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Ver productosHistorias verdaderas, «cuentos» ejemplares, nombres propios y otros anónimos le sirven al pensador neerlandés para armar su nueva y sentida defensa del humanismo europeo

17 de diciembre de 2025 - 8min.
Avance
«Es una actitud en la vida, un estado de ánimo que anhela la justicia y la libertad, conoce la cortesía del corazón y la duda que permite encontrar la verdad. No busca las discrepancias, sino el punto medio entre el mundo y el espíritu, la comunidad y el individuo, la democracia y la aristocracia, la razón y la fe». Así entiende el humanismo europeo Rob Riemen. En teoría, la definición está cortada a la medida de Thomas Mann, pero funciona tanto en plano general como en uno personal; el suyo.

El pensador neerlandés reflexiona en su nuevo libro, titulado La palabra que vence a la muerte, sobre un tema que siempre le ha obsesionado y al que dedica sus esfuerzos en su Nexus Instituut: el humanismo como soporte vital y moral de Europa. Publicado por Taurus, este ensayo con pinceladas de relato se ocupa de las dificultades que atraviesa y lo explica con la ayuda y el ejemplo de algunos humanistas memorables. Algunos los conocemos y llevan su propio nombre. De otros, anónimos, han quedado sus historias.
El libro finaliza con una noticia mala y una buena. La mala es la extensión del analfabetismo literario, que impide la concentración en una lectura de verdad y que las palabras traspasen. La buena es que incluso para lamentarse por lo anterior y más allá, en plena confrontación con la muerte o el suicidio de una sociedad, son necesarias las palabras y las seguimos usando: «¡Hay palabras más poderosas que la muerte!», se lee en este libro. Hay esperanza, por tanto. Las palabras son, siguen siendo, el vehículo privilegiado de la verdadera grandeza de espíritu, ya que, «de todas las criaturas de este universo, el ser humano es el único ser lingüístico, es decir, espiritual».
ArtÍculo
Por si el título del nuevo libro de Rob Riemen —La palabra que vence a la muerte (Taurus, 2025)— dejara alguna duda, el descriptivo subtítulo la acaba de despejar: «Cuentos de verdadera grandeza». En realidad, Riemen (Países Bajos, 1962) sigue reflexionando sobre el mismo tema que siempre le ha obsesionado, que ya abordó en Nobleza de espíritu (Taurus, 2017), y al que dedica todos sus esfuerzos en su Nexus Instituut: el humanismo, como soporte vital y moral de Europa.
Su reflexión no puede llegar en un momento más oportuno. El presidente Trump acaba de hacer público un documento en el que vaticina que Europa será «irreconocible en 20 años o menos», y augura «la posibilidad real de la desaparición de la civilización europea».
En el subtítulo del nuevo libro de Riemen, dos palabras ofrecen la clave de su contenido. Una, «cuentos». «Era el género más apropiado para lo que quería contar, porque es más fácil de articular, más amable en su lectura; no quería hacer un libro sesudo», explica el propio autor.
La otra palabra es «grandeza». Pero, ojo, aquí hay que aclarar que existen dos tipos de grandeza. La falsa grandeza, predominante hoy, basada en la cantidad en lugar de la calidad, y la verdadera grandeza, «expresión de valores espirituales: verdad, bondad y belleza». Así lo aclara Riemen: «La grandeza de la pintura de Velázquez es muy distinta a la ‘grandeza’ de Trump […]. Estamos obsesionados con una grandeza falsa porque no tiene sustancia ni calidad, solo es cantidad, apunta a un tipo de poder que es efímero, que no permanecerá, a diferencia de la música de Bach, por ejemplo».
De la mano de Simone Weil, el pensador neerlandés enumera cuatro obstáculos que separan a la humanidad de una civilización que merezca ese nombre: nuestra idea falsa de «grandeza», la degradación de nuestro sentido de la justicia, nuestra idolatría del dinero y la ausencia de inspiración religiosa. De todos ellos, el peor de todos, nos advierte, es nuestra noción de grandeza, «exactamente la que inspiró a Hitler toda su vida».
Buena parte de La palabra que vence a la muerte está dedicada al autor que más obsesiona a Riemen: Thomas Mann. Estamos en el año 1955, en la habitación 111 del hospital de Zúrich, en la que Mann acabaría encontrando la muerte. El autor de La montaña mágica agoniza mientras reflexiona sobre su vida, acompañado por su mujer, la abnegada Katia, y el doctor que inútilmente intenta retrasar el fatídico momento.
Riemen aprovecha para reproducir el apasionante proceso de escritura de la obra maestra del autor alemán. Revela cómo fue decisiva, en el resultado final de la novela, su evolución de antidemócrata, nacionalista y conservador, hasta convertirse en uno de los representantes más importantes del humanismo europeo.
La clave de la epifanía que transformó a Mann está, según Riemen, en la compresión del verso de Goethe: «Estar en la vida con dignidad y ser más fuerte que la muerte». A partir de ahí, el héroe de la novela ya no será Hans Castorp, sino «el homo dei, el ser humano con sus preguntas religiosas sobre sí mismo; sobre su “de dónde y adónde”; su esencia y destino, el secreto de su existencia, los eternos acertijos que la humanidad tiene que resolver».
