Por qué trabajar en las tecnológicas ya no es lo que era

Adiós al aura «buenrollista» de las empresas tecnológicas. El recreo parece haber terminado y los responsables lo recuerdan con eres y despidos

Foto: Pexels/ Proxyclick Visitor Management System
Nueva Revista

 

Avance

La mesa de pimpón que las oficinas de Google —y otras empresas similares— convirtieron en icono como símbolo de una forma de trabajar flexible, moderna y adaptada que, si bien era trabajo, integraba elementos propio de los espacios de ocio ha acabado en el trastero. El recreo ha terminado y los responsables de las tecnológicas se lo recuerdan a sus plantillas con ERES y despidos masivos. Sus trabajadores ya no son intocables o privilegiados, sino tan miserables… como los demás.

Esa es la tesis (y el título) del artículo que vertebra este texto. Lo firma Katherine Bindley en The Wall Street Journal y lleva también un subtítulo elocuente: «Google, Meta y Amazon aumentan las exigencias y reducen las ventajas. El trabajo en Silicon Valley ya no es lo que era». El texto da cuenta de cómo se ha esfumado el aura buenrollista que tenían esas sedes, esos empleos, y que se extendía a su plantilla. 

ANÁLISIS

el próximo 22 de mayo es la fecha elegida para comenzar a hacer efectiva la extinción de los contratos de más de dos mil trabajadores de Meta que prestaban servicios en Barcelona a través de la compañía Telus, subcontratada para filtrar los contenidos de las redes sociales Facebook e Instagram. El acuerdo de expediente de regulación de empleo se firmó a principios de este mes, tendrá un coste aproximado de 22 millones de euros y afectará al grueso de la plantilla. 2059 trabajadores de muchas nacionalidades diferentes, de los que Telus tenía en la Torre Glòries, según se lee en El País, se irán a la calle. Es un tema apasionante el de las consecuencias que la ausencia de moderación y filtros supondrá en el devenir de la conversación publica, pero hemos venido a hablar de otra cosa: trabajo.

Se acabó el recreo

Durante muchos años los entornos laborales de las empresas tecnológicas se afanaban primero y luego se jactaban de no parecer trabajo, sino recreo. La mesa de pimpón llegó a erigirse en icono de las oficinas de Google, hasta el punto de que la noticia se convirtió en lo contrario: que no la tuvieran. Toboganes, aparatos de gimnasio, así como la posibilidad de disponer de chucherías, snacks, fruta y bebidas a discreción tenían por objetivo dar la impresión de que allí se trabajaba de otra manera.

Desde hace unos años, todo aquello terminó. Tanto en la forma como en el fondo, las grandes empresas tecnológicas empezaron cerrar el grifo de las prestaciones y de las excentricidades para empezar a ser  —de tanto parecerse— como las demás: empresas donde se mira con lupa el retorno de cada euro (o dólar) invertido, donde se recortan gastos, se despide, se controla y se quiere saber dónde están los trabajadores y por qué hacen lo que hacen. En este sentido las plantillas de las tecnológicas han dejado de ser intocables o privilegiadas y sus trabajadores son tan desdichados, tan miserables, como los demás. Y les pasan las mismas cosas.

Esta es la tesis (y el título) del artículo que publicó a finales de abril Katherine Bindley en The Wall Street Journal. El subtítulo: «Google, Meta y Amazon aumentan las exigencias y reducen las ventajas. El trabajo en Silicon Valley ya no es lo que era». El texto da cuenta de cómo se ha esfumado el aura buenrollista que tenían esas sedes, esos empleos  y que se extendía a su plantilla. Hoy «un puesto en tecnología parece un trabajo normal y corriente, y no solo porque ya no haya cecina de vacuno alimentado con pasto en las cocinas. En su lugar, los trabajadores se enfrentan al miedo constante a los despidos, a horarios más largos y a una lista cada vez mayor de responsabilidades por el mismo salario».  

Algunos datos y ejemplos extraídos del artículo se añaden al que iniciaba este texto:

  • Meta ha recortado el 5 por ciento de su plantilla mediante despidos basados en el rendimiento y ha impuesto nuevas restricciones a los viajes de los empleados.
  • Amazon.com vigila los ordenadores de sus empleados mientras trabajan.
  • Google no sustituye a los empleados que abandonan algunos equipos de trabajo
  • El teletrabajo se bate en retirada. Varias de estas empresas, pioneras en la implantación del trabajo online, están dando marcha atrás: Amazon exige a la mayoría de sus empleados que acudan a sus oficinas cinco días a la semana.  Google también comunicó recientemente a algunos de sus trabajadores en remoto que había que volver a una oficina tres días a la semana.
  • Netflix parece que también recula en su política de baja por paternidad y maternidad, que había sido aplaudida por ser una de las más generosas.

