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Si es correcta la tesis de Stanley Payne, la II República puede ser entendida como un proceso revolucionario excepcional en un contexto europeo que había dejado atrás una guerra mundial y también las consecuencias transformadoras derivadas de ella. Pero fue también excepcional el conflicto bélico, ya que la guerra de España contó con una movilización extraordinariamente elevada. Además, a juicio del gran hispanista, las causas del cambio político son exclusivamente endógenas y siguieron principalmente la pauta cómoda de algunos conatos políticos; es decir, que los acontecimientos se sucedieron sin casi esfuerzo por parte de los revolucionarios. Cierto es que el mensaje se radicalizaría muy pronto, pero al menos en un principio nada vino a romper una línea de estabilidad política que, con sus más y sus menos, estaba llamada a desarrollarse paulatinamente y a adquirir mayor hondura democrática. La lucha civil frustró estas expectativas.

Para Payne, uno de los factores clave que precipitó las cosas fue lo que llama «la revolución psicológica», es decir, un aumento de las esperanzas sociales sobre un futuro modernizador más bien idealista que vino, paradójicamente, a quebrar un proceso de modernización que ya había comenzado en España; nos recuerda el historiador inglés algo que en el debate maniqueo sobre la II República —maniqueísmo del que tampoco es fácil escapar— tiende fácilmente a pasarse por alto: la expansión social y económica y la mejora de la situación que durante los años veinte había experimentado el país.

¿Existía la intención de mantener la democracia liberal en España? De los tres sectores que lideraron la implantación del modelo republicano, sólo los centristas radicales (el Partido Radical Socialista) se comprometió a mantener las líneas del parlamentarismo liberal; ni la izquierda republicana ni los socialistas fueron, siempre según Payne, leales a los procesos democráticos. El proyecto republicano se diseñó como un programa de reforma ideológica que sus paladines no tuvieron reparos en calificar de revolución.

En concreto, el análisis de Payne se refiere a la Guerra Civil y a sus sucesivas etapas, desde el virulento enfrentamiento, pasando por las divisiones en el bando republicano, la persecución religiosa y la contrarrevolución. Tanto la infravaloración de los peligros de la guerra como el abandono de la democracia en unos radicales que no supieron aceptar el libre juego electoral, así como los problemas con el anarquismo y las identidades regionales, fueron algunas de las causas que explican la derrota de los republicanos. Negrín supo ver el motivo del fracaso no en la incapacidadmilitar de los contendientes, sino en una falta de unidad y en los errores políticos de quienes tenían que haber sabido mantener el ánimo. La superioridad militar de Franco está fuera de toda duda, pero también fue desastroso para el bando republicano el desprecio de los revolucionarios al ejército regular. Con esta actitud y con la decisión de armar a los movimientos revolucionarios sembraron la confusión y el camino de su propia catástrofe.

Es también interesante cambiar el discurso que acentúa el enfrentamiento ideológico por el que concibe la lucha civil como una guerra entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, ya que de esa forma se subraya la perspectiva con la que la propia Unión Soviética percibió el conflicto: guerra nacional-revolucionaria. Todos estos aspectos habría que tenerlos en cuenta para un estudio más imparcial del periodo que ahora se conmemora.

Profesor de Filosofía del Derecho (Universidad Complutense de Madrid).