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Las consideraciones que publicamos a continuación aparecieron en el número de enero de 1861 de Vremia, la revista editada en San Petersburgo por Mijaíl Dostoievski. Hacía poco que algún relato de Edgar A. Poe apareciera vertido por primera vez al ruso (probablemente a partir de alguna edición francesa), y ahora, con objeto de completar la presentación del escritor norteamericano en la sociedad rusa, el autor de El doble propuso a su hermano incluir en esa revista la traducción de tres nuevos relatos —The Black Cat, The Tell-Tale Heart y The Devil in the Belfry—, que él mismo, Fiódor Mijáilovich, presentaría.

Por una, en apareciencia, extraña deriva, Dostoievski empezó hablando en su introducción de los «hechos extraordinarios» de Poe, y acabó refiriéndose a los relatos «fantásticos» de Hoffmann; empezó analizando el pragmatismo del primero y concluyó apuntándose al idealismo del segundo. Una relectura atenta de la citada novela, El doble, podría devolvernos más comprensibles estas asociaciones —y disociaciones— dostoyevskianas. Seguramente, la primera traducción al castellano de la «Introducción a la publicación de tres cuentos de Edgar A. Poe», que ahora hacemos, dará luces para comprender provincias de la literatura —la fantástica y la humorística, por ejemplo— por las que el Dostoievski se sentía muy atraído, en las que se ensayó en más de una ocasión y en las que cosechó sus más rotundos fracasos.

Algunos de los relatos «hiperrealistas» de Poe, citados en esta, introducción —The Unparalleled Adverture of One Hans Pfaa.ll, The BalloonHoax, The Murders in the Rué Morgue, The Purloined Letter, etc. —, pueden encontrarse en castellano en la red, en http://lectura.ilce.edu.mx/3000/sites/clasicos/libros/estadounidense/trece/h

Jaime Bonet tuvo la gentiliza de poner en nuestro conocimiento esta posibilidad, gracias a la cual los lectores de Nueva Revista podrán comprobar qué hay de cierto en las tesis de Dostoyevski sobre el modo de concibir la literatura —la realidad— de Edgar A. Poe.

Por lo que se refiere a E.T. A. Hoffmann, sin embargo, nos ha parecido más oportuno incluir aquí un relato que, según nuestras pesquisas, permanece por milagro inédito en castellano. Son tantas, sin embargo, las colecciones de cuentos de Hoffmann publicadas en nuestra lengua que un examen exhaustivo de las mismas, además de improcedente para nuestro propósito, resulta impracticable. Así que podemos equivocarnos de plano, lo admitimos. Nos legitima, en todo caso, la verdad del aforismo que cita Poe en El camelo del globo: Omne ignotum pro magnifico.

Introducción a tres cuentos de Edgar A. Poe

Dos o tres relatos de Edgar A. Poe ya fueron traducidos al ruso en nuestras revistas. Ahora hacemos llegar a nuestros lectores otros tres. He aquí un escritor extraordinariamente raro — esto es, raro, aunque con gran talento. Sus obras no deben considerarse exactamente como fantásticas; ya que si él resulta fantástico, ello es, por así decirlo, de un modo externo. Poe, por ejemplo, admite que la momia egipcia, yaciendo cinco mil años en el interior de una pirámide, reviva gracias a la galvanización. Admite que alguien que ha fallecido hable del estado de su alma, también gracias a la galvanización, y casos por el estilo. Pero esto todavía no es un género puramente fantástico. Edgar A. Poe sólo permite la posibilidad externa de un acontecimiento irreal (justificando por lo demás su probabilidad, a veces de un modo extraordinariamente astuto) y una vez admitido este acontecimiento se mantiene absolutamente fiel a la realidad en todo lo demás.

En Hoffmann, por el contrario, lo fantástico tiene otra naturaleza. Este último personifica las fuerzas de la naturaleza en imágenes: introduce en sus relatos hadas, espíritus e incluso, a veces, busca su ideal fuera de lo terrestre, situándolo en algún mundo singular y tomándolo por algo más elevado, como si él mismo creyera en la existencia inmediata de aquel secreto y mágico mundo… A Edgar A. Poe se le debería calificar de escritor más caprichoso que fantástico. ¡Y qué caprichos tan extraños! Cuánto atrevimiento hay en ellos. Casi siempre escoge una realidad extraordinaria para introducir a su héroe en una situación externa o psicológica excepcional y ¡con qué fuerza de penetración y sorprendente fidelidad relata el estado espiritual de ese hombre!