Pocas veces se ha definido con tanta precisión el humanismo europeo de Mann como lo hace Riemen en su ensayo. «Es una actitud en la vida, un estado de ánimo que anhela la justicia y la libertad, conoce la cortesía del corazón y la duda que permite encontrar la verdad. No busca las discrepancias, sino el punto medio entre el mundo y el espíritu, la comunidad y el individuo, la democracia y la aristocracia, la razón y la fe. Este humanismo conoce la tragedia y la muerte, pero también la necesidad de capacitarse toda la vida en el aprendizaje de valores que son más fuertes que la muerte, que sobreviven, que son eternos. No ignora las preguntas fundamentales y sabe que la cultura y la política no deben ser separadas, porque la estética, la moral y la política pertenecen todas ellas al reino de la humanidad, y juntas forman la totalidad de lo que es ser humano».
El entusiasmo europeísta de Riemen es menos contundente en esta ocasión. Parece traslucir cierto desánimo al reconocer cómo emergen hoy los peligros que ya vaticinó Mann sobre las amenazas que sufre la sociedad democrática, «secuestrada por la agresiva intolerancia doctrinaria de todo tipo de activistas, con su ‘politización del espíritu’, que obliga a la cultura y a la formación espiritual a ceder su lugar a la doctrina y a la ideología». Y concluye: «Solo pervivirá una sociedad que interiorice lo que Goethe definió como una civilización: ‘Un ejercicio permanente de respeto. Respeto por lo divino, la tierra, por nuestro prójimo y también por nuestra propia dignidad’».
Además de la de Thomas Mann, Riemen nos ofrece otras historias de notables humanistas europeos. Uno de ellos es Antoine de Saint-Exupéry y su proceso de escritura de El Principito, donde condensa sus ideas sobre el humanismo, o Piloto de arras, que sirvió para convencer al pueblo americano de que valía la pena luchar por defender la dignidad humana, cuya supervivencia se estaba jugando entonces en Europa.
Otros son menos conocidos, como Janusz Korczak, quien había quedado al cargo de casi 200 niños judíos en un orfanato del gueto de Varsovia. El eminente pedagogo polaco, con ideas revolucionarias para su época sobre educación, podría haberse negado, pero se puso al frente de la expedición de sus alumnos ordenada por las SS. La expedición solo duró un día. Acabó en Treblinka esa misma tarde con la muerte de todos los niños y del profesor. Korczak pasó a la historia como un héroe y no, como le hubiera gustado, por sus aportaciones pedagógicas basadas en el lema: «El niño razona y entiende del mismo modo que un adulto; tan solo carece de su bagaje de experiencias».
El texto titulado Leer y el arte de vivir, también combinación de ensayo y relato, cierra el libro. Una de las historias más estremecedoras que cuenta es la de un rebelde chino condenado a muerte tras la guerra de los bóxers (1900). Un oficial alemán observa una larga fila de detenidos que van a ser ejecutados por las fuerzas de las potencias imperiales. Le llama la atención que, al final de la línea, se encuentra un rebelde muy concentrado en la lectura de un libro. El oficial le pregunta: «¿Qué está leyendo?». Molesto, el hombre levanta la cabeza y le dice: «¿Por qué me interrumpe?», a lo que el oficial contesta extrañado: «¿Cómo puede estar leyendo un libro justo ahora?». Y el condenado a muerte le replica: «Sé que cada renglón leído es un enriquecimiento». Riemen pone fin a la anécdota concluyendo que «la vida es un arte y el arte de la vida no se puede practicar sin el arte de leer».
A propósito de la lectura, como se ha dicho, Riemen se muestra pesimista sobre el mundo actual. «Sé que el analfabetismo literario es un fenómeno omnipresente en el próspero Occidente —escribe—. Ya abundan las investigaciones científicas que están señalando que pueden surgir generaciones —la generación de internet— que estarán tan acostumbradas a los estímulos sensoriales de la tecnología de los medios y la comunicación que perderán la capacidad neurológica de concentrarse de verdad y, por ende, la capacidad de lectura auténtica, es decir, lectura lenta y focalizada».
Pero el pensador neerlandés insiste en el poder de la palabra. Así, recurre a otro relato para constatarlo. «Un poeta anónimo dejó a su muerto unos apuntes, que el azar puso en manos de Elias Canetti. Se trata de dos frases y una fecha: el 23 de agosto de 1939. Exactamente una semana antes de que estalle la Segunda Guerra Mundial, el poeta anónimo anota: «Todo se acabó. Si fuera un poeta de verdad habría sido capaz de detener esta guerra».
Ejemplos como este llevan a Riemen a concluir que el poeta, al ser confrontado con la muerte —«el suicidio de una sociedad», en este caso— , cobra consciencia de que «¡hay palabras más poderosas que la muerte!». Las palabras son el vehículo de la verdadera grandeza, de la nobleza de espíritu, ya que, «de todas las criaturas de este universo, el ser humano es el único ser lingüístico, es decir, espiritual».
Esta entrada se ha ilustrado con una foto perteneciente al repositorio de Pixabay. Su autor es geralt y se puede consultar aquí.