Apretar los dientes

El artículo de Bindley sostiene que durante mucho tiempo «la demanda de trabajadores superó a la oferta, una dinámica que alcanzó su punto álgido durante la pandemia». Algunas empresas como Meta y Salesforce admitieron ciertos excesos a la hora de contratar, a los que se añadía la fortaleza financiera de las empresas, sostenida por una holgura de resultados, que parecía no tener límite. 

Pero lo tuvo. «Los ingresos de los gigantes tecnológicos siguen siendo elevados, pero están invirtiendo recursos en costosas infraestructuras de IA, lo que ejerce presión sobre el flujo de caja», en palabras de Bindley. Trabajadores poco entrenados en apretar los dientes tuvieron que aprender las técnicas para hacerlo porque los jefes no se andaban con rodeos. La autora cita el comentario del Consejero Delegado de Meta, Mark Zuckerberg, al podcaster Joe Rogan, reivindicando la vuelta de la «energía masculina» a la cultura corporativa. El cofundador de Google, Sergey Brin, dijo a un grupo de empleados que 60 horas a la semana era el punto óptimo de productividad, en declaraciones recogidas anteriormente por el The New York Times.

Los despidos han dejado de ser excepcionales en las empresas de tecnología, algunos son masivos y se dan independientemente de la cuenta de resultados: «En algunos casos, las empresas registran ingresos récord mientras recortan su plantilla», afirma la autora, que ofrece una buena pista: según Layoffs.fyi, un sitio web que realiza un seguimiento de los recortes de empleo y publica listas de trabajadores despedidos, más de 50.000 trabajadores del sector tecnológico de más de 100 empresas han sido despedidos en 2025.

El analista de recursos humanos Josh Bersin, habla de lo que podía llamarse una trumpización del modelo laboral: «la administración Trump y las tácticas de Elon Musk para reducir costos se han sumado a la mentalidad de que las empresas pueden hacer más con menos», se lee en el texto. Y se han lanzado con ahínco.

La IA: trabajadores a dos velocidades

Pero el impacto de la IA en los entornos laborales no ha sido solo indirecto, obligando a hacer inversiones en este campo, sino que ha afectado muy directamente a los trabajadores, partiéndolos en dos.

A finales de 2023, un artículo en The Economist, recogido por Nueva Revista, se mostraba muy optimista, hablando de una edad de oro para los trabajadores. Hacía una salvedad al tratar de la IA: algunos trabajadores obtendrían más ventajas que otros, algunos podrían verse relegados o sustituidos y contemplar así la bajada de sus ingresos, aunque para ellos el artículo ofrecía la panacea de un futuro aumento de demanda.

Dos años después Katherine Bindley en The Wall Street Jornal explica cómo esto afecta en realidad a las plantillas en el caso concreto de las tecnológicas. «Actualmente hay una división en la industria. Los que trabajan en IA —y especialmente los que tienen un doctorado— están viendo cómo se dispara su remuneración. Pero los que no tienen experiencia en IA se dan cuenta de que es mejor que se queden como están, porque las empresas ya no pagan lo que pagaban hace unos años».

Algunas heridas

No se trata de reducir, como se ha hecho, el «presupuesto de diversión» para distintas actividades más y menos llamativas en la empresa, algo por lo que eran conocidas, sino quizá algo más profundo que tiene que ver con la confianza. En este sentido puede resultar revelador lo que desvela la periodista: hace unos meses Mark Zuckerberg dijo a los empleados que participar en las sesiones de preguntas y respuestas a la empresa ya no era hacer un buen uso de su tiempo… 

A esa quiebra de la norma (o costumbres) que hasta hace poco regían los entornos de trabajo en Estados Unidos hay que sumar la eliminación de los objetivos de contratación de personas de grupos infrarrepresentados (políticas DEI) de las que este tipo de empresas hicieron gala en su día. Para recabar el estado de la cuestión, la autora habla con Nicholas Whitaker, despedido en 2023 de un puesto en operaciones de personal en Google tras una década. Whitaker asesora ahora a trabajadores de grandes empresas tecnológicas y habla de «daño moral» para referirse al estado de ánimo de los mismos.


Esta entrada ha sido elaborada a partir del artículo de Katherine Bindley en The Wall Street Journal publicado el 25 de abril, y el apoyo de las fuentes que se indican en el propio texto, por Pilar Gómez Rodríguez. La imagen que lo ilustra es del repositorio de Pexel con autoría de Proxyclick Visitor Management System. El archivo se puede consultar aquí.