Al margen de esto, en Edgar A. Poe hay un rasgo concreto que le distingue definitivamente del resto de los escritores y que constituye su gran particularidad, a saber: la fuerza de la imaginación. Y no es que supere en imaginación a otros escritores, sino que en sus facultades imaginativas existe una particularidad que nadie más posee, y que es la fuerza de los detalles. Intenten, por ejemplo, imaginarse algo poco corriente que no suela ocurrir en la vida real y que sólo pueda ser probable; la imagen que se le representará se fijará siempre, en mayor o menor medida, en los rasgos generales del cuadro entero, o bien en alguna particularidad o singularidad suya. Empero en los relatos de Poe, uno de alguna manera puede ver con tanta claridad los detalles de la imagen o acontecimiento representado que finalmente parece que termina por convencerse de su probabilidad, de su realidad, cuando sin embargo, tal acontecimiento o resulta absolutamente imposible, o jamás ocurrió. En uno de sus relatos, por ejemplo, hay una descripción de un viaje a la luna — una descripción detalladísima, seguida por él paso a paso, y que casi termina por convencer a uno de que aquello pudo realmente haber ocurrido. Del mismo modo describió Poe en un periódico americano el vuelo de un globo que desde Europa llegaba a América sobrevolando el océano. Aquella descripción fue tan detallada, exacta y cargada de hechos tan inesperados, casuales y con tanta apariencia de realidad, que todo el mundo creyó que aquel viaje fue verídico, pero ni que decir tiene que lo creyó sólo durante un par de horas; los informes demostraron que no hubo tal viaje y que el relato de Edgar A. Poe fue eso, un bulo periodístico. Esa misma fuerza imaginativa o, mejor dicho, la propia facultad de concebir algo, se manifiesta en el relato de la carta desaparecida, en el del asesinato perpetrado por un orangután en París, en el del relato del tesoro hallado y otros. A Poe se le compara con Hoffmann, Y ya hemos dicho que es un error. Además, Hoffmann es infinitamente más poeta que Poe. Hoffmann tiene un ideal, aunque a veces realmente no esté bien definido; pero en ese ideal hay pureza, hay una belleza real, verdadera e inherente al ser humano. Esto es lo que más sobresale en sus relatos fantásticos, como por ejemplo en Maese Martín el tonelero, o en la deliciosa y encantadora novela Salvador Rosa. ¡Y no digamos ya en su mejor obra, El gato Murr! ¡Qué humor más verdadero y maduro, qué fuerza de realidad, qué maldad, qué tipos y retratos junto a tanta sed de belleza y tanto ideal claro! Y si Poe tiene algo de fantástico, ello es, si se me permite la expresión, algo material. Es evidente que se trata completamente de un americano, incluso tratándose de sus obras más fantásticas. Para presentar a los lectores a este caprichoso talento, les ofrecemos entretanto estos tres pequeños relatos.

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Traducción del ruso de Isabel Martínez Ferández

HAIMATOCHAR E

Prefacio

Las cartas que siguen a continuación, y que informan del aciago destino de dos investigadores de la naturaleza, me fueron confiadas por mi amigo Adalbert von Ghamisso, cuando él acababa de regresar del singular viaje en el que había dado una vuelta y media al globo terráqueo. Estas cartas parecen ciertamente dignas de ser conocidas por la opinión pública.

Se constata con gran tristeza, e incluso con horror, qué frecuentemente puede, un acontecimiento inofensivo, destrozar los más estrechos lazos de la más ferviente amistad y propiciar la peor de las fatalidades, precisamente allí donde uno se sentía legitimado para esperar lo mejor y lo más provechoso.
E. T. A. Hoffmann

1. A Su Excelencia el Capitán General y Gobernador
de Nueva Gales del Sur

Port Jackson, 21 de junio de 18…

Su Excelencia ha tenido a bien ordenar que mi amigo el Sr. Brougthon acompañe, en su condición de investigador natural, a la expedición que se dispone a salir para O-Wahu. Hace ya tiempo que albergo, como mi más ferviente deseo, la posibilidad de visitar una vez más O-Wahu, pues la brevedad de mi última estancia me impidió progresar en algunas observaciones de capital importancia en el terreno de la historia natural que me permitiera obtener resultados concretos. Ahora cobra mi deseo dobles y renovados bríos, pues hace ya mucho tiempo que nosotros, El Sr. Brougthon y yo, a través de la ciencia y del mismo afán investigador que nos une, estamos acostumbrados a realizar nuestras observaciones en común y a ayudarnos compartiendo al instante nuestros logros. De ahí, Excelencia, que le solicite tenga a bien autorizarme a acompañar a mi amigo Brougthon en esta expedición a O-Wahu.

