En El dios que no nació, una lúcida guía para entender la relación entre religión y política en el Occidente moderno, Mark Lilla escribía que hoy hemos progresado de un modo que nos lleva de regreso al siglo XVI, con sus preguntas “sobre revelación y razón, pureza dogmática y tolerancia, inspiración y consentimiento, deber divino y simple decencia”. No cabe mucha duda de que este retorno de la religión es al menos un factor en las patentes dificultades de la elite contemporánea para comprender el mundo que pretende dirigir: hemos vuelto a discusiones que apenas conocemos. Lo confesaba hace poco un director ejecutivo del New York Times: “No captamos la religión, no entendemos su papel en la vida de la gente”. El año 2017, con su quinto centenario de la Reforma protestante, nos puede tal vez servir de ocasión para al menos intentar entender esta parte del cristianismo moderno. Para el que quiera embarcarse en esa tarea, vayan las siguientes recomendaciones.
Fuentes. Todo tipo de factores políticos, sociales y económicos confluyen en la Reforma, y hay interminable disputa sobre el peso de cada uno de éstos. Pero quien quiera tomar en serio el modo en que los actores del proceso se entendieron a sí mismos, tiene que dar a la controversia teológica un lugar preeminente. Pero los reformadores protestantes nos hacen relativamente fácil dicha tarea: cualquiera que tenga un mínimo de alfabetismo teológico –o que pacientemente quiera armarse de él– puede leer sus obras. Su estilo suele ser llano, y desde el siglo XVI han sido traducidos a nuestra lengua: el mismo Cipriano de Valera que tradujera la Biblia al español, publicó a fines de dicho siglo una traducción de la Institución de Calvino. El último esfuerzo titánico de traducción está constituido por las obras de Lutero en diez volúmenes, que durante recientes décadas publicaron las editoriales Paidós y Aurora. Pero también entre los textos breves hay algunos sumamente significativos. La mejor versión condensada de las polémicas del siglo XVI es la Carta al cardenal Sadoleto, de Juan Calvino. De Lutero suelen gustar las frases escandalosas y el aparente rupturismo; quien, en cambio, quiere verlo escribir con sencillez y sabiduría, probablemente no puede hacer nada mejor que leer La libertad cristiana (que ya en 1542 podía encontrarse en español en la traducción de Francisco de Enzinas).
Historias generales de la Reforma. En castellano puede encontrarse de James Atkinson Lutero y el nacimiento del protestantismo o, más recientemente, La Reforma protestante, de Patrick Collinson. Algo superiores son Carter Lindberg, The European Reformations, y Diarmaid MacCulloch, The Reformation, la más reciente narración magistral sobre el periodo. La cualidad que estas últimas dos obras notoriamente comparten es su habilidad para tejer una narración atenta a la multiplicidad de factores culturales y políticos que se cruzan en este tumultuoso periodo, sin por eso perder de vista la primacía de los conflictos teológicos. No se trata de introducciones al pensamiento de los reformadores, pero la dimensión doctrinal de los conflictos recibe la atención debida y es explicada de un modo que cualquier lector interesado logra seguir.
Como salta a la vista, la obra de Lindberg pone ya en el título su énfasis en la pluralidad de reformas del periodo. Dicho plural no obedece a que esté imponiendo una sensibilidad postmoderna sobre su objeto de estudio. Se trata, simplemente, de captar la multitud de fenómenos de reforma (tanto protestantes como católicas, magisteriales como radicales) que con cierta independencia se desarrollan en el siglo XVI. Dicho énfasis se ha vuelto una de las notas características del estudio reciente de la Reforma, como puede verse también en la más reciente de las historias generales escritas por un católico, Reformations: Early Modern Europe, 1450-1660, de Carlos Eire. Se trata de un énfasis pertinente, aunque desde luego hay también un riesgo de sobrecorrección. Para equilibrarlo no es mala idea atender a Scott Hendrix, Recultivating the Vineyard. The Reformation Agendas of Christianization. Si bien Hendrix reconoce una multitud de “agendas”, pone un énfasis más fuerte en el común propósito de cristianización que atravesaría a todos estos movimientos. Para la temprana “globalización” del protestantismo, en tanto, cabe recomendar Protestants: A History from Wittenberg to Pennsylvania 1517-1740, de Scott Dixon.
