Las diferencias en la distribución de la renta y de la riqueza alcanzan niveles similares a los del periodo de entreguerras del siglo pasado. Las modificaciones de la estructura demográfica, el aumento de las desigualdades salariales, la mayor concentración de las rentas del capital y, sobre todo, la pérdida de capacidad redistributiva de los sistemas de prestaciones e impuestos, son algunos de los principales factores determinantes del cambio en el largo plazo en los indicadores de desigualdad. Se vuelve a hablar de una segunda Gilded Age europea, una nueva época dorada en la que creación de riqueza y desigualdad van de la mano.
En este contexto, España aparece como uno de los países de la uecon los niveles de desigualdad, medidos por el índice de Gini, más elevados, y en el que la desigualdad más rápido ha aumentado en la última década. Con la crisis, el aumento del desempleo, especialmente el de larga duración, y la devaluación salarial han dejado una enorme huella en las condiciones sociales de muchos ciudadanos, que se reflejan en el aumento de la desigualdad y la pobreza en nuestro país. Peor aún es que la información disponible, todavía escasa, correspondiente al nuevo cambio de ciclo económico desde 2013, permite apreciar un cambio de tendencia en los niveles de desigualdad. Es decir, la desigualdad se estaría volviendo estructural y no caería necesariamente con la recuperación del crecimiento económico. Siendo preocupante el enorme aumento de las diferencias de renta entre los hogares españoles, lo es aún más porque el grupo más afectado por la duración e intensidad de la recesión haya sido el de menores ingresos. Es decir, una de las constataciones más negativas del cambio distributivo desde 2007 ha sido el brusco aumento de la pobreza severa, quebrando la tendencia a la reducción de este problema de las últimas décadas.
España aparece como uno de los países de la uecon los niveles de desigualdad
Así, entre 2008 y 2016 el número de familias españolas en riesgo de caer en la pobreza se incrementó en casi tres puntos, mientras la pobreza ya afecta a casi uno de cada tres niños. A finales de 2016 unas 666.000 familias no recibían ningún ingreso. Además, el aumento de la precariedad laboral y los bajos salarios han dado lugar a un nuevo fenómeno en nuestro país, los trabajadores pobres, que ya constituyen casi el 15% del total. Si los datos sociales no son aún peores en vista de la gravísima crisis económica ha sido gracias a las redes familiares y la solidaridad de la sociedad civil que han actuado como colchón.
¿Por qué es tan importante la reducción de las desigualdades? Evidentemente, desigualdades de renta y riqueza muy elevadas muestran situaciones de injusticia social, éticamente rechazables. Pero más allá de las cuestiones morales, la desigualdad tiene un impacto en el crecimiento y dinamismo económico. Durante años, la visión dominante asumía una correlación positiva entre desigualdad y crecimiento, ya fuera por lógicas de acumulación de capital o como incentivo. Sin embargo, en las dos últimas décadas esa correlación ha sido ampliamente refutada (Banerjee y Duflo, 2003) y se han ido acumulando estudios que indican lo contrario: que la elevada desigualdad de ingresos afecta negativamente a la igualdad de oportunidades, y es ineficiente desde el punto de vista de la inversión en capital humano y crecimiento económico (Stiglitz, 2013). Y si el argumento de la eficiencia económica no fuera suficiente, hay que añadir los efectos dañinos de la desigualdad para la cohesión social y la legitimidad democrática, que deviene en factor causal de la inseguridad y la violencia (Kabeer, 2010; Kwasi, 2011; Berg y Ostry, 2011; Wilkinson y Pickett, 2012).
A lo anterior hay que añadir los efectos dañinos de la desigualdad para la cohesión social y la legitimidad democrática. Como señala Antón Costas, el aumento de la desigualdad es como un disolvente que poco a poco va terminando con los valores sobre los que se asientan las sociedades. En definitiva, tal y como ha puesto de manifiesto Thomas Piketty en su aclamado libro El capital en el siglo XXI, cuando la riqueza se concentra en una pequeña minoría, como sucede por ejemplo en nuestro país, se pone en serio riesgo valores como la meritocracia, la libre competencia, la justicia o la cohesión social sobre los que se asienta la democracia.
Por todas las razones expuestas, reducir las desigualdades debería ser una, si no la principal, preocupación de los gobiernos occidentales. Y sin embargo, estamos muy lejos de esa situación y demasiados gobiernos europeos, entre ellos el español, parecen más preocupados en equilibrar las cuentas públicas y desregular el mercado laboral, que en fortalecer el estado del bienestar, mejorar la calidad de los servicios públicos o reducir el empleo precario, que son las palancas para reducir la desigualdad social.