Con profundo respeto, etc.

J. Menzies.

P.D. A los ruegos y deseos de mi amigo Menzies se suman los míos, a fin de que Su Excelencia quiera tener a bien permitirle acompañarme a O-Wahu. Sólo a su lado, y sólo si él comparte mis esfuerzos con el amor que acostumbra, podré lograr cuanto de mí se espera.

A. Brougthon.

2. Respuesta del Gobernador

Señores, advierto con gran placer cuan profundamente les ha hermanado la ciencia. De un modo tal, que sólo pueden esperarse los logros más fructíferos y excelentes a partir de su hermosa alianza y esfuerzo conjunto. Por esa razón, y dejando de lado el hecho de que la tripulación del Discovery está completa y quede poco espacio libre en la embarcación, consiento en dar mi autorización para que el Sr. Menzies acompañe a la expedición de O-Wahu, y transmito por ello en este mismo momento las órdenes oportunas al Capitán Bligh.

(Fdo.) El Gobernador

3, De J. Menzies a E. Johnstone en Londres

A bordo del Discovery, 2 de julio de 18..

Tienes razón, querido amigo. Cuando te escribí por última vez me encontraba realmente afligido a causa de mil manías. La vida en Port Jackson me aburría de modo atroz, y no paraba de pensar, con dolorosa añoranza, en mi magnífico paraíso, la encantadora O-Wahu que recientemente había dejado. Mi amigo Brougthon, un hombre instruido y a la vez bondadoso, era el único que podía animarme y mantenerme bien dispuesto para las tareas de la ciencia, pero, al igual que yo, también él se consumía por el poco sustento que podía recibir nuestro impulso investigador mientras continuásemos en Port Jackson. No me equivoco al decirte, como ya te escribí entonces, que se le había prometido al rey de O-Wahu, de nombre Teimotu, un hermoso barco que había de construirse y aparejarse en Port Jackson. Así se hizo. El Capitán Bligh recibió la orden de conducir el barco hasta O-Wahu y, una vez allí, permanecer un tiempo para estrechar aún más los lazos de amistad con Teimotu. ¡De qué modo latía mi corazón de.alegría, pues yo daba por hecho que iba a ser yo el que, con toda seguridad, emprendería viaje! Pero la sentencia del Gobernador en la que se designaba a Brougthon para embarcarse, me alcanzó como un rayo. El Discovery con destino a la expedición de O-Wahu es un barco de mediano tamaño, que no está preparado para acoger más personas a bordo que las de la tripulación necesaria. Así que aún menos esperaba ver triunfar mi deseo de poder acompañar a Brougthon. Pero este noble hombre, que me guarda un ferviente afecto de alma y corazón, apoyó mi deseo con tal vehemencia que el Gobernador le dio la autorización. Por el encabezamiento de la carta puedes ver que tanto Brougthon como yo hemos emprendido el viaje.

¡Oh, qué gran vida la que me espera! Ya se me llena el pecho de esperanza y deseos ardientes con sólo pensar que a diario, ¿qué digo?, cada hora, se me ofrecerá la naturaleza con toda su rica cámara de tesoros, para que yo me apropie de sus joyas nunca exploradas y pueda llamarlas «mías». ¡Lo nunca visto!

Pero te imagino sonreír irónico por mi entusiasmo. Parece que te oigo hablar: «Pues bien. Traerá en su maleta una rareza totalmente nueva cuando regrese. Pero yo le preguntaré acerca de tendencias, usos y costumbres, acerca de la forma de vida de aquellos lejanos pueblos que ha visto. Querré saber detalles únicos que no aparecen en las descripciones de viajes, saberlos tal y como se cuentan de boca en boca. Él, en cambio, me mostrará un par de capas y un par de formaciones de coral y no dirá mucho más. ¡Más allá de sus ácaros, sus escarabajos y sus mariposas, olvida a los seres humanos!».

