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Ver productosA partir de las experiencias cercanas a la muerte, el autor analiza la Supraconciencia y la vida después de la vida

27 de octubre de 2025 - 7min.
Manuel Sans Segarra es cirujano especializado en cirugía general y digestiva con una larga carrera en el Hospital de Bellvitge.
Avance
Es conocida la frase de Pasteur acerca de que un poco de ciencia nos aleja de Dios, pero mucha ciencia nos devuelve a él. Hoy, cuando las ciencias adelantan que es una barbaridad, lo anterior parece cumplirse de un modo más claro. Es decir, no es ya que la mucha ciencia nos lleve de vuelta a Dios, sino que precisamente la física más moderna –destacadamente, el modelo del Big bang y la mecánica cuántica– parece especialmente adecuada para sustentar esa hipótesis, la idea de Dios, que Laplace consideraba innecesaria para sus trabajos. Hay casi una corriente de autores, unos más científicos que otros, a los que es fácil imaginar frotándose las manos («la ciencia está probando lo que siempre supusimos»), lanzados a contar que la física moderna refuerza o da indicios acerca de la existencia de una Causa Primera (en pocas palabras, Dios), cuando no –los más lanzados– a afirmar que dicha física prueba dicha existencia. Tampoco faltan –diríamos que felizmente– quienes, desde el campo de la fe y de modo especular con respecto a Laplace, no necesitan de la hipótesis de la ciencia para basar su creencia.
Uno de los últimos en sumarse a la corriente de la-ciencia-que-avala-la-creencia, y con muy notable éxito de ventas, es el médico cirujano Manuel Sans Segarra, al que, al igual que en su trabajo, tampoco le tiembla el pulso al escribir que «Michio Kaku, físico teórico de la Universidad de Nueva York, ha demostrado científicamente la existencia de Dios». El propósito inicial de sus libros no es tratar de Dios, sino de las experiencias cercanas a la muerte (ECM), de la llamada Supraconciencia y de la vida después de la vida, cuestiones tras las que, como cualquiera entiende, se transparenta la cuestión de Dios. El apoyo científico del doctor Sans Segarra es la mecánica cuántica, incluso la biología cuántica, que estudia procesos de los seres vivos que se fundamentan en efectos característicos de la mecánica cuántica, apoyo o utilización que no le ha evitado severas críticas de profesionales expertos en la disciplina. Por otra parte, y aunque como todos sus colegas de esta corriente, Sans Segarra insista en el carácter científico de sus premisas y argumentos, reconoce también que algunas cuestiones –como la biología cuántica– siguen constituyendo un desafío al estar en una fase incipiente y carecer de una respuesta definitiva, «por lo que conviene ser cuidadosos y críticos con las nuevas teorías». Y el doctor Valentín Fuster, en el prólogo al segundo de los libros, incluye las expresiones «es razonable especular», «podría ser», «no puede descartarse», antes de concluir con esta advertencia que puede emplearse tanto a favor como en contra de las tesis del autor: «Seamos humildes científicamente y mantengamos la mente abierta».
ArtÍculo
Sin renunciar a cierta ampulosidad («Prepárate para sumergirte en una lectura que va a cambiar tu percepción de la vida»), Sans Segarra procede más por acumulación que siguiendo un hilo conductor nítido, lo que quizá se deba al modo en que se han elaborado los libros; tal vez a modo de entrevistas del autor con quienes aparecen como colaboradores. También el hilo argumental se diluye a veces en favor de afirmaciones tajantes. El punto de partida de sus trabajos lo constituyen las vivencias durante la muerte clínica denominadas «experiencias cercanas a la muerte» (ECM), fenómeno frecuente a lo largo de la historia de la humanidad que insiste en diferenciar de cualquier tipo de alucinaciones. La abundante documentación acopiada a lo largo de años sobre las ECM le aporta la base para defender la tridimensionalidad de la vida humana, compuesta de cuerpo, mente y espíritu.

