La nueva derecha

El año 2024 ha presenciado el ascenso triunfal de una nueva derecha populista. ¿Qué conclusiones deberían sacar de esta tendencia los liberales clásicos?

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John O. McGinnis

John O. McGinnis. Catedrático George C. Dix de Derecho Constitucional en la Northwestern University y editor colaborador de Law & Liberty. Autor en numerosas revistas, entre sus libros destacan Originalism and the Good Constitution y Accelerating Democracy.

Avance

En 2024 hemos sido testigos de un fenómeno que ha revolucionado las bases políticas en todo el mundo. Desde Estados Unidos hasta Francia, pasando por el Reino Unido y Eslovaquia, una Nueva Derecha está ganando terreno, marcando un cambio profundo en lo que tradicionalmente había sido la política conservadora desde la Segunda Guerra Mundial. En este artículo, John O. McGinnis analiza la nueva derecha estadounidense, defendiendo que esta no supone un carpetazo al liberalismo clásico sino un retorno a sus raíces.

Percibe uno de los elementos continuadores en la crítica con la que este movimiento se enfrenta al crecimiento del Estado administrativo. Donald Trump, como figura prominente de esta nueva corriente, aboga por limitar el alcance de la burocracia, buscando evitar que el aparato estatal se convierta en un poder al margen de las fuerzas democráticamente elegidas. McGinnis también ve continuidad en la política internacional. El nuevo rumbo adoptado por la derecha estadounidense, menos entusiasta con las intervenciones militares en el extranjero y, en general, más escéptica con el internacionalismo, lo contempla como un retorno al liberalismo clásico estadounidense, enarbolado por individuos como George Washington, que recelaba de los «enredos extranjeros».

A pesar de esta mirada con la que pretende mostrar que la nueva derecha estadounidense no es tan disruptiva como podría parecer, el autor comprende que muchos conservadores se encuentren ahora políticamente huérfanos, sin reconocerse en estas directrices políticas. Pero defiende que este cambio de planteamiento no es sino una puesta al día necesaria ante la emergencia de retos diferentes a los que se habían enfrentado hasta ahora: el auge de China, burocracias atrincheradas, hostiles a la gobernanza conservadora, e instituciones culturales capturadas por una monocultura ideológica. Para él, la nueva orientación no es una traición a la tradición política, sino una estrategia de adaptación de los principios a un mundo cambiante. No obstante, no niega que en esta encrucijada sea más necesario que nunca el debate y la reflexión. ¿Cómo adaptar los principios liberales para hacer frente a estos nuevos desafíos sin traicionar sus valores fundamentales? Esta es la gran pregunta que se tiene que plantear la derecha.

ArtÍculo

El año 2024 anunció la ascensión de una nueva derecha política que desafía los paradigmas del pensamiento conservador imperante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Una serie de figuras y partidos insurgentes sacudieron los cimientos del sistema político en diferentes rincones del planeta. La decisiva victoria de Donald Trump en Estados Unidos supone el retorno más significativo de la historia de los Estados Unidos. El Rassemblement National de Marine Le Pen se alzó como partido dominante en Francia. Mientras tanto, en el Reino Unido, Reform UK acaparó suficiente voto de la derecha como para precipitar la aplastante derrota del partido conservador tradicional más antiguo del mundo, los Tories. Desde Italia hasta Eslovaquia, la historia se repite: no es que la nueva derecha esté experimentando un proceso de ascenso, es que está reemplazando el orden establecido.

Este seísmo político plantea una pregunta fundamental: ¿en qué se diferencian la nueva derecha de la derecha de posguerra a la que pretende suplantar? Hay muchas formas de contestar esa pregunta. Lo más paradójico es que el nacionalismo universal de esta tendencia política es específico por naturaleza, modelado en base a la historia concreta de cada nación. Su visión, por tanto, varía de país en país dependiendo de la identidad nacional, los agravios históricos y las tradiciones locales de cada uno.

El caso de Francia es digno de estudio debido tanto a su continuidad como a su potencial extremismo. La vieja derecha política definida por el gaullismo nunca fue demasiado partidaria del liberalismo clásico. Defendían el dirigismo, es decir, la fe en un estado intervencionista y centralizado, y se definían según los principios de unidad cultural e independencia nacional, lo que con frecuencia los llevaba a mostrarse escépticos con la OTAN y desdeñosos con la influencia estadounidense. Rassemblement National hereda esta mentalidad y la radicaliza. En el plano económico, abogan por un mayor gasto estatal y un control más férreo. En lo geopolítico, su posicionamiento a favor de Rusia es un reflejo magnificado de la autonomía gaullista frente a Estados Unidos. En lo cultural, su islamofobia transforma el tradicional secularismo republicano en una visión más autoritaria y severa de la identidad nacional. La nueva derecha francesa no supone una ruptura, sino una extensión, un eco amplificado de viejas ideas recurrentes.