Lo sé. Encuentras extravagante que mi impulso investigador se encamine precisamente al reino de los insectos, y de hecho nada puedo responderte, excepto que el poder eterno ha tejido en mi interior precisamente esta tendencia, y de un modo tal, que todo mi yo sólo es capaz de configurarse merced a ella. Pero no me puedes echar en cara que ese impulso, que a ti te parece extravagante, me lleve a olvidar o a desatender a los seres humanos, o más en concreto a mis parientes, a mis amigos. Nunca llevaré las cosas hasta el punto de igualar a aquel viejo teniente coronel holandés. Te voy a contar al detalle esta curiosa historia, que ahora me ha venido a la mente, para desarmar tus argumentos cuando, después de escucharla, compares a este anciano conmigo. El viejo teniente coronel (al que conocí en Kónigsberg) era, en lo que hace referencia a los insectos, el investigador natural más aplicado e infatigable que nunca pueda haber existido. El resto del mundo, todo lo que no fuesen insectos, estaba para él muerto. Y la poca noticia que se tenía de él en la sociedad humana, era acerca de su inaguantable y ridícula avaricia y también era conocido que albergaba una idea fija: que algún día querrían envenenarle por medio de un pan blanco, de esos que en Alemania llaman Semmel (panecillo), créetelo. El mismo se horneaba cada mañana uno de esos panes, lo cogía entre sus manos, lo llevaba a la mesa, y nunca se permitía probar otra clase de pan que no fuese el suyo. Como muestra de su extrema avaricia, debe bastarte conocer el hecho de que, siendo, a pesar de su edad un hombre vigoroso, caminaba por las calles con paso corto y los brazos bien separados del cuerpo para que no se le desgastase el uniforme y se le mantuviera en buen estado. ¡Pero vamos al grano! Al anciano no le quedaba otro pariente sobre la faz de la tierra que un hermano más joven que vivía en Amsterdam. No se habían visto en treinta años. El de Ámsterdam, movido por el deseo de volver a Ver a su hermano, emprendió camino hacia Kónigsberg. Entra en la habitación del anciano, que está sentado a la mesa y, con la cabeza inclinada, contempla a través de una lupa un pequeño punto negro en una hoja de papel blanco. El hermano suelta un gran grito de alegría, quiere estrechar al viejo entre sus brazos, pero éste, sin apartar la vista de aquel punto, se limita a hacerle una seña con la mano y le hace callar con un repetido «Schh, schh, schh». Silencio. «¡Hermano!» —le grita el de Ámsterdam—; «¡Hermano, qué pretendes! ¡Georgestá aquí, tu hermano está aquí, llegado desde Ámsterdam para reencontrarse con el hermano al que no ha visto en treinta años, para volver a verte en este mundo!». Pero el viejo, inmutable, susurra: «¡Schh, schh, schh… el animalito se muere!». Sólo ahora repara el de Ámsterdam en que el punto negro es un pequeño gusano que se curva y retuerce en sus convulsiones de muerte. El de Ámsterdam muestra respeto por la pasión de su hermano y se sienta en silencio a su lado. Pero tras toda una hora en que el anciano no le ha dirigido una sola mirada para interesarse por él, se levanta de pronto, lleno de impaciencia, abandona la estancia soltando un grosero taco en holandés y emprende su regreso a Ámsterdam, ¡sin que el anciano haga el menor caso a ninguno de sus movimientos!… Pregúntate a ti mismo, Eduard, si yo, en el caso de que tú entrases por sorpresa en mi camarote y me encontrases sumido en la contemplación de algún tipo de maravilloso insecto ¡…! Pregúntate si yo, en tal caso, continuaría con mi inmutable contemplación del insecto o si no te estrecharía más bien entre mis brazos.

Piensa también, querido amigo, que el reino de los insectos es, precisamente, el más maravilloso y lleno de misterios que haya en la naturaleza. Así como mi amigo Brougthon se ocupa de la totalidad del mundo vegetal y animal, me he establecido yo en la patria de lo curioso, de los seres a menudo aún por explorar y que están en el cruce, en la conexión de ambos reinos. ¡Pero basta! Termino ya para no cansarte. Sólo quiero añadir, para tranquilizarte a ti y a tu alma poética, y reconciliarme conmigo mismo, que un poeta ingenioso alemán, con la más hermosa de las estampas, llama flores en libertad a los adornados insectos. ¡Deléitate con esta bella imagen!

Y, en el fondo, ¿por qué he hablado tanto para justificar mi pasión por los insectos? ¿No será para persuadirme a mí mismo de que lo que me empuja de modo irresistible hacia O-Wahu es sólo el ímpetu general de todo investigador, y no más bien un extraño presentimiento de algún hecho fabuloso que me saldrá al encuentro? Sí, Eduard. En este preciso instante me atrapa ese presentimiento con tal fuerza, que no puedo continuar escribiendo. Puedes tomarme por un loco visionario, pero sucede tal como digo. ¡Se me aparece claramente en mi alma la idea de que en O-Wabu me aguarda la mayor de las fortunas o la peor de las desgracias!