Evolución de la desigualdad y pobreza en el mundo
Pese a lo expuesto en la sección anterior, no todo son malas noticias en la evolución de la desigualdad pobreza, pues si miramos fuera de nuestro universo eurocéntrico descubriremos que en los últimos treinta años el porcentaje de personas en el mundo que viven en pobreza extrema se ha reducido en más de la mitad. No solo eso, el planeta tiene hoy al alcance y por primera vez en su historia la eliminación de la pobreza extrema, definida como un nivel de ingresos inferior a 1,9 dólares diarios. Es lo que el periodista del The New York Times Nicholas Kristof calificó en 2016 como «La mejor noticia desconocida del año«. El objetivo es erradicarla en 2030, la meta fijada por Naciones Unidas como parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que sustituyeron a los Objetivos de Desarrollo del Milenio y han sido suscritos por prácticamente todos los gobiernos del mundo.
¿Es factible lograr el objetivo en la fecha señalada?, ¿de qué depende? El último Informe sobre Pobreza y Prosperidad Compartida, publicado en octubre de 2016 por el Banco Mundial, muestra que el número de personas en el mundo viviendo en extrema pobreza ha disminuido en 1.100 millones en las últimas dos décadas y media, periodo en el que la población mundial creció casi 2.000 millones (ver gráfico). Esta disminución se ha producido en todas las regiones en desarrollo con excepción de África subsahariana, donde a pesar de la reducción del porcentaje de pobres extremos, el número absoluto ha subido debido al fuerte crecimiento poblacional y se ha estancado en el último lustro. A nivel global, los números dejan poco espacio para la duda: la pobreza extrema ha descendido dramáticamente y de forma efectiva de los 1.900 millones de 1990 a menos de 800 en 2013, una reducción de casi cincuenta millones de pobres menos por año, equivalente a la población de Colombia o Corea del Sur.
Además, la reducción de la pobreza se mantuvo incluso en medio de enormes crisis internacionales, entre ellas la llamada Gran Recesión que comenzó en 2007. La única excepción fue la crisis asiática de finales de los noventa, que provocó un aumento de la pobreza por un corto periodo de tiempo, tanto en términos relativos como en números absolutos.
La reducción de la pobreza se mantuvo incluso en medio de enormes crisis internacionales, entre ellas la llamada Gran Recesión que comenzó en 2007
A la vista de lo anterior, las perspectivas parecen muy positivas y, sin embargo, conviene ser cautelosos respecto al futuro. En efecto, si se mantuviera la pauta actual la pobreza extrema se eliminaría en el mundo antes del objetivo fijado de 2030. Pero se trata de un ritmo que es difícilmente sostenible, pues está muy condicionado por las tasas de crecimiento extraordinarias experimentadas por China y otras grandes economías emergentes, que en unos años prácticamente habrán eliminado su pobreza extrema. De hecho, es muy posible que ya no queden pobres extremos en China gracias al trepidante progreso de las últimas décadas, mientras que en el caso de Indonesia las últimas cifras resultan en unos 25 millones de pobres, por lo que las reducciones futuras tendrán que venir de otros países. Por otro lado, la India, todavía alberga unos 215 millones de pobres extremos y su capacidad para reducir esa cifra será fundamental para llegar al 2030.
En este contexto, el gran desafío para lograr el objetivo en 2030 radica en los países más frágiles y en la reducción de la desigualdad. Los primeros se caracterizan por conflictos bélicos recurrentes, mala gobernabilidad, economías poco diversificadas, corrupción sistémica y gran vulnerabilidad al cambio climático. Son los países que Paul Collier llamó el Bottom Billion, los que albergan a los mil millones más pobres. Las estimaciones del Banco Mundial muestran que no es realista pensar que el crecimiento económico por sí mismo podrá acabar con la pobreza extrema. Y es que la economía internacional continúa mostrando síntomas de raquitismo económico y los países más pobres se enfrentan a circunstancias muy difíciles, incluso después de demostrar una considerable resiliencia durante la crisis global de 20082009. Desde 2014, con el fin del ciclo de los altos precios de las materias primas, el crecimiento económico se ha ralentizado en todas las regiones en desarrollo y hay pocos motivos para esperar que esto cambie a corto plazo. Por tanto, la clave para lograr el objetivo de eliminar la pobreza en 2030 reside en una mejor distribución de los beneficios del crecimiento en los países donde esta subsista, es decir, en la puesta en marcha de políticas efectivas de desarrollo inclusivo.
