Nueva Revista

Para acabar de una vez con el ladron de Bagdad

Cada hora que pasa, la llamada crisis del Golfo cambia, se complica.

De modo que escribir sobre ella resulta un ejercicio un tamo gratuito, casi una provocación. Lo que se dijo ayer puede ser, hoy, una majadería.

Son malos tiempos para los profetas, los agentes de inteligencia, los estrategas, los pacifistas y los astrólogos.

Hacen su agosto, en cambio, los vendedores de armas, tas compañías petroleras, los agentes de cambio y bolsa, los diplomáticos antaño ociosos, los fanáticos de toda laya.

El apocalipsis (regional) puede ser mañana. O puede, simplemente, no ser.

La población «legal» (los ciudadanos), porque el resto, la real, no contaba. Ahora empieza a contar.

Sólo los palestinos, los beduinos jordanos y los fundamentalistas salieron a la calle, regocijados. ¿Había nacido un nuevo «Rais»?

No hubo satélites espías, ni grandes agencias de espionaje, ni observadores y expertos que lo hubiesen previsto.

Occidente estaba en calzoncillos. O en traje de baño, tomando el sol.

Hasta para organizar un zafarrancho se necesita un plazo razonable.

De modo que la respuesta militar —preventiva— y la reacción diplomática —retrospectiva— empezaron con retraso.

Cuando los tanques de Saddam penetraron en ta tierra de nadie con Arabia Saudita (o Saudí: los académicos se afanan en resolver esta duda fundamental) se produjo un nuevo escalofrío.

«El ladrón de Bagdad» no parará hasta llegar a la Meca, se dijo. Pero, ¿era la «Meca» de Saddam, precisamente, la Meca o era el petróleo?

Los árabes, como siempre a la greña.

La guerra iba a ser un paseo militar, se decía. Como en Panamá: en tres horas, concluida,

Saddam puede ser el «nuevo Hitler», pero no se parece a un traficante de drogas ni a un corrupto notorio. Las masas árabes (esa abstracción para uso de Arafat…) lo apoyan porque odian a Occidente, a Estados Unidos, al infiel… La guerra, dice su portavoz bigotudo, será entre Occidente y el Islam, el imperialismo y la liberación nacional, la fe y el vicio…

Al fin la ONU toma la palabra. El Consejo de Seguridad se reúne una y otra vez. Hay consenso, insólito consenso. La ONU ya no es «le machin», «la cosa» de la que hablaba De Gaulle con desprecio y melancolía. ¿Será cierta tanta belleza?

Todos los miembros permanentes del Consejo (con derecho a veto) apoyan una primera resolución insólitamente severa contra Irak. Yemen y Cuba se abstienen. ¿Podía ser de otro modo?

Mientras en el gran cubículo de Nueva York se habla y se habla, en el desierto de Arabia Saudí varios miles de soldados americanos intentan acostumbrarse a temperaturas que superan, a diario, los 40 °C.

La tropa pasa inevitablemente del entusiasmo a la perplejidad y después, al tedio.

Prohibido beber cerveza, comer embutidos, saludar a las chicas. 20 litros de agua por cabeza, obligatorios. Y prácticas cotidianas con máscara contra el «gas mostaza». El termómetro sube y sube.

Saddam inventa, entonces la «guerra de los rehenes». Todo extranjero, por el mero hecho de serlo, se convierte en su prisionero. Para el tirano iraquí no se trata de un secuestro masivo: los rehenes son invitados.

Saddam ha hecho carne. Lo sabe. Toda la tecnología militar occidental no vale un higo ante la realidad de más de 10.000 personas detenidas, secuestradas, «retenidas», lo que se quiera…, pero que actuarán, en un momento dado, de «escudo» y garantía contra el poder militar de americanos, ingleses, franceses..

La UEO «coordina» los esfuerzos de los países miembros que en su mayoría han enviado buques al Golfo. Salvo Portugal.

Hay consenso parlamentario —y por tanto, popular— en la necesidad de «hacer un gesto», aunque sea simbólico. Se hace sin aspavientos. La comedia la organizan comunistas, pacifistas, insumisos y padres de reclutas, lógicamente malhumorados porque al chico le tocó ir a la guerra.

En la Comisión de Defensa y Exteriores del Congreso, Fernández Ordóñez se explica, Serra se explica. Ante el pleno de la Cámara, días después, el presidente hace lo mismo. En muy pocas ocasiones hubo tanta unanimidad, un consenso tan amplio. ¡Hasta el CDS apoyó el envío de los barcos!

El éxito de las manifestaciones pacifistas en varias ciudades es perfectamente descriptible. Unos llaman simple y llanamente a la deserción (¿otro acorazado Potemkin?), otros recurren a la ONU, al Consejo de Seguridad…

Mala referencia, sin duda. Porque cada resolución de Naciones Unidas es más tajante, más expeditiva.

Pero, ¿cómo se negocia con alguien que antes de hablar coloca ta pistola encima de la mesa?

Con una pistola mayor, responden «gringos» y británicos. Y de pie.

Hace exactamente lo contrario. Impone un orden arbitrario en el antiguo emirato, aconseja a sus capitanes mercantes que permitan las inspecciones, aparece acariciando niños y consolando rehenes en las televisiones occidentales, concede entrevistas a enviados especiales fascinados por la estatura (física) y las amenazas del líder máximo…

Y, de repente, anuncia que liberará a una parte de los rehenes o «invitados»: las mujeres y los niños antes, por favor.

Bush y Gorbachov se reúnen en Helsinki. Acuerdo en casi todo. Dicen que «Gorby» garantiza la caída del nuevo «Rais» «en unos días». ¿Cómo podría hacerlo? Al líder soviético lo que le preocupa de verdad ahora son los asuntos domésticos, las colas del pan y los enfrentamientos entre razas y tribus.

Cada día llegan más contingentes militares a la zona. Cada día Saddam suelta a cuentagotas nuevos rehenes, y amenaza a los americanos con represalias tremebundas.

En los campos de refugiados de Jordania miles de personas se hacinan en condiciones patéticas: pakistaníes, filipinos, egipcios, que lo han perdido todo en esta guerra que ni entienden ni siquiera rechazan. Simplemente, la sufren.

La solidaridad internacional funciona, desde luego, pero se concentra en Turquía, en Egipto y en Jordania.

Hay tres hipótesis razonables. Las irracionales son muchas más. Precisamente por eso, tal vez, resulten más probables.

Cualquiera de las tres hipótesis o escenarios resultan a estas alturas aventuradas y no es seguro que conduzcan al objetivo principal que es, dicho en tono rimbombante, «restaurar la legalidad internacional».

Cualquiera de ellas podría encabezar un «manual de instrucciones» para acabar con Saddam. Pero este ejercicio de redacción se parecería bastante a esos folletos explicativos de un ordenador de tercera generación escrito por un japonés, traducido al inglés por un malayo y para uso de angoleños.

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