Tu más fiel… etc.

4. Del mismo al mismo

Hana-ruru, O-Wahu, 12 de diciembre de 18…

¡No! No soy un visionario, pero hay presentimientos… presentimientos que no engañan. Eduard, soy el hombre más feliz que haya existido nunca bajo el sol, me hallo en el punto culminante de mi vida. ¿Cómo contarte cuanto me sucede para que también puedas sentir del todo mi propio deleite, mi fascinación imposible de expresar? Debo sosegarme, debo intentar ser capaz de describirte con calma todas las cosas tal como tuvieron lugar.

A poca distancia de Hana-ruru, la residencia del rey Teimotu, donde éste amablemente nos hospedó, se extiende una encantadora región de bosques. Allí me dirigí ayer, cuando ya comenzaba a ponerse el sol. Mi intención era, en la medida de lo posible, capturar una mariposa ciertamente rara (el nombre no te dirá nada), que tiene por costumbre iniciar su errático vuelo circular tras la puesta del sol. El aire estaba cargado de bochorno, repleto de un aroma de exuberantes hierbas. Cuando me interné en el bosque me invadió un raro y dulce temor, me hacían estremecer misteriosos escalofríos que se disipaban convirtiéndose en suspiros ardientes. Un ave nocturna tras la que salí se elevó muy cerca de mí, pero lo hizo sin fuerzas y como si le colgaran las alas. Me sentía rígido, como si sufriera una catalepsia, y no podía salir de aquel lugar, no podía ir en persecución de aquel ave nocturna que ya levantaba su vuelo y se perdía en el bosque. Fue entonces cuando una especie de manos invisibles me depositaron en el interior de una espesura que me hablaba, entre murmullos y rumores, como con tiernas palabras de amor. Y apenas había entrado, pude distinguir sobre un coloreado tapiz trabado con relucientes plumas de paloma, ¡Santo Dios!, ¡pude contemplar la criatura autóctona más bella, encantadora y llena de gracia que jamás en mi vida había visto! ¡No! Sólo por los contornos exteriores podía verse que aquella alegre criatura pertenecía a la familia de los ejemplares autóctonos de la isla, pero en todo lo demás: color, posición, aspecto… era absolutamente diferente. Este sobresalto lleno de delicias me dejaba sin aliento. Con todas las precauciones me fui acercando a la pequeña, que parecía dormir. La atrapé y la llevé conmigo: ¡la maravillosa joya de la isla era mía! Le puse por nombre «Haimatochare», recubrí todo su pequeño habitáculo con bello papel dorado. Le dispuse un lecho aprovechando las relucientes plumas de paloma sobre las que la había encontrado. ¡Parece comprender, presentir que me pertenece! Discúlpame, Eduard —me despido ahora de ti—, debo ver qué hace mi encantadora criatura, mi Haimatochare. Abro su pequeño habitáculo: yace en su lecho y juega con las coloreadas plumitas. ¡Oh, Haimatochare! ¡Adiós, Eduard!

Tu más fiel…etc.

5. Brougthon al Gobernador de Nueva Gales del Sur

Hana-ruru, 20 de diciembre de 18…

El Capitán Bligh ya le ha informado por extenso a Su Excelencia acerca de nuestro afortunado viaje y seguro que no ha olvidado elogiar la manera tan amistosa de acogernos que tuvo a bien nuestro amigo Teimotu. Teimotu está encantado con el lujoso regalo que le hizo Su Excelencia, y no se cansa de repetir que podemos considerar propiedad nuestra todo aquello que encontremos digno de utilidad o valor en O-Wahu. También impresionó mucho a la reina Kahumanu la capa roja bordada en oro que su Excelencia tuvo la gracia de encomendarme como regalo personal para ella, hasta el punto que ha perdido su antigua serenidad un tanto ingenua y se ha dejado llevar por todo tipo de fantásticos arrebatos. Muy de mañana se interna en la más profunda y solitaria espesura del bosque y se ejercita en representaciones mímicas al tiempo que lanza el manto, ora de un modo, ora de otro diferente, sobre los hombros.

Representaciones que luego, a la tarde, vuelve a ejecutar ante toda la corte reunida en palacio. ¡Con frecuencia le ocurre que le invade un raro desconsuelo, que al buen Teimotu le causa muchas preocupaciones! A menudo he conseguido animar a la apesadumbrada reina ofreciéndole un desayuno a base de pescados a la parrilla, que come con gusto, para continuar con una buena copa de ginebra o de ron que calma notablemente su ardiente corazón. Resulta extraño que a Kahumanu le haya dado por perseguir a nuestro Menzies por todas partes para, creyendo pasar inadvertida, abrazarlo y llamarlo con los más dulces nombres. Cerca estoy de creer que le ama en secreto.

