nicaragüenses fueran tan pocos, y quizás avergonzado, ordenó aumentarle al censo 100.000 almas más. Ya antes, había mandado cambiar la Constitución política para poderse reelegir, viejo vicio nacional.

La más grande ciudad de Nicaragua, que era en aquel entonces León, la ciudad de la infancia de Darío, tenía 30.000 habitantes, la mayor parte mulatos, indios y mestizos pobres, habitantes de los barrios marginales, mientras los criollos descendientes de los españoles, dueños de las haciendas, ocupaban las casonas del cuadro central que rodeaban la catedral. La gallera hacía las veces del club social.

Nicaragua, tal como era, pudo parir un solista, pero en aquellas condiciones de pobreza cultural no podía dar una orquesta completa

Es lo que cuenta Ephraim Squier, quien llegó en 1850 como primer embajador de Estados Unidos, en su libro Nicaragua, sus gentes y paisajes; y dice que era rara la población donde hubiera escuela; los niños repetían en coro la lección que dictaba el maestro, armado de una vara para reprimir a los díscolos.

Para aquel año del nacimiento de Darío, había 92 escuelas de primaria para varones en todo el país, y 9 escuelas para niñas: «Yo diré que el estado actual de la instrucción pública humilla nuestro patriotismo», dice en 1871 en un informe el secretario de Instrucción Pública. Periódicos, fuera del diario oficial, de aparición esporádica, no circulaba ningún otro.

Ya podemos imaginar entonces las cifras del analfabetismo. ¿Y los libros? En el registro de aduanas de ese año de 1867 no aparece ninguna importación de papel, o de tinta de imprenta, y lo que se imprimía en las únicas tres tipografías del país eran volantes y folletos. Muy pocos se importaban del extranjero, según los mismos registros aduaneros.

Resulta raro que un poeta que tendría en el mundo una fama tan grande, naciera en un país tan pobre y atrasado. Tan raro fue, que, un águila real, rara ella misma también, anunció su nacimiento. Al menos, el novelista se conforma con la mitología.

Nicaragua, tal como era, pudo parir un solista, pero en aquellas condiciones de pobreza cultural no podía dar una orquesta completa. Nacía un poeta capaz de transformar la lengua desde el traspatio, mientras la oscuridad seguía sin disiparse en el país, asolado por las guerras civiles provocadas por las inquinas provincianas, y por las periódicas apariciones del cólera morbus, además de las invasiones militares provenientes de Estados Unidos.

La literatura nicaragüense es moderna gracias a Darío, y no se quedó congelada en la novedad del modernismo. Fue moderna con Salomón de la Selva, luego con el grupo de Vanguardia que encabezó José Coronel Urtecho, después con Ernesto Cardenal y Carlos Martínez Rivas, más tarde con Gioconda Belli, Ana Ilse Gómez y Daisy Zamora. Pero sus poetas siguieron siendo solistas sin orquesta.

Cuando decimos orquesta imaginemos a un concierto de músicos tocando cada uno su instrumento. Si una sociedad tiene una orquesta completa, entonces cada quien será ingeniero, arquitecto, constructor de edificios, de presas, biólogo, matemático, médico, químico, especialista en computadoras, inventor de programas digitales, traductor, artista, escritor, actor de teatro, director de cine.

A CADA UNO, UN INSTRUMENTO

¿Y cómo se consigue tener la orquesta completa, dejar atrás la penumbra del tercer mundo? De verdad es muy simple, pero nunca ha sido entendido a cabalidad en nuestros países regidos por el caudillismo más cerril: con la educación articulada de abajo hacia arriba, y viceversa. La educación que le da a cada cual su propio instrumento, y le enseña a tocarlo.

Es por eso que para tener una buena orquesta primero hay que preparar a los músicos. No hay buenas orquestas con músicos que tocan de oído, que desconocen los instrumentos que tienen en sus manos, o son incapaces de leer una partitura, donde están escritos los signos musicales. Y no se puede improvisar, no se puede ser chapucero. Antes de presentarse en público, una orquesta ensaya y ensaya. Cada quien ha estudiado la partitura que tiene abierta en el atril.

¿Cuántos Rubén Darío se han quedado de macheteros en el campo?, se preguntaba a mitad del siglo pasado el pensador nicaragüense Carlos Cuadra Pasos. Es una interrogación inquietante.

¿Cuántos ingenieros químicos se quedaron de carretoneros? ¿Cuántos que hubieran podido descubrir una vacuna en un laboratorio se quedaron cargando sacos? ¿Cuántas mujeres que pudieron ser cirujanas capaces de trasplantar un corazón, un hígado, se quedaron en la cocina, soportando los golpes y los abusos de un marido pendenciero?

