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Ver productosLa autora recordó que dejar de practicar el trato con personas «puede ser muy deshumanizador»

29 de octubre de 2025 - 8min.
Avance
La escritora Mercedes Cebrián pasó recientemente por el Foro Nueva Revista y compartió allí las reflexiones que la llevaron a escribir Estimada clientela, su ensayo sobre el arte de ir de compras. No es un inventario de negocios, sino una reflexión sobre las maneras diversas en las que se compraba antes de que apareciera el comercio electrónico, ese capaz de hacer que todo esté a la vez y en todas partes. En la sesión se hizo hincapié en la concurrencia de ambos modelos y mundos, en su posible coexistencia y en el significado de que uno de ellos, el de la compra tradicional con su trato humano, con su lenguaje preciso y con su experta asesoría, pueda desaparecer.
Narradora nata, la autora fue trufando las respuestas a las numerosas preguntas de una animada sesión con anécdotas personales de las que también da cuenta esta crónica. Por ella desfilan desde el cierre en diferido del Café Central de Madrid hasta una excursión de escolares británicos a una pescadería, pasando por los vecinos y curiosos que querían despedirse de la papelería Salazar como merecía esa institución del barrio de Chamberí: comprando lo que fuera y dando palique, ese bien tan preciado y cada día más escaso que todavía es posible en los comercios de toda la vida.
ArtÍculo
Pérdida de saberes, pérdida de patrimonio, pérdida de humanidad… Igual parece que este artículo, con este empiece, trata de una de las siete maravillas del mundo, pero no es el caso. No tiene esa envergadura, esa enjundia o ese caché —o simplemente no se lo otorgamos— y, sin embargo, es bien cierto que cada vez que cierra un negocio familiar o de los de toda-la-vida se produce una gran pérdida, un pequeño duelo. Algo así sintió la escritora Mercedes Cebrián el pasado verano cuando se anunció el cierre del mítico Café Central de Madrid (pospuesto ahora hasta el próximo año).
Entristecida por la desaparición de ese templo del jazz, compró una entrada para el que iba a ser el último concierto: «Ese tipo de rituales me importan mucho y yo, a la hora de escribir, suelo buscar algo que me interpele así, de modo que, cuando hay algo que podemos llegar a perder, me conmueve y quiero escribir al respecto como para dejar huella». Ese es exactamente el propósito de Estimada clientela. Una celebración sobre el arte de ir de compras, el libro que ha publicado este mismo año en Siruela y sobre el que giró la última sesión del Foro Nueva Revista, celebrada a mediados de octubre en la Universidad Villanueva de Madrid.

El libro surgió en pandemia, «con el confinamiento, esa vida extraña que llevamos durante unos meses. Parecía que eso era el apocalipsis, y ahí pensé que si se acababan las tiendas y ya solo nos traían las cosas a casa… qué tristeza, ¿no? Yo no me esperaba esto». De esa especie de urgencia o de alarma nació un ensayo que tiene «algo de nostálgico, de registro de algo que se puede perder. Yo siempre estoy preocupada por lo que se puede perder, las cosas que ya nunca vamos a vivir…».
Antes de seguir, una acotación que Mercedes Cebrián hizo en la sesión, ya que se había entendido en no pocos sitios que ese ir de compras al que se refiere el título se limitaba a la ropa. Y no, «también puedes comprar unos tornillos o una bombilla que se te ha gastado o… ». Esos campos se cubren en el libro —generoso en páginas y atención con las ferreterías y mercerías—, además de otros escenarios como los mercadillos o los grandes almacenes. Cebrián remarcó asimismo la importancia de la preposición en la expresión «ir a la compra», que es muy específica y «remite enseguida a un mercado, a un supermercado y a ir a buscar comida o detergente». De ello también se ocupa Estimada clientela, haciendo referencia al arte de la premio nobel Annie Ernaux, cuyo libro Mira las luces, amor mío gira en torno a sus visitas al Alcampo.
Siguiendo con las precisiones, más que una historia de las compras, la autora intentó cartografiar ese segmento de la vida cotidiana y privada de las personas en distintos lugares del mundo y en distintas épocas. Para las que no ha vivido y le interesaban, echó mano de los libros: «Por ejemplo, las compras en países como en la Unión Soviética, en países comunistas. Yo no he vivido ahí, pero siempre me ha fascinado la vida cotidiana en la Unión Soviética. Por suerte hay buenos libros, ensayos sobre esos temas y ahí he podido dialogar con ellos. Mi libro le debe también mucho a otros libros que me han acompañado».
Algunas tiendas son como enciclopedias en tres dimensiones. Todo lo que se puede saber sobre un producto en cuestión se encuentra ahí concentrado. Las hay de pigmentos para pinturas, de miel, de muelles… Muelles Ros, por ejemplo: «Yo querría necesitar un muelle para ir a comprarlo allí, pero no necesito un muelle», comenta Cebrián. «Es un ejemplo que habla de toda una especialización. Los dueños de esas tiendas son expertos a quien consultar. Es un privilegio poder hablar con alguien que sepa mucho sobre algo en particular, sea lo que sea. Esas tiendas son una especie de biblioteca donde llegas sin saber algo, preguntas, charlas, sales y sabes algo más, aparte de que te hayas ido con tu producto o no. Entonces, esa relación tan curiosa, que es comercial, pero también se deja permear por el conocimiento, es lo que creo que trata de transmitir el libro».