No obstante me duele, Excelencia, tener que comunicarle que Menzies, de quien siempre esperaba todo lo mejor, me está obstaculizando más que impulsando en mis investigaciones. No parece querer corresponder al amor que Kahumanu le profesa. En cambio, parece estar afectado por otro tipo de estúpida y hasta malvada pasión que le ha inducido a hacerme una jugarreta, de tal suerte que, a no ser que Menzies abandone sus delirios, puede que nos enemiste para siempre. Yo mismo me arrepiento de haber solicitado a Su Excelencia la autorización para que él nos acompañase en la expedición a O-Wahu. ¡Pero cómo iba a pensar entonces que un hombre al que yo, a lo largo de tantos años, había encontrado tan digno de crédito, podría ofuscarse hasta ese punto y cambiar repentinamente de un modo tal! Me tomaré la libertad de informar detalladamente a Su Excelencia de los pormenores de este incidente, que tan profundamente me hiere. Y en caso de que Menzies no tenga a bien reparar el daño ocasionado, solicito de Su Excelencia protección contra un hombre que se permite comportarse de modo hostil allí donde se le acogió con la amistad más cándida. Con profundo respeto… etc.

6. Menzies a Brougthon

¡No: ya no puedo sopórtalo más! Me evitas. Me lanzas miradas en las que puedo leer la cólera y el desprecio que sientes por mí. .Hablas en general de la deslealtad, de la traición ¡para que sea yo el que me dé por aludido en concreto! Y en vano busco una causa en todo el ámbito de lo posible que pudiera justificar de algún modo este comportamiento tuyo contra el más fiel de tus amigos. ¿Qué fue lo que te hice? ¿Qué emprendí que te ofendió tanto? Sin duda tiene que ser un malentendido lo que te haga dudar un solo instante de mi afecto y fidelidad. Te lo ruego, Brougthon: aclara este desdichado embrollo, vuelve a ser mío como lo eras en el pasado.

He dado orden a Davis, quien va a entregarte este papel, para que te pida una respuesta inmediata a mi carta. La impaciencia me tortura de un modo insoportable.

7. Brougthon a Menzies

¿Y aún preguntas por qué me ofendes? En efecto, esta aparente candidez tuya no atenta sólo contra la amistad, no: ¡es contra los derechos más generales del hombre tal y como figuran en la Constitución contra los que atentas de un modo infame! ¿Es que no quieres entenderme? Entonces te lo diré a voces para que el mundo lo oiga y se espante ante tu vil acción. ¡Sí! ¡Te gritaré el nombre al oído, el nombre que pone de relieve tu sacrilegio: Haimatochare! ¡Sí, has llamado Haimatochare a la criatura que me robaste, a ésa que mantienes oculta del resto del mundo, a la que era mía, a la que yo pretendía llamar «mía», con dulce orgullo, en los anales de la historia para toda la eternidad! ¡Pero no! No quiero aún desesperar del todo de tu carácter virtuoso. Aún quiero creer que tu fiel corazón pueda triunfar sobre la aciaga pasión que te arrastra en este impetuoso delirio. ¡Menzies! ¡Devuélveme mi Haimatochare y te estrecharé entre mis brazos como el más fiel de los amigos, como mi hermano del alma! Quedará olvidado todo el dolor de esta herida que me has infligido con tu proceder imprudente. Sí. Sólo quiero calificar de imprudente —y no de desleal, ni sacrilego— al robo de la Haimatochare. ¡Devuélveme a Haimatochare!

8. Menzies a Brougthon

¡Amigo! ¿Qué extraña locura ha hecho presa en ti? ¿A ti? ¿Así que te he robado a ti la Haimatochare? ¿A ti, que ni te incumbe en lo más mínimo, ni esta Haimatochare ni ningún otro ejemplar de su especie? Hablamos de la Haimatochare que yo encontré, de modo libre y en la más libre naturaleza, dormida sobre el más bello de los tapices. ¡Fui el primero en contemplarla con ojos de enamorado, el primero en darle nombre y catalogarla! Lo cierto es que me llamas desleal. Así que yo debo echarte en cara que tú, ofuscado por unos celos indignos, reclamas para ti aquello que es, y será para siempre, de mi propiedad. Haimatochare es mía y por mí pasará a esos anales en los que pretendía pavonearse ostentosamente un fanfarrón como tú con la propiedad ajena. Nunca dejaré escapar a mi querida Haimatochare. Daría todo, incluso la vida, —que sólo por y para ella puede ya tener sentido—. ¡Sí, hasta la vida la entregaría dichoso por mi Haimatochare!