El positivista liberal, fiel creyente en el progreso, hablaba por boca del poeta que quería ver el futuro escrito en el ala de los cisnes

Cuando Darío se despide de Nicaragua en 1908, después de su viaje triunfal a la tierra natal tras muchos años de ausencia, en el discurso que pronuncia en el Ateneo de León lo que recomienda a los jóvenes, más que hacerse poetas, es aprender las artes liberales, de provecho para el avance del país. Recomienda abrir escuelas técnicas donde se enseñen oficios útiles en beneficio del bien común.

Quienes habían llegado a escucharlo se quedaron decepcionados. El positivista liberal, fiel creyente en el progreso, hablaba por boca del poeta que quería ver el futuro escrito en el ala de los cisnes.

Darío creía en la necesidad de la orquesta completa. Cada quien cumpliendo distintas tareas útiles a todos, en la agricultura, la ganadería, la industria, las artes liberales, las humanidades y las ciencias.

En 1979, tras el triunfo de la revolución, se llevó adelante en Nicaragua la Campaña Nacional de Alfabetización. 50.000 jóvenes y adolescentes se trasladaron por medio año a la Nicaragua campesina, y a los barrios, para enseñar a leer y escribir al 70 por ciento de la población, bajo el lema «convertir la oscurana en claridad». No ha habido otro momento más hermoso en la historia del país. Los analfabetos aprendieron a leer las poesías de Rubén Darío, sus cuentos escritos en verso.

El analfabetismo se redujo al 17 por ciento. La orquesta empezaba a afinar. El siguiente escalón, que ya no se consiguió, era llevar a todo el mundo al nivel del cuarto grado de primaria, para que la alfabetización se hiciera irreversible. Y todo volvió de nuevo para atrás entre enfrentamientos armados y empecinamientos ideológicos que arruinaron al país.

El talento, que abunda entre los más humildes, no puede dar frutos en el analfabetismo, ni tampoco en un sistema educativo atrasado y deficiente

El talento, que abunda entre los más humildes, no puede dar frutos en el analfabetismo, ni tampoco en un sistema educativo atrasado y deficiente, dominado por la indolencia y la mediocridad, e ideologizado, convertido en un instrumento de propaganda política, como hoy día bajo una nueva dictadura.

Sin educación, no podemos dejar atrás la pobreza. ¿Cómo, si en un aula un solo maestro debe enseñar a alumnos de los seis grados de primaria? ¿Y si en las universidades la fidelidad a las consignas sustituye la calidad académica?

LA CALIDAD

Para abrir las oportunidades a todos, es necesario que la escuela funcione como un foco de irradiación de cambio, bajo dos premisas fundamentales: el pensamiento crítico, sin trabas ideológicas, y la aspiración de excelencia. La calidad.

La escuela debe crear ciudadanos sensibles, de imaginación abierta, que respiren una atmósfera cultural libre, y sean capaces de cuestionar los dogmas ideológicos y las verdades establecidas: «No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo», escribe Gianni Rodari.

La cultura debe entrar en las aguas de la democracia. Porque la cultura y la educación son las grandes generadoras de la democracia, que sin esos dos pilares básicos se hunde bajo la ignorancia, o el adoctrinamiento, que viene a ser lo mismo. Así lo reclama Salomón de la Selva:

La independencia fue para que hubiese pueblo
y no mugrosa plebe:
hombres, no borregos de desfile;
para que hubiese ciudadanos…

Tener una orquesta completa en un país que busca el desarrollo, es crear todas las oportunidades posibles en las disciplinas científicas, desde las matemáticas puras a la cibernética, de la biología marina a la medicina y a las cada vez más numerosas especialidades de la ingeniería. Tener juristas, no leguleyos. Mientras más instrumentos y más músicos que saben tocar, mayor resonancia, más armonía. Si no, los instrumentos callan, o tocan desafinados.

Hoy abundan en Centroamérica las universidades de zaguán, concebidas como negocios. Cualquier garaje es bueno para abrir una universidad, lo mismo que se abre una pulpería o un salón de belleza.

Y al lado de universidades que ofrecen títulos sin control de calidad, hay miles de jóvenes que no tienen acceso a la educación, y también otros miles que aprueban la escuela secundaria sin saber leer correctamente un texto. Y en Nicaragua hay quienes son promovidos por su fidelidad al partido. Promovidos sin saber resolver una ecuación. No podrán leer la partitura, ni podrán tocar ningún instrumento.

Hemos sido creados para imaginar. Siempre tendremos la necesidad de contar historias, y de que nos cuenten historias

Darío mandaba a los jóvenes instruirse en las más diversas especialidades útiles. Pero alguien pudo haberle preguntado entonces: ¿Aquel que quiere ser ingeniero, o médico, debe leer poesía, debe leer novelas? Sin duda, habría respondido que sí. Nadie puede vivir sin la imaginación. Hemos sido creados para imaginar. Siempre tendremos la necesidad de contar historias, y de que nos cuenten historias. De escuchar la música de un verso, asomarse a las percepciones ocultas que la poesía nos revela.