Otro ejemplo que da que pensar: las pescaderías. Cada vez hay menos y ¿qué tipo de gente va a comprar? No precisamente gente muy joven. Una Cebrián que vino del futuro —se podría decir, como en los memes— explicó cómo hace diez años en Inglaterra, en algún «barrio refinado, unos niños iban con el colegio de excursión a la pescadería. Y, sí, creo que algún día será un privilegio, porque ya es un privilegio que te atiendan a ti y te preparen la pieza como tú quieras y además te den información sobre una receta… Eso es un lujo, pero no nos hemos dado cuenta».
Dentro del terreno de la especialización, hay un tipo de comercios donde se añade la posibilidad de tocar, de buscar o, mejor, de rebuscar entre cedés o vinilos, partituras, cromos… Si algunas tiendas, como se acaba de mencionar, son templos del saber por su especialización, otras son «bibliotecas o museos de lo tocable». Esa es su característica y es así en la mayoría de establecimientos: «Incluso si vas a comprar una silla o un colchón, la idea es que lo pruebes y es una experiencia muy interesante. Me daría mucha pena que desapareciera», comentaba Mercedes Cebrián.
Uno de los temas planteados en el coloquio fue qué significaba para la sociedad la desaparición definitiva del comercio de toda la vida. Cebrián se fijó en las interactuaciones que promueve y en la importancia de estas: «No se podrían practicar las relaciones sociales ligeras, digamos, que son las que también nos enseñan a vivir en comunidad. Si ya todo lo haces con un clic y no tienes que preguntar, ni hablar, el empobrecimiento social e incluso de vocabulario es total. Lo veo hasta peligroso. No solo sería una pena, sino que podría dar incluso miedo: dejar de practicar el trato con personas puede ser muy deshumanizador».
Y contó otra anécdota Mercedes Cebrián al numeroso público asistente, tanto de forma presencial como online. En esa vena nostálgica por los sitios que van a dejar de existir, explicó la escritora cómo había hecho cola para comprar algo como forma de homenaje en una papelería que había anunciado su cierre: Salazar, en el barrio madrileño de Chamberí. «Estaban los clientes de siempre y, claro, se entretenían mucho en atender. Entonces pensé que había tardado media hora en hacer una compra que en un autoservicio me habría llevado nada. Y también me preguntaba: a cambio, ¿qué he obtenido? Ver la ciudad, a otras personas… Si eso ya no se valora o si eso se ve como una gran desventaja —porque la ventaja se supone que es no tratar con nadie, agarrar el rotulador y pasarlo por la caja tú mismo en autopago— entonces hemos perdido ya el comercio».

Otra de las participantes preguntó por ideas para conseguir más público para esos establecimientos que queremos que sigan existiendo. Cebrián recordó que también hay casos de éxito, como la mercería La Crisálida de A Coruña, pero son «como pequeños milagros», explicó la autora, que cree que algo más sí se puede hacer desde las administraciones locales, sobre todo: «Darles un estatus, proteger de algún modo ciertas tiendas para que no se pueda subir demasiado el alquiler u otras medidas… Eso es patrimonio. Y al igual que muchos cafés históricos —ahora tenemos un problema con el Café Gijón— se han considerado patrimonio de una ciudad, ciertas tiendas merecen tener un valor y una protección de esa índole. Hay que darse cuenta de que estamos tratando con algo que es historia de la ciudad. Historia de la decoración de la ciudad, del mobiliario urbano, de la gráfica… Los rótulos, por ejemplo, son fruto del estilo de una época. Que todo eso se guarde, se conserve, es importante. Hay gente, pero siempre a título privado, que se da cuenta del valor que tiene esto».
En este punto se habló de la recuperación que están haciendo colectivos o asociaciones como Paco Graco y, en general, la Red Ibérica en Defensa del Patrimonio Gráfico, pero —puntualizaba Mercedes Cebrián— «siento que es una labor de educación, que hay que hacer desde niños, mostrar que esto tiene un valor histórico».
El próximo foro tendrá como invitado al periodista Pedro García Cuartango. Se celebrará, con la colaboración de Unir y la Universidad Villanueva, el próximo 19 de noviembre. Más info e inscripciones aquí.