9. Brougthon a Menzies

¡Ladrón desvergonzado! ¿Así que no me incumbe lo más mínimo la Haimatochare? ¿Así que la has encontrado en libertad?¡Mentiroso! ¿Es que no era de mi propiedad el tapiz sobre el que dormía la Haimatochare? ¿No deberías reconocer que es a mí, y sólo a mí, a quien Haimatochare pertenece? Devuélveme a Haimatochare o haré público tu sacrilegio. No soy yo, sino nadie más que tú, el que está ofuscado por unos celos indignos. Tú eres el que quiere fanfarronear con las propiedades ajenas, pero no vas a lograrlo. ¡Devuélveme a Haimatochare o te proclamaré como el mayor de los canallas!

10. Menzies a Brougthon

¡Tú sí que eres canalla, y por partida triple! ¡Sólo por encima de mi cadáver dejaré yo a mi Haimatochare!

11. Brougthon a Menzies

¿Con que sólo por encima de tu cadáver vas a dejar a tu Haimatochare? Entonces muy bien pueden ser las armas las que decidan sobre la propiedad de Haimatochare: mañana por la tarde, a las seis, en ese paraje desierto de Hana-ruru cercano al volcán. Confío en que tus pistolas se encuentren en buen estado.

12. Menzies a Brougthon

Acudiré a la hora acordada en el lugar acordado. Haimatochare será testigo del combate que decidirá su dueño.

13. Del Capitán Bligh al Gobernador de Nueva Gales del Sur

Hana-ruru, O-Wahu, 26 de diciembre de 18…

Su Excelencia: Me resulta un deber penoso darle cuenta del terrible acontecimiento que nos ha robado a dos de nuestros hombres más valiosos. Ya hacía tiempo que había reparado en que los Sres. Menzies y Brougthon —que se hallaban unidos por la más ferviente amistad y parecían un solo corazón, una sola alma imposible de separar— se habían enemistado sin que, por mi parte, me fuese posible adivinar en absoluto cuál pudiese ser la causa de todo ello. Últimamente ponían todo el cuidado en evitarse e intercambiaban cartas que encomendaban llevar y traer a Davis, nuestro timonel. Davis me contó que cuando recibían las cartas, ambos eran presa de la mayor excitación y que últimamente era Brougthon el que parecía poseído por el diablo. Anoche se dio cuenta Davis de que Brougthon cargaba sus pistolas y salía a toda prisa desde Hana-ruru. Davis no pudo dar conmigo enseguida, pero, por fin, en el mismo instante en que me hizo partícipe de su sospecha de que era muy probable que Menzies y Brougthon tuvieran el propósito de sostener un duelo, me trasladé, en compañía del subteniente Collnet y del cirujano de a bordo Sr. Whidby, hasta un paraje desierto cercano al volcán que está frente a Hana-ruru. Pues me pareció que, si se trataba realmente de un duelo, ese tenía que ser el lugar más apropiado. Y no estaba equivocado. Apenas llegamos a aquel lugar, pudimos escuchar un disparo, e inmediatamente después, el segundo. Aceleramos nuestros pasos tanto como pudimos, pero llegamos demasiado tarde. Encontramos a Menzies y Brougthon tendidos sobre la tierra en medio de su propia sangre. Dos certeros disparos: el uno en la cabeza, y aquel otro en el pecho. Ambos sin el menor signo de vida. Apenas se habían concedido diez pasos de separación. Entre ellos se encontraba el desafortunado objeto que, según deduje por los papeles de Menzies, se describe como la causa que encendió el odio y los celos de Brougthon. En el interior de una cajita recubierta de papel dorado encontré un bello insecto lleno de colorido y de muy rara forma, que estaba posado entre relucientes plumas que el naturalista Davis supo identificar como una especie de pulguita o pequeño piojo que, sin embargo, difería visiblemente de todas las criaturas semejantes hasta ahora encontradas en lo concerniente a su color y a la del todo extraordinaria forma del abdomen y de las patitas. Sobre la tapita del estuche aparecía el nombre: Haimatochare.