La nueva derecha estadounidense diverge de su homóloga francesa en tanto en cuanto la americana nunca ha mostrado ningún rechazo por el liberalismo. Los Estados Unidos se concibieron como un estado liberal, con la libertad individual, el libre mercado y el pluralismo religioso como principios fundacionales, por lo que su concepto de la ideología conservadora, en lugar de ligarse al nacionalismo y el estatalismo como la versión gala, suele orientarse a la protección del orden clásico liberal.

El movimiento conservador estadounidense moderno surgió como un proyecto fusionista, como una síntesis de las ideas libertarias y el orden moral tradicional. Se basaba en la convicción de que el disfrute de la libertad exige el ejercicio de la virtud: sin un sentido de la responsabilidad personal y la adherencia a unos valores morales colectivos, se corre el riesgo de caer en el libertinaje y el caos. Es una idea que se remonta al origen federalista de la nación, cuando conservadores como George Washington y John Adams abogaron por el virtuosismo de sostén religioso como elemento indispensable para garantizar el éxito de ese experimento gubernamental en el que se estaban embarcando.

EL PRIMER CAMPO DE BATALLA: LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO

La pervivencia de esa tradición en el país se pone de manifiesto en la naturaleza de su nueva derecha. A pesar del creciente rechazo al proyecto fusionista por parte de ciertos frentes conservadores (intelectuales, grupos de reflexión y activistas), buena parte de las políticas prácticas de la nueva derecha, de las que el reelegido presidente Donald Trump es el más claro exponente, podrían interpretarse en realidad como proyectos diseñados para sobrevivir a largo plazo en un entorno que les es hostil. El ejemplo más evidente sería su manera de abordar la cuestión del cuerpo administrativo, una de las némesis más enconadas de la derecha estadounidense. Durante décadas, los conservadores han percibido los riesgos que entraña una burocracia descentralizada. En su momento se opusieron al New Deal porque concedía amplios poderes discrecionales a funcionarios no electos. En la década de 1950, lucharon por establecer salvaguardas procedimentales, como la Ley del Procedimiento Administrativo. Durante la era Reagan comenzó a surgir la idea de que no bastaba con realizar inspecciones rutinarias, por lo que se implantaron reformas adicionales, como las evaluaciones de costos/beneficios supervisadas por la Oficina Estadounidense de Administración y Presupuesto.

La nueva derecha parte de esta herencia cuando contempla la reforma estructural como un movimiento clave para poner coto a una burocracia cada vez más alineada con la izquierda, sobre todo en el caso de agencias de asuntos interiores, como la Agencia de Protección Ambiental y el Departamento de Salud y Servicios Humanos. Durante su primer mandato, la administración Trump hizo algunos avances al priorizar el desmantelamiento de normativas y la limitación de los poderes discrecionales. Este nuevo mandato promete ir mucho más lejos y arremeter contra los obstáculos estructurales que restringen la capacidad de los gobiernos conservadores para ejercer su autoridad. A la vanguardia de este plan de ataque estarían dos medidas fundamentales.

La primera sería lograr un mayor control administrativo sobre las agencias independientes, lo que probablemente se conseguiría eliminando las medidas que las blindan frente a la autoridad presidencial. Esta idea no es nueva. De hecho, cada gobierno republicano desde Reagan la ha sacado a colación. Sin embargo, la nueva derecha la considera una medida fundamental que garantizaría que las agencias actuaran conforme a los designios presidenciales y no los burocráticos.

En segundo lugar, la reinstauración del denominado Schedule F, un sistema de clasificación laboral que permite reemplazar a funcionarios de carrera con puestos muy arraigados por cargos políticos. Las voces críticas argumentan que esta medida favorecerá el amiguismo y la incompetencia, pero los riesgos estructurales de un funcionariado profesional de ideología monocorde podrían ser aún mayores. La dificultad radica en encontrar el equilibrio entre los peligros del caciquismo político y el carácter disfuncional de un cuerpo administrativo que no está obligado a responder frente al electorado. Si la nueva derecha logra lo que se propone, restaurará la primacía de la responsabilidad democrática frente a la inercia burocrática y salvaguardará así su compromiso con un gobierno limitado en sus funciones. Si fracasa, lo más probable es que la administración siga empleando cada vez más funcionarios impermeables a la voluntad política del pueblo.