¿Qué necesitamos? Lectores que pueden aprender, instruirse, y también imaginar. Una biblioteca en el centro de estudios, digital o de papel, y entrar en familiaridad cotidiana con los libros. Sólo así la escuela producirá ciudadanos dueños de ideas diferentes, con menos posibilidades de ser embaucados por los discursos que buscan crear patrones únicos de pensamiento y de conducta. Poder disentir, opinar diferente, es una necesidad del ser humano. Y una necesidad para terminar con el caudillismo que, en América Latina, se asienta en la ignorancia que crea fidelidades ciegas y fanatismo político.

Y en esa diversidad es que podemos encontrar el espíritu de la libertad, sin el que la democracia no es sino un fantasma, porque no hay nada más libre que la imaginación. Y a la imaginación le temen las dictaduras.

Si leemos nuestras constituciones latinoamericanas tocamos con las manos la utopía nunca resuelta, forjada tras la independencia. Gobiernos para el bien común, independencia de poderes, respeto a los derechos individuales, libertad de expresión, igualdad ante la justicia. Podemos leer esas constituciones como novelas, fruto de la imaginación.

LA MODERNIDAD

Cuando después de la independencia intentamos la modernidad, no pudimos apropiarnos de los modelos que se nos proponían. Eran ropajes importados que quisimos cortar a nuestra medida, los mismos que vistieron Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Jefferson, Paine. Pero bajo los pliegues de esos ropajes asoma siempre la cola del caudillo que impone el autoritarismo sobre la democracia porque la cultura rural de nuestras sociedades no ha cambiado, y la educación, única capaz de derrotarlo, sigue siendo el más rotundo de nuestros fracasos.

En lugar de resolver nuestro acomodo en el siglo veintiuno, deberíamos terminar de resolver nuestras cuentas pendientes con el siglo diecinueve, el siglo en que nació Darío, que fue un siglo pleno de propuestas de modernidad.

La lista de nuestros productos de exportación sigue siendo la misma que en el siglo diecinueve, salvo uno que viene a ser ahora el primero: la mano de obra de los emigrantes. Ganado vacuno, minerales, madera. Café, cacao, azúcar. En la mesa de la civilización, seguimos sirviendo los postres. Y los emigrantes sirven la mesa.

Pese a todo, si algo nos redime es la cultura. Nos redimen los solistas.

Esas obras son universales, en la medida en que enseñan el valor trascendente de una cultura que habría de alcanzar a finales del siglo diecinueve la dimensión moderna que le da la poesía de Rubén Darío

El poeta José Coronel Urtecho señalaba que a cada época del devenir de Centroamérica correspondía una obra literaria capital: el Popol Vuh a la época precolombina; la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, a la época de la conquista; la Rusticatio Mexicana, del padre jesuita Rafael Landívar, a la época colonial; y la poesía de Rubén Darío, a la época independiente. Yo debo agregar la obra narrativa de Miguel Ángel Asturias en el siglo veinte.

Esas obras son universales, en la medida en que enseñan el valor trascendente de una cultura que habría de alcanzar a finales del siglo diecinueve la dimensión moderna que le da la poesía de Rubén Darío desde la publicación de Azul en 1888, toda una revolución en la lengua castellana, continuada en la prosa de vanguardia de Asturias, desde la aparición de Leyendas de Guatemala en 1930, donde «los maestros magos que van a las aldeas a enseñar la fabricación de los tejidos y el valor del Cero, componen el más delirante de los sueños», como escribió Paul Valéry. Nuestra modernidad real en el siglo diecinueve fue la del modernismo. Nos hizo no sólo contemporáneos, sino inventores de una cultura cosmopolita, un término caro a los modernistas. Y eran, en su mayoría, Darío a la cabeza, liberales positivistas, convencidos de que la modernidad literaria tenía su par en el progreso, en el aprovechamiento local de los nuevos medios de comunicación, los ferrocarriles, el telégrafo, el cable submarino; las instituciones civiles separadas de la iglesia, la educación laica.

Mientras tanto, seguimos siendo una potencia cultural con los pies descalzos. Una potencia de solistas que tocan en un escenario de atriles desiertos.


[Se puede descargar aquí en PDF el artículo de Sergio Ramírez «Rubén Darío: El solista  y la orquesta.]


Nacido en Masapete (Nicaragua) en 1942, Ramírez es un novelista de éxito, ensayista, periodista, abogado y exvicepresidente de Nicaragua, país ahora gobernado por un dictador que lo persigue. Ramírez ganó el Premio Cervantes en 2017.