Tradiciones específicas. De la multiplicidad de reformas se desprende que enfrentar cada una de ellas como un proyecto relativamente independiente, en lugar de reducirlas a versiones mejoradas o desmejoradas de otras, es una tarea elemental para entender el periodo. Philip Benedict ha escrito la mejor de esas introducciones en lo que a la tradición calvinista se refiere: Christ’s Churches Purely Reformed: A Social History of Calvinism. No hay, en mi opinión, una obra equivalente para estudiar la fortuna del luteranismo como movimiento global (una ausencia que contrasta con la obsesiva preocupación por Lutero entre los historiadores del temprano siglo XVI). Pero sí la hay para la reforma radical. La reforma radical, de George H. Williams, sigue siendo la mejor introducción al variado número de fenómenos que suele agruparse como ala izquierda de la Reforma.
La conexión evangélica. El lector bien puede preguntarse cuánto de esto le ayudará a comprender el mundo evangélico contemporáneo. No es ningún misterio que éste guarda relación con la Reforma, pero dicha relación no parece consistir en un continua línea de sucesión. Efectivamente, en el siglo XVIII irrumpe en escena algo distinto. Es el evangelicalismo con un núcleo algo más reducido de intereses doctrinales, con una concentración muy fuerte en la conversión personal y el activismo social, y es esta comprensión del cristianismo la que expandió el protestantismo por el mundo. Para comprender su surgimiento tal vez lo mejor sea The Rise of Evangelicalism, de Mark Noll (junto a George Marsden es también de los mejores historiadores para comprender la historia evangélica más reciente).
En cualquier caso, comprender los primeros doscientos años del protestantismo parece requerir de nosotros habilidades opuestas a las requeridas para asomarnos a su historia subsiguiente. Si en el comienzo reina la oposición entre reforma magisterial y radical, desde el siglo XVIII en adelante es casi norma su “contaminación” recíproca. No puede comprenderse este protestantismo actual mediante una simple búsqueda de “raíces” en el siglo XVI, pero tampoco puede prescindirse de éstas. Como en tantos otros campos, aquí hay que recordar que la historia no es la búsqueda de los orígenes sino el estudio de las mediaciones.
Biografías. No sin razón, muchos lectores preferirán aproximarse al periodo leyendo biografías de sus grandes actores. El quinto centenario de Calvino el año 2009 naturalmente trajo consigo una buena cantidad de obras sobre éste. En lo biográfico lo más destacado es el Calvin de Bruce Gordon. De figuras titánicas como Lutero hay biografías en buen número, y entre las traducidas al castellano cabe ante todo nombrar la clásica Lutero, de Ronald Bainton. Entre las más recientes que cuenten con traducción, hay que mencionar la de Heiko Oberman, Lutero: un hombre entre Dios y el diablo. Pero el lector interesado deberá estar atento a dos grandes historiadores de la Reforma que publicarán sus biografías de Lutero este año: Herman Selderhuis y Scott Hendrix.
Interpretación. En su cruce de controversias religiosas y políticas, el siglo XVI nos resulta tanto lejano como familiar; es un mundo atravesado por el conflicto, pero en el que aún hay un lenguaje en común para disputar. Por lo mismo, una buena parte de la discusión sobre la Reforma ha girado en torno a su lugar en la historia de la cultura: en qué medida se trata de un último capítulo del mundo medieval, en qué medida de una primera revolución moderna. En El protestantismo y el mundo moderno, de Ernst Troeltsch, el lector interesado encontrará una de las más clásicas exposiciones de este problema. Entre las publicaciones más recientes, Protestantism After 500 Years, editado por Mark Noll y Thomas Howard, incluye contribuciones sobre su lugar en grandes tópicos desde la historia del derecho a la historia de la universidad. El lector interesado encontrará en estas obras no la añeja tesis sobre los orígenes protestantes de la modernidad, pero sí una infinidad de preguntas sobre los modos en que nuestro mundo se relaciona con este acontecimiento iniciado en 1517. Finalmente, un reciente libro del mismo Howard, Remembering the Reformation, ofrece una lúcida presentación de los modos en que el evento ha sido conmemorado en cada centenario. Coincidente esta vez con el primer centenario de la revolución bolchevique, el quinto centenario de la Reforma nos invita a profunda reflexión sobre las tensiones entre reforma y revolución, sobre los usos y abusos del pasado, sobre los modos en que tanto el pasado cercano como el remoto siguen configurando nuestro mundo.