El énfasis de la nueva derecha política estadounidense en las rebajas fiscales y la eliminación de puestos administrativos no tiene nada de nuevo: lleva siendo una característica habitual de los gobiernos derechistas desde hace más de un siglo. Las voces críticas señalan que el programa actual no cuenta con suficientes reducciones en el gasto como para que las rebajas fiscales puedan ser viables. Sin embargo, estas objeciones tampoco son nuevas. La administración Reagan tuvo que hacer frente a las mismas acusaciones cuando sus bajadas de impuestos generalizadas aumentaron el déficit. Este enfoque, no obstante, se sustentaba sobre la estrategia conocida como «matar de hambre a la bestia»: al reducir los ingresos, se puede poner límites al aumento en el número de puestos administrativos, sobre todo cuando la izquierda logre su inevitable retorno al poder. Sin embargo, hay una crítica que sí se sostiene: la nueva derecha parece haberse olvidado de la reforma de las pensiones, a pesar de que suponen un gasto insostenible en una nación con rápida tendencia al envejecimiento.

La respuesta de la nueva derecha a esta acusación recae tanto en la legislación como en la política. A nivel legislativo, su visión prioriza una desregulación radical que abra las puertas al crecimiento económico lo que, en teoría, generaría suficientes fondos como para sostener las pensiones. En lo político, el panorama es mucho más sombrío: restringir el acceso a las ayudas gubernamentales es un callejón sin salida electoral. Los movimientos conservadores son capaces de tensar la cuerda política solo hasta cierto punto, como ya descubrieron por las malas los partidos Federalista y Whig. La nueva derecha, por consiguiente, prefiere potenciar la economía antes que reducir las pensiones, para mantener así un equilibrio entre la austeridad fiscal y la supervivencia política.

Esta tendencia de la nueva derecha al conservadurismo social es continuista de la visión fusionista del liberalismo clásico que antaño definió la vertiente conservadora en Estados Unidos. Sin embargo, lo que la diferencia vuelve a ser el punto de mira en las instituciones, concretamente en las instituciones culturales que, ya desde Reagan, han estado cada vez más controladas por la izquierda. Al contrario que sus predecesores, la nueva derecha no considera estas instituciones como meros campos de batalla, sino como sistemas que deben reformarse o reemplazarse. Aspira a eliminar el monopolio ideológico de las élites culturales al hacer más abiertas las instituciones existentes y crear otras alternativas.

El auge de las redes sociales ha precipitado esta transformación. En la era moderna, las plataformas digitales se han convertido en una suerte de foro público, si bien, hasta la adquisición de Twitter por parte de Elon Musk, se había coartado de forma desproporcionada la expresión de opiniones derechistas e impedido el debate legítimo. A la vista de esta realidad, la nueva derecha se ha ido haciendo más partidaria de valerse de la autoridad del gobierno para proteger la libertad de expresión frente a los moderadores, y evitar así que estas instituciones se conviertan en herramientas de represión ideológica.

¿UN PLANTEAMIENTO NUEVO EN POLÍTICA EXTERIOR?

Es en relación a la política exterior que la nueva derecha parece divergir más, al menos en apariencia, de la derecha estadounidense tradicional. Se muestra menos partidaria de las intervenciones militares en el extranjero y, en general, más escéptica en cuanto al internacionalismo. Sin embargo, esta percepción podría revelar más de la naturaleza excepcional del republicanismo de posguerra que de la propia nueva derecha. Antes de mediados del siglo XX, el Partido Republicano mantenía una sana cautela frente a los problemas internacionales. No era un escepticismo partisano, sino profundamente arraigado en los principios fundamentales del país.

Son famosas las advertencias de George Washington en contra de involucrarse en conflictos extranjeros, y John Quincy Adams dio forma a la postura política conservadora por antonomasia en materia de asuntos exteriores: «Allí donde se desplieguen o deban desplegarse los pendones de la libertad y la independencia, allí estará su corazón, sus bendiciones y sus oraciones. Pero no sale al extranjero, en busca de monstruos que destruir. Es la que desea libertad e independencia para todos, pero es campeona y vindicadora únicamente de la suya propia». El enfoque adoptado por la nueva derecha en cuanto a asuntos exteriores es, por tanto, un retorno a las tradiciones, a aquellas que dan mayor prioridad a la soberanía nacional y la prudencia que a embarcarse en cruzadas morales y en aventuras internacionales.