Las ECM abren la puerta a una serie de conclusiones o, al menos, posibilidades, en tanto permiten apreciar que «hay aspectos de nuestra conciencia que trascienden nuestra existencia física». Sans Segarra echa mano de prestigiosos físicos como Penrose y Hameroff para sostener que «los fenómenos cuánticos como la superposición y el entrelazamiento podrían ocurrir dentro del cerebro y contribuir a la formación de la conciencia», proporcionando una explicación para las ECM. El entrelazamiento cuántico justificaría la transferencia de información (conocer en el instante lo que ocurre a distancia) que refieren los pacientes en las ECM. También sostiene que puede demostrarse por métodos científicos que la conciencia trasciende la materia. Esa naturaleza trascendental de la conciencia nos pone en conexión con el universo en general. Y nuestra conciencia, no limitada a nuestro cuerpo físico, puede conectarse con el campo más amplio de la Supraconciencia (conciencia no local o espíritu). La conclusión es que la muerte no es el fin absoluto y nuestra realidad existencial es eterna.
La Supraconciencia, que está en el título de sus dos libros, es difícil de describir con palabras porque, como dice el autor, «va más allá de ellas y todas las descripciones son insuficientes e incompletas». Es como una especie de campo de energía que permea todo el universo y es la fuente de la conciencia individual; y existe antes del nacimiento y después de la muerte. «Es posible llegar a contactar con la Supraconciencia», se dice en el libro, y la auténtica finalidad de la vida humana es descubrir y vivir de acuerdo a ella. Por el contrario, el ego es nuestra falsa identidad, caracterizado por la ignorancia, la afección por lo material, el egoísmo y el miedo.
El subtítulo del primero de los libros del doctor Sans Segarra es «vida después de la vida». La documentación sobre las ECM en pacientes diagnosticados de muerte clínica (un individuo en muerte clínica sería como un ordenador apagado, que se puede reiniciar, reanimar), para las que el método científico no tiene respuesta –y acerca de las cuales el libro ofrece varios ejemplos–, le permite afirmar que, tras la muerte física, el cuerpo deja de hallarse en la forma que conocemos, pero eso no es el fin de nuestra existencia real: nuestra conciencia no local (nuestra verdadera esencia) perdura más allá de la muerte física. Con la muerte hay una transformación física, pero se mantiene la esencia de lo que somos (los átomos y la energía); con la muerte no acabamos, la muerte es «un paso hacia una nueva forma de existencia».

Por otra parte, la Supraconciencia «está unida amorosamente a todo el universo» y «es holística respecto a la conciencia cuántica universal». La conciencia cuántica universal es otra forma de referirse a la conciencia cuántica primera, la inteligencia primera o el diseñador inteligente. En este punto, el libro se acerca al problema de Dios. Junto a argumentos clásicos («siempre que hay leyes, las ha establecido una inteligencia superior»), el autor afirma que «tenemos pruebas científicas de la existencia de una energía cuántica universal que creó el universo y la vida»; en otras palabras, un Dios «tan bondadoso y amoroso que se manifiesta en cada uno de nosotros en la conciencia no local… el Dios comprensivo y dado al perdón» de Spinoza, «una realidad eterna, infinita y perfecta».
Junto a la «vida después de la vida», el doctor Sans Segarra se ocupa del sentido de la vida («Buscando el sentido de la vida» es el subtítulo del segundo libro). De modo que enlaza ECM, Supraconciencia y sentido de la vida. Su tesis es que las ECM tienen su origen en la Supraconciencia y que solo alcanzamos la felicidad actuando de acuerdo con ella, ya que la libertad es una de sus propiedades. En el libro más reciente, en el que insiste en los mismos asuntos, se acerca más al reverso de la Supraconciencia, el ego, fundamental en nuestra andadura vital, pero que debe estar controlado por aquella. El ego es el no yo, nuestra identidad con visión materialista. No es lo que realmente somos, pero tampoco es un enemigo, sino un componente con un papel importante en nuestra rutina diaria, al que debemos gestionar y controlar. También profundiza en algunos aspectos de la biología cuántica, aportando más datos científicos, como las características de la mielina, una molécula lipídica, «que proporciona un entorno ideal para el entrelazamiento cuántico».
Insistiendo –o directamente repitiendo– en cuestiones tratadas en su libro anterior, apunta más a ese sentido de la vida del subtítulo: «Todo nos conduce al infinito. Esta es la auténtica realidad de nuestra vida finita: descubrir la matriz infinita. Todos somos parte de la matriz y las diferencias únicamente se manifiestan en la dimensión espaciotemporal». O, citando a Victor Hugo: «La conciencia es la presencia de Dios en el hombre». Pero no es posible definir a Dios, «su infinitud está fuera de nuestra comprensión».
Y al igual que se ocupó de las ECM, aquí aborda, refiriéndose a casos concretos que trata con detalle, lo que llama fenómenos trascendentes, que tampoco encajan en la ciencia establecida; fenómenos como la clarividencia, la telepatía, las vivencias místicas, la precognición o la psicoquinesis. Casos ni concluyentes ni comprobables siempre, pero que recomienda investigar.
Sans Segarra concluye su nuevo libro con una defensa de la meditación, «el acto más auténtico de la vida humana», que nos lleva a nuestra mejor versión y nos permite tocar «la verdadera inteligencia creativa de la Naturaleza».