Tiempo de lectura: 4 min.

“Faltaban solo 126 días para que fueras Alcalde. Habían ya transcurrido más de 4.000 días, sol a sol y luna a luna, desde  que pediste la palabra para alzar tu  voz y elevarte sobre una multitud de  cadáveres, de miedos establecidos,  de complicidades injustificables, de  silencios delatores, en medio de un  país empobrecido sin pulso ni futuro. Lo hiciste por una cuestión personal (“Más se palpita y se siente  más acá de la conciencia”), te lo pidió tu alma, noble y generosa, incapaz de ignorar los gemidos interminables de tu pueblo, de su llanto  profundo y temeroso. Pero también  lo hiciste por ti,  por tu propia dignidad humana, por vivir como pensabas, por comprometerte con los demás y por ser fiel a la verdad desnuda. Entonces pusiste luz donde había sombras, valor donde había conformismo, y esperanza donde había frustración. Entendiste la política no como “si fuera un lujo cultural de los neutrales, que lavándose las manos se desentienden y evaden”, ni  tampoco como la culminación de  una carrera profesional ahora que  parece que se plantan menos árboles, se tienen menos hijos y se escriben menos libros, sino como una vocación de servicio a la comunidad sin reservas ni condiciones.

Escribiendo estas líneas me doy  cuenta de lo bien que conocías la dureza de la política y de que ésta  solo se puede hacer, como tú hiciste, con los amigos, aquellos con los  que recorriste el camino y con los  que compartiste lo bueno y lo malo,  con los que reafirmaste día a día,  con tu entrega personal y haciendo  tuyas sus faltas, tu liderazgo moral y  político.

Ofreciste en estos 13 años a la sociedad vasca, descreída y enrevesada, palabras claras y principios  morales de carácter elemental: no  matarás, honrarás a tu país, harás la paz, dirás la verdad y perdonarás siempre, porque el objetivo es la reconciliación. Pero también recordaremos esa sonrisa tuya tan cercana e  ingenua, que ha despertado a tu muerte tantos sentimientos de simpatía y que suavizaba el ambiente después de las bárbaras, terribles, clamorosas verdades que lanzabas a los enemigos de la paz. Esa sonrisa, constatación de tu limpieza moral y  de tu honradez, era “tu espada más  victoriosa”, que ha dejado desarmada al hacha negra de la desesperación y de la muerte.

Decir Ordóñez era decir valor y también sentir simpatía por un vasco  joven, firme, honesto y alegre.  Ordóñez era el futuro de un país normal, mejor que el actual, y que  se intuía inminente porque Ordóñez y sus amigos iban ganando a los  partidarios del odio y la muerte. Por  eso le mataron, porque políticamente iba por delante y lo hacía solo  con su valor, la palabra  sonrisa  frente a las armas. Por eso estaban los días contados, “un golpe helado,  un hachazo invisible y homicida, un  empujón brutal te ha derribado”, y  te encontraron clavado en el suelo,  con tu cuerpo desmoronado del que  manaba un río de sangre desbordado. Es entonces, cada vez que evocamos este desenlace, cuando sentimos una tristeza infinita, la tristeza  de lo irremediable, de lo injusto y  arbitrario de la muerte. Es ahí en algunos de estos momentos donde hemos sentido más tu muerte que nuestra vida y nos resulta insufrible  pensar que te han quitado la vida y  nosotros ya no tenemos nada que  hacer.

Diste tu vida por la paz de tu pueblo y se la quitaste a quien más la necesitaba: a ti mismo que dependías tanto de ella “como el aire que  exigías 13 Veces por minuto”, a tu  mujer a la que arrancaron salvajemente de su marido ese 23 de enero,  y a tu hijo al que ya no podrás descubrir el mar, ese mar por el que no  pasan los años, testigo de los juegos  infantiles, de las conversaciones interminables y de las historias de amor. Solo tú podías detener las armas, enfrentando al terrorista con la  propia vergüenza e inutilidad de su  crimen. Solo tú que saliste a cuerpo,  que abrazaste al mundo y que les  diste tu corazón por alimento podías  decirle a ETA que éste ya no era su  pueblo, pues ellos mismos son su  mayor enemigo.

Por todo esto nos queda tu ejemplo y esa doctrina tuya, tan particular y tan sencilla, de las que caben  en el bolsillo interno del chaleco, y  que políticamente nos harán recordarte porque:

-No claudicaste nunca: Defendiste tus principios morales, tus convicciones personales y tus ideas políticas hasta el final y no renunciaste a todo ello ni siquiera por tu vida. Nunca te autojustificaste y nunca te rendiste, no como nosotros “que en días de tormenta nos hundimos en la tierra, bajo los cascos, bajo las ruedas”.

-Rompiste la lógica de la realidad política: Ya lo dijo el poeta “romperás tiranías de jaulas y de grillos”.  Elección tras elección, el mejor resultado estaba siempre por llegar. Tu fe y la de los tuyos en lo que hacíais y tu tremenda ilusión por un nuevo país, hizo que en esa provincia vasca el mapa político preestablecido saltara por los aires contra toda lógica. No te hicieron falta asesores de imagen, ni expertos en el  “esto no se dice, esto no se hace, esto no se toca” para que alcanzaras el  éxito político.

-Revalorizaste el valor de la política: Con ese “Cabezón entrañable”  abriste las ventanas del diálogo y de  la normalidad política y los muros  del miedo se deshicieron. Atendiste  fielmente al contenido de la representación política: comportamiento honesto, sencillo servidor público,  ejercicio continuado de demócrata  intachable.

-Tomaste la medida a los nacionalistas: No solo a los moderados y demócratas del Partido Nacionalista Vasco que han sido los síndicos de la quiebra del País Vasco, rentistas de la situación declinante del país siempre dispuestos a cortar el cupón, usufructuarios de los miedos y  de los silencios de la sociedad vasca, estúpidos defensores de los RH (sin comentarios). También conocías a la Alternativa KAS con sus dos caras: la de los portavoces del terrorismo, defensores dialécticos de la alternativa del asesinato para alcanzar la independencia (Kas Naranja),  y la de los meros ejecutores de esa línea política, los del tiro en la nuca  (Kas Limón). Los dos mataron a Gregorio Ordóñez pero, sabiendo que corrías ese riesgo, nunca dejaste de decirlo que pensabas, porque nadie deseó tanto la paz como tú, y el camino para llegar a ella era la verdad.

Por eso es tan grande la deuda que todos tenemos contigo, Gregorio, y aunque todos los 23 de enero oirás el lamento del pueblo vasco en silencio, todavía aturdido por tu recuerdo y tu ejemplo, también verás a un pueblo confiado y alegre que te echará flores porque él también ha vencido a la muerte. Florecerá la esperanza en el país que soñaste. Nos quedará tu dulce memoria, siempre hacia la luz y hacia la vida.  Has vuelto a ganar. Esta vez para siempre.

Presidente del Consejo de Administración de Telemadrid. Del Consejo Editorial de Nueva Revista