Menzies había encontrado este curioso animalito, hasta ahora desconocido por completo, sobre el lomo de una hermosa paloma que Brougthon había abatido, y, teniéndose Menzies por su primer descubridor, pretendía introducirlo en el mundo de la ciencia natural con el nombre propio de Haimatochare. En contra de esto, sostenía Brougthon que él era su primer descubridor, debido a que el insecto se encontraba sobre el cuerpo de la paloma que él había abatido, y pretendía apropiarse de la Haimatochare. Por todo ello surgió la lucha fatal entre ambos caballeros, una lucha que trajo consigo la muerte para los dos.

De modo provisional, señalo que el Sr. Menzies otorgó al animalito la consideración de nueva especie, que él coloca entre las siguientes características: pediculuspubescens, thorace trapezoideo, abdomine ovali posterius emarginato ab lacere undulato etc. habitans in homine, Hottentottis, Groen-landisque escam dilectam praebens, y entre: nirmus crassicornis, capite ovato oblongo, scutello thorace majore, abdomine lineari lanceolato, habitans in anate, ansere et boschade.

A partir de estas indicaciones del Sr. Menzies tendrá a bien Su Excelencia apreciar cuán único en su especie es este animalito, y yo mismo puedo añadir —dejando aparte el hecho de que no soy propiamente un científico natural— que el insecto, al ser contemplado atentamente a través de la lupa, tiene un atractivo fuera de lo común, que puede atribuirse, en gran modo, a los ojos brillantes, a la espalda bellamente coloreada y a un cierta gracia en la ligereza de movimientos, que no le es del todo propia a esta clase de animales.

Espero de Su Excelencia las órdenes pertinentes acerca de si debo embalar convenientemente al fatal animalito con destino, al museo o si más bien debo hacer hundir en las profundidades del mar la causa de la muerte de dos magníficos hombres.

Hasta que llegue la importante decisión de Su Excelencia, custodiará Davis la Haimatochare en el interior de su gorro de algodón. Le he hecho, por su vida y su salud, responsable de ella. Tenga Su Excelencia a bien autorizar… etc.

14- Respuesta del Gobernador

Capitán, su informe acerca de las desgraciadas muertes de nuestros dos esforzados investigadores me ha llenado del más profundo dolor. ¿Es posible que el empeño que pone el ser humano en la ciencia pueda conducir hasta tan lejos que le lleve a olvidar sus compromisos de amistad y de vida en sociedad? Espero que los Sres. Menzies y Brougthon hayan recibido sepultura del modo más honroso.

Por lo que se refiere a la Haimatochare, debe Vd., Capitán, en honor de los desventurados investigadores, hundirla en el fondo del mar con los honores de costumbre. Atentamente, etc.

15. Del Capitán Bligh al Gobernador de Nueva Gales del Sur

A bordo del Discovery, 5 de octubre de 18…

Las órdenes de Su Excelencia en lo relativo a la Haimatochare se han cumplido. En presencia de la tripulación en uniforme de gala, así como del rey Teimotu y la reina Kahumanu, que habían acudido a bordo acompañados de grandes personalidades de este reino, ayer, a las seis en punto de la tarde, se procedió a lo que sigue: el subteniente Collnet extrajo la Haimatochare de la gorra de algodón de Davis y se la puso en el interior de la cajita recubierta de papel dorado que había sido antes su casa y ahora sería su ataúd. Pero después se ató la cajita a una gran piedra y yo mismo la arrojé al mar entre los disparos de tres salvas de artillería. Acto seguido, la reina Kahumanu entonó un canto al que se unieron todos los habitantes de O-Wahu y que sonaba de un modo tan tremendo como el que requería la sublime dignidad de aquel momento. A continuación sonaron de nuevo tres disparos de cañón y se repartió carne y ron entre los miembros de la tripulación. Se les ofreció Grog y otros refrescos a Teimotu, a Kahumanu y a los restantes nativos de O-Wahu. La buena reina no podía encontrar consuelo con la muerte de su amado Menzies. Para honrar la memoria del amado, se ha herido en el trasero con un gran diente de tiburón y aún tiene grandes dolores a causa de la herida.

Debo mencionar aún que Davis, el fiel cuidador de la Haimatochare, pronunció un discurso muy conmovedor, en el que, después de hacer una breve descripción de la vida de Haimatochare, trató acerca de lo efímero de todo lo terreno. Los más bravos marineros no pudieron contener las lágrimas, y debido a que Davis se le escapaba durante las pausas un doloroso y apropiado lamento, llegó a un punto en que los habitantes de O-Wahu también aullaban de un modo horrible, lo que contribuyó a elevar en buen grado la dignidad y solemnidad del acto.

Permita Su Excelencia etc.

Traducción del alemán : Ernesto Calabuig