El mayor grado de intervencionismo durante la Guerra Fría se justifica por una amenaza existencial específica: el inagotable afán del comunismo totalitario por dominar el mundo. Ese antagonismo moldeó cada recoveco de la política exterior estadounidense, desde las alianzas militares hasta las guerras indirectas. El conflicto geopolítico actual es distinto en todos los sentidos. Si bien es cierto que hay naciones autoritarias expansionistas, como China, Iraq o Rusia, sus aspiraciones no llegan al punto de ansiar la dominación mundial. Lo que desean es la dominación regional, no la hegemonía planetaria. Con ello y con todo, cuando sus actos amenazan de forma directa los intereses de Estados Unidos o de sus aliados más cercanos (como la pretensión de China de convertir el mar de la China Meridional en su coto privado, las ambiciones nucleares de Irán, o el empeño de los hutíes en interferir en la libertad marítima), la nueva derecha reclama una respuesta rápida y decidida del sólido aparato militar norteamericano. Rechaza el intervencionismo militar, pero aplaude la potencia militar. Al contrario que los neoconservadores y su compromiso con la construcción de naciones, la nueva derecha entiende una verdad liberal clásica fundamental: que los gobiernos carecen de la previsión necesaria para reconstruir sociedades extranjeras y de la constancia requerida para llevar estos enormes procesos hasta su conclusión.

El desapego de la nueva derecha por el libre comercio es también un reflejo de su retorno a las viejas costumbres. La derecha previa a la Segunda Guerra Mundial era proteccionista a ultranza, y el entusiasmo actual por los aranceles bebe, además, de otros dos principios esenciales de la nueva derecha. El primero es que, si los Estados Unidos limitan sus intervenciones militares a conflictos en los que sean sus propios intereses los que están en juego, ciertos instrumentos económicos, como los aranceles, adoptan mucho mayor protagonismo en el arsenal político internacional. En segundo lugar, las realidades fiscales de un gobierno de nueva derecha conllevan algunas restricciones. Si se produce una bajada de impuestos tanto a nivel ciudadano como empresarial sin tocar las pensiones, los aranceles se presentan como una alternativa recaudatoria válida.

UNA NUEVA DERECHA PARA UN NUEVO ESCENARIO

Muchos conservadores nostálgicos de Reagan se sienten en la actualidad como los federalistas en la época de Andrew Jackson: huérfanos de un partido que los represente de verdad. Es comprensible. Sin embargo, cabe señalar que la nueva derecha se enfrenta a un mundo asediado por problemas muy diferentes a los de entonces: el auge de China, una burocracia enquistada y hostil a los gobiernos conservadores, unas instituciones culturales secuestradas por el monopolio ideológico y cultural.

Hay margen de debate sobre si los ajustes de la nueva derecha honran o distorsionan los principios del liberalismo clásico y el conservadurismo fusionista estadounidense. De hecho, son debates tan necesarios como sanos. Los movimientos políticos no pueden permanecer estancados, deben adaptarse a las nuevas circunstancias sin perder por ello sus principios más duraderos. Para cualquier estadounidense que ame la libertad, al contrario de lo que sucede en Francia, no es la hora de la celebración desmedida ni del rechazo radical, sino de la reflexión reposada.

El auge de la nueva derecha plantea preguntas esenciales para el futuro de la ideología conservadora en Estados Unidos: ¿Puede el nuevo énfasis en la independencia económica del país convivir con el compromiso liberal clásico con el libre mercado y la limitación de poderes gubernamentales? ¿Puede el propósito político de preservar una cultura favorable al conservadurismo ser compatible con el pluralismo? Son preguntas que merece la pena contestar, dado que el destino de la derecha estadounidense, así como del liberalismo clásico que tanto tiempo ha defendido, dependerán del lado por el que se decante la balanza.


Este texto fue publicado por John O. McGinnis el 31 de diciembre de 2024 en Law & Liberty y puede consultarse aquí. Lo reproducimos en Nueva Revista con la autorización de Law & Liberty. Traducción del inglés al español de Patricia Losa Pedrero.


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