De hecho, los últimos cálculos indican que solo se puede llegar al objetivo de eliminación de la pobreza extrema mundial en 2030 a condición de que la desigualdad disminuya de forma importante en aquellos países que albergan un gran número de pobres. Contrariamente a lo que muchos piensan, las dos últimas décadas han sido testigos de importantes reducciones de la desigualdad en países no industrializados. Mientras en los países industrializados la desigualdad ha tendido a subir, en los países en vías de desarrollo las medidas estándares de desigualdad muestran en general cambios progresivos de la distribución de ingresos (aunque esto puede ser compatible con una creciente polarización del ingreso en favor de las élites económicas). Los últimos datos alrededor del periodo 2008-2013 señalan que en el 60% de los países para los que hay datos, y que representan más del 80% de la población mundial, el ingreso del 40% más pobre de la población creció por encima de la media.
La buena noticia es que hoy sabemos con bastante certeza lo que funciona y lo que no en este campo. Los avances en el conocimiento y la evidencia empírica sobre cómo reducir la pobreza extrema en el mundo han sido enormes. Así, más allá del tan discutido papel que la globalización ha jugado en esta evolución, positiva en promedio pero con importantes impactos negativos en ciertos grupos que resultan perdedores netos, la disminución de la pobreza global se ha apoyado en buena medida en el desarrollo y elaboración, desde principios de los noventa, de encuestas de hogares. Estas han permitido un estrecho monitoreo y la aplicación de políticas bien enfocadas y dirigidas, al proveer información muy valiosa de la situación de bienestar material de las personas más allá de indicadores nacionales como el crecimiento del PIB.
Las causas de la reducción de la pobreza no son exactamente las mismas en cada región, pero sí que existe un amplio consenso en torno a tres políticas básicas que deben sustentar cualquier estrategia para lograr un crecimiento económico inclusivo:
— Inversión masiva en capital humano y en infraestructura de los países, con especial énfasis en los grupos más desfavorecidos, para que tanto las personas como las economías sean más competitivas y diversificadas.
— Puesta en marcha de políticas efectivas de protección social de las poblaciones vulnerables, que impidan reversiones de los avances logrados. Se trata de establecer redes de protección y aseguramiento frente a todo tipo de riesgos, como la enfermedad, el desempleo, desastres naturales o sequías. En Europa, este tipo de políticas está asociado a los estados del bienestar, mientras en otros países se han seguido estrategias mixtas con mayor participación del sector privado.
— Mayor progresividad de la tributación para ampliar el impacto redistributivo y financiar las dos políticas anteriores.
Es decir, diferentes países han avanzado en la prosperidad inclusiva por caminos diversos, con diferentes grados de liberalización económica, apertura comercial o presencia del Estado en la economía. Pero en todos los casos considerados exitosos de reducción sustancial de la pobreza, las tres políticas mencionadas arriba han jugado un papel central, y que se ha venido a llamar como «crecer, invertir y proteger».
Por último, merece la pena destacar que lograr la eliminación de la pobreza extrema no es ni de lejos tan caro como algunos pensarán. El coste real es probablemente imposible de estimar con precisión, pero un simple cálculo de los ingresos totales necesarios para cerrar la brecha de la pobreza extrema hasta proveer el umbral mínimo de 1,90 diarios para todo el mundo, resulta en una cifra sorprendentemente baja: el 0,15% del PIB mundial o unos 150.000 millones de dólares al año. Se trata de una estimación bruta, que no tiene en cuenta los costes administrativos, ni las necesarias voluntades políticas, ni el desafío de mantener a millones de personas fuera de la pobreza en el futuro. Pero es una cifra que desmiente el gran mito de que terminar con la pobreza es una quimera imposible e inasumible de financiar por su altísimo coste.
Es más, esa cantidad representa aproximadamente la mitad de los ingresos tributarios que se estima que se evaden cada año en paraísos fiscales, o menos de la mitad del dinero perdido anualmente en juegos de azar en solo diez países de todo el mundo.
En definitiva, acabar con la pobreza extrema es tan solo uno de los 17 ODS establecidos para avanzar hacia un desarrollo global sostenible y ni siquiera implica erradicar la pobreza, pero sin duda se trataría de un importantísimo hito para la humanidad, que está a nuestro alcance. Quedan tan solo trece años para esa fecha. Sabemos cuáles son los desafíos que tenemos por delante y dónde, así como las políticas que se necesitan para lograrlo. Ojalá que la comunidad internacional esté a la altura del reto y nuestro país juegue el papel que le